Los moros y los legionarios, que han logrado colocarse en los márgenes del río Manzanares, en la parte de la Casa de Campo y Ciudad Universitaria, abren un boquete y se filtran hasta las grandes construcciones de la ciudad estudiantil. Nadie los detiene. La defensa se hace cada vez más difícil, debido a la espesura de los bosques que existen en los alrededores (Parque del Oeste, parte del cual ya está en poder del enemigo). Y Madrid lanza desesperadamente el S.O.S.
El Gobierno de Valencia, insinúa a la Generalidad de Cataluña, la necesidad de que fuerzas del frente de Aragón, entonces inactivo, se trasladen inmediatamente a Madrid. Ocurría esto en los días 7 y 8 de Noviembre de 1936.
La Consejería de Defensa de la Generalidad, Celebra una reunión. Asiste a la misma Federica Montseny y representaciones de todos los partidos políticos y organizaciones sindicales. También asisten representantes de las Columnas que operan en Aragón.
La cuestión se plantea con toda crudeza. Madrid dentro de unas horas, de días como máximo, se perderá dice Federica Montseny- si no se va inmediatamente en su ayuda.
Y todos convienen en ayudar Madrid. Muchos jefes de Columnas, se ofrecen voluntarios para ir, con sus hombres a la defensa de la Capital. Pero esto no puede aceptarse. Es imposible abandonar el frente de Aragón por completo. Y se conviene que salgan unos millares de milicianos para Madrid, al mando de un hombre de prestigio. Y se señala allí que este debe ser Durruti.
En el frente, cuando los milicianos se enteran que es necesario defender Madrid y que fuerzas de Aragón se trasladarán allí se arma un verdadero revuelo. Todos se disputan el lugar de honor. Quieren luchar. Quieren salvar Madrid del peligro que le acecha.
Y cuatro mil hombres -aproximadamente- son concentrados con urgencia en los lugares de partida. Durruti, deja provisionalmente el mando de su Columna en Aragón y se traslada a Madrid.
Hace el viaje rápidamente. Solo se detiene unos instantes en Valencia, para recibir instrucciones del Gobierno. Y llega a Madrid. Era el día 11 de Noviembre de 1936.
Durruti, a su llegada, se presenta inmediatamente al jefe de las fuerzas y a su Estado Mayor. O sea al general Miaja y al comandante D. Vicente Rojo y anuncia la llegada de sus milicianos.
La noticia corre por Madrid como un reguero de pólvora. Ha llegado Durruti. Viene con su formidable Columna a defendernos- se dice por todas partes- Y el entusiasmo que esto despierta, ya hace creer que Madrid no puede perderse.
Gira Durruti una visita de inspección a los frentes, cosa que puede realizar en unas horas, ya que el frente solo está separado del centro de-Madrid por escasos kilómetros y con vías de comunicación excelentes. Y queda asombrado del abandono existente en las fortificaciones.
Desde su Puesto de Mando -instalado en la calle de Miguel Angel 27- llama al ministro de la Guerra Largo Caballero y le expone con ruda crudeza sus impresiones. Se lamenta de que se le encargue hacer frente a una situación tan delicada, más que por otra cosa, por el abandono que se ha tenido con Madrid. Le dice Durruti, textualmente, al Ministro, que si el fascismo no se ha de Madrid, ha sido porque los sublevados no han tenido decisión, pues Madrid, en realidad, está completamente indefenso y las fuