Sobre el cuerpo maltrecho de la humanidad la guerra está entablada ya y no pasa día sin pugna alguna contra los estrategas del Capital. Pero ¡ay! Veo muchos corderos vestidos de guerreros. Ojalá no sea uniformidad lo que los encubra y esa falsa libertad que pretende el Capital. Aún hay unos cuantos ilusos que no ven la sonrisa malévola y villana del burgués detrás de las mínimas luchas individualistas que claman nada más que migajas y reformas.
El reformismo no es más que un débil fuego fatuo brotando desde los pantanos más nauseabundos para atraer al pueblo cada vez más hondamente hacia un reino nebuloso. Mas nosotros que sabemos de fuegos, que conocemos la “luz mala” y el fuego al que nos enfrentamos, no caeremos en su trampa- El tiempo se encargará de mostrar la verdad desnuda- El Estado es aquella terrible máquina que devora seres vivientes y los escupe luego muertos. Y La “democracia” cada vez más se va pareciendo a un frío cadáver, sólo es cuestión de tiempo para que el aire viciado propague toda su nauseabunda fetidez.
¿Aun no lo ves? Buscamos vida en las estrellas y aquí abajo se nos escapa entre las manos, lacerada, mutilada, explotada por las grandes corporaciones.
El pueblo laborioso vegeta desde hace años en un páramo de miseria desconsoladora, en la soledad de metal de los desiertos de mareas humanas automatizadas. Se levantan, se acicalan y comienzan el salario de la matanza. En la ciudad vuelta el peor de los burdeles, rufianes y políticos pregonan encantos podridos. Y los desheredados en los arrabales mueren de inanición cayendo olvidados en alguna camilla -si la hay-, deshidratados y achicharrados, como racimos maduros y anónimos de la parra cuando los graneros del mundo burgués están repletos. Ni hablemos de las niñas obligadas a parir - ¡A MORIR! - en absoluto desamparo. -La interrupción legal del embarazo en la Argentina olvidada de los pobres es una quimera y el Estado -PRESENTE- es un cínico indolente.
El aire oscuro gravita sobre un mundo indeciso. Y un hombre cansado duerme junto al sueño de los desahuciados.
Busca una malla rota en la red que nos oprime ¡Salta fuera! ¡Huye! Deja la taciturna multitud de piedra.
No creo que haya existido una época en que la abúlica necedad haya sido tan apabullante, ni los hipócritas hayan mandado más, ni la idiotez haya tratado de meterse como la humedad por todas las ventanas de las casas y los poros del cuerpo. El parlamento y la casta política, sus quimeras, sus blasfemas, sus pugnas e intereses particularistas, las cortinas de humo de la prensa circense frente a la brutal represión del pueblo laborioso, la rapiña de las corporaciones que quieren el monopolio sobre nuestros recursos naturales y un sinnúmero de puntos de las agendas del ajuste -de aquí y de allá-, impuesta por los organismos internacionales, prometiendo paz y bienestar, pero destilando más penurias, corrupción y genocidio.
Esa es la IN -"justicia", “paz social”, “seguridad” y el “bienestar” que imparten los Estados. Cuando lo absurdo, la venalidad, las arcas repletas en los paraísos fiscales, continúan emergiendo desde las napas, erupciones pestilentes, como el agua podrida de las cloacas que ya no drenan, descaradamente nauseabundas porque esa es su maliciosa condición.
Hoy nos circunda un caos espantoso, pero estoy convencida de que la humanidad lleva todavía en su seno una cantidad de energías ocultas y de impulsos creadores que la harán superar con éxito todos los escollos y las crisis desastrosas a las que los poderosos nos inducen. Hay, también, numerosos indicios de nuevos aires y fuerzas desarrolladoras, brotando -a veces silenciosamente- en los márgenes de los caminos, en las periferias de los arrabales, tierra adentro. La terquedad de los humillados, vencidos o convencidos— terquedad posible porque, pese a la dominación, todo ser tiene sus límites —ha sabido mantenerse firme y, defender, finalmente, lo suyo. La rebelión es la nobleza del pueblo esclavizado. Todas las pasiones que arden en los ojos y corroen la miseria emergen como un anhelo visceral hacia un estado de justicia social que se manifiesta por la cooperación solidaria de los hombres y mujeres, allanando el camino hacia un nuevo mañana.
Alentar esos comienzos, resguardarlos, fortificarlos, apuntalarlos, sazonarlos con las herramientas y el conocimiento indicados, para que no sucumban, es hoy nuestra misión más noble como anarquistas.
Sí, lo sé. El infierno negro a veces nos quema hasta los pasos y nos acorrala. Siempre en la cornisa, siempre descalzos al borde del abismo, siempre al vilo. Pensando la vida, viviendo el pensamiento. Ardiendo.
Pero el fuego, el plomo, la horca y la tortura no han logrado matar nuestro espíritu de libertad.
