Gula Capital
Botas con puntas de acero pisotean un poema en el vértice de la vida y las palabras penden de mi boca como pétalos marchitos ansiando el vuelo contenido.
El cielo está de luto y una tempestad que se repite. Una mano desata tinieblas y hunde las cabezas bajo el agua. Y duele ¡duele tanto!
Vivimos conteniendo el aire y más de una vez amanecemos boqueando o caemos en la perpetua y lúgubre oscuridad. Bajo la negra desolación de un hielo negro, intenso y feroz, tan poderoso como una glaciación súbita, sus dientes puntiagudos ávidos de morder, de desgarrar, sobre un charco de sangre coagulada. Mientras se acumulan montañas de polvo, huesos olvidados, duelos del duelo, cadáveres llorados, desaparecidos en todos lados, como pájaros al filo de la noche abandonándose al viento, diluyéndose en la niebla de los arrabales.
El pulso herido de una verdad esquiva socava la herida que grita: ¡Los pobres vivimos en guerra! ¿A qué le podemos temer?
¿Es que acaso no lo ven? ¡Nos desuellan! Y los borregos se revuelcan en un mar de desechos e inmundicias.
¡Ya no más tanta indolencia infame!
Traigo impregnado en el cuerpo el aroma rancio del encierro y el verdín de las paredes, de las iras, las angustias; de los miedos y el sufrimiento que fermentaban en el silencio de una mujer exangüe que llevaba toda la desesperación del mundo prendida en los ojos; de tanto andar llorando muertos, acarreando críos y mantas, cacharros que se vacían en un abrir y cerrar de ojos, leña apolillada, hortalizas desechadas, el peso de esas rabias acumuladas, calvarios ancestrales que andan rugiendo bajo los cimientos - ahora- en cada una de las fibras de mi ser.
Los bríos insurrectos que me habitan me sacuden, la sangre efervescente me cuece entera para apuntalar la trinchera en una orilla en la que la oscuridad viaja en dirección contraria. La pluma en una mano y las vísceras en la otra. Y desde el doble baluarte que une la razón y el corazón las palabras se vuelven puñales, se vuelven fusiles, se vuelven hachas, cubos de agua, puertas que se abren de par en par, brazos y manos cálidas, amigas. Palabras lejanas, robustas, añosas porque sus orígenes son profundos, ancladas en el sufrimiento de los desheredados, un pensamiento rompiendo las cadenas de los déspotas, una sola sonrisa en miles de labios diferentes, un vendaval capaz de barrer el polvo gris de las pesadillas que inundan esta aciaga noche eterna.
Si pudiera encontrar el modo de explicarte la ternura y saber que podemos ser un río, una calle, paños y gasas cobijando la carne roída, quemada, ampollada. Y que se puede ser un nombre, una mirada, barriletes remontando sueños más allá de las palabras. Que somos. Que podemos.
Si mis ojos pudieran hablarte. Centinelas incansables que se inundan de paisajes que nutren la esperanza. Si mis ojos no se hubiesen posado -ahora- en los cenicientos paisajes del infierno, penosas llanuras de lo que antes fuera monte. Si este incendio en la hierba no amenazara con quemarlo todo y mis retinas, retorciendo mis entrañas, consumiendo la savia de la vida. Y saber que somos un todo y que podemos serlo.
Y se me empañan los ojos. Un torrente caudaloso, manso, irradiando una luz prieta, de mendigos. Naciente de la profundidad del pozo en el que, a veces, siento que me voy quedando sin aire.
Ojos soñadores como los tuyos a los que la chispa no ha abandonado aún, ojos que han bebido del cielo y escudriñado el horizonte; para nutrirse de fuerzas y así atravesar la negrura infinita - hermana del silencio -, negrura que nos acecha incansablemente; para nunca, pero nunca, inclinar la cabeza abrumada bajo las botas del verdugo.
Porque somos. Porque podemos.
Y duele en el cuerpo, duele en el alma, ese destierro que un puñado de tiranos se han esmerado en volver inexorable.
Los caranchos nos devoran y la muerte rondando siempre, siempre.
