sábado, 30 de mayo de 2020

Bakunin y el anarquismo



"Bakunin y el anarquismo". Bertrand Russell

Según el concepto vulgar, un anarquista es un hombre que tira bombas y perpetra otros atropellos, o porque es más o menos loco, o porque se sirve del pretexto de tener opiniones políticas extremistas para disimular tendencias crimina­les. 

Estos conceptos son, naturalmente, de todos modos, inadecuados. Hay anarquistas que creen en la eficacia de las bombas; hay otros que no creen en ella. Hay hombres de casi todos los matices de opinión que creen en el bien de tirar bombas en circunstancias convenien­tes: por ejemplo, los que tiraron la bomba en Sarajevo, que originó la Gran Guerra, no eran anarquistas, sino nacionalistas. Además, aquellos anarquistas que favorecen el tirar bambas no son por eso distintos, en cualquier principio vital, del resto de la comunidad, con excepción de una porción infinitesimal que adopta la actitud tolstoiana de pasividad.

Los anarquistas, así como los socialistas, generalmente tienen fe en la doctrina de la lucha de clases, y si se sirven de las bombas es del mismo modo que los gobiernos se sirven de la guerra: por cada una de las bombas fabricadas por un anarquista se fabrican por los gobiernos muchos millones de bombas, y para cada uno de los hombres muertos por la violencia anarquista mueren muchos millones por la violencia de los Estados. Por consiguiente, podemos dejar de pensar en la violencia, que tiene tanta importancia en la imaginación popular, pues no es ni esencial ni particular para los que adoptan la posición anarquista.

Anarquismo, como su etimología indica, es una teoría que se opone a todo género de autoridad impuesta. Se opone al Estado por ser suma de las fuerzas emplea­das en el gobierno de la comunidad. Para el anarquista es un gobierno tolerable el que es libre, no meramente en el sentido que tiene la mayoría, sino en el que con­tiene a la totalidad.

Los anarquistas protestan, contra los organismos poli­cíacos y las leyes penales, por medio de las cuales la voluntad de una parte de la comunidad es forzada por la otra.

Desde su punto de vista, la forma democrática de go­bierno no es más preferible que otras formas mientras que las minorías sean llevadas por la fuerza o sean some­tidas potencialmente a las mayorías.

La libertad es el supremo bien, según el credo anar­quista, y se busca la libertad por el camino directo de la abolición de toda imposición de control de la comunidad sobre el individuo.

El anarquismo, en este sentido, no es una doctrina nueva. Ha sido expuesta admirablemente por Chuang Tzu, un filósofo chino que vivió hacia el año 300 antes de nuestra era:

“Los caballos tienen cascos para caminar sobre la es­carcha y la nieve, para protegerse contra el frío y los vientos. Comen hierba y beben agua, brincan en el campo: tal es la naturaleza de los caballos. Las mansio­nes palaciegas no sirven para ellos.

“Un día apareció Po-Lo, diciendo:

“- Yo se amaestrar caballos.

“Entonces los marca con un hierro candente y les es­quila las crines, les corta las pezuñas y les pone bridas, los amarra por la cabeza y les ata las patas, separándolos en los establos; resultando que, de cada diez, dos o tres morían. Los guarda encerrados, hambrientos y sedientos, o los hace trotar y galopar; los rastrilla y cepilla la cabeza; el dolor de los arreos y las borlas de los ador­nos, y detrás la constante amenaza del látigo, hasta que más de la mitad caen muertos.

“El alfarero dice:

“- Yo puedo hacer lo que quiero con el lodo; si quiero hacerlo redondo uso el compás; sí rectangular, la es­cuadra.

“El carpintero dice:

“- Yo puedo hacer lo que quiero con la madera; si quiero hacerla curva, uso el arco; si derecha la regla.

“¿Pero por qué razones podemos pensar que el lodo y la madera desean estas aplicaciones de compases y escua­dras, de arcos y reglas?

“No obstante, cada época elogia a Po-Lo por sus habilidades en la doma de los caballos; a los alfareros y carpinteros por sus trabajos en el barro y la madera. Analizo ahora el gobierno del imperio desde un punto de vista completamente opuesto. El pueblo tiene ciertos naturales instintos: teje sus trajes él mismo, ara la tierra por sí mismo.

“Esto es común a toda la humanidad y todos estamos de acuerdo sobre que así es.

“Estos instintos son llamados ‘dones del cielo’; y así, por los días en que los instintos naturales prevalecían, el hombre se moría tranquilamente y se miraba sin in­quietud.

“En aquella época, en que nosotros no teníamos cami­nos que atravesasen las montañas, ni barcos, ni puentes sobre el agua.

“Todo esto lo hemos producido nosotros, cada uno por sí y en su propia esfera.

