viernes, 3 de diciembre de 2021

Navantia: una industria armamentística estatal que es una máquina de perder dinero y absorber subvenciones




Las tribulaciones de Navantia: puntera en tecnología y sumida en las pérdidas. La compañía naval presenta dos caras de la misma moneda. El desarrollo de sofisticadas soluciones para fortalecer la industria contrasta con la permanente situación de asfixia financiera que atraviesa.

El mismo día en que los trabajadores de Navantia en Cádiz se enfrentaban a policías antidisturbios, les lanzaban tornillería pesada, quemaban un coche y agredían a un camionero, esta empresa anunciaba a través de su cuenta de Twitter que se había hecho con éxito la prueba de los dos motores diésel del submarino de la clase Isaac Peral SS-81 en Cartagena. Esta clase de submarinos serán los únicos de la OTAN que podrán lanzar misiles de ataque a tierra, “una capacidad única en submarinos convencionales”, según explicó a ’Murcia Economía’ el director de Ingeniería de la empresa, Germán Romero. También, ’El País’ informaba por esas fechas de que Navantia estaba a punto de vender el segundo buque de asalto anfibio a Turquía, que se construiría en ese país con tecnología española.

En mayo de este 2021, la empresa entregó la quinta plataforma flotante para el parque eólico de Kincardine, que es el mayor del mundo. Son plataformas de 3.000 toneladas, 70 metros de ancho y 30 de alto, sobre las que se levantarán gigantescas turbinas para captar energía eólica. En marzo de 2022, empezará a construir las cinco fragatas F-110 para la armada española en los astilleros de Ferrol. A día de hoy, y según informaba el ’Diario de Cádiz’, cuenta con una cartera de encargos superior a los 7.000 millones de euros.

Buques, fragatas, plataformas, submarinos… No hay duda de que Navantia es una empresa puntera en tecnología. Dentro de un sector como el del armamento naval, es un milagro que sobreviva teniendo competidores tan poderosos como EEUU, Alemania y Corea del Sur. El sector de la construcción naval militar logró en 2020 contratos por más de 33.000 millones de dólares, según un informe publicado por la propia compañía en marzo de 2021. La inmensa mayoría, 60,4%, fueron a parar a los astilleros de EEUU. Luego a Alemania, 19,9%. Y en tercer lugar a Corea, 5,9%. Estados Unidos es la número uno porque ese país tiene el mayor presupuesto del mundo para defensa: 778.000 millones de dólares, según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, los cuales van a parar a sus empresas privadas.

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Navantia recoge una parte de los 10.152 millones de euros que el Ministerio de Defensa destina a esos fines. Pero a diferencia de las empresas privadas de EEUU, sobrevive gracias a que es una empresa pública. No ha sido privatizada porque tiene un enorme significado estratégico para el país: la independencia armamentística. Pero esa independencia cuesta dinero: el año pasado sus números rojos fueron de 138 millones de euros. La SEPI, que es su único accionista (tiene el 100%), le hizo en 2020 un préstamo participativo de 160 millones de euros.

Navantia, como muchas empresas de la citada sociedad, es una máquina de perder dinero y de absorber subvenciones. En los últimos diez años, según las memorias anuales, la empresa ha perdido más de 1.100 millones de euros, y para evitar la descapitalización anualmente ha recibido subvenciones parecidas. Muchas empresas navales que no eran estratégicas cerraron en la década de los ochenta debido a que sus costes no podían competir con los de las empresas asiáticas, como bien mostró la película ’Los lunes al sol’, en la que a los trabajadores solo les quedaba cobrar el paro y tostarse al sol. El alcalde de Cádiz lo recordó en estos días, cuando excusó la violencia de los manifestantes de Puerto Real diciendo que “violencia es lo que sufre nuestra Bahía desde los años 80 con el cierre masivo de empresas, con la única salida laboral del turismo...”.

Navantia no ha sido privatizada porque tiene un enorme significado estratégico para el país: la independencia armamentística

En 2020, los problemas de Navantia se agudizaron porque la pandemia supuso la congelación de muchas actividades en todo el mundo. La cifra de negocio pasó de 1.213 millones de euros a 1.088 millones (un 10% menos). En este 2021, al recuperar su ritmo la economía mundial, la empresa se ha enfrentado a un gran problema: la subida de las materias primas. En el último año ‘normal’, que fue 2019, consumió casi 500 millones de euros en materias primas (un 40% de sus ventas), y este año, podría ser un porcentaje mucho mayor. Por ejemplo, el precio del acero ha subido un 50% en los dos últimos años. Y el combustible ha subido un 21% desde principios de año.