La completitud de los oprimidos se me filtra bajo la epidermis -como esta nebulosa, niebla, húmeda, fría, frondosa que como un demonio maldito tajea mi piel hasta los huesos-; la helada bruma enredada en los zarzales; la fuerza indómita de la naturaleza; el latir de un tiempo que mi sangre bulle; el mismo terror de ayer que se replica; los puñales de tinta sembrando descontento, sueños, amor y rebeldías; el coraje, la fuerza, el empuje y el valor de nuestros compañeros; las luchas trazadas por los desterrados del mundo entero; la constelación alada de los caídos – cuyas existencias y ausencias me rompen e impulsan lazando puñados de lava en mi aliento-; la trinchera inmutable al capital; el perro fiel a sus instintos; la infusión de lágrimas y agallas; los abrazos más allá de las distancias; los huesos erectos; el ideal altivo. Todo ello. Por todo ello, bravía como un mar en plena tempestad, remando contra todo pronóstico, es que se emplazó esta barricada que aún resiste. Marginal, disidente, extranjera en todas partes, siempre adelante, siempre intransigente, siempre fiel a la anarquía.
Pestes infames, bajo su ley sanguinaria e implacable de exterminio, llevan su estigma de aniquilar a fuego y plomo. Las violencias ejercidas hacia los cuerpos e ideologías que se roban nuestras alegrías; el sistema social existente que a todos oprime, enferma y desuella tras largas jornadas de faenas diabólicas; la infamia; la adulación; la mentira; los abusos de los poderosos; la esclavitud capitalista del salario; la trata de personas; la vanidad; la avaricia; el crimen colectivo del hambre absurda en un mundo repleto de recursos -que ellos mismos se han robado-; el ecofascismo; los silencios a fuerza de mordazas; las hogueras; las masacres; la inquisición; los crímenes de odio; el insondable dolor; la sangre de nuestra sangre exterminada; las tierras arrasadas; la vida del ecosistema depredada; el agua embotellada; el glifosato; los venenos; el militarismo; la espada de la ley perversa; la llave de los calabozos y los calabozos; las banderas -iconos represivos y de exterminio-; los estados; las naciones; los consejos de guerra; las guerras; los arlequines volviendo de la guerra; los gritos desgarrados de las madres; las fronteras; los genocidios; las migraciones forzosamente desesperadas – pueblos hambreados, desplazados, bombardeados, ahogados-; los refugiados; los prisioneros; los desaparecidos; los desahuciados -ahora mutilados- arrastrados a ser el alimento de las bestias que los defensores del poder han engendrado; los saltos peligrosos sobre una cuerda floja; los leviatanes; los buitres; el eco incesante de las órdenes liberticidas; las muertes de nuestros hermanos y compañeros en manos de los esbirros; las ejecuciones a fuerza de negocios sucios, miedo, amenazas, bayonetas, metralla y bombas; la obediencia y el horror; el divide y reinarás de los verdugos; las instituciones; las sotanas; los altares; los estrados de injusticia; los paraísos fiscales; los señores de traje; los políticos; los privilegiados; los burgueses; los monopolizadores; los capitalistas. Todo ello.
¡TODO ELLO!!
¿Es que acaso no lo ven?
¡Los pobres vivimos en guerra!
¿Es que acaso no lo ven?
¡Nos desuellan! Y los borregos se revuelcan en un mar de desechos e inmundicias.
¡Ya no más tanta indolencia infame!
Gélidos huracanes de ojos siniestros, con desdén dictatorial, nos escupen su ponzoña letal con una mueca de muerte en los labios, blasfeman que todo ello es por nuestro bien. ¿El bien de quién?
En medio de este mar de angustias y desolación, con las botas pisando nuestras cabezas, tras el ruido ensordecedor de las balas, evocan falsas promesas de una vida digna. Y los márgenes continúan nutriendo las cifras de la muerte como lluvia anónima del amanecer bajo las tinieblas de un lugar ajeno.
Tumbas sin nombre plagan los suelos, la orbe apaleada y un silencio tenebroso. Un puño despótico ahogándonos hasta el fondo, ojos huecos poblados de avaricia, desiertos espirituales, fúnebres festines, bélicas quimeras, vaho sangriento, melodías funestas de la maquinaria asesina. Los perros asesinos y sedientos lamen hasta el sudor del sol. Manos criminales de usureros, tribunales infames custodiados por algún don nadie y su fusil, erigido en guardián del santuario, cancerbero fiel, sayón de los sayones; lanzan cizaña, mentiras, placebos, gases, cuando no las bayonetas. La matanza no es más que una trampa para el pueblo espectador. Allí entre los gruñidos y aullidos de los chacales, los buitres, escorpiones y serpientes, hay un monstruo más malvado que sueña con trepar por los andamios. Él destruiría todo de un zarpazo, se tragaría el mundo de un bocado. Tú lo conoces no seas hipócrita.
¡No! ¡Ya no más esta indolencia cínica e infame!
