Jerez es una ciudad de más de 200.000 habitantes. El poder adquisitivo, medio-bajo con respecto al resto de España. Un desempleo sostenido de más del 30% en las últimas décadas. Una enorme desigualdad entre barrios ricos y pobres. Es foco de un turismo estacional, que no es de playa pero sí estival, con algunas fechas marcadas en el calendario del año como la Feria, el Mundial de Motos o el Festival Flamenco, además de otras fiestas y atractivos que atraen a vecinos de localidades cercanas, desde centros comerciales hasta un zoológico, y es zona de paso por el aeropuerto y la red ferroviaria. Y es, también, una ciudad en la que caben siete casas de apuestas. “La octava, en camino”, señala María (nombre ficticio).
Su historia es la de una enorme precariedad laboral. Trabajadora de bares, hoteles y restaurantes, echó el currículum en una de esas casas de apuestas. Una entrevista de diez minutos y para dentro, la misma tarde. Las condiciones laborales se convirtieron en leoninas desde el primer momento. Apenas descansaba uno de cada tres fines de semana. Turnos de 12 horas. 100 euros por debajo del salario mínimo, aunque llegaba a fin de mes por las propinas. No todo el mundo aguantaba. Otras compañeras (todas mujeres) lo han hecho menos en los meses posteriores. Ella fue casi una veterana con algo más de seis meses de trabajo. “A mí nunca se me han caído los anillos por trabajar”, cuenta. Sin días de descanso, todo estalló cuando pidió una efeméride para librar. “Me metió en el office y me puso vestida de limpio”. Le había dicho que, entonces, iba a empezar a trabajar sólo las horas que aparecían en su contrato. Cuando fue a pedir una hipoteca, se dio cuenta de que en éste sólo rezaban 12 horas semanales. El resto, no. Fue, por eso, despedida, asegura.
Y son los abusos laborales las que la llevaron a decir basta. “Se acabó ya la explotación”. Hace unos días, perdió un juicio en el que se le reconoció como despido improcedente, pero no por todas aquellas horas. “Fui con testigos”, indica. Y un potente atestado, que da pie a que explique todo lo que ha vivido y visto dentro de aquella sala de apuestas. En concreto, hubo un incidente. El trato con los clientes debe ser cercano, amable, cariñoso, viene a decir María. Eso sí, hay límites. Llamarla “reina mía” y echarse encima de ella, mientras el cliente estaba muy borracho, propició que pidiera que se marchara. No sin dar problemas, acabó fuera del local. Y el cliente llamó a la Policía. Levantaron acta de que el local estaba abierto de madrugada. Eran las cinco de la mañana. “Teníamos la orden de que si venía la Policía, había que apagar las luces y quitar la música”. Dos chavales se fueron del local porque se asustaron al ver la situación y fue cuando los agentes comprobaron las entradas. “La administración te puedo decir que no me ha ayudado nunca”. En aquella ocasión se puso la multa, asegura, pero no tuvo más consecuencias, y no valió para que el juzgado le diera la razón respecto a que demostraba, en el fondo, que trabajaba más de lo que se estipulaba en sus horas oficiales. En esas horas había unas 15 personas dentro. “Un descaro”.
Dentro, recuerda María, “a partir de las dos de la mañana se fumaba. Yo tenía contrato de camarera, pero hacía funciones de todo. No había seguridad, pero nos controlaban por cámaras. A una compañera, a las cuatro de la mañana, le llamaron la atención por pararse a cenar. Y la llamaron para preguntarle si no había que limpiar”. Esta chica duró “dos horas” en el empleo. En los meses que María trabajó, calcula que entraron y salieron unas 50 compañeras. Todas mujeres, claro. Para los clientes son las “niñas”. “El 95% de los que juegan son hombres”. Pasan la noche bebiendo, apostando. A largo plazo, siempre, por ley de probabilidades, perdiendo dinero. Mucho, en algunos casos. “Es una droga”. Y allí vio a dos tipos de adictos, de ludópatas. Los “calladitos” y los que dan “golpes a la máquina”. Los primeros son personas tristes, dice. Todos buscan la emoción. “Había un profesor que se pasaba allí conmigo toda la madrugada. me decía ‘ponme una tostada y un café cargado que no entro hasta las diez'”. Le apena recordarlo. Vio cómo caían en la eterna trampa de la suerte. “Un chaval quería incluso celebrar su cumpleaños allí”. El de los 18. “Le dije que no, que por lo menos tenía que venir dos horas más tarde, porque allí todavía no podía estar”. Chicos que han apostado en casa, sin control. “Tú piensa que por un euro puedes ganar 36 en la ruleta. Imagínate que sale con un euro y le toca. Echa el fin de semana”. Es la falsa sensación del ganador.
Otra práctica ilegal que denuncia es la de “sacar dinero con el datáfono”. Ha llegado a hacerlo con miles de euros. Sacas de la caja el cobro. “Tienen que estar como en su casa, que si quieren una coca cola, una cerveza, un cubata, se lo tomen, con su música tenue, como si no pasaran las horas allí dentro”. No son apuestas deportivas las reinas. “Se ponía a lo mejor el Barça-Madrid, o algún combate de boxeo, pero todo era en la ruleta”. Apuestas de hasta 40.000 euros. Perdidas. “He visto a una madre con su bebé en la puerta esperar a que él saliera de jugar. Un día, a una mujer llevarse a su marido después darle a él un tortazo, y volver a los 10 minutos para seguir jugando”. Es la droga del siglo XXI, según los expertos. Como el caballo de los 80. Y no falta el consumo de drogas en el interior, aunque en esos asuntos, mejor no entrometerse. Es el círculo de perder y apostar más para recuperar pérdidas, sentirse el rey, el más listo. La cocaína. El dinero. Las noches sin dormir. “Yo he tenido gente allí que ha venido de lunes a domingo sin parar”, cuenta.
Ahora está fuera de ese mundo. De los nervios del comienzo de la entrevista, donde pide por favor y acude acompañada que no se dé su nombre, al final no queda más que algún cigarro después del trago. De denunciar su situación laboral, de contar lo que vio allí. Accedió a hablar después de pensárselo, pero la Comisión del Juego, la administración pública, ha mirado para otro lado. “No sé por qué, pero esta gente parece que los tienen comprados o algo, yo no me lo explico. Cuando entro por allí piensan lo mismo ya está ésta aquí otra vez”. Y no se explica que muchas cosas que son secretos a voces, no se regulen. “Hay siete casas de apuestas en Jerez… Y la octava está en camino”.
Fuente: Pablo Fdez. Quintanilla. "La Voz del Sur"