“Los pájaros y los animales se multiplican; los árboles y los arbustos crecen. Los primeros venían a vuestras manos y vosotros podíais subir a los árboles y ver en el nido al cuervo. Porque toda la creación era una, con pá­jaros y animales.

“En la que no había distinción entre el hombre bueno y el malo. Desconociendo todos la virtud, no podían con­fundirse. No teniendo, igualmente, ningún deseo malo, se encontraban en un estado de integridad natural de la perfección de la existencia humana.

“Cuando aparecieron los sabios, pusieron la zancadilla a las gentes al hablarles de caridad, encadenándolas con la idea de amor al prójimo; la duda hizo su entrada en el mundo.

“Entonces, la exageración extrema del entusiasmo por la música y los remilgos por la etiqueta hicieron que el imperio llegara a dividirse contra sí mismo” (1).


“El anarquismo moderno, en el sentido en que nosotros nos ocuparemos de él, está asociado con la creencia en la propiedad común de la tierra y el capital; así, en esta importante faceta se acerca al socialismo. Esta doctrina se llama propiamente comunismo anarquista, pero con­tiene en sí casi todo el anarquismo moderno y, por con­siguiente, podemos dejar de tratar del anarquismo totalmente individualista y concentrar nuestra atención en la forma comunista.

El socialismo y el comunismo anarquista, por igual, han nacido del concepto de que el capital privado es una fuen­te de tiranía de ciertos individuos sobre los otros. El socia­lismo ortodoxo cree que el individuo será libre si el Estado se convierte en el único capitalista. El anarquismo, por el contrario, tiene miedo de que en ese caso el Estado here­daría las tendencias tiránicas propias del capital privado. Por eso busca un medio para reconciliar la posesión comu­nal con la mayor disminución posible de los poderes del Estado y, como fin, la abolición completa del Estado. Ha nacido, principalmente, dentro del movimiento socialista como si fuera su ala extrema izquierda.

“De la misma manera que se puede considerar a Marx como el fundador del socialismo moderno, Bakunin puede ser considerado como el fundador del comunismo anarquis­ta; pero Bakunin no ha producido, como Marx, un cuerpo acabado y sistemático de doctrina.

Lo que se puede recoger de su doctrina debemos buscar­lo en los escritos de su discípulo Kropotkin (2), y daremos después la historia de sus disputas con Marx, un breve relato de la teoría anarquista, expuesta parcialmente en sus escritos, pero en su mayor parte sacada de las obras de Kropotkin.

Miguel Bakunin nació en 1814, de una familia aristocrá­tica rusa. Su padre era un diplomático, que por los días del nacimiento de Miguel se había retirado a su pueblo, situado en el gobierno de Tver.

Bakunin ingresó en la Escuela de Artillería de Petersburgo a la edad de quince años, y a la de dieciocho fue enviado como abanderado de un regimiento destinado en el departamento de Minsk. La insurrección polonesa de 1830 acaba de ser ahogada en sangre. “El terrorífico espectáculo de Polonia -dice Guillaume- impresionó y actuó con fuerza en la mente del joven oficial y contribuyó a inspirar en él el horror del despotismo”. Esto le hizo abandonar su carrera militar después de dos años de prácticas.

En 1834 deja su empleo y vuelve a Moscú, en donde dedica seis años a estudiar filosofía. Como todos los estudiantes de filosofía de aquella época, Bakunin es un hegeliano. En 1840 va a Berlín a continuar sus estudios, con la intención de prepararse para ser profesor. Algún tiempo después, sus opiniones e ideas sufren un cambio radical.

Cree Bakunin que es posible aceptar la teoría hegeliana de que todo lo que existe es racional; y en 1842 emigra a Dresden, donde se asocia con Arnold Ruge, el autor de “Deutsche Jahrbuecher” (Anuario Alemán); es en esta época cuando se convierte en un revolucionario, y al año siguiente provoca la hostilidad del gobierno sajón contra él. Esto le hace marcharse a Suiza, donde se pone en contacto con un grupo de comunistas alemanes; pero la policía suiza le importuna y el gobierno ruso pide su extradición; marcha a París, donde reside desde 1843 a 1847.