Algunos escuchan el relato de los dolores humanos como si fuesen fábulas. Eligen revolcarse en la inmundicia, hunden sus narices en la hipocresía más profunda, cierran los ojos ante la aberrante carnicería y lamiendo las botas del esbirro se ahogan en sus propios desperdicios engullendo con cinismo crónico un silencio cómplice, ruin y traidor. Huérfanos de valores, ante una avalancha de negaciones y mentiras, se tragan las noticias falsas de la prensa vil y rastrera. Y otra vez la misma pesadilla de ayer reproduciendo los patrones de un pasado insondable.
Nunca practiques el silencio de la renuncia voluntaria. Johann Most señalaba que - "Quien haya reconocido la villanía de las condiciones actuales, tiene el deber de levantar la voz para exponerlas.”- Mirar para otro lado, ser neutral ante las injusticias, no te hace tan diferente a tus verdugos o a quienes a tu lado aspiran a pisarte la cabeza. Todos intereses egoístas y vanos.
¡Ay no te dejes arrastrar por viles engaños! Los excesos de la tiranía lastiman a todos. Cuando levantan el yugo que agobiaba al buey inmediatamente después matan al buey. Siempre burlados los de abajo, siempre gananciosos los de arriba. La casta parasitaria de políticos y empresarios solo busca salvar su propio pellejo, seguir hinchando sus cuentas bancarias y salir beneficiada en este macabro juego de aniquilación.
Óyeme bien: ¡El Estado no recibe golpes, siempre los da! Condenando a los pueblos a vivir una vida de miserias.
¡No! Tales aberraciones no son posibles en nombre de la equidad, la igualdad, la vida, el amor y la libertad.
Decía Herbert Read; "Fe en la bondad fundamental del hombre; humildad en presencia de la ley natural; razón y ayuda mutua, son las condiciones que nos salvarán. Pero ellas deben ser unificadas y vitalizadas por una pasión insurreccional, llama en que todas las virtudes se templen y clarifiquen, para ser llevadas hasta su fuerza más efectiva.”
No, no es que crea en los milagros, pero sí creo en los hombres.
Porque somos. Porque podemos.
Y duele en el cuerpo, duele en el alma, este destierro enquistado en los huesos.
Los caranchos nos devoran y la muerte rondando siempre, siempre.
Entre la violencia gubernamental, violencia militar, violencia institucional, violencia ambiental, violencia por el odio radical... O nos matan de hambre, a los tiros o de miedo, a ellos les da igual. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que nos liquiden como moscas sin que les tiemble el pulso? Con políticas, venenos y balas. Un modelo capitalista, mafioso, explotador, agroextractivo que especula con el hambre y la necesidad de la gente; que explota, sobreexolota, esclaviza, saquea, depreda, contamina, tala, desmonta y quema nuestro hogar y el de todos los seres que habitan esta tierra. ¡Compréndeme bien! ¡ÉSTE ES EL ÚNICO PLANETA QUE TENEMOS! ÉSTA ES LA VIDA -rodeada de muerte- NUESTRA ÚNICA VIDA. El discurso de "progreso", "desarrollo" y "empleo" no pasa de ser una sangrienta burla. Y del discurso de guerra para la paz ni hablemos.
¡No puede haber paz mientras exista desigualdad!
El dios capitalista acorta la vida a cambio de billetes y los falsos profetas, disputándose parte del banquete, criminalizan inocentes. Se pierden cosas ignotas en medio de las ávaras llamas del despotismo. La espina dorsal de la vida es herida con su aliento cáustico emanando de sus fauces de muerte.
Poco importa si es Ucrania, Rusia, Siria, Birmania, Colombia, Argentina…
Por todas partes las larvas predican y blasfeman, pero el progreso – su progreso- que nada construye, tampoco cuida la continuidad de la vida. Si desaparece el pulso de una vida bajo las balas o las acciones e inacciones del Estado -cualquier Estado- o si desaparece un manglar cuya función era proteger la costa y los peces y absorber carbono y aportar biodiversidad, el impacto no se puede reparar con dinero. Los arrecifes de coral se blanquean, los humedales se secan, los ríos desaparecen, bosques inmensos se convierten en sembrados de monocultivo, los desgarrados por la existencia son desterrados, obligados a emigrar, huyen asustados y son acorralados, exterminados; y quienes resisten y resguardan la vida son borrados en un abrir y cerrar de ojos.
- Desde hace ocho años, Global Witness hace un seguimiento sobre la cantidad de activistas ambientales que han perdido la vida en la lucha por la protección de la madre tierra. De acuerdo con el reporte en el año 2020, han sido asesinados 227 activistas y guarda parques, principalmente en Colombia, México y Filipinas. No son cifras ¡son seres humanos! Dicha cantidad de asesinatos cuadra con los datos de conflictos socioambientales en todo el planeta. Y seguramente son muchos más. – No digo más que un par de verdades.
