Es día de fiesta en los Altos de Chiapas, la sierra que rodea San Cristóbal de las Casas. La escuela de San Pedro Chenalhó es el epicentro de las actividades porque tiene un amplio gimnasio que se reconvierte en salón de usos múltiples. Da igual cuál sea la celebración, cuál sea el pueblo, la escena se repite invariable. Lo primero que llama la atención es la cantidad de cajas de Coca-Cola se apilan en la puerta. Son las diez de la mañana. El público se acomoda con tiempo, para coger buenos sitios y ver las actuaciones de sus niños. Varios voluntarios van destapando y ofreciendo el refresco, que en esta zona suele ser de mayor tamaño que en la ciudad. Cortesía municipal. Todos cogen uno. El único requisito es poder con la botella de medio litro que, a veces, parece más grande que los niños que la sostienen. Claro que si no, hay otra opción: las propias mamás se las sostienen o echan su contenido en los biberones, para que sea más fácil.
En eso, unos pequeños llegan hasta el centro de la cancha. Su referencia es situarse donde está dibujada la marca de la refresquera y bailar alrededor del círculo. Si un extraterrestre llegara en ese momento seguro que pensaría que Coca-cola era algo terriblemente importante para los terrícolas. Entre actuación y actuación, una señora ofrece unas galletas para acompañar. Todos están contentos. Los niños lo están haciendo muy bien y ese día se ahorran el almuerzo, algo importante en una región donde la pobreza afecta a ocho de cada diez personas y la desnutrición y el hambre a tres de cada diez.
La escuela de San Pedro Chenalhó está en la carretera que une San Cristóbal de las Casas con Pantelhó (a poco más de 60 km de la ciudad colonial). Durante el trayecto, los colores blanco y rojo destacan entre el verde de la sierra. Casi todas las tiendas –cuando no simples casas- están decoradas en esos tonos porque así les sale gratis la pintura. Coca-Cola Femsa (la filial mexicana que es la mayor embotelladora de Coca-Cola del mundo, con 2.600 millones de cajas en el año 2011 y da servicio a toda América Latina) sabe que estas zonas indígenas y empobrecidas son un importante mercado y por eso opta por anuncios en las lenguas autóctonas y ha convertido los tradiciones letreros que dan la bienvenida a una localidad en grandes carteles publicitarios.
La estrategia viene de lejos. Como explica el antropólogo social Jaime Page Pliego, las refresqueras buscaron a los caciques locales, indígenas que el PRI había promovido y que se encargaban de la producción de pox (una especie de aguardiente de la caña de azúcar que se usa para ceremoniales mayas) y les dieron las concesiones de Coca-Cola o de Pepsi. Pronto se hicieron ricos. Page Pliego pone el ejemplo de la familia López Tuxum de San Juan Chamula (un pueblo hoy conocido por su iglesia de gran sincretismo donde frente a los altares de diferentes vírgenes o santos se hacen ceremonias mayas) a quienes en 1962 les ofrecieron la concesión de ambas refresqueras (luego las dos querían exclusividad y ganó Coca-Cola). Los López Tuxum se establecieron como usureros, controlaban los transportes y fueron traspasando el negocio de padres a hijos. “El prestigio social que dio ofrecer en Chamula Coca-Cola y Pepsi, pero principalmente el primero, en festejos familiares, fiestas patronales, se extendió por todos los Altos de Chiapas”, escribe Page.
Estos refrescos se fueron convirtiendo poco a poco en un eje importante de las comunidades de los Altos. Hoy, no sólo son una bebida, sino casi una moneda con la que se pagan deudas o dotes y un elemento de ceremonias prehispánicas y rituales religiosos, en parte porque las iglesias evangélicas que han proliferado por la zona han alentado a los indígenas a sustituir el pox (que es una bebida alcohólica) por la Coca-Cola o similar.
De dos a cinco litros por persona y día
México es el país que más refrescos consume del mundo (y los de Coca-Cola-Femsa son los líderes). En algunos pueblos del desierto de Sonora (norte del país), cuando el calor aprieta, una persona puede llegar a beber al día cinco litros de Coca-cola, según los datos de Page Pliego. La media del país, de acuerdo a su investigación, se sitúa en 0,4 litros diarios por mexicano, una cifra que en Chiapas se multiplica. En los Altos, cada habitante se bebe 2,25 litros de refresco al día. De ahí que en la zona sean habituales envases extra-grandes no comercializados en todos los lugares.
La planta de Coca-Cola Femsa de San Cristóbal de las Casas es, además, una de las dos más grandes de México (la otra está en Tlaxcala, cercana a la capital), con acceso al agua garantizado pues está ubicada en las faldas del Huitepec (conocido como el “volcán de agua”). Según Page Pliego, además del pozo actual (con el que se embotella para suministrar a todo Chiapas y parte de Oaxaca y Tabasco) se está construyendo otro. Diversas organizaciones han denunciado acuerdos entre la compañía y las autoridades para acceder al agua a muy bajo costo, en un estado donde la disposición de este elemento provoca grandes litigios entre comunidades.
Chiapas es, por tanto, el mejor ejemplo de lo que se ha dado en llamar “coca-colización”, la invasión de los refrescos que, si no es la única causa de lo que los expertos califican como “nueva guerra del siglo XXI”, la epidemia de obesidad, sí es uno de los principales motivos de que en México, según los estudios de todos los expertos, el 70% de la población tenga sobrepeso y el 30 por ciento sean obesos.
Pero para el relator para la alimentación de Naciones Unidas Olivier de Schutter el punto de inflexión que marca un cambio en los hábitos alimenticios mexicanos y, por tanto, un incremento del consumo de azúcares y grasas procesadas, es la entrada en vigor el 1 de enero de 1994 del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. La importación de alimentos se multiplicó y, en solo una década, se duplicó el consumo de Coca-Cola entre niños, según datos de Schutter.
Refrescos + desnutrición: ¡¡ALARMA!!
En Chiapas, además, se da una combinación explosiva: alto consumo de refrescos y altos niveles de desnutrición. “La mayoría de los adultos mexicanos actuales fueron niños desnutridos con lo que su cuerpo se programa para la escasez y cuando de repente hay un exceso de azúcar el daño metabólico es terrible”, explica el doctor Abelardo Ávila, investigador del Instituto Nacional de Salud y Nutrición. Las consecuencias van de la diabetes a infartos, ceguera, amputaciones, reducción de la capacidad laboral…
Según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012 la diabetes es la primera causa de muerte en el país y se estima que afecta a 13 millones de personas aunque solo la mitad están diagnosticadas y en tratamiento. Este mismo documento considera que el 70% de los hogares manifiestan algún grado de inseguridad alimentaria.
La nutricionista Marisol Vega sabe qué significa la combinación de estos elementos. Lleva más de diez años trabajando en varias comunidades de los Altos de Chiapas en proyectos de universidades u ONGs y ha visto “cómo se ha ido abandonando la dieta tradicional y se ha sustituido por refrescos y comida chatarra que es muy barata y exige menos esfuerzo de preparación”.
“Por diez pesos (medio euro) compran una botella grande de refresco para el desayuno y entre toda la familia se la beben, luego otra para el almuerzo y puede que hasta otra para la cena, porque es barato (más que el agua embotellada) sacia, sobre todo unido a las tortillas, y, además, da prestigio social”, añade Vega. La investigadora advierte del peligro que esto supone en unas comunidades donde existe una desnutrición histórica heredada, se está abandonando muy pronto la lactancia y el refresco llega incluso a los bebés. El resultado es que en una misma familia hay niños desnutridos y adultos obesos y los índices de diabetes se han disparado pero alerta de que los problemas se multiplicarán en el futuro.
Más barato y accesible que el agua
“Muchas escuelas, pero no sólo en Chiapas o Yucatán, donde el problema es más visible, sino en el Estado de México (la periferia de la capital) no tienen agua potable y los niños se hidratan con refresco, ese es un problema terrible”, subraya el doctor Abelardo Ávila. “He visto a madres que incluso llenan los biberones con Coca-cola”, añade. Además, los centros escolares se han convertido en un “paraíso de la comida chatarra” aunque su venta ya se haya prohibido. Y no hay nada más que ir a la puerta de un colegio para observar que lo que antes se vendía dentro del recinto ahora se vende justo fuera. “Sí, durante unos meses no pudimos vender –dice la señora Juana mientras carga su pequeño carrito con golosinas en una céntrica escuela del DF- pero ahora no hay problema”.
A juicio de todos los expertos, aunque en algunos lugares, como la capital, se han puesto en marcha diversos programas nutricionales y anti-obesidad, en general el Estado no ha hecho lo suficiente para contrarrestar la epidemia de sobrepeso y las enfermedades asociadas a este problema que, con la diabetes a la cabeza, han crecido tanto que “de seguir la tendencia actual para 2020 el daño financiero y de salud para México será insostenible, una catástrofe”, pronostica el doctor Ávila.
“Coca-Cola y el resto de refresqueras han hecho lo que el gobierno les ha dejado hacer”, denuncia, por su parte, el director de la ONG El Poder del Consumidor , Alejandro Calvillo. Su colectivo ha denunciado en diversas ocasiones la excesiva permisividad de las autoridades para la expansión de las industrias del sector con costes e impuestos muy bajos e incluso con prácticas desleales. “Pudimos demostrar acuerdos de Coca-cola con directores de escuelas de Chiapas para que les permitieran la venta en exclusividad en los recintos escolares y les pagaban en botellas que ellos podían revender para su beneficio personal”. Calvillo recuerda, además, que la relación de esta compañía con el poder es muy fuerte. “Basta recordar que hace poco tiempo, de 2000 a 2006, México tuvo un presidente que fue director de Coca Cola (Vicente Fox)”.
Las exigencias de las organizaciones civiles y de la propia ONU para paliar el problema son las mismas desde hace años y van en dos direcciones: prohibir la publicidad dirigida a menores de refrescos y comida chatarra y elevar los impuestos a la industria. Pero las compañías del sector, muy poderosas y con doble moral (algunas, por ejemplo, apoyan programas nutricionales desarrollados por ONGs), han logrado esquivar las medidas comprometiéndose a la autorregulación y con el argumento de que el problema no son los refrescos o ciertas comidas sino los hábitos de nutrición, como explica Jaime Zabludovsky, presidente de ConMéxico, patronal del sector
En el próximo periodo de sesiones, el Congreso Mexicano volverá a debatir la petición de 47 organizaciones de elevar los impuestos a las refresqueras e intentar contrarrestar así el consumo de bebidas azucaradas pero estos colectivos saben que también será necesario invertir en educación nutricional tanto en las áreas rurales como urbanas y en la recuperación de la dieta tradicional con productos cultivados en la propia comunidad cuando sea posible.
El relator de la ONU coincide en este diagnóstico. México debe “estudiar la posibilidad de imponer impuestos para desalentar las dietas ricas en energía, en particular el consumo de refrescos”, decía Schutter el pasado mes de marzo. También debería “conceder subvenciones a las comunidades pobres para que puedan acceder al agua, la fruta y las verduras” y trabajar para que sus “políticas agrarias y comerciales” tengan un buen efecto en la dieta de la población, es decir, apoyen la producción propia en las comunidades rurales en lugar de las importaciones.
Este debería ser uno de los objetivos básicos, coinciden los expertos, de la “Cruzada contra el Hambre” que justo ahora lanza el gobierno del priísta Enrique Peña Nieto, con 30.000 millones de pesos (unos 1.800 milllones de euros) y que se centrará en 400 municipios del país de alta marginación