Con toda la parafernalia que suele reunir el ejército en sus performances, reyes, princesas y espadones incluidos, se ha dado el pistoletazo de salida al primer submarino producido por Navantia para la Armada española.
Ha sido un acto del que la prensa militante y aplaudidora se ha hecho eco exaltando el hito de la industria y el desarrollo Made in Spain, que ha conseguido un submarino de diseño, tecnología y producción autóctonos, lo que nos dotará del arma más moderna del mundo en materia de sumergibles no nucleares y permitirá un nuevo nicho de negocio con la exportación a cualquier país con costa donde poner un cachivache de estos.
Pero al diseño y producción de este submarino la ha acompañado la controversia desde que se acordó en el año 1996 poner en marcha el proyecto (que debía estar en el mar en 2012) hasta el momento actual. Puede ser que recordar a estas alturas de la película las peripecias que ha sufrido el proyecto no resulte casi necesario, pues todo el mundo conoce, con mayor o menor precisión, las sucesivas chapuzas de diseño y el tremendo despilfarro que, cual moscas cojoneras, han acompañado a la campaña de propaganda del submarino «españó».
Un proyecto entre la chapuza y el despelote.
Me deberá excusar el respetable, pues seguramente no desvelaré nada nuevo, pero voy a narrar, si es que me acuerdo, el largo proceso de producción de este artefacto.
El origen se encuentra en la soberbia de AZNR (Dios me ampare por pronunciar el tetragramatón en vano).
Antes de Aznar, España compartía un proyecto de producción de submarinos para la armada española con Francia. Era un proyecto que compartía las patentes y que produjo los submarinos S-60 (ya dados de baja) y S-70. En los años 90 IZAR (la empresa pública matriz de la que salió luego NAVANTIA) y DCNS (la empresa pública francesa) lanzaron de manera conjunta los submarinos Scorpène para ganar cuota en el mercado internacional.
Pero el susodicho don José María, con su ya conocida y característica sagacidad, tomó la decisión de dar la patada en el culo a los franceses y buscarse la manera de fabricar submarinos propios (y no repartir ganancias).
Los franceses le vieron venir y llevaron el intento a los tribunales internacionales, donde, ante el riesgo de indemnizaciones multimillonarias, Aznar plegó velas y decidió que los nuevos submarinos españoles no llevarían ni un solo tornillo de la tecnología y las patentes de los Scorpène y que serían de tecnología purasangre española.
Entonces vendieron la idea de que la industria española era mayor de edad y capaz de hacer un submarino propio sin contar con nadie y con todas las capacidades españolas y muy españolas y mucho españolas.
Al proyecto se le dotó de un presupuesto inicial de 1.796 millones de euros con la idea de botar cuatro submarinos en 2012. Luego por unas cosas y otras (pila de combustible, motor eléctrico, vela, dimes y diretes) el presupuesto fue creciendo hasta que en 2012 se llevaban gastados 2.134 millones de euros y el submarino ni estaba ni se le esperaba, porque por pequeños fallos de diseño, cuando ya se llevaba construido el primer prototipo en un 71%, tenía problemas de flotabilidad, lo que viene siendo que si lo ponían en el mar se iba a pique y no flotaba.
Todo este dineral, dicho sea de paso, se pagó con créditos anticipados por el Ministerio de Industria a NAVANTIA a interés cero (lo que viene siendo que la depreciación de la moneda el día que se devuelva la pagamos los de siempre de nuestros impuestos) y a devolver cuando se entregaran los submarinos, con lo que se evitaba, además, que estos anticipos computaran como gasto militar.
Para arreglar el desaguisado, España encargó a la estadounidense Electric Boat (una empresa dependiente de General Dynamics) un informe técnico que ofreciera una solución para seguir el proyecto adelante por el pequeño gasto de más de 14 millones (alguna fuente dice que casi 120 millones), con la ocurrente solución (que por cierto podría haber dado cualquier estudiante de bachiller) de alargar siete metros el casco del cacharro para que se produjera el milagro de hacer flotable el submarino por el temido principio de Arquímedes que afirma que un cuerpo total o parcialmente sumergido (pongamos por caso un submarino) en un fluido (digamos un mar) en reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso del fluido desalojado.
En 2014, y para tan brillante solución, se autorizó otro crédito extraordinario de 759 millones de euros más y la idea de botar los submarinos como muy tarde en 2017.
Con este chute económico, NAVANTIA pudo iniciar el arreglo de lo mal hecho y los acabados de lo que faltaba, pero, oh casualidad, como ya no servían ciertos componentes diseñados para un submarino con menos peso (motores, sistema de propulsión, etc.) por lo que se tuvieron que comprar otros nuevos y renunciar a alguna de las mejoras (por ejemplo el sistema de propulsión AIP que había justificado desprenderse de los Scorpène, que para entonces ya contaban con el diseño de nuevos prototipos con dicho sistema de propulsión).