Condenados a una vida de cadena perpetua bajo este infecto sistema establecido por unos pocos allá arriba, en los márgenes una tempestad se repite incesantemente, la muerte rondando siempre en un afuera irremediable y esa angustia atroz en los cuerpos famélicos de los desposeídos que vienen bajando por una barranca sistemática, empujados por un insaciable depredador. Un mundo que los desechó viene a restablecer el “orden” a fuerza de plomo y discursos viles y vanos.
Los que miramos las cosas con empatía y estudiando de los hechos sus causas, sentímonos lastimados en lo más hondo de nuestro ser. Es ese sentir humano el que ha de llevarnos a unir nuestras fuerzas en esta lucha – lucha que nos impone este sistema caníbal- para acabar de una vez y para siempre con la inicua contribución de sangre.
Yo sé, no gastan la suela de sus zapatos quienes andan de rodillas y a una parte del pueblo indolente al parecer ello le resulta lo más práctico. Pero aún guardo esperanzas de que se levanten, tengo muchas esperanzas. Porque aquí abajo todo grita y nada es escuchado y de tanto andar y desandar los caminos marginales ya llevamos úlceras y ampollas en las plantas de los pies. El cuerpo de la humanidad fenece lleno de heridas gangrenadas, comidas por la sarna.
¡Ya no más esta indolencia cínica e infame!
Derramar la sangre de los nuestros para cambiar tan sólo los artículos de algunas leyes o para llevar al poder a alguna otra marioneta del despotismo es un crimen intolerable. La sangre derramada ha de ser fecunda ¡tiene que serlo! Sobre nuestros hombros pesan los nombres, las historias de los que no han podido porque han dado sus vidas a cambio de un futuro que no llegarán a tener.
Si pudiera encontrar un modo de explicarte la ternura que florece en el desierto desolado y áspero como una garantía de que el amor, la equidad, la justa justicia y la vida sigue existiendo. Y que existe un futuro. Y saber que podemos ser. Que somos. Y ser un trozo de pan en cada mesa. Pero comida sana, pero agua pura y no alimentos envenenados o modificados genéticamente. Y mis ojos no me bastan para reflejarte ese mundo nuevo; e inundarse de ese trozo de infinito rebosante de sonrisas de higos y de sandías o de moras y mandarinas, del agua azucarada de la fruta dibujando alegres ríos de placer sobre las mejillas de aquellos niños medio desnudos y desnutridos en las orillas de un destino que les han marcado como un hierro candente a costa de una miseria acosadora. Porque somos, porque podemos ser el útero, la fuerza, el calor de la trinchera, el amor, la arrolladora supremacía de la vida sobre la muerte emergiendo en cada grieta, que se alza triunfal sobre el hambre y el desaliento, vencedora de las bombas y los escombros.
Debemos habitar el mundo desde el compromiso y la pasión, debemos buscar soluciones sanas y dignas para la vida humana y no humana y la naturaleza toda que la circunda, debemos defender lo nuestro con zarpas colaborativas y de libre asociación de soberanías individuales. Aquí abajo, nosotros seguiremos como una fuerza férrea, tejiendo redes de manera horizontal que den paso al bienestar y a la libertad que tanto anhelamos. La esperanza y la determinación son nuestras mejores armas para romper con los engranajes de una maquinaria tirana que continuamente nos da la espalda.
Cuando las esquirlas te hayan perforado la piel y la carne hasta el tuétano y las heridas supuren y bebas hiel y sangre y greda y los pasos ya cansados de tanto intentar sembrar amaneceres en las orillas del abismo, dejen su huella de desazón y rabia por los caminos, y te inunde una desolación tan absoluta como la orfandad, yo estaré aquí ofreciéndote mis pies.
Con la vida en las manos se espera todavía el vuelo libre. Se cree y se crea.
Decía Giles Deleuze: "Basta con que el odio esté lo suficientemente vivo para que de él se pueda sacar algo, una gran alegría, no ambivalente, no la alegría de odiar, sino la de destruir lo que mutila la vida. "
Nunca olvides que lo verdadero fluye como el río y la sangre de los caídos como rojas flores de fuego abonarán la tierra para los días venideros.
Luzca el sol o esté negro el cielo seguiremos adelante. Seguiremos embistiendo y destruyendo lo que mutila la vida.
¡QUE MUERAN LOS ESTADOS!
¡QUE VIVA LA ANARQUÍA! (A)
Cori Piccirilli