domingo, 7 de febrero de 2021

La salud no es una mercancía. Socialicemos la industria farmacéutica.



El caos y el desorden del capitalismo y sus Estados gestores está llevando al desastre a la humanidad, especialmente a la más pobre (es decir, a la mayoría). La crisis sanitaria generada por una pandemia que, además, tiene su origen en el expolio y la depredación de espacios naturales por parte de las grandes corporaciones extractivistas, así como en la destrucción de la biodiversidad, es insostenible, siendo que el dinero y el mercado están por encima de todo, incluso de la salud y de la vida.Esta crisis, al igual que todas las crisis dentro del sistema capitalista, se ha cebado, como ya hemos mencionado, con las capas más pobres de la sociedad, no sólo en lo sanitario, sino también en lo económico, creando aún más pobreza y desesperación, llevando a la miseria más absoluta a gran parte de la sociedad, mientras que las grandes fortunas salen aún más enriquecidas, hasta un 24% más respecto del último año.

Llevamos años oyendo mensajes de lo bien que funcionan el modelo capitalista y el estatista. Carreras universitarias enfocadas a la gestión de este sistema perfecto, transmisión de valores desde la escuela que priorizan la competencia, la desigualdad, el individualismo y la eficiencia en detrimento de la solidaridad, la igualdad y el apoyo mutuo… Sesudos investigadores, economistas, periodistas, abogados y políticos hablando de las maravillas del sistema. Y cada vez que se produce una crisis de calado como la de la Covid-19 o las muchas que ha generado el cambio climático, ¡sálvese quien pueda!, se va todo a la mierda.

Es obsceno y criminal que la tecnología y la ciencia, construida desde el conocimiento social acumulado a lo largo de la historia del ser humano estén monopolizadas por empresas codiciosas que lo único que persiguen es el enriquecimiento de sus propietarios y consejos de administración, con sus respectivas comisiones y maletines para los gobernantes y funcionarios del Estado.

Ahí tenemos un caso claro, el de la industria farmacéutica, que está condenando a la humanidad pobre, una ingente cantidad de mujeres, hombres y niños, a la muerte y la enfermedad al haberse apropiado, con el apoyo de los Estados, del patrimonio social que son el conocimiento y sus derivados, como es el caso de las vacunas.

La industria farmacéutica ha engañado a todo el mundo, haciendo contratos que no cumple, dejando sin surtir mercados con los que se había comprometido, abasteciendo sólo a los mejores Estados postores, inflando los precios artificialmente, chantajeando a toda la sociedad al tener la sartén por el mango, enriqueciendo a sus inversores y directivos a costa de la muerte de miles de personas, y con la complicidad de los gobiernos.

Cerca del 75% de las vacunas contra el coronavirus distribuidas pertenecen a tan sólo diez países de todo el mundo. 85 estados con escasos recursos no podrán acceder de forma generalizada a la vacuna hasta por lo menos el 2023.

Mientras tanto, los incumplimientos de Pfizer y AstraZeneca en la entrega de vacunas disparan las alarmas de la Comisión Europea. ¡Pero qué esperaban! Llevan años legislando para favorecer al gran capital, dando crédito y alentando a la peor banda de criminales, aquellos que se enriquecen con el dolor ajeno, a la par que disparan sus acciones en Bolsa.

Dice el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Grebreyesus, que el mundo está al borde de “un fracaso moral catastrófico respecto a la distribución equitativa de las vacunas contra la Covid-19”. No se enteran estos líderes mundiales o hacen que no se enteran: ¡la catástrofe se llama capitalismo! Critica la OMS el “egoísmo” de los países ricos y de las farmacéuticas, un egoísmo que forma parte esencial del modelo que defienden las instituciones nacionales e internacionales y que nos lo meten a todas horas bajo eufemismos como la iniciativa individual, la libertad de empresa y de mercado, el liderazgo personal.

La OMS se escandaliza por contratos que no se cumplen, por subidas de precios arbitrarias, por repartos de vacunas entre los más ricos… No hay razón para ello mientras se defienda el capitalismo y su expresión política, las democracias burguesas y los sistemas representativos. El modelo que sustentan y legitiman lleva dentro la gangrena de la mentira y el crimen.

Para nosotros, sin embargo, la causa de este mal está clara: la propiedad privada de los medios de producción. Por eso, la solución sólo puede ser una: la apropiación, por parte del pueblo, de estas industrias, que deberán ser socializadas y autogestionadas de manera que se imponga el criterio humano y social frente al mercantil e individual. No hay otra solución para evitar el cataclismo de este sistema que nos han vendido siempre como pilar fundamental del progreso pero que en realidad no hace más que aumentar la desigualdad, acentuándose la brecha con cada crisis. Claro que estas soluciones nunca serán ni promocionadas ni toleradas por los Estados, protectores de la sacrosanta propiedad privada y siervos agradecidos de los dueños del capital, sus verdaderos amos, porque ello supondría una revolución social y el fin de sus privilegios de clase y de su parasitismo social.

Federación Anarquista Ibérica