Eso explica en parte por qué la empresa quiere contener los gastos. En concreto, los del personal. El año pasado fueron 247 millones de euros, casi el 20% de la partida total. Puesto que la empresa no puede contener los gastos de materias primas, porque son precios internacionales, trata de apretar los gastos en los salarios que, como siempre, es la parte más débil, a pesar de ser la más importante. Los trabajadores de Cádiz han ido a la huelga y los piquetes han alzado barricadas porque la empresa no quiere subirles el sueldo tomando en cuenta el IPC. La plantilla pide subidas del 2% para este 2021; 2,5% para el 2022; y 3% para el 2023. La patronal propone una subida muy modesta: el 0,5%, aplicable solo desde septiembre de 2021; aumentar el 1,2% en 2022; y del 1,5% en 2023. El convenio no se revisaría en tres años, lo cual, teniendo en cuenta que este año la inflación puede ser superior al 2%, parece poco.

De ahí, las huelgas y las barricadas, que están dando imágenes a los medios de comunicación por su violencia. En portadas Navantia tiene una larga trayectoria debido a sus tribulaciones. Hace unos años, fue noticia en muchos medios españoles e internacionales porque sus submarinos no flotaban. Lo que en realidad pasaba es que se habían hecho tantas modificaciones tecnológicas durante su fabricación, que hubo que ampliar el tamaño lo cual causaba un problema de sobrepeso. También llegó a las portadas de los medios porque el dique construido Cartagena para los SS-80 se les había quedado corto (debido a al alargamiento del submarino) y hubo que ampliarlo. Parecía una chapuza hispánica. La novedad en realidad no era tal, porque la ampliación del dique estaba prevista de muchos años antes, pero la prensa no se resistió a aquel titular.

Navantia es una de las empresas más punteras en construcción naval del mundo. La construcción de barcos de guerra requiere un esfuerzo tecnológico muy avanzado porque no solo exige aspectos de ingeniería naval, sino tecnología militar. El presidente de Navantia, Ricardo Domínguez, definía a su empresa como “industria con altísimo potencial de innovación, de capacitación y de creación de empleo y de valor añadido”. Además, insistió en que Navantia era esencial para la “soberanía estratégica” de España. Para algunos expertos, sería más recomendable y barato comprar barcos y submarinos a terceros, pero eso significaría ayudar a otros países a ser innovadores. Fue lo que sucedió durante años en el sector ferroviario, hasta que España desarrolló su propia tecnología en la construcción de trenes y de vías férreas de alta velocidad, que ahora se venden por todo el mundo.

El Estado es el gran protector de Navantia porque no solo es su principal accionista sino su principal cliente. En octubre de este año, el Ministerio de Defensa le adjudicó la fabricación del BAM, un barco que, como dice la página web de Navantia, servirá para “misiones, operaciones de buceo, salvamento, apoyo al rescate y rescate de submarinos siniestrados, intervención y rescate en accidentes y naufragios y vigilancia y monitorización del patrimonio subacuático”. Supondrá crear 1.100 empleos directos o indirectos durante tres años y medio, y unos 1,3 millones de horas de trabajo. El contrato está valorado en 166,5 millones de euros.

Los astilleros de Cádiz también han recibido encargos como la reparación y mantenimiento de los destructores Clase Arleigh Burke-Class (DDGs) y otros buques de la US Navy desplegados en la Base Naval de Rota (Cádiz). “El nuevo contrato, que tiene vigencia hasta enero de 2028, es por un importe máximo de 822,4 millones de euros y podría generar más de 1.000 empleos directos al año”, según la página de la SEPI. También la SEPI está invirtiendo 500 millones de euros para modernizar y automatizar los procesos de trabajo en los astilleros, pues persigue “dar el salto a plataformas digitales para gestionar todas las fases de construcción de un buque, desde el diseño, hasta la fabricación, e incluso el mantenimiento durante su servicio en el cliente”, según infodefensa.com. “Será común ver robots en los talleres donde se construyen los bloques de un barco o en los almacenes, las piezas fabricadas con impresoras 3D estarán por todo el buque, el 5G permitirá una conexión rápida entre los equipos repartidos por los centros, y la realidad aumentada apoyará a los operarios en las tareas más complejas”.

Trabajo no le faltará porque Navantia consiguió para ese astillero un contrato con la Marina Real de Marruecos “para diseñar y construir un patrullero de altura que supondrá un millón de horas de trabajo para los astilleros de la Bahía de Cádiz, cerca de 250 empleos durante los próximos tres años y medio”. Pero que Navantia esté fabricando submarinos, fragatas y buques de vigilancia no significa que la Armada española esté a la vanguardia. Más bien, hace todo lo posible por no hundirse. “Los barcos están obsoletos y se mantienen gracias al personal”, afirma un diputado conservador que conoce de cerca la Armada. “En las maniobras van desarmados porque no hay dinero para comprar misiles”. Según este diputado, “no hay dinero” y además, “a los aliados del gobierno como Podemos, o los independentistas no les interesa que se invierta en modernizar la Armada”.