A varios días de iniciada la cuarentena por el COVID-19 y de decretado el estado de alarma, en algunas ciudades, ha salido el ejército, en otras, como esta, protección civil radia mensaje para que no salgamos de las casas salvo para trabajar o comprar lo imprescindible, y se prohíbe la circulación de vehículos con más ocupantes que el conductor.
Si atendemos a los datos oficiales, pero también a la lógica de los hechos, la situación es grave, por más que durante días han estado circulando mensajes por redes insistiendo en que no había necesidad de cuarentena, porque todo era una exageración. Esto se basaba en la idea de la baja mortalidad del coronavirus, comparándolo con otros virus estacionales, o con la mortalidad causada por la guerra o el hambre en otras zonas del mundo.
Pero en menos de una semana, la letalidad que se calculaba para fuera de la región de Wuhan, en China, de 0,7%, se elevó en España a casi el 4%, según datos del Ministerio de Sanidad. Si esto es así, el COVID-19 mata casi cuatro veces más que la gripe común, lo que estaría asociado a su fuerte capacidad de contagio, la ausencia de vacuna, y la fragilidad del sistema sanitario, sometido durante años a recortes presupuestarios.
¿Y cómo negarlo ante el ascenso en la curva de contagios y la falta de medios y personal en los hospitales? Si no hay cuidados a tiempo, morirán más personas. Sin cuarentena, la propagación del virus será más rápida, y el riesgo de colapso de los hospitales será mayor. ¿Significa esto obedecer y acatar todo lo que venga de las autoridades estatales?
Al contrario, este es tiempo para concienciar y actuar sobre causas, efectos y soluciones. Es necesario preguntarse sobre el origen de la enfermedad, cuál es su relación con nuestro modo de vida, con nuestra economía, y hasta qué punto es síntoma de que estamos ante el final de un sistema insostenible porque destroza los equilibrios naturales y a la humanidad misma. Y al mismo tiempo, puede ser un virus de diseño para provocar x consecuencias, dado que no tenemos control sobre los medios y hemos delegado en otros nuestra soberanía.
Ahora más que nunca debiera ser clara la necesidad de organizarse desde los principios del anarquismo, y no otros. Hay que hacer frente al discurso que viene a legitimar el fortalecimiento del poder estatal y de su aparato represivo.
Ese discurso de Sánchez apelando a la unidad por encima de las ideologías, o esos aplausos a los profesionales de la sanidad pública que no van acompañados de una protesta por la situación de estas personas, trabajando hasta la extenuación sin turnos, sin relevos, sin ver a sus familias, y totalmente expuestas, con mascarillas quirúrgicas, en puesto de las ffp2, o sin gel hidroalcóholico… vienen a ser demostraciones de culto al estado.
Y si los hospitales se han bunquerizado, qué decir de las cárceles, donde se protege a los guardias, que son los que pueden traer el virus, pero no a los presos, al tiempo que se prohíben las visitas sin dar alternativas para el contacto con familiares, lo que ya provocó motines y fugas en Italia y está llevando a la revuelta a los presos españoles, ya en huelga de hambre por la continua violación de derechos humanos. Si para nosotros es duro el encierro de la cuarentena, ¡qué no será para ellos, sometidos a una institución que castiga con el aislamiento social, supuestamente para educar! A nadie parece importar que ningún estado haya sido capaz de eliminar este inframundo, cada vez más alejado de la vista de la sociedad.
Hemos de ser conscientes de que el estado de alarma, alargado por tiempo indefinido, es poner en manos del estado lo que debería ser gestionado directamente por la población organizada. La sociedad desconfía del estado, sabe que es su rebaño y su cobaya de laboratorio, pero sigue votando, y sigue amparándose en esta institución. Bien es verdad que algunos de esos mensajes que se nos compartían por redes anteponían la economía a la salud, al contrario que las autoridades estatales, desaconsejando la cuarentena, como si tuviéramos que elegir entre la salud y el trabajo. Pero, en este sentido, el estado va a actuar beneficiando al capital, que es quien financia a los partidos políticos. Una vez más, se prevé cómo mientras las ganancias se han estado privatizando, ahora se van a socializar las pérdidas, haciendo pagar al trabajador la recesión que este virus va a venir a agravar, y para la cual no debemos dejar que sirva de justificación.
Ya hemos pagado bastante a los bancos por la crisis financiera que ellos crearon. Ahora, vienen los despidos por el coronavirus, cientos de miles seguramente. Al otro lado tenemos el discurso de los llamados “agentes sociales”, cuya forma de trabajar es presionar al estado para que regule, corrigiendo los desequilibrios del mercado. Ahora mismo pide al gobierno: decretar la suspensión o moratoria de las hipotecas y los alquileres, prohibición de los despidos, renta básica para los sin ingresos…etc.
Ahora conviene preguntarse: todo esto, ¿no viene a fortalecer el papel del Estado como mediador entre Capital y Trabajo? Claro que hay que hacer que los que tienen el capital, sea público o privado, den la cara, y que si hay que inyectar fondos a la sanidad, generar o pagar vacunas, sostener puestos de trabajo, seguir pagando salarios…salga de los que tienen el poder y tienen los medios. Pero los gobiernos y los partidos políticos, esos mediadores a los que apelan los movimientos sociales y los sindicatos de concertación, siempre nos han traicionado y siempre nos traicionarán. Incluso cuando hacen algo bueno, es a costa de la pasividad popular, que se ha acostumbrado a conseguir todo bien del mercado, bien del estado, con lo que está prescindiendo de los vínculos sociales para vivir y está asegurando la pervivencia del sistema.
Quizá sea tiempo de romper el círculo vicioso y defender más un discurso y reivindicación propios, y, en lugar de ir a remolque de movimientos que no son anarquistas, plantearse este problema básico, el de generar tejido social autogestionario, capaz de arrancarle a la patronal pública y privada, el control sobre las rentas del trabajo, sin la mediación estatal, a través de sus propios órganos de gestión económica, y el control sobre los medios de producir. Solo es una idea de las muchas que da que pensar la crisis del coronavirus enfocada desde la certeza de que las jerarquías tienen gran responsabilidad en lo que está ocurriendo, y de que, en lugar de ampararnos en ellas, más nos valdría eliminarlas.
Contra el virus. más conciencia y menos obediencia
Fuente: Cieza Libertaria