Manoli Ramajo, una mujer con una larga trayectoria en el movimiento libertario. Militante de CNT-AIT y miembro de la organización Mujeres Libres, además de haber participado activamente en la lucha del colectivo de Madres Unidas Contra la Droga, desde hace 34 años, tras advertir que su hija consumía heroína. Hoy su batalla es contra el negocio del azar y las apuestas. Reproducimos esta entrevista a nuestra compañera, de gran interés, aparecida en "El País" el pasado 5 de diciembre de 2018.
La pérdida solo pudo afianzar el compromiso de Manoli Ramajo. Cuando su hija falleció a causa del sida ella llevaba nueve años implicada, junto a otro millar de mujeres, en Madres contra la Droga. Antes de todo aquello, esta cacereña emigró en dos ocasiones: primero a Madrid, en la infancia, y después a Alemania, para ganarse la vida. A su vuelta a nuestro país, ya como madre, la heroína comenzaba a hacerse ostensible, pero aún no existía, siquiera, el Plan Nacional sobre Drogas. Hoy, en el umbral de los 80 años, su batalla es contra el negocio del juego. En la región, según datos de la Consejería de Economía, Empleo y Hacienda, los locales de apuestas se han cuadriplicado durante el último lustro y los salones dedicados al azar han aumentado un 50%. Junto a su casa, en la Ciudad Lineal, varios de ellos lucen letreros luminosos y eslóganes persuasivos.
¿Cómo se unió a Madres contra la Droga?
Llegué buscando respuestas. Al principio, pensaba que yo había hecho algo mal con mi hija. Me costó mucho desprenderme del sentimiento de culpabilidad y entender lo que ocurría como un problema social. Todavía seguimos reuniéndonos cada martes.
Hace dos años les concedieron la Medalla de Oro de Madrid. La alcaldesa dijo entonces que ustedes habían salvado muchas vidas.
Fuimos nosotras quienes informamos en los barrios. Reclamábamos medidas sociales y no solo policiales. Nos recorrimos todos los poblados de la ciudad para denunciar que allí se vendía droga; hicimos concentraciones frente a decenas de comisarías porque se detenía a los toxicómanos, pero no a los traficantes; nos encadenamos delante del Ministerio de Sanidad, contra el cierre del Hospital Penitenciario de Carabanchel; también acampamos en el Paseo del Prado, pues las personas seropositivas morían en prisión, a pesar de que el código penal permite excarcelar a los enfermos terminales. La medalla nos hizo ilusión, porque es el reconocimiento a muchos años de lucha. Se la dedicamos a quienes ya no están.
¿Qué rescataría de aquellos años?
Los alemanes tienen un dicho: glück im Unglück, tener suerte en la desgracia. Eso es lo que me ha pasado a mí: conocí a mujeres maravillosas, valientes y buenas, que ahora son como familia para mí.
Hoy conservan tres pisos propios.
Sí, en Vallecas. Nos los concedió el Instituto de Vivienda de Madrid (IVIMA) hace muchos años y pagamos el alquiler de nuestro bolsillo. Los utilizábamos para pasar el mono con los chavales. Ahora viven personas en situación de vulnerabilidad, como inmigrantes, sin techo o expresos. Seguimos activas en la medida en que podemos, porque ya somos todas mayores.
¿Por qué le preocupa la proliferación de locales de azar y apuestas?
Las adicciones se alimentan de la desesperación y la pobreza. Por eso la heroína golpeó con mayor dureza a los barrios obreros. El juego, no nos engañemos, engancha tanto como las drogas y está destruyendo a muchas familias. Sin embargo, se anuncia en la televisión y los locales aparecen por doquier. Los que hay por aquí antes eran cines. Entran muchos jóvenes.
¿Deberían las administraciones intervenir?
Este es un negocio y los negocios no entienden de límites éticos. Máxime cuando el sector se felicita por los buenos resultados cosechados. Desde luego que no se va a regular solo.
¿Qué les diría a esos jóvenes que ve entrar?
Que no se fíen de ninguna salida fácil a sus problemas, porque no la hay. Yo encontré la felicidad en el amor y la solidaridad.