miércoles, 14 de marzo de 2018

En memoria de Agustín Rueda


Se cumplen ahora cuarenta años del asesinato a golpes del compañero Agustín Rueda. Los asesinos: funcionarios de prisiones de la cárcel de Carabanchel (Madrid) en la que estaba preso. La paliza que acabó con su vida se la propinaron por no querer delatar a quienes estaban preparando una fuga. El médico de la cárcel fue cómplice de los asesinos por no parar las torturas. Pero ¿quién era Agustín Rueda? Para contarlo, reproducimos el artículo (sin firma) que publicó la revista Ajoblanco en mayo de 1978.

Nació el 14 de noviembre de 1952 en una barraca de la Colonia de Sallent, pueblo minero con importante porcentaje de inmigrantes. Madre tejedora y padre minero que, con el drama de la miseria habitual en la época, no conseguirán algo semejante a un piso hasta el 56, concedido por la empresa. Esta Colonia donde nace será objeto de reflexión constante a lo largo de su vida; su pensamiento remitió a ella en todo momento. Acude a la escuela –otro hito– hasta el 8 de julio de 1966 en que finalizados los estudios primarios topa con su condición de hombre pobre: ha de conseguir trabajo. Cuatro años de aprendiz de matricero en una empresa auxiliar del automóvil (Metalauto entonces, Authi luego, al cambiar de propietarios; ahora Commetasay) a 8 kilómetros de la Colonia.

Es fácil adivinar los componentes del cuadro que le llevan a tener ya en esos momentos una conciencia inicial de explotado.
Su respuesta, sin embargo, no es encuadrarse en un partido, hacerse cuadro. No se politiza por un ansia abstracta de libertad, por el Vietnam o por el Mayo del 68. Lo inmediato le oprime y le impacta; así pues, luchará en un terreno inmediato.
Tratando de vencer la apatía tradicional –el ciclo expotación-miseria-ocio brutalizado repetido todos los días hasta la inevitable enfermedad o despido– intenta dinamizar el barrio. Crea un Club Juvenil, consigue proyecciones, conferencias, recitales de cantaores... Apasionado del fútbol, consigue crear un equipo al que también siempre volverá su recuerdo. Tiene 18 años.

El acoso
 
El aprendizaje parece haber sido en varios sentidos. En abril del 71 deja la fábrica y, luego de dos trabajos cortos como montador en una mina y en una fábrica de tejidos, logra trabajo en Sallent. En febrero de 1972 se produce la huelga y encierro de los mineros de Balsareny y Sallent. Agustín se vuelca: asambleas informativas, manifestaciones, grupos de ayuda... Llega a reunir a los comités en su casa a falta de lugar mejor. Consecuencia lógica: en septiembre es expulsado del trabajo. Los caciquillos industriales de la comarca ven en él un enemigo.

Continúa sin embargo ligado al lugar. El 17 de noviembre, en el cruce de la salida de la Colonia con la carretera, muere atropellada la madre de un compañero. Otra consecuencia más de la explotación y la miseria de condiciones de vida de la Colonia. En la manifestación subsiguiente, 19 de noviembre, es detenido, buscado expresamente en su casa por la policía. Ingresa en la Cárcel Modelo, de donde saldrá en febrero del 73. Es el fin de una época. Agustín comienza a exigirse a sí mismo. Vuelve a Sallent, pero para las autoridades y la escasa gente de orden se ha convertido en la bestia parda. No le dan trabajo. Lo consigue esporádicamente, como albañil o como temporero en vendimias y recogidas de fruta. La vida le arrincona. Su madre queda ciega. El Club Juvenil –fundamental como dinamizador– es cerrado por la empresa y la Guardia Civil con la típica excusa banal: les acusan de robar unas cajetillas de tabaco. La tensa situación se rompe con la llamada a filas.

El 9 de mayo de 1974 se incorpora a Infantería de Marina en Cartagena. Luego, Ferrol, el 26 de junio. El 17 muere su padre, tuberculoso, debilitado por la miseria. Hay pocas noticias de su mili. Escribe poco a Sallent y sólo acude para los funerales de su padre y de su madre, fallecida el 31 de diciembre de 1974. Se queda sin casa. Se licencia el 28 de octubre de 1975 y reaparece en la Colonia.

