lunes, 8 de junio de 2015

Perros de la revolución



No hay dos perros iguales; cada uno tiene su carácter exclusivo y su apasionamiento. En el fondo, son animales obsesionados con un tema que convierten en el leitmotiv de su existencia: pelotas, ovejas, liebres, hasta la lucha política. 

Un ejemplo de animal muy especial fue Dick, el perro amigo de los deportados en el campo de concentración de Limnos para disidentes políticos bajo la dictadura de Metaxas. Dick odiaba a los guardas, a los que enseñaba feroz los dientes cuando se acercaban; protegía a su forma a los cautivos inventando perras triquiñuelas. Los policías tenían la costumbre de esconderse entre los barracones por la noche para espiar las conversaciones de los reclusos, denunciarlos como conspiradores y arruinarles la vida, un poco más si cabe. Dick, agazapado, los sorprendía y se arrancaba a ladrar con estruendo para alertarlos; cuando los reclusos le oían gruñir ya sabían que era hora de callar o de hablar del tiempo. En dos ocasiones comió veneno el pobre Dick, pero hay que reconocer que su vida de proscrito le agudizó el ingenio hasta hacerlo más listo que el propio hambre. Cuentan quienes lo conocieron que, sintiéndose morir, se fue arrastrando en silencio hasta el barracón donde mantenían un servicio médico improvisado los propios reclusos; allí le realizaron un lavado de estómago y lograron salvarlo por los pelos. Dick se hizo asiduo de aquel centro de salud especial; se acercaba si se clavaba un pincho, se cortaba la pata o le arañaba un gato. Un día, Dick pasó por delante de una larga fila de reclusos que esperaban su turno para ver al doctor. "Dick, no te cueles", le increparon en broma; el perro agachó las orejas, se dio la vuelta y se colocó en el lugar más apartado.

Mataron a su novia, mataron a sus cachorros, por si Mendel tenía razón y se organizaba un pelotón indiscreto de retoños muerde-polis. Lo mataron a él al fin, cuando los presos fueron trasladados al penal de Makronisos y no pudieron llevarlo con ellos. Lo mataron, por celos, por despecho y por mala baba.

El célebre poeta Yianis Ritsos, uno de los testigos de primera línea, le dedicó un poema al compañero Dick para que nadie olvidara a ese héroe cuadrúpedo, camarada, respetable y cariñoso con quien era de los suyos, que perdió su vida peleando por un mundo más justo a su irracional manera. El poema está recogido en su Cantata de Makronisos y hay una versión musicada, no muy buena por cierto; pertenece a una época en que la melodía era acompañante secundario de las canciones protesta.

Ahora Dick descansa en Limnos
Mostrando siempre sus colmillos
Quizás lo oigamos pasado mañana
Ladrando contento en la manifestación
Desfilando bajo nuestras banderas
Y colgando de su boca
Un pequeño letrero "abajo los tiranos".
Era bueno el Dick.

Kanelo apareció por primera vez en los años 90 en la calle Patission, con los colmillos desafiantes. Residía a medias entre las aulas y los jardines del Politécnico; de infausto recuerdo en la lucha contra la dictadura de los coroneles; y las calles de Exarchia, el barrio de los anarquistas. Murió en 2007 cuando contaba ya 17 años y la lucha callejera había mermado mucho sus facultades. Los estudiantes le protegían, lo alimentaban y le curaban las heridas después de cada altercado en el que se había dejado el alma como el primero; respondía ladrando sin reservas a los policías que los acosaban y persiguiendo a secretas que detectaba olfateando entrepiernas, con esa astucia de sabuesos que solo ellos tienen. No había asamblea en la que no estuviera Kanelo presente codeándose con los cabecillas y dejándose acariciar por sus camaradas.

Por orden del decano de la Escuela de Arquitectura lo detuvieron y lo llevaron a la perrera de Markopulo. Más de 200 personas firmaron y presentaron una denuncia y consiguieron que liberaran a Kanelo a cambio de encontrarle un techo en el apartamento de un estudiante que se hizo cargo de él. Dicen que en sus últimos momentos le fallaban las patas traseras y alguien le fabricó un artilugio con ruedas para sacarlo a pasear, para que, aun orgulloso y egregio, siguiera saludando al mundo, que le conocía y admiraba.

También Kanelo pudo presumir de su canción:

Hablaré del amigo Kanelo
Que tiene corazón y cuatro patas
Que regresa a Exarchia por la noche
Y todos lo respetan y levantan el sombrero
En la esquina de Politecníu y Patissión 
Dicen que cazó a un secreta
Y una mañana fue visto en Thisio
Volviendo con una perrita de casa

Una canción para el perro Kanelo
Que me mordió pero lo entiendo
Defendiendo su postura con pasión
De que había cometido un error en mi vida

Mil rostros tiene esta ciudad
Pero ninguna asusta a Kanelo
Si alguna vez lo ves entristecido
Moverá el rabo y empezara a girar
Guarda cualquier hueso que le arrojan
Todos aquellos que afean nuestra vida
Y sé, cuando miro sus ojos,
Cómo le gusta, cómo le gusta nuestro silencio

......

Cuando en diciembre de 2008, un perro de color crema se abalanzó rugiendo contra la policía antidisturbios, en defensa de los manifestantes de Atenas, todo el mundo pensó que Kanelo estaba vivo y había vuelto. Pero no era él, sino otro can atacado y amante de las manifestaciones: Lukaniko. Esta vez fue la prensa la que siguió sus andanzas y lo convirtieron en un perro mediático. Fue protagonista de reportajes de la CNN, BBC o Al Jazeera, que hicieron de él un símbolo mundial de la resistencia griega frente a la troika. Su fama llegó al punto de ser considerado en el 2011 por la revista "Time" como una de las cien figuras más reconocidas en el mundo.