El sindicato SolFed (Adherido a la Asociación Internacional de los trabajadores AIT) ha iniciado una campaña de apoyo a l@s trabajador@s de la hostelería, que realizan piquetes y escraches contra los abusos patronales.
EXPLOTACIÓN LABORAL DE LOS MIGRANTES EN REINO UNIDO
Supón que huyes del paro y llegas a Reino Unido con más ganas de trabajar que dominio del idioma o las leyes británicas. Si lo haces, por desgracia puedes ser blanco de la explotación laboral, fenómeno tristemente aceptado como la inevitable condena del expatriado, pero contra el que, sin embargo, puede uno luchar.
Silvio emigró a Brighton (una ciudad costera al sur de Reino Unido) para trabajar en las cocinas de un restaurante español durante tres años. Pasó ese tiempo cobrando un sueldo por debajo de lo legal y en negro, sin vacaciones ni paga por enfermedad y con horarios cambiantes a antojo, o bien insuficientes o bien asfixiantes –llegó a trabajar desde 26 hasta 70 horas a la semana–. Sus condiciones las sufrían, sin excepción, sus ocho compañeros de la cocina, aquel lugar donde no llegaban las propinas y donde nadie estaba dado de alta para ahorro del patrón. Ninguno hablaba bien inglés; todos temían el despido como a un desastre meteorológico. El mal día en el que Silvio necesitó, por cuestiones médicas, una semana libre para viajar, el jefe replicó que si se iba ya no regresara. “Yo le dije: primero la salud que el trabajo; él me dijo que yo vería”. A la vuelta se encontró, efectivamente, con el castigo de un adiós sin finiquito.
Campaña contra los abusos
Fue entonces cuando contactó con SolFed (Solidarity Federation), un colectivo anarquista con fuerte presencia en toda Inglaterra y que en la ciudad de Brighton ha iniciado una campaña en apoyo a los trabajadores de la hostelería. En ella ofrecen asesoría, información y, llegado el caso, apoyo en la reclamación de los derechos y campañas de acción directa. La mayoría de los trabajadores que acuden a ellos lo hacen por casos como el de Silvio: impagos, despidos, vacaciones no concedidas… una situación de precariedad extendida. La estrategia de actuación, después de analizar cada caso, generalmente pasa por entregarle una carta al empresario exigiendo una reparación justa atendiendo a las leyes vigentes y, si éste no accede, se pasa al conflicto.
En el caso de Silvio, no hizo falta llegar tan lejos. Varios miembros de SolFed fueron al restaurante a entregar a su jefe una carta en la que aparecía el dinero que se le debía a Silvio atendiendo al salario mínimo inglés (6,31 libras por hora) y añadiéndole las vacaciones no disfrutadas, y en la que se le instaba a pagarlo de buenas maneras. “En tres días estaba solucionado”, recuerda Silvio. Recibió 2.500 libras, más de 3.000 euros: la cantidad que le debían después de tres años. Una cifra que le pagaron con una condición: la de que no contara nada de lo sucedido al resto de sus compañeros. Ahora, dice él, muchos de ellos tienen ya un contrato, aunque sea sin horas, lo cual mejora mínimamente su infame situación. “Si les hicieron contrato fue porque yo revolucioné”, añade, pero opina que allí “todo sigue igual”. Sus compañeros aún no se atreven a imitarlo: por “miedo”, dice, porque “creen que perderán el trabajo”.
Paraísos para la explotación
La acción directa, que “puede ser el extremo de la violencia, o puede ser tan pacífica como las aguas del arroyuelo de Shiloa”, en palabras de Voltairine De Cleyre, es un principio de acción de movimientos como el anarquismo o el sindicalismo que aboga por resolver de forma autoorganizada problemas concretos y cuyo más célebre ejemplo, en el ámbito del trabajo, es la huelga. Para entender por qué es tan efectiva hay que sumergirse en el irrespirable contexto de la precariedad laboral.
Jessica, inmigrante española, estuvo seis meses trabajando en una tienda de alimentación. Un día, al volver de unas vacaciones, descubrió que había una nueva dependienta en su lugar y el supervisor le informó de que “ya no la necesitaban”. Sin ninguna explicación, le habían “reducido horas”, que es la palabrería que encubre un despido improcedente, legalizado gracias a un fenómeno polémico y puramente británico: el de los contratos de cero horas. Poseer ese tipo de contrato había convertido en algo normal para Jessica el trabajar sin ninguna estabilidad horaria, conocer su turno mediante un mensaje la noche anterior o llegar a realizar caprichosas jornadas de hasta “diez horas al día durante la semana entera” y a trabajar “quince días seguidos sin día libre”… así como ser, finalmente, despedida sin motivo. “Me dijeron: ya te llamaremos”, recuerda ella. La humillaron poniendo de excusa que era una mala trabajadora, pero, ironiza, “no lo fui para trabajar seis meses, y hasta quince días seguidos sin descanso”.