Confieso desde las entrañas, jadeando desde los bajos suburbios, están tan lejos humanamente de nosotros como el frío gatillo que acarician. Pues no, no somos santos, tampoco bandidos, somos simplemente humanos; ustedes – mercaderes del poder- viles bestias sedientas de sangre al servicio del capital nunca lo comprenderán. Es su insana injustica la que atiza las brasas en mis heridas. Las llamas, rojas y negras, palpitantes de la revuelta son lenguas de fuego en mi aliento; y el grito proletario de justicia y libertad un trágico drama burgués en la primera plana de la prensa canalla y rastrera. ¡Nuestro fuego les quemará hasta los ojos! ¡Paciencia!
La marea, ríos de lava, de justa justicia que empujamos durante años contra las murallas del despotismo no tardará en derribarlas.
En un presente avasallador y tirano, lleno de espesuras y grilletes, abrir senderos es una tarea reñida y para nada sencilla. Y un mirar hacia atrás también es ir hacia adelante. En un mundo arrastrado al exterminio, agrietado, saqueado, aturdido por los ruidos y por la fugacidad que se le imponen a las cosas, falto de contemplación ante la belleza de lo naturalmente efímero, que ahoga la amabilidad con odio, agradezco la existencia y valentía de mis compañeros y compañeras anarquistas que, con voluntad de hierro y corazón tierno, cuyo idealismo, devoción y firmeza inquebrantable de una vida entera abocada a la causa libertaria, han resistido hostigamientos, destierros, sufrimiento, torturas, exilio y, hasta, la muerte misma. Hombres y mujeres que nos ayudan a recuperar el aliento para asir este sueño.
Los caídos en nombre de la libertad son la sangre dignamente derramada y de las rocas bendecidas por su sangre brotarán a su paso silvestres florecitas de emancipación y humanidad universal. Eso en el futuro será un prado donde florezca nuestro bello ideal anarquista. Como enunciaba nuestra compañera Teresa Claramunt: “Nosotros, aun en medio del dolor, de la tortura que nos produce el grillete que lacera nuestras carnes, miramos sonrientes allá, lejos, donde se vislumbra el faro de la verdadera libertad, por nombre Anarquía.”
Nosotros defendemos la vida y hacia ella nos encaminamos. Continuaremos propagando el ideal anarquista, aunque sea a través de impenetrables muros, escollos burocráticos, mordazas, censuras, doctrinas y mentiras de la usura. ¡Habrá que seguir sembrando desde el corazón lo que se tenga a mano, entonces!
Nuestro ideal de belleza brotará con fuerza.
Y en el piélago insondable del horizonte, cuando la ciudad yazca a oscuras ¡Arderán mis huesos prendidos al fuego de las ideas!
¡Y que viva la anarquía!
Con el alma hambrienta, famélica, insaciable de justicia; como si masticara vidrios, escupo atragantada lo que habita en mis entrañas, promesas que, encendiendo antorchas ante los desafíos de un mañana, emergerán con pasión incendiaria para enfrentar a la legión infernal que parece siempre dispuesta a devorarnos.
Acurrucada en el pecho del volcán, he perdido las confortables mantas de lo moralmente establecido y me abrigan la incertidumbre y las dudas en medio de la lucha.
Mi instinto es lumbre, es luz, aun cuando no siempre sepa las respuestas. Pero tengo la certeza y la convicción de que llevar mi cruz en contra del viento ese, también, es el camino. Y ante esa fuerza de convicción se rompen todas las armas que contra mí dirige el enemigo. Como siempre que de ideas se trate he de obrar resueltamente inspirada por el amor al ideal anarquista, sin preocuparme de otra cosa más que del triunfo de la ética y la verdad.
Mis ideas inflamables generan una combustión espontánea en contacto con los vientos libertarios que me habitan, incendiando los símbolos de la mentira y la desdicha. Pirómana me inmolo de cuerpo entero y hago crepitar esos ideales, estelas soñadas, fantasías en fuga que hierven en mi sangre convirtiendo mi carne en una verdadera hoguera.
Pero a veces las palabras no alcanzan para contar una experiencia o apenas la pueden bordear. Hay experiencias que son tan límites, que la palabra apenas puede dibujar sus aristas con dificultad. Por ahí la lírica poética encuentra el cauce como un hilito de agua emergiendo del manantial, pero cuando no llega la poesía, y las palabras no nos alcanzan, las palabras apenas caminan en los márgenes de algunas experiencias que hemos debido atravesar. Mas yo que envuelta en esta guerra a veces me hundo entre las cenizas de los nuestros y no logro hacer pie. Y en medio de la putrefacción siento que me ahogo y voy tragando greda y cenizas; hasta que de golpe un soplo, un viento, nacido desde mis entrañas me aviva y me empuja para que me resarza de entre las ruinas, empuñe la pluma y vista de digna rabia y belleza las palabras. Destilo lágrimas, sangre y tinta desde las vísceras. No sé si lo hago bien o mal, simplemente: ¡Ardo! Ardo en carne viva.
¡Arderán mis huesos al fuego de las ideas!
¡Larga vida a la Anarquía! ¡He dicho! (A)
Cori Piccirilli