A todo perro flaco se le pegan las pulgas y todo tipo de alimañas, los parásitos burgueses lo saben y viven de nuestros despojos, son como buitres que se ensañan con lo poco que nos queda. Estos sátrapas se creen dueños de todo y de todos.
La ponzoña consiste en crear condiciones negativas ideales para la libre proliferación del poder. Pues esa necrosis no es transitoria e individual, sino permanente y casi general. Si desviaras la vista de tu propio perímetro, si apagaras la pantalla, sería fácil descubrirle todas las miserias que se ocultan bajo las fachadas y caretas; te retorcerías de repugnancia. Todas tienen un mismo origen. Déspotas, sanguijuelas y asesinos han decidido convertir la tierra en un cementerio y en la mismísima faena diabólica enterraron su conciencia.
La cobardía humana sigue siempre la línea de menor resistencia, empantanada en el ego individualista, el vicio y la penuria, descuida sus intereses, no criba ni le preocupa la verdad de los hechos. Decía Bakunin “Está en la naturaleza del estado el romper la solidaridad humana”. Y algunos corderos hipócritas, los mismos que apoyan servilmente a los gobiernos de turno, claudican de buen agrado su libertad y alzando su nariz por encima de un líquido viscoso y bermellón, nos piden que pongamos los pies en la tierra, esa misma tierra que ha sido regada con la sangre de los nuestros. Otros, en cambio, se lanzan sobre unas migajas de pan duro enfrentándose a sus hermanos. ¿Es que acaso no lo ven? ¡Nos desuellan! y los borregos se ahogan en un mar de desechos e inmundicia.
Y a mí, que me posee el desconsuelo de los perdidos, me abofetea el impulso febril de una esperanza que dentro mío jamás calla.
La esperanza es el agua vivaz que impide el desierto en medio de esta sed eterna. Y yo estoy tan sedienta de justicia y equidad, tan sedienta de lo maravilloso. La poética sublime del disturbio, la belleza del gesto contra la demoníaca fuerza destructora del Estado. Única esperanza vital de lo que realmente disponemos. ¡Despierten, proletarios! ¡quítense el velo de la plácida apatía! que un Prometeo se llevó en un tallo de hinojo la semilla de fuego para que… ¡Ardan de una vez!
El futuro de nuestro sueño es inevitable. Citaré a Claramunt: “No olviden los explotados que la ley de los vencidos es más desgarradora que el plomo del máuser. Tenemos sobre el enemigo una ventaja de gran potencia, y es que nosotros contamos con nuestras fuerzas, mientras que los acaparadores han de fiar su triunfo en el desheredado, en el del paria moderno, para que defiendan el fruto de sus rapiñas.”
Estos hechos deberían inspirarnos para alzarnos con el puño en alto y cambiar este estado de cosas- se torna imprescindible-. No quieren libertad más que para ellos, para nosotros esclavitud; y hasta ahora nos han tenido como esclavos con farsas inventadas, pues ¡basta ya!, unámonos contra el capital sin perder ni un ápice de radicalidad e intransigencia. Escúchame bien, no debe acobardarte esta guerra, ni envilecerte la paz, más debes conservarte audaz, porque si se pierde la pureza de los ideales es imposible triunfar.
¡Destronad a esa vil burguesía de una vez!
Los que miramos las cosas con empatía y estudiando de los hechos sus causas, sentímonos lastimados en lo más hondo de nuestro ser. Nos quitan los espacios conquistados, nos imponen el hambre, nos aplastan entre los artículos de la ley, nos silencian con mordazas, nos oprimen bajo el peso del yugo o nos fusilan si cruzamos los límites que demarcan los territorios establecidos por un puñado de autócratas allá arriba y todo parece resolverse en una caricatura fugaz dentro de las redes. Y, si con ello no les bastara, si te distraes un segundo acaparan y arrasan con los pocos centímetros vírgenes que le quedaban a la naturaleza.
Nos han condenado hace tiempo y es por ello que nosotros no esperaremos, no pediremos permiso, seguiremos construyendo sobre las ruinas, brotaremos como frutos inevitables, germinando en la selva del despotismo capital y desde las fisuras que se vislumbran en las periferias. Llegará, porque llegará, el día en que estallarán en pedazos los ídolos de la civilización y yacerán rotos sobre la hierba verde y plebeya. Los reclutadores se quedarán sin sueños en el infierno. No importa si ello sucede mucho después de nuestra muerte, la posteridad acabará por darle la razón a nuestro ideal de belleza.
Pateando de soslayo a la muerte, suturada el alma con hilo de coser ideológico, emito este aullido en carne viva. Es mi grito de esperanza en medio de esta noche perenne a la que nos arrastran los poderosos. Las ideas no se ahogan con la sangre derramada de nuestros compañeros, menos aún con discursitos banales y dedos acusadores. No me cansaré de escribir, de transmitir los sinsabores y el dolor, pero también las esperanzas y la alegría de luchar, de vivir. Preferiría morir antes de dejarme inscribir como miembro de ese horrible ejército llamado masa - acéfala. No me cansaré de gritar, de trazar los surcos de este sueño duro e intenso, porque tengo la convicción de que pese a todo merece la pena transitarlo, de seguir adelante con la ética y la honestidad en alto, la sensibilidad en el tacto, la mirada empática, el corazón agitado ardiendo en llamas y la capacidad crítica despierta, como un lápiz de punta siempre afilada.
Hay que hacer algo más que mirar hacia el horizonte; hay que caminar hacia él para conquistarlo.
Es tiempo ya, compañeros, manos a la obra y ¡Que viva la anarquía! (A)
- Cori Piccirilli -