Y como era de esperar, el cálculo inicial de producir cuatro submarinos lo hicieron a la baja y tuvieron que dotarse de nuevos créditos, además de, en la medida en que la fabricación de los submarinos no se ajustaba a los plazos, pagar por mantener a flote los submarinos en servicio, lo que supuso nuevos sobrecostes, tanto para la producción del submarino, que ha alcanzado los 4.000 millones de euros, como para reparar los submarinos obsoletos y acondicionar los hangares donde se fabricaba el nuevo submarino y el puerto del que se amarrará (que por el aumento del aparato se quedaban pequeños y no cabía), para lo que se autorizaron créditos extra por importes de 42,6 millones de euros en 2014, 120 millones en 2016, y un suma y sigue que nos pone en cerca de 300 millones hasta la fecha.
No es todo, porque en 2017, una vez obtenido uno de los últimos chutes económicos para fabricar los submarinos, el almirante De la Puente, uno de los capitostes del invento, afirmó que, solucionado el diseño y sobrepeso del submarino, los primeros prototipos se entregarían en 2021, aun que para ello faltaban «los incentivos económicos para seguir avanzando en la construcción».
Y en estas, nos situamos en 2021. Han pasado 35 años desde la iluminación de Aznar, 17 años desde el inicio de la producción de los submarinos. Estamos 9 años después de que en teoría debieran estar entregados cuatro submarinos Made in Spain. Contamos con un gasto de unos 4.000 millones de euros de coste directo, más otros al menos 300 millones de euros de costes indirectos para mantener a flote los submarinos vetustos, acondicionar el hangar donde se produce el submarino, pagar asesores externos y dar entrada a más de 80 empresas extranjeras en fabricar un submarino que se suponía que iba a ser íntegramente tecnología española.
El submarino (y aquí hay decimos bien, porque de momento sólo se ha fabricado uno de los cuatro previstos y se desconoce el coste que tendrán los otros tres que faltan) aún no se ha entregado a la Armada (lo que quiere decir que todavía aumentará más el gasto), pero ya lo han "inaugurado" con princesa y todo.
Un fracaso sin parangón.
La justificación de emprender este proyecto fue la de conseguir un submarino de tecnología española para que no dependiéramos de nadie a la hora de fabricar nuestros sistemas de armas y la de poder vender este submarino, una vez fabricado y contrastado, a cualquier postor que quisiera dotarse de tales armas.
El enorme valor añadido que incorporaba era su sistema de propulsión AIP, en teoría único en los submarinos de su clase.
El diseño permite lanzar misiles Tomahawk.
Se suponía que otro atractivo era su precio original, 1.700 millones de euros.
Tenía un enorme potencial de venta.
Pero ninguna de estas promesas se ha cumplido en el camino:
Tuvieron que dar entrada a tecnología de otros países y a más de 100 empresas extranjeras, incluso para que les explicaran los principios de Arquímedes y el submarino flotara.
El diseño AIP no se incorporará en los dos primeros submarinos que se entreguen y se hará después, cuando sean reparados (lo que, dicho sea de paso, supondrá nuevos gastos militares)
España no cuenta con autorización para utilizar misiles Tomahawk, pero en el caso en que se autorice algún día, supondrá otro importante compromiso de gasto militar.
El gasto de producir estos submarinos ha sido monumental, multiplicando por más de 2 el gasto presupuestado inicialmente y con un pozo sin fondo porque no se conoce el coste final, dado que no se ha construido más que el primero de los cuatro previstos, se ha hecho sin incorporar el sistema de propulsión que se supone que lo dota de valor añadido y sus sistemas de armas aún están por concretar
No se tiene claro si será posible vender un submarino no contrastado, que ha tenido tantos y tan conocidos problemas y del que se desconoce el precio final, cuando existen en el mercado otros «competidores» con precios muy ajustados, características similares y mucha más experiencia en un mercado que, dicho sea de paso, aunque mortífero está muy acotado.
Una deuda inmoral
Todo este chorro de pasta gastado en los famosos submarinos españoles ha salido de las arcas públicas por medio de créditos concedidos por el ministerio de industria a interés cero, a los que se ha ido incrementando una y otra vez para sostener la fabricación insostenible de un arma que, además, no necesitamos para nada.
Prueba de ello es que los submarinos de los que contaba España, y a pesar del dineral gastado en mantenerlos a flote, se han ido dando de baja desde 2012 en adelante, siendo la realidad que actualmente sólo hay uno en activo, y con muy poco uso, y no pasa nada porque España no tiene enemigos (lo dice así su propia directiva de defensa) ni nadie frente a quien pueda hacer uso de un submarino.
Y entonces ¿a quién beneficia la producción de los submarinos?
Pues en primer lugar a la industria militar y a la empresa estatal NAVANTIA, prácticamente en quiebra técnica, como hemos denunciado en otros post de esta página, y que solo es viable exportando armas y esquilmando presupuestos públicos.
En segundo lugar a nuestra casta política que se campanea por el mundo enarbolando la bandera de la venta de armas.
En tercer lugar al complejo de puertas giratorias e intereses cruzados del complejo militar industrial.