Estos años de París influyen mucho en la formación de sus creencias y opiniones. Allí hace amistad con Proudhon, que ejerció considerable influencia sobre él; también con George Sand y con otras muchas personalidades renombradas. Fue allí, en París, en donde conoció a Marx y Engels; es contra ellos que el destino le obligaría a luchar toda su vida. Más tarde, en 1871, él escribe el siguiente relato de sus relaciones con Marx en aquella época:

“Marx era mucho más avanzado que yo; hoy se encuentra mucho más atrasado, incomparablemente más atrasado, incomparablemente más atrás que yo; yo no sabía nada de economía política. No había leído las abstracciones metafísicas y mi socialismo era completamente instintivo. Era él ya un ateo, un materialista preparado, un socialista bien conceptuado. Fue justamente por este tiempo cuando elaboraba los primeros fundamentos de su presente sistema. Nosotros nos entrevistamos bastantes veces, porque yo le respetaba mucho por su preparación apasionada y su gran elevación (simple mezclada, no obstante, de vanidad personal) por la causa del proletariado, y yo buscaba ávidamente su conversación, que era siempre instructiva e inteligente, cuando no era inspirada por el rencor mezquino, lo que desgraciadamente le ocurría demasiadas veces. Pero no hubo nunca una intimidad franca entre nosotros. Nuestros temperamentos no lo permitían. Él me llamó un idealista sentimental, y tenía razón; yo le llamé un hombre vanidoso, pérfido y pícaro, y yo también tenía razón”.

Bakunin no podía vivir mucho tiempo en ningún sitio sin incurrir en la persecución y enemistad de las autoridades. En noviembre de 1847, como resultado de un discurso en el que elogiaba la sublevación polonesa de 1830, fue expulsado de Francia a petición de la embajada rusa que, a fin de privarle de la simpatía pública, propalaba la insidia de que era un agente secreto del gobierno ruso, destituido por demasiado extremista. El gobierno francés, con un silencio intencionado, fomentaba esta historia, que que­dó adherida a él casi toda su vida.

Obligado a abandonar Francia fue a Bruselas, donde rea­nudó sus relaciones con Marx. Una carta suya, escrita por este tiempo, muestra aquel odio atroz que tenía contra Marx, con mucha razón:

“Los alemanes artesanos Bornstedt, Marx y Engels -y sobre todo Marx- están aquí haciendo su daño habitual. Vanidad, despecho, chismes y altivez acerca de las teorías: pusilanimidad, en la práctica -reflexiones sobre la vida, la acción y la sencillez, y una ausencia completa de vida, acción y sencillez-; artesanos literarios y disentidores, con una coquetería repulsiva en ellos. ‘Feuerbach es un burgués’, y el término ‘burgués’ aumentado en un epíte­to repetido ‘adnauseam’; pero cada uno de ellos, desde la cabeza hasta los pies, en absoluto, totalmente es un bur­gués provinciano. En una palabra, mentira y estupidez, es­tupidez y mentira. En esta sociedad no hay posibilidad de tomar aliento amplio y libre. Yo me mantengo apartado de ellos y he declarado decididamente que no me afiliaré a su unión comunista de artesanos y no tendré nada que ver con ella.”

La Revolución de 1848 le hizo volver a París y desde allí a Alemania. Tuvo una disputa con Marx sobre una cues­tión en la cual él mismo confesó más tarde que Marx te­nía razón. Se hizo miembro del Congreso eslavo en Praga, donde intentó, sin éxito, promover una sublevación eslava. Hacia el fin del año 1848 escribió un “Llamamiento a los eslavos”, exhortándolos a unirse con otros revolucionarios para destruir tres monarquías tiránicas: Rusia, Austria y Prusia. Marx publicó un ataque contra él, diciendo, en efecto, que el movimiento para la independencia de los bohemios era inútil porque los eslavos no tenían porvenir, por lo menos en aquellas regiones donde estaban sujetos a Alemania o Austria.

Bakunin acusó a Marx de patriota alemán en esta cues­tión, y Marx a Bakunin de ser paneslavista; reproche in­dudablemente justo en ambos casos. Pero antes de esta disputa hubo una mucho más seria. El periódico de Marx, la “Neue Rheinische Zeitung”, afirmó que George Sand tenía papeles que probaban que Bakunin era agente del gobierno ruso y uno de los responsables de la reciente detención de muchos poloneses. Bakunin, naturalmente, re­pudió la acusación, y George Sand escribió a la “Neue Rheinische Zeitung” negando la afirmación en todo. Las negociaciones fueron publicadas por Marx, reconciliándose aparentemente; pero desde aquel momento en adelante no disminuye realmente la hostilidad que existía entre los dos caudillos rivales, que no volvieron a entrevistarse hasta el año 1864.

Mientras tanto la reacción había avanzado en todas par­tes. En mayo de 1849, una sublevación en Dresden hizo que los revolucionarios se adueñaran de la ciudad; dominaron durante cinco días, estableciendo un gobierno revolucio­nario. Bakunin era el alma de la defensa que hicieron contra las tropas prusianas. Pero fueron vencidos y al fin Bakunin fue capturado cuando intentaba escaparse con Heubner y Richard Wagner, quien, afortunadamente para la música, no fue capturado.

Empieza ahora un largo período de encarcelamientos por muchas cárceles de varios países.

Bakunin fue condenado a muerte el 14 de enero de 1850, pero su sentencia fue conmutada después de cinco meses y fue entregado a Austria, que pretendía el privilegio de castigarle. Los austríacos, a su turno, le condenaron a muerte en mayo de 1851, y otra vez su sentencia fue con­mutada por la de prisión para toda la vida. En las cár­celes austríacas llevaba cadenas en las manos y los pies, y aún más: en una estuvo encadenado al muro por la cin­tura. Parece que había un placer personal en castigar a Bakunin, pues el gobierno ruso, a su tiempo, pidió su ex­tradición a los austríacos, que se lo entregaron. En Rusia estuvo detenido, primero en la fortaleza de Pedro y Pablo y después en la de Schlusenburg. Allí padeció el escorbu­to, cayéndosele todos los dientes.

Su salud quedó completamente aniquilada y le fue casi imposible asimilar alimentos. “Pero si su cuerpo se había debilitado su espíritu aún se conservaba inflexible. Temía, sobre todas las cosas, encontrarse un día rendido por el sufrimiento extenuante de la cárcel a una condición de degradación de la cual Silvio Pellico es un ejemplo conocido. Temió que dejaría de odiar, que sentiría apagarse en su corazón el sentimiento de rebeldía que le sostenía, que acabaría perdonando a sus perseguidores y sometiéndose y resignándose a morir. Pero este miedo era sin fundamen­to, pues su energía no le abandonó un sólo día y salió de su celda exactamente igual que cuando entró” (3).

Después de la muerte del zar Nicolás, hubo una amnis­tía para muchos de los presos políticos, pero Alejandro II borró con su propia mano el nombre de Bakunin de la lis­ta. Cuando la madre de Bakunin logró tener una entre­vista con el nuevo zar, éste le dijo: “Tiene usted que sa­ber, señora, que mientras viva su hijo no podrá nunca ser libre”. A pesar de esto, en el año 1857, después de ocho años de prisión, fue enviado, con una relativa libertad, a Siberia. Desde allí, en el año 1861, logró escapar al Japón, y después, a través de América, llegar a Londres. Había sido encarcelado por su hostilidad frente a los gobiernos; pero, ¡cosa rara!, sus sufrimientos no habían tenido el efecto intentado de hacerle amar a los que se los causa­ron. Desde este momento en adelante se dedicó a difundir el espíritu de la rebelión anarquista, sin ser detenido otra vez. Durante unos años vivió en Italia, donde fundó, en el año 1864, la “Fraternidad Internacional” o la “Alianza de Socialistas Revolucionarios”. En esta asociación se alis­taron hombres de muchos países, pero, al parecer, ninguno de Alemania.

Se dedicó, en Italia, principalmente a luchar contra el nacionalismo de Mazzini. En el año 1867 se marchó a Sui­za, en donde el año siguiente colaboró en la organización de la “Alianza Internacional de la Democracia Socialista”, de la cual él redactó el programa. Este programa da un sucinto y buen resumen de sus opiniones.

“La Alianza se declara atea; desea la abolición definiti­va y absoluta de las clases, la igualdad política y la igua­lación social de los individuos de ambos sexos. Desea que la tierra, los instrumentos de trabajo, como todo capital, sean propiedad colectiva de la sociedad entera, no pudiendo ser utilizados más que por los trabajadores, es decir, por las asociaciones agrícolas e industriales. Reconoce que todos los Estados existentes actualmente, políticos y auto­ritarios, reduciéndose más y más a las funciones mera­mente administrativas de los servicios públicos en sus paí­ses respectivos, tienen que desaparecer en la unión universal de las asociaciones libres, tanto agrícolas como industriales”.

La Alianza Internacional de la Democracia Socialista quiso hacerse una sección de la Asociación Internacional.


Notas

1.- “Meditaciones de un místico chino”. Selecciones de la filosofía de Chuang Tzu. Con una introducción por Lionel Giles, M. A. Coxon, “La sabiduría del Este”. Serie John Murray, 1911, páginas 66-68.-.

2.- Un relato de la vida de Bakunin se halla, desde el punto de vista anarquista, en el volumen II de la edición completa de sus obras: Michel Bakounine, Oeuvres, tome II. Avec une notice biographique, des avant-propos et des notes, par James Guillaume, París, P. V. Stock, Editeur, pp. V. LXIII.

3.-Ibid, p. XXVI.


*Este texto es el capítulo II del libro “Los caminos de la Libertad, de Bertrand Russell, que está dedicado a Bakunin. Bertrand Russell nunca se dijo anarquista, pero siempre sintió una simpatía especial por nuestras ideas, las cuales estudió con particular atención y cariño.