Por desgracia, la situación de Jessica es de todo menos anormal. Pablo, español que empezó con la CNT-AIT española y que ahora está afiliado a SolFed, y uno de los que iniciaron la campaña de hostelería, explica por qué ésta es tan importante en ciudades comoBrighton, “un paraíso de la explotación”, con un mercado salvajemente desregularizado y adaptado a inmigrantes en busca de trabajos temporales y precarios (entre ellos, los jóvenes españoles exiliados en Reino Unido, una cifra que se ha disparado un 50% este año). En el proceso de darle forma al proyecto, él y sus compañeros coleccionaron un buen puñado de historias próximas y desconsoladoras: gente trabajando por hasta dos libras la hora, pagos en negro generalizados, turnos sin descansos, horas no pagadas, empresas de empleo fraudulento (“que te llaman, te hacen un training y luego te echan y no te pagan”), horarios laborales extremos… “Un chaval que curraba conmigo echaba 60 horas a la semana y tenía problemas de espalda gordos; salía a veces a las dos de la mañana y del trabajo se iba a urgencias… y al día siguiente, vuelta al trabajo”, cuenta. Sumado a todo ello, situaciones de falta de respeto, de acoso laboral o sexual… y el escenario aún más terrible de los muchos trabajadores irregulares, prácticamente condenados a situaciones de esclavitud y sin posibilidad de queja. Todo esto en un país en el que “el sindicalismo se destruyó hace años”, según asevera Pablo, y donde “los sindicatos ya no cumplen su función de controlar y poner límites”. Sin duda, su retrato rompe con el tópico de Inglaterra como tierra prometida para los inmigrantes laborales.
Desamparados por la ley
Cuando los casos de abusos como el que sufrió Jessica se dan, especialmente si se desconoce la ley, es difícil saber dónde acudir. De acuerdo a las experiencias de Pablo, la vía legal o policial no funciona o funciona mal. Un proceso de reclamación “es complicado, largo y costoso”, dice; tan complicado que la gente prefiere, por lo general, no reclamar. Jessica, abandonada la idea de ser escuchada por jefes y supervisores, lo intentó: acudió a una asesoría legal para ver sus opciones de contraatacar por esa vía. Allí recibió una respuesta desoladora: no había nada que se pudiera hacer. “Me dijeron que, teniendo un contrato de cero horas, podían hacer conmigo lo que quisieran”, recuerda.
“Me dijeron que, teniendo un contrato de cero horas, podían hacer conmigo lo que quisieran”, dice JéssicaA pesar de la frustración, resolvió no tirar la toalla; fue entonces cuando oyó hablar de SolFed. En la primera reunión con ellos, los conceptos ‘campaña de propaganda’ y ‘piquete’ aparecieron para ella por primera vez. “Me sentí aliviada; vi que podía haber otra salida”, recuerda.
En su caso hizo falta algo más que enviar la carta (en la que exigía unas 700 libras, más de 800 euros), dado que ninguna ley obligaba a los jefes a pagarle esa compensación moral. Ante la negativa y prepotencia de éstos –que, negándose a pagarle, se rieron primero de ella y más tarde amenazaron con despedir a otras empleadas si seguía insistiendo–, finalmente un “amago” de piquete informativo en la puerta del comercio formado por casi 20 miembros del sindicato hizo que los jefes recularan de inmediato y le pagaran la cifra en su totalidad, asustados por la perspectiva del daño que la mala información podría hacerle a su comercio. Jessica recuperó así tanto el dinero como el respeto perdidos. “Me siento orgullosa”, dice hoy, y asegura: “En manos de la justicia no hubiera conseguido nada”.
El piquete o ‘escrache’
Y ¿qué puede hacerse si no se llegara a un acuerdo con el jefe? Reni, trabajadora de origen búlgaro, se puso en contacto con SolFed tras ser ignorada por la policía. Había trabajado durante seis semanas sin contrato en una cafetería, donde le habían prometido seis libras la hora pero le pagaban sólo cinco y, cuando protestó, fue despedida. Su jefe, un empresario turco, acabó debiéndole un dinero que los miembros del sindicato calcularon en 800 libras (unos mil euros). Sin contrato ni cheques era difícil reclamar nada o, incluso, demostrar que había trabajado. Desde SolFed se trató de buscar una solución amigable con el empresario, sin éxito. Él declinó las conversaciones y se negó a recibir la carta. “Nos dimos cuenta de que, en la zona, aquélla era una situación generalizada”, dice Pablo, refiriéndose a la práctica de jefes que contratan a personas durante un breve espacio de tiempo y les hacen trabajar sin contrato para que no puedan reclamar ante un impago. La campaña, ante el fracaso de la negociación, se hizo pública.
Un piquete informativo o escrache a un comercio requiere de un puñado de activistas (generalmente de 5 a 20) formando un pasillo a la puerta del negocio y repartiendo octavillas que informen de la situación a todo paseante. El sector de la hostelería es muy propicio para la acción directa, debido a que son empresas de cara al público, en ocasiones negocios pequeños y muy sensibles a la mala propaganda. . El sector de la hostelería es muy propicio para la acción directa, debido a que son empresas de cara al públicoEn el caso de Reni, el empresario, al ver a los trabajadores haciendo campaña frente a su cafetería, reaccionó con agresividad, y su desconcierto fue en aumento cuando, al llamar a la policía, vio que ésta no podía hacer nada: dar información por la calle es una actividad del todo legal. Pablo achaca esa reacción a la “poca costumbre de que la gente reclame”. Se vivieron después escenas de enfrentamientos físicos, muestras de apoyo de paseantes y acoso por parte del empresario y de personas allegadas a él hacia los activistas. A la altura del cuarto piquete, y debido a la presión ejercida por vecinos y gente de la calle, el jefe decidió negociar. El daño económico que le infringió la campaña fue mucho mayor que la suma que finalmente pagó a Reni, inferior a la que se le pedía pero a la que iba sumada la legalización de su situación, que era otra de las reclamaciones… Pequeñas acciones que llevan hacia una meta: la creación de una red de solidaridad entre trabajadores.
Articulo de Diana Moreno, Brighton (Reino Unido). Extraído del Periódico Diagonal