La libertad individual y la igualdad social son dos principios fundamentales de los anarquistas. Para los anarquistas éstos dos principios son inseparables, o mejor, la aplicación práctica de uno de ellos es condición necesaria para la aplicación práctica del otro. Esto es una consecuencia de la situación de dependencia mutua en que se encuentran los seres humanos, de su sociabilidad, del hecho de no poder prescindir de la ayuda mutua que existe entre ellos. Según los anarquistas, la igualdad social es una condición necesaria para la manifestación de la diversidad que existe en el seno del género humano. Para los anarquistas, la desigualdad social es indisociable de la relación social de dominación, constituyendo un engranaje que cuestiona tanto la libertad de los dominados como la de los dominadores (el poder conquista a sus conquistadores). Lógicamente, la libertad de cada ser humano es entendida por los anarquistas no como una limitación, sino como condición de la libertad de los otros individuos humanos. En opinión de los anarquistas, la libertad absoluta es una abstracción, algo perteneciente al dominio de la teología.
De lo dicho anteriormente se deduce que, para los anarquistas, una asociación de seres humanos (económica, científica, artística, amorosa, etc.) debe basarse en el libre acuerdo y debe tener como finalidad la satisfacción de necesidades o la defensa de intereses comunes a todos sus asociados. No debe ser un fin en si misma, sino un medio del que se sirven igualitariamente todos sus componentes. Según los anarquistas, la sociedad humana debe tener como objetivo la felicidad de cada ser humano concreto, y no la mejora de las condiciones de vida de la mayoría, pretendidamente defendida por los demócratas.
No siendo, como ya se ha dicho, defensores de la libertad absoluta, los anarquistas asocian la libertad individual no sólo a la afirmación de la individualidad de cada ser humano y a la intervención directa, no mediatizada, de cada individuo en la defensa de sus intereses, sino también a la solidaridad y a la cooperación voluntaria, al fortalecimiento de la dimensión etico-social de cada individuo. A la vida social institucionalizada, o impuesta, una realidad indisociable de la desigualdad social, los anarquistas oponen la voluntad propia de los individuos, la unión por el libre acuerdo, la cooperación voluntaria, la solidaridad, la acción directa y, por supuesto, la igualdad social.
Teniendo en consideración los principios en que se basan los anarquistas, no es difícil comprender su postura en la cuestión del amor y la sexualidad. Siendo defensores de la libertad individual y de la igualdad social, los anarquistas no pueden dejar de oponerse a la familia-institución y a las relaciones sexuales basadas en la coacción, considerada bajo todas sus formas (religiosa, legal, económica, física, moral, psicológica, etc.), el amor libre, las uniones amorosas libres. Los anarquistas defienden que todas las personas, hombres y mujeres, deben poder afirmar su individualidad y actuar de acuerdo con su voluntad propia en todos las parcelas de su vida, incluido el ámbito del amor y la sexualidad. También en este ámbito, para los anarquistas la libertad es imprescindible. Éste es el aspecto fundamental de la postura anarquista sobre esta cuestión.
De lo dicho anteriormente se deduce que, para los anarquistas, una asociación de seres humanos (económica, científica, artística, amorosa, etc.) debe basarse en el libre acuerdo y debe tener como finalidad la satisfacción de necesidades o la defensa de intereses comunes a todos sus asociados. No debe ser un fin en si misma, sino un medio del que se sirven igualitariamente todos sus componentes. Según los anarquistas, la sociedad humana debe tener como objetivo la felicidad de cada ser humano concreto, y no la mejora de las condiciones de vida de la mayoría, pretendidamente defendida por los demócratas.
No siendo, como ya se ha dicho, defensores de la libertad absoluta, los anarquistas asocian la libertad individual no sólo a la afirmación de la individualidad de cada ser humano y a la intervención directa, no mediatizada, de cada individuo en la defensa de sus intereses, sino también a la solidaridad y a la cooperación voluntaria, al fortalecimiento de la dimensión etico-social de cada individuo. A la vida social institucionalizada, o impuesta, una realidad indisociable de la desigualdad social, los anarquistas oponen la voluntad propia de los individuos, la unión por el libre acuerdo, la cooperación voluntaria, la solidaridad, la acción directa y, por supuesto, la igualdad social.
Teniendo en consideración los principios en que se basan los anarquistas, no es difícil comprender su postura en la cuestión del amor y la sexualidad. Siendo defensores de la libertad individual y de la igualdad social, los anarquistas no pueden dejar de oponerse a la familia-institución y a las relaciones sexuales basadas en la coacción, considerada bajo todas sus formas (religiosa, legal, económica, física, moral, psicológica, etc.), el amor libre, las uniones amorosas libres. Los anarquistas defienden que todas las personas, hombres y mujeres, deben poder afirmar su individualidad y actuar de acuerdo con su voluntad propia en todos las parcelas de su vida, incluido el ámbito del amor y la sexualidad. También en este ámbito, para los anarquistas la libertad es imprescindible. Éste es el aspecto fundamental de la postura anarquista sobre esta cuestión.