“Salir del gueto” ha sido una canción entonada con frecuencia en los medios libertarios, lo cual, dada la situación confusa y aguachinada en la que se desenvuelven las luchas sociales, de por sí marginales, no significa más que quien la canta se dispone a dar la espalda a la verdad de las cosas en aras de una sobredosis de activismo.
Encerrarse en un veganismo miope, un feminismo meramente gramatical, la lectura de Foucault o el punk no es más que una manera inofensiva de adaptarse a la triste realidad, pero no son mejores el voluntarismo ciego o la militancia orgánica. Eso no lleva a ninguna parte; es pan para hoy y hambre para mañana. Son tiempos de descomposición sin apenas movilizaciones, sin mayorías lúcidas y furiosas, y no queda otra que analizar bien el presente resaltando las contradicciones susceptibles de ampliar las grietas del sistema y alentar la revuelta. La crisis sigue su propio ritmo, lento y desesperante, abierto a todas las falsas ilusiones, las únicas que por ahora son capaces de agrupar mayorías. Pero cerrar los ojos a la experiencia pasada y apechugar con flagrantes sinsentidos a fin de tener compañía y disfrutar de un sucedáneo de acción no soluciona el problema, sino que lo empeora. La sabiduría popular se equivoca en ese punto: no por ser muchos reiremos más.
Creemos sinceramente que la presencia de anarquistas refractarios en los movimientos sociales contribuye a la radicalización de estos. Si además, se organizan en grupos de afinidad y se federan con mayor o menor formalidad, mejor que mejor. Continúan una tradición histórica que ha sido fructífera. Los espacios autogestionados, las cooperativas sin liberados ni asalariados y las asambleas de barrio son herramientas de lucha necesarias. Pero ¡ay! Si Teruel existe, el anarquismo de derechas también. Forzoso es reconocer que los resultados de las elecciones municipales del pasado 24 de mayo devolvieron la fe en las instituciones a amplios sectores de la población, más desconfiados con la política durante el 15M. El anarquismo edificante dejó de estar de moda en determinados ambientes alternativos.
Creemos sinceramente que la presencia de anarquistas refractarios en los movimientos sociales contribuye a la radicalización de estos. Si además, se organizan en grupos de afinidad y se federan con mayor o menor formalidad, mejor que mejor. Continúan una tradición histórica que ha sido fructífera. Los espacios autogestionados, las cooperativas sin liberados ni asalariados y las asambleas de barrio son herramientas de lucha necesarias. Pero ¡ay! Si Teruel existe, el anarquismo de derechas también. Forzoso es reconocer que los resultados de las elecciones municipales del pasado 24 de mayo devolvieron la fe en las instituciones a amplios sectores de la población, más desconfiados con la política durante el 15M. El anarquismo edificante dejó de estar de moda en determinados ambientes alternativos.
Una parte considerable de libertarios políticamente correctos ha quedado poco menos que traumatizada al ver que su medio natural, la clase media depauperada e informatizada, los estudiantes y la burocracia vecinal emigraban a otros pantanos. Su reacción no se ha hecho esperar: en multitud de reuniones los envidiosos del éxito ajeno claman contra el “cortoplacismo”; los generales sin tropa reivindican un “anarquismo social y organizado” con “vocación de mayorías”, y, finalmente, los más originales, sienten voluptuosamente la necesidad de “una gran iniciativa social” que nos lleve a “conquistar juntos una verdadera democracia”. Tal es el caso de los autores del manifiesto “Construir un pueblo fuerte para posibilitar otro mundo”, verdadero pastiche ciudadanista que ha tenido la virtud de encandilar a unos centenares de firmantes.
En cuanto a imaginación y oficio, no se puede decir que sobre a los redactores, pero, en fin, en la época de la modernidad líquida, lo que importa es la pericia con los SMS y los whatsapps, no el saber escribir frases de más de una línea. Ya con el título aluden al eslogan “otro mundo es posible” de los antiglobis, pero recuérdese que ellos se referían a otra globalización, a otro capitalismo, no a un “modelo rupturista” con el que “reconstruirnos como sociedad libre y soberana” a través de una “democracia libertaria de las personas, no de los mercados”.
En cuanto a imaginación y oficio, no se puede decir que sobre a los redactores, pero, en fin, en la época de la modernidad líquida, lo que importa es la pericia con los SMS y los whatsapps, no el saber escribir frases de más de una línea. Ya con el título aluden al eslogan “otro mundo es posible” de los antiglobis, pero recuérdese que ellos se referían a otra globalización, a otro capitalismo, no a un “modelo rupturista” con el que “reconstruirnos como sociedad libre y soberana” a través de una “democracia libertaria de las personas, no de los mercados”.
El análisis de la “transición” es tan simple como el “erase una vez” de los cuentos de hadas: lo más alejado de un balance. “Democracia” es una palabra que se repite ad nauseam, un claro guiño a los indignados del 15M, bien relacionada con “nuestros derechos” y “la defensa de nuestras libertades y bienes comunes” ante una “élite” que “no nos representa”. ¿Qué libertades y qué bienes? Palabras como “burguesía”, “proletariado”, “conciencia de clase”, “clase dominante”, “explotación”, “miseria”, “revolución”, “anarquía” o “autogestión” están completamente ausentes, lo que es normal si tenemos en cuenta que el manifiesto se dirige a la lumpenburguesía en su mismo idioma, parte de la cual ha preferido votar a los “compañeros” que “están optando por la vía institucional”.
Estamos ante un intento de fabricar una “marca” anarquista grata a las clases medias, por eso el lenguaje usado ha sido expurgado de términos que les resulten molestos y violentos. El anarquismo guay de los tiempos líquidos no surge como expresión teórica de la lucha de clases, la revuelta urbana o la defensa del territorio, sino como ideología de la confrontación pacífica “en las calles y plazas” entre entes abstractos como “el pueblo”, “la sociedad” o “la mayoría” (lo que sus “compañeros” políticos llaman “ciudadanía”) y la maligna “élite” o “el 1%”. Ciudadanismo a largo plazo, nada contradictorio con el otro, pues solamente intenta “impulsar la independencia popular”, o sea, ocupar el espacio que aquél ha abandonado al marcharse por sendas electorales.
Bien. Como ya hemos hablado suficiente del guisado, hablemos ahora de los cocineros, pues no son precisamente lo que se dice vírgenes en la escena libertaria. Los impulsores del manifiesto de Apoyo Mutuo son militantes de variado origen, así como quienes lo han suscrito. De alguna forma Apoyo Mutuo representa en el estado español al plataformismo, la corriente más retrógrada del anarquismo, caracterizada ante todo por el fetichismo de la organización, el santo grial del “programa” y el oportunismo sin límites de su práctica.
Bien. Como ya hemos hablado suficiente del guisado, hablemos ahora de los cocineros, pues no son precisamente lo que se dice vírgenes en la escena libertaria. Los impulsores del manifiesto de Apoyo Mutuo son militantes de variado origen, así como quienes lo han suscrito. De alguna forma Apoyo Mutuo representa en el estado español al plataformismo, la corriente más retrógrada del anarquismo, caracterizada ante todo por el fetichismo de la organización, el santo grial del “programa” y el oportunismo sin límites de su práctica.
A pesar de arrogarse una genealogía que arranca con el mismísimo Bakunin, este fenómeno de feria nació en Chile hace quince años sacando del desván el tema del “partido anarquista”, centralizado, jerarquizado y disciplinado, con un programa único. Un “comité ejecutivo” se encargaba de “despertar” a las masas desde fuera para que alumbrasen formas de “poder popular”, gracias a una dirección “correcta” que no dudaba en enfangarse con aventuras políticas. Izquierdismo de reminiscencias leninistas, que necesita altos niveles de sectarismo y alucinación para reinterpretar en clave burocrático-vanguardista una realidad muy alejada de los delirios autoritarios plataformiles. Es pues un producto de la desagregación cultural, política, económica y social del capitalismo, verdaderamente hostil al sueño igualitario, cuentista y propio de los fragmentos de clase asociados a la gestión que el sistema expulsa en sus huidas hacia adelante.
El plataformismo es la única corriente dentro del anarquismo que habla de “poder” y justifica sin complejos la férrea necesidad de una burocracia mediadora. La versión española es más light y posmoderna, tal como expresa su léxico buenrollista, y su vanguardismo está mejor disimulado en una “red de militantes” y una flexible “hoja de ruta”. Igual que sus mentores, Apoyo Mutuo considera la desorganización como el peor de los males y a los espontaneístas como al gran enemigo. Ignorando cualquier otra consideración, todos los males de la tierra son causados por falta de organización, y lo que es peor, por falta de un “programa común” que impide “actuar conjuntamente”. Hay que “acabar con la dispersión organizativa” y, gracias a una ingeniosa separación entre objetivos parciales y objetivos finales, “desarrollar las estrategias y tácticas que se estimen oportunas”, algo que se traducirá en prácticas reformistas y militantistas de tipo sindicalero, municipalista, asociacionista o parainstitucional.
El plataformismo es la única corriente dentro del anarquismo que habla de “poder” y justifica sin complejos la férrea necesidad de una burocracia mediadora. La versión española es más light y posmoderna, tal como expresa su léxico buenrollista, y su vanguardismo está mejor disimulado en una “red de militantes” y una flexible “hoja de ruta”. Igual que sus mentores, Apoyo Mutuo considera la desorganización como el peor de los males y a los espontaneístas como al gran enemigo. Ignorando cualquier otra consideración, todos los males de la tierra son causados por falta de organización, y lo que es peor, por falta de un “programa común” que impide “actuar conjuntamente”. Hay que “acabar con la dispersión organizativa” y, gracias a una ingeniosa separación entre objetivos parciales y objetivos finales, “desarrollar las estrategias y tácticas que se estimen oportunas”, algo que se traducirá en prácticas reformistas y militantistas de tipo sindicalero, municipalista, asociacionista o parainstitucional.
Como es de rigor, Apoyo Mutuo postula la necesidad de una burocracia dirigente a la que denomina “pueblo organizado” que administre el “poder popular”. Ha tenido buenos maestros en los figurones anarquistas que traicionaron la revolución durante la pasada guerra civil; por eso han de estar por la rehabilitación de la casta libertaria que renunció a todo menos a la victoria de sus renuncias.
Revisionismo historiográfico necesario para la mitificación de un pasado con las miserias a buen recaudo: el partido de la verdad convertido en verdad de partido. El manifiesto nos trasmite un mensaje claro: la socialdemocracia libertaria buenista ha venido para quedarse y que se preparen los impresentables críticos de lo orgánico y los desorientados habitantes del gueto.
¡Nada fuera de la “organización”, todo por ella! ¡Abajo el comunismo libertario! ¡Viva la “democracia económica y política”!