La aventura consecuente
 
A su vuelta continúa el acoso. No hay ningún trabajo para él, pero su presencia dinamiza al grupo joven del barrio. No olvida la importancia de la diversión y organiza un torneo de fútbol, afición de toda su vida. En abril del 76 pasa por primera vez a Francia para ayudar a un desertor de la Colonia.
El 14 llega su primera carta. Ha tomado contacto con los exiliados de Perpiñán y vive encima de la Librería Española. Al poco tiempo una bomba vuela la librería y destroza la casa. Trata por todos los medios de llevar una vida propia, independiente de la política y de la existencia viciada del pequeño círculo de exiliados. Recoge fruta en Ceret y trabaja el campo en Cornellá de la Ribera durante varios meses.

En octubre llega clandestinamente a Barcelona. Pasa libros y panfletos libertarios. Vuelve a Francia con desertores para retornar en noviembre a la Colonia. Necesita Sallent, pero las autoridades le rechazan. Otra vez el acoso. No quiere ser una carga para su hermana y duerme en un piso que la empresa, dueña de todo, ha concedido graciosamente a un grupo musical para sus ensayos. Enterada la dirección, clausura el piso. Va a vivir a una masía abandonada próxima a la Colonia. Por supuesto, no tiene trabajo. Hay que escapar al acoso.

Ya con pasaporte, en febrero del 77, vuelve a Perpiñán. Entra en contacto con un grupo autónomo libertario, pero en absoluto renuncia a su vida. No es un “siniestro terrorista profesional”. Su único dinero procede del trabajo del campo. Vive pobremente, fuera de Perpiñán y vuelve a jugar al fútbol, en el SMOC. Un labrador jornalero libertario que juega al fútbol es algo bien distinto a un revolucionario profesional.

El 15 de octubre del 77, sábado, a las 6 de la mañana es detenido en la frontera, en tierra española. Excesiva buena fe y un claro chivatazo.

Última consecuencia: cárcel
 
Pasa 3 días en la comisaría de Layetana de donde le llevarán a Figueras, a restablecerse de la paliza. A fines de mes pasa a la cárcel de Gerona. Entra en contacto con la COPEL (Coordinadora de Presos Españoles en Lucha) y se convierte en miembro activo, tratando de hacer tomar conciencia en el interior y de coordinar las actividades en el exterior, siguiendo la línea de la COPEL que tanta'hostilidad y silencio ha tenido en la prensa y los bienpensantes partidos.

Los abogados Vidal (Comité Propresos CNT) y M. Seguí (familiares y amigos presos políticos) parece que se encargarán de su caso. Sólo el primero le vio; una vez y al principio. Como consecuencia de su trabajo en la COPEL, es trasladado el 1 de enero de 1978 a Carabanchel. Sus abogados, en principio, ni se enteran. Hay un sospechoso silencio administrativo y un notable desconcierto. El Comité Propresos de Madrid indaga en Carabanchel y recibe el “aquí no está” por respuesta. Son meses duros en la COPEL y Agustín tiene abogado de oficio.

El 2 de marzo el Comité de Solidaridad de Sallent se traslada a Madrid y contacta con Anabela Silva, a quien encarga la defensa del caso. Para entonces el caso ya es otro. Es la cárcel en España. Conocedor de las razones y de las consecuencias de la miseria, Agustín Rueda no distinguió entre políticos y comunes, y se entregó de lleno a la COPEL. Por ello nunca llegó a ver al juez. Tuvo otros jueces; sus mismos verdugos. Murió el 14 de marzo, a las 7,30 debido a un shock traumático como hizo constar el doctor Gregorio Arroyo. Nadie le vio después de la brutal paliza. Trasladado el cadáver a Sallent fue enterrado sin permiso, incluso sin el de Sanidad. Había que evitar escándalos. El director de la cárcel y 10 funcionarios están procesado –como en su tiempo el inspector Matute– pero a ellos no les juzgarán sus carceleros ni sus encarcelados. Ellos están en un país de derecho. 

Revista Ajoblanco, mayo de 1978. 
Tierra y Libertad, periódico anarquista marzo 2018