Cada vez son más las personas jóvenes que se acercan al juego. Los menores de 34 años ya suponen la mitad de personas que juegan online, seis de cada diez que hacen apuestas deportivas en locales y siete de cada diez que van a salones de juego. Lo habitual es que los jugadores lleguen a los locales como un plan entre amigos, pero en algunos casos acaban desarrollando la adicción. ¿Cómo se percibe el juego por parte de la juventud y de qué formas se acercan a él? Es la pregunta a la que los autores del informe ¿Qué nos jugamos?, realizado por la cooperativa de investigación Indaga, coordinado por Sociológica Tres y supervisado por Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud FAD han intentado dar respuesta.
Entre las conclusiones de la investigación se destacan algunas consecuencias del crecimiento exponencial del juego con dinero: antes de la legalización del juego online, la población menor de 26 años representaba el 0% de los casos de la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados (FEJAR), mientras que en 2015 pasaron a ser el 44%. A pesar de lo alarmante de las cifras, todavía quedan procesos por entender: qué dinámicas se establecen dentro de los locales de apuestas, por qué se ubicaban mayoritariamente en barrios pobres y cuál es la relación entre el juego presencial y el online.
Casilla de salida y trampas
“Empecé a jugar con 16 años, tenía unas amistades un poquito más mayores que yo (...) y me comentaron que en el salón de juego se ganaba dinero”, especifica uno de los testimonios utilizados en la elaboración del estudio, una persona con ludopatía en rehabilitación que añade que el plan pasó a configurarse como “una forma de ocio alternativo” de fin de semana. Christian Orgaz, miembro de Indaga y coautor del estudio, hace alusión a lo legitimado que están los bares como espacios de socialización para explicar la importancia de las barras en los locales: “Permite hibridar mucho mejor ese ámbito socialmente aceptado de consumir alcohol con la posibilidad del juego: antes se iba a ver un partido, ahora a la casa de apuestas”.
De la investigación se deduce que hay tres opciones sobre el juego desde una perspectiva económica: que no sea un trabajo —sino que sea ocio—, que sea una forma de trabajo —jugadores profesionales, minoritaria— y que, de forma inconsciente, se esté trabajando para la máquina —enfermedad—. “El problema es que esto es un proceso, y tú puedes creer que estás en uno y estás en otro”, apunta Orgaz. El investigador habla en este punto del concepto de la recompensa que produce permanecer en la 'zona de juego': “Un ludópata no es que no acepta que pierda, es que no acepta que termina la partida. Él sabe que ha perdido, pero como permanece en la zona, va a intentar recuperarlo”. En este punto, el doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) hace alusión a la parte del dossier que desarrolla cómo se diseñan los locales —la distribución, el tipo de luces...— para que “la gente permanezca el mayor tiempo posible en la zona de juego”.
También en la modalidad online se siguen estrategias, como utilizar caras conocidas en los anuncios, elegir interfaces similares a plataformas como Netflix y emplear eslóganes de compleja retórica, valora Orgaz. Esto, sumado al hecho de poder jugar con dinero simulado y sin necesidad de registro, facilita que cualquier persona de cualquier edad —también menor— pueda jugar “e incluso desarrollar un hábito”, concreta.
¿Quiénes juegan y dónde?
La inmensa mayoría de jugadores son hombres: 82% en el caso del juego online, 84,5% en máquinas tragaperras, 85,7% en las apuestas deportivas de locales y 67,3% en salones de juego. Sin embargo, entre 2014 y 2018 se incrementó el número de mujeres jugadoras: “Hay más hombres porque el nuevo nicho de negocio, tal y como se ha planteado hasta ahora, ha venido muy asociado a valores típicos de la masculinidad y los mandatos de género (apostar, arriesgar...), pero en la medida en la que el nicho de negocio se vaya instalando y diversificando, es probable que haya un mayor acceso por parte de las mujeres”, vaticina Orgaz.
La ubicación de los locales es significativa: quitando los centros urbanos, es en los barrios pobres donde se concentra un mayor número de locales. “El usuario (jugador) y la terminal (máquina) conforman una unidad de producción para el empresario: responde a las lógicas de capital que esto se haya convertido en un negocio, pero, ¿por qué los pobres juegan más, si son los ricos los que tienen más dinero?”, cuestiona Orgaz.
Sobre éxitos y ganancias
Para responder a la pregunta, el investigador recuerda que toda la población hemos sido socializada en una meta cultural: el éxito. Y el éxito se traduce en dinero. “Hemos enseñado a todas las capas sociales a que aspiren al éxito sin que todos los grupos sociales tengan los mismos recursos para hacerlo”, apunta Orgaz. “Las clases sociales bajas no tienen acceso a medios institucionales, al trabajo, y vivimos en una sociedad donde los trabajos son cada vez más precarios y existen trabajadores pobres, por lo que la idea de trabajo ergo dinero se ha roto”.
En la actualidad, más que los bancos—señala el estudio—, son las casas de apuestas o de juego el lugar donde obtener la promesa de dinero fácil y rápido, “porque es donde el intercambio de dinero se hace más material y visible y, por tanto, donde parece menor la distancia entre la meta cultural y el medio para acceder a ella”. “Cuando no tienes vías para llegar a la meta cultural, la única forma que ves que tienes es por un golpe de suerte”, apoya Orgaz. “¿Y quién representa mejor en esta sociedad la suerte? Las casas de apuestas”. Las clases bajas las ven en el juego de azar una vía para salir de la pobreza, para alcanzar el éxito.
Jóvenes: más expuestos
El casi 40% de paro juvenil en España puede ayudar a entender por qué el juego es una opción cada vez más recurrente entre los jóvenes como una vía de conseguir ingresos. “Los jóvenes, estando socializados en el trabajo, no encuentran la fórmula de desarrollar un trabajo”, expone Orgaz. A ello se añaden más factores que hacen que los jóvenes estén especialmente expuestos al juego, valora el investigador: la frecuencia con la que usan unas redes sociales “que funcionan por un sistema de gamificación que genera adición por diseño”, el hecho de que las plataformas se enfoquen a este público, la ruptura entre cuáles son los medios institucionales y la fuerte interiorización de la meta cultural del éxito (es decir, el dinero).
Durante sus jornadas en locales de juego, a Orgaz le sorprendieron varias cosas: las relaciones que se creaban frente al estereotipo de jugador ludópata solitario —que también los hay, matiza— y cómo los jugadores compartían las ganancias entre ellos para seguir jugando. Pero también cómo los locales se convierten en una forma de ocio alternativa de jóvenes que no encuentran su espacio en otros lugares porque han sido expulsados de ellos: “Lo que está sucediendo en las casas de apuestas de barrios pobres es que son un espacio de socialización para personas que han sido expulsadas del resto de espacios de socialización de blancos y clase media”, expone el sociólogo. “No se puede estar en la plaza bebiendo cerveza, pero en la casa de apuestas puedes hacerlo; hace frío en la calle y no tienes dinero para entrar en determinados sitios, pues en la casa de apuestas puedes estar...”.
Para determinada gente, resume Orgaz, la casa de apuestas es “un centro social”. Y eso, concluye, “debería hacernos reflexionar sobre cómo son las lógicas de exclusión social” hacia determinados grupos.
Fuente: artículo de Lis Gaibar. "El Salto"