'Tras Franco, los sindicatos domesticaron al movimiento obrero'
César Alberto Rosón Ordóñez, que fuera secretario regional de la CNT en 1977, relata los pormenores de la gran huelga de la construcción en Asturias de ese año en el libro “La huelga de la construcción asturiana en la transición española”, “Los sindicatos cumplieron el papel moderador que permitió frenar el movimiento obrero e introducir las reformas económicas estabilizadoras”, sostiene el autor.
El papel del movimiento obrero en la transición española ha sido infravalorado, sostiene César Alberto Rosón Ordóñez (Olloniego, 1954), autor del libro «La huelga de la construcción asturiana en la transición española», que acaba de editar la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo (Madrid, 2004). Rosón Ordóñez, que en 1977 era secretario regional de propaganda y formación de la CNT en Asturias y en la actualidad trabaja en Madrid como administrativo en una empresa fabricante de latas para bebidas, sostiene, a través del estudio de aquella magna huelga, que afectó a 30.000 familias asturianas durante cien días en 1977, que los partidos de izquierda y los sindicatos identificados con tales fuerzas políticas cumplieron el papel de frenar el combativo movimiento obrero español en el contexto del pacto social que alumbró un modelo de transición posfranquista fundamentada en la evolución y no en la ruptura. A su juicio, «los sindicatos cumplieron el papel moderador que permitió frenar el movimiento obrero e introducir las reformas económicas estabilizadoras y restrictivas que imponía el deseado ingreso en la Unión Europea». «Para entrar en la entonces CEE eran necesarios los sindicatos, que a su vez cumplieron la función de moderación salarial, que era la única alternativa que veía el capital para sobrevivir», agrega el autor.
Rosón Ordóñez era, a comienzos de 1977, uno de los dos únicos afiliados que la CNT tenía en el sector de la construcción de Asturias, en el que empezó a trabajar como peón con el fin de promover la implantación del sindicato libertario en ese sector de actividad. Su obra «La huelga de la construcción asturiana en la transición española» reconstruye documentalmente el movimiento huelguístico que paralizó el sector durante más de tres meses y del que él mismo fue uno de sus protagonistas. El autor trabajó tres años en este libro, sirviéndose de textos originales de la época (manifiestos, comunicados de asambleas, notas manuscritas, etcétera) y de una laboriosa inmersión en las hemerotecas.
La huelga, que constituyó uno los hitos sociolaborales del período inmediatamente posterior al franquismo en Asturias, se produjo como consecuencia de la negociación del convenio colectivo. Los sindicatos aún no habían sido legalizados, pero ya estaban tolerados. «El Gobierno de la UCD ya mantenía negociaciones con la Coordinadora de Organizaciones Sindicales (COS), que agrupaba a UGT, CC OO y USO, pero la COS estaba en crisis por los enfrentamientos internos entre CC OO, que era la fuerza mayoritaria, y UGT. Ambos pugnaban entre sí por controlar el espacio político y sindical. A consecuencia de esa división, en vez de plantear una sola plataforma reivindicativa, hubo división, y eso permitió abrir una vía para que el protagonismo lo asumieran las asambleas de trabajadores, desbordando de este modo a los sindicatos. En CNT defendimos la autonomía obrera y el protagonismo de las asambleas. Al cabo de cien días de huelga, se lograron todas las reivindicaciones. CNT pasó en ese tiempo de 2 a 400 afiliados en el sector de la construcción porque logramos un gran prestigio», asegura Rosón 27 años después.
A partir del análisis de las actitudes que mantuvieron las distintas fuerzas sindicales y políticas en aquella huelga, una de las más
importantes del período por su duración y por la extensión del colectivo laboral implicado, el autor concluye que los partidos de izquierda y los sindicatos afines realizaron una tarea de control y moderación del movimiento obrero español.
«Desde la crisis del petróleo de 1973 no se habían tomado medidas económicas estabilizadoras, que era condición para entrar en la entonces Comunidad Económica Europea. En ese empeño se consideró fundamental implicar a los sindicatos para que controlasen un movimiento obrero, que entonces era uno de los más combativos de Europa, y con un protagonismo que no había tenido en el franquismo, pero que estaba desorganizado. El capital y el Gobierno no tenían interlocutor y lo necesitaban, como precisaban frenar un movimiento obrero que en ese momento era muy combativo».
Según César Antonio Rosón, «la conflictividad laboral se había disparado a partir de 1976, y los partidos, los sindicatos, el Gobierno y la patronal se propusieron llegar a las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977, con la menor conflictividad posible. En la primavera de 1977 las huelgas aún eran numerosas, pero ya se estaba gestando el pacto social, cuyo colofón se producirá en octubre de ese año, con los pactos de la Moncloa».
