martes, 21 de septiembre de 2010

Nuestros documentos


Indomables Lucía Sánchez Saornil

Con un profundo desgarramiento interior comprobamos la pérdida material de la guerra española. Sólo los que hemos vivido día tras día, hora tras hora la edificación de aquél mundo asombroso, parido el 19 de Julio, sabemos bien todo lo que se pierde al perderla.

¡Cuántas veces hemos creído que avanzabamos despacio, que nos atascábamos en errores contumaces, que retrocedíamos...! ¡Y qué terrible empujón hacia adelante habíamos dado, sin embargo! Cierto que hubo errores y titubeos, cierto que no se consumó el impulso inicial; pero qué gran puerta se había abierto a la libertad del mundo! Y lo constatamos ahora, al respirar nuevamente el aire mefitico de un Estado capitalista.

Habíamos creado nuevas interpretaciones del derecho, más cerca, más de acuerdo al derecho natural. En plena guerra, acosados por fuerzas numéricas muy superiores, en el lógico desasosiego de una resistencia improvisada cada día, contra un enemigo ferozmente sabio y asistido de todos los medios de ataque imaginables se iban perfilando reformas y ensayos sociales que, siguiendo el curso natural de la evolución, en el juego pacífico de reacciones sociales, hubieran necesitado, tal vez, cien años para producirse. Así las colectividades campesinas de Aragón y Andalucía, algunas colectividades obreras de Cataluña y la obra, menos conocida, del campesinado de Castilla la Nueva.

Se ha dicho, alguna vez, por los doctores en suficiencia de todos los climas, que nuestros ensayos eran balbuceos ingenuos y primitivos. No queremos quitarles toda la razón porque, al fin y al cabo, todo el movimiento español, toda la guerra española no ha sido sino la reacción del hombre, en su más exacto sentido de ente consciente, contra las interpretaciones jurídicas que convertían la vida social en una serie de movimientos mecánicos, sin otro objeto que servir los intereses de unos cuantos privilegiados, y, para vencer, era forzoso que volviéramos los ojos a las raíces primitivas de las cosas. Para esto se precisaba cierta ingenua fe que nos limpiara de nuestra falsa y vieja sabiduría, sin lo cual estábamos expuestos a seguir cultivando con distintos nombres los errores y torpezas que abominábamos.

Sin esta fe ingenua, sin este cándido primitivismo de que nos han acusado los economistas empollones de la burguesía no hubiéramos conseguido la serie de magníficos ensayos que ha llevado a cabo la revolución española, y que, aunque perdida la guerra, quedarán grabados en la historia para aprovechamiento de esos mismos economistas.

Al hablar de nuestros ensayos hemos pensado en otro tipo de detractores de nuestro movimiento, los "humanitanstas", a los que hemos oído decir multitud de veces que, para "ensayos" eran demasiado costosos en sangre y dolor. Pero entonces olvidaban que la humanidad no ha hecho más que ensayos a través de los siglos y que si se fueran a pensar los ríos de dolor que cada ensayo ha traído consigo, éstos, nuestros, aparecerían tan sólo como una inocente espectacularidad. Ensayos que han durado siglos y cuyas víctimas no se pueden calcular; ensayos que han consumido de hambre y miseria generaciones y generaciones; ensayos que han rebajado la condición humana de millones de seres y que no abrieron, en cambio, ningún camino nuevo a la humanidad.

Hoy, toda crítica enconada de otros días que raía nuestros talones cuando rebasábamos en muchos codos su nivel, ladra desaforadamente esmaltando de injurias sus ladridos. A la justicia que hicimos hartos de injusticias legalizadas la llaman "crimen"; a nuestros esfuerzos por ajustar el derecho a las necesidades de equilibrio de la convivencia social les llaman "robo"; al instinto de defensa de un pueblo atacado con brutal ferocidad le llaman "terror organizado".

Injuria tras injuria se pretende enterrarnos en un aluvión de cieno que retrata a la perfección la catadura moral de nuestros detractores. No nos inmutamos. Con todos sus errores estamos satisfechos de lo que hicimos, y lo proclamamos a todos los vientos; a los de Francia y a los de todo el mundo. Por muy derrotados que estemos no nos consideramos vencidos; y desde nuestra miseria física aun podemos mirar con desprecio la miseria moral de un ultraderechismo que ni siquiera conoce la elegancia del gesto y pretende hacer de nuestra derrota el muladar propicio donde regodear sus pezuñas y su geta de puerco.

No nos importa. El antifascismo español siente la dignidad de su misión; sabe que ha realizado una obra; que ha escrito en la historia, para ejemplo del mundo, una página cuya profunda y luminosa huella no pueden borrar los inmundos escupitajos de la chusma fascista.

Indomables, Lucía Sánchez Saornil

S.I.A. n° 17, 09 de marzo de 1939