Y por último al «prestigio» del ejército, porque parece que tener submarinos, aunque no se necesiten para nada, igual que tener portaviones, puntúa alto en el ranquing de ejércitos del mundo.
Pero ese beneficio de unos pocos se hace a costa del sacrificio de la sociedad, a la que le sangraron en este caso más de 4.000 millones de euros mientras las necesidades sociales superan con mucho esa cantidad escatimada.
Por tanto, estamos ante un caso de deuda inmoral, precisamente una deuda que ha sido contraída en nuestro nombre pero sin contar con nosotros, en contra de nuestros intereses, en contra de la paz mundial, y a favor de unos pocos y de sus negocios.
El cuento del mercado internacional
La previsión que nos han vendido es que en los próximos 20 años hay un nicho de mercado de 40.000 millones de euros que se supone que van a gastar los diferentes ejércitos del mundo en comprar o reemplazar sus submarinos, y que en ese nicho los S-80 pueden encontrar una porción de negocio.
En el caso de que así sea, no es una buena noticia, pues supone que contribuiremos al rearme y a la conflictividad internacional.
Si juzgamos por nuestros actuales clientes mundiales en materia de armas, no nos caracterizamos por la decencia ni el cuidado en cuanto al uso que vayan a hacer de las armas nuestros clientes. Tenemos el caso sangrante, por ejemplo, de Arabia Saudí, a quien llevamos vendida una significativa cantidad de armamento que se está utilizando en las guerras promovidas por este reino.
Lo mejor que le puede pasar al mundo es que no produzcamos más armamento para incentivar más guerras. Y, dicho sea de paso, lo mejor que le puede pasar a nuestra sociedad es que no se haga cómplice de tal desmán.
Por si cabe duda, también es lo mejor que le puede pasar a los trabajadores españoles el no mancharse las manos en la preparación de la guerra y exigir trabajo decente y solidario.
Ahora bien, tampoco desde el punto de vista que promete el Estado con su énfasis en producir submarinos, no está claro tampoco que los submarinos españoles tengan el nicho de mercado que se dice y la supuesta proyección para la venta es otra de las grandes mentiras propagandísticas de nuestra industria militar para justificar que el Estado destine un chorro de dinero a su negocio.
Y ello por varias razones que explicamos para desvelar la gran mentira que hay detrás de todo esto:
Primero, porque en el mismo mercado existen otros competidores acreditados que han surtido hasta ahora de submarinos convencionales similares al que España quiere vender (Alemania con el 212, del que ha dotado a las armadas, por ejemplo, de Portugal, Grecia, Australia, Alemania, Italia, Turquía, Corea y con un amplio catálogo de clientes; Francia con el Scorpène ( que vende a Brasil, India, Chile, Malasia, compromisos con Marruecos, entre otras; Suecia, con el Gotland sueco, del que cuentan en arriendo varios en la marina de EEUU; los submarinos rusos, etc.) y con precios competitivos, pro debajo de los 350 millones de euros.
Segundo, porque para competir en precio con estos grandes competidores hay dos opciones: o se venden por una cantidad muy inferior y sin la tecnología AIP (en este caso hablamos de submarinos que pueden estar en los 150 millones de euros por unidad) o si queremos vender con esta tecnología hay que comenzar por tenerla (de momento el primer submarino no cuenta con ella) y, en segundo lugar, estará más limitada la posible venta (por ejemplo, Israel y EEUU tienen vetada la venta de este tipo de tecnología para submarinos a los países del Magreb y del Sur del mediterráneo).
Tercero, para recuperar el gasto que hasta ahora se ha provocado a las arcas públicas para construir la tecnología S-81 Plus, más de 4.000 millones de euros, habría que vender una cantidad inmensa de submarinos, de los que sólo un porcentaje del precio podría ir a amortizar este dineral, pues el resto se debe aplicar a los costes de producción.
Pero es imposible vender una cantidad inmensa de submarinos porque la realidad es que, desde un enfoque militar, los ejércitos no tienen, ni prevén tener, ni se necesita, una cantidad inmensa de submarinos.
Por poner un ejemplo orientativo, la principal potencia en submarinos, EEUU, tiene en total 70 submarinos entre nucleares (15) y convencionales. Le sigue Rusia con 56 en total, Reino Unido, con 7 nucleares y 5 convencionales, Francia, la cuarta, con 6 nucleares y 2 convencionales; India, con 18 convencionales, Japón, con 16 convencionales, Alemania, con 12 convencionales.
Ninguna de las principales potencias submarinas va a comprar ningún submarino español por la sencilla razón de que tienen producción propia y son a su vez de los principales exportadores mundiales.
Por tanto, ni los submarinos españoles son tan competitivos como nos indican, ni están tan contrastados como los de sus competidores, ni el nicho de mercado es tan amplio como se indica, ni la recuperación de los más de 4.000 millones de euros gastados puede recuperarse, amén del coste de producción, sino con una venta muy significativa de submarinos, lo que no parece realista.
Juan Carlos Rois, Antimilitaristas Tortuga.