El intento de desmovilización de la huelga asturiana de la construcción que persiguieron, según Rosón, fuerzas sindicales como CC OO, no se entendería, opina el autor, si no se analiza desde esta perspectiva y desde el papel desempeñado por el Partido Comunista de España (PCE) en el proceso de la transición: «Los sindicatos aceptaron hacer el trabajo de acabar con un movimiento obrero que tenía una combatividad y radicalidad enormes», señala César Alberto Rosón.
«La izquierda española no pensaba entonces en que al franquismo le sustituyese la actual monarquía democrática. Había otras opciones. Y el movimiento obrero no organizado era la punta de lanza en ese intento, que pasaba por la ruptura frente al modelo de reforma del franquismo, que fue el que finalmente se llevó a cabo». «En ese momento había grandes expectativas y todo estaba abierto. La alternativa de una monarquía democrática surge de las propias instituciones franquistas y fue posible por la connivencia del PCE, que era la única fuerza de izquierda con gran implantación en el movimiento obrero. En aquellas fechas había un gran desfase entre la España legal y oficial y la España real. Había libertades que, sin haber sido legalizadas, ya se estaban ejerciendo. La transición nace del propio franquismo porque, de no haberse acometido la reforma, el régimen de la dictadura hubiese caído violentamente por problemas internos y porque ya no se acomodaba a la realidad».
A juicio del autor, el pacto que entonces se alcanzó se basó en la opción reformista y moderada frente a la alternativa de la ruptura. «Sólo en ese contexto se entiende que dirigentes de CC OO con gran carisma reclamaran a los huelguistas de la construcción que depusieran la protesta», indica el entonces responsable de comunicación de la CNT asturiana. «La huelga prosiguió por la autonomía obrera que entonces existía y la determinación de los trabajadores. El entonces ministro de Trabajo, Jiménez de Parga, recibió a una comisión de trabajadores. La huelga terminó el 11 de julio con una resolución de la Delegación de Trabajo que accedía a todas las reivindicaciones: el salario mínimo del peón pasó de 400 a 732 pesetas, no hubo despidos y se cobraron las pagas extraordinarias íntegras, sin descontar los días de huelga. La resolución de Trabajo se produjo un día antes de la fecha señalada para que 22.000 familias emprendiesen una marcha a pie hasta Madrid».
Rosón concluye que tras los pactos de la Moncloa, de octubre, «desapareció el poder de las asambleas y los sindicatos tomaron la dirección, asumiendo el papel que hasta entonces había tenido el sindicato vertical del franquismo».
Publicado en: La Nueva España, 5 de julio de 2004.
El papel del movimiento obrero en la transición española ha sido infravalorado, sostiene César Alberto Rosón Ordóñez (Olloniego, 1954), autor del libro «La huelga de la construcción asturiana en la transición española», que acaba de editar la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo (Madrid, 2004). Rosón Ordóñez, que en 1977 era secretario regional de propaganda y formación de la CNT en Asturias y en la actualidad trabaja en Madrid como administrativo en una empresa fabricante de latas para bebidas, sostiene, a través del estudio de aquella magna huelga, que afectó a 30.000 familias asturianas durante cien días en 1977, que los partidos de izquierda y los sindicatos identificados con tales fuerzas políticas cumplieron el papel de frenar el combativo movimiento obrero español en el contexto del pacto social que alumbró un modelo de transición posfranquista fundamentada en la evolución y no en la ruptura. A su juicio, «los sindicatos cumplieron el papel moderador que permitió frenar el movimiento obrero e introducir las reformas económicas estabilizadoras y restrictivas que imponía el deseado ingreso en la Unión Europea». «Para entrar en la entonces CEE eran necesarios los sindicatos, que a su vez cumplieron la función de moderación salarial, que era la única alternativa que veía el capital para sobrevivir», agrega el autor.
Rosón Ordóñez era, a comienzos de 1977, uno de los dos únicos afiliados que la CNT tenía en el sector de la construcción de Asturias, en el que empezó a trabajar como peón con el fin de promover la implantación del sindicato libertario en ese sector de actividad. Su obra «La huelga de la construcción asturiana en la transición española» reconstruye documentalmente el movimiento huelguístico que paralizó el sector durante más de tres meses y del que él mismo fue uno de sus protagonistas. El autor trabajó tres años en este libro, sirviéndose de textos originales de la época (manifiestos, comunicados de asambleas, notas manuscritas, etcétera) y de una laboriosa inmersión en las hemerotecas.
La huelga, que constituyó uno los hitos sociolaborales del período inmediatamente posterior al franquismo en Asturias, se produjo como consecuencia de la negociación del convenio colectivo. Los sindicatos aún no habían sido legalizados, pero ya estaban tolerados. «El Gobierno de la UCD ya mantenía negociaciones con la Coordinadora de Organizaciones Sindicales (COS), que agrupaba a UGT, CC OO y USO, pero la COS estaba en crisis por los enfrentamientos internos entre CC OO, que era la fuerza mayoritaria, y UGT. Ambos pugnaban entre sí por controlar el espacio político y sindical. A consecuencia de esa división, en vez de plantear una sola plataforma reivindicativa, hubo división, y eso permitió abrir una vía para que el protagonismo lo asumieran las asambleas de trabajadores, desbordando de este modo a los sindicatos. En CNT defendimos la autonomía obrera y el protagonismo de las asambleas. Al cabo de cien días de huelga, se lograron todas las reivindicaciones. CNT pasó en ese tiempo de 2 a 400 afiliados en el sector de la construcción porque logramos un gran prestigio», asegura Rosón 27 años después.
A partir del análisis de las actitudes que mantuvieron las distintas fuerzas sindicales y políticas en aquella huelga, una de las más
importantes del período por su duración y por la extensión del colectivo laboral implicado, el autor concluye que los partidos de izquierda y los sindicatos afines realizaron una tarea de control y moderación del movimiento obrero español.
«Desde la crisis del petróleo de 1973 no se habían tomado medidas económicas estabilizadoras, que era condición para entrar en la entonces Comunidad Económica Europea. En ese empeño se consideró fundamental implicar a los sindicatos para que controlasen un movimiento obrero, que entonces era uno de los más combativos de Europa, y con un protagonismo que no había tenido en el franquismo, pero que estaba desorganizado. El capital y el Gobierno no tenían interlocutor y lo necesitaban, como precisaban frenar un movimiento obrero que en ese momento era muy combativo».
Según César Antonio Rosón, «la conflictividad laboral se había disparado a partir de 1976, y los partidos, los sindicatos, el Gobierno y la patronal se propusieron llegar a las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977, con la menor conflictividad posible. En la primavera de 1977 las huelgas aún eran numerosas, pero ya se estaba gestando el pacto social, cuyo colofón se producirá en octubre de ese año, con los pactos de la Moncloa».
El intento de desmovilización de la huelga asturiana de la construcción que persiguieron, según Rosón, fuerzas sindicales como CC OO, no se entendería, opina el autor, si no se analiza desde esta perspectiva y desde el papel desempeñado por el Partido Comunista de España (PCE) en el proceso de la transición: «Los sindicatos aceptaron hacer el trabajo de acabar con un movimiento obrero que tenía una combatividad y radicalidad enormes», señala César Alberto Rosón.
«La izquierda española no pensaba entonces en que al franquismo le sustituyese la actual monarquía democrática. Había otras opciones. Y el movimiento obrero no organizado era la punta de lanza en ese intento, que pasaba por la ruptura frente al modelo de reforma del franquismo, que fue el que finalmente se llevó a cabo». «En ese momento había grandes expectativas y todo estaba abierto. La alternativa de una monarquía democrática surge de las propias instituciones franquistas y fue posible por la connivencia del PCE, que era la única fuerza de izquierda con gran implantación en el movimiento obrero. En aquellas fechas había un gran desfase entre la España legal y oficial y la España real. Había libertades que, sin haber sido legalizadas, ya se estaban ejerciendo. La transición nace del propio franquismo porque, de no haberse acometido la reforma, el régimen de la dictadura hubiese caído violentamente por problemas internos y porque ya no se acomodaba a la realidad».
A juicio del autor, el pacto que entonces se alcanzó se basó en la opción reformista y moderada frente a la alternativa de la ruptura. «Sólo en ese contexto se entiende que dirigentes de CC OO con gran carisma reclamaran a los huelguistas de la construcción que depusieran la protesta», indica el entonces responsable de comunicación de la CNT asturiana. «La huelga prosiguió por la autonomía obrera que entonces existía y la determinación de los trabajadores. El entonces ministro de Trabajo, Jiménez de Parga, recibió a una comisión de trabajadores. La huelga terminó el 11 de julio con una resolución de la Delegación de Trabajo que accedía a todas las reivindicaciones: el salario mínimo del peón pasó de 400 a 732 pesetas, no hubo despidos y se cobraron las pagas extraordinarias íntegras, sin descontar los días de huelga. La resolución de Trabajo se produjo un día antes de la fecha señalada para que 22.000 familias emprendiesen una marcha a pie hasta Madrid».
Rosón concluye que tras los pactos de la Moncloa, de octubre, «desapareció el poder de las asambleas y los sindicatos tomaron la dirección, asumiendo el papel que hasta entonces había tenido el sindicato vertical del franquismo».
Publicado en: La Nueva España, 5 de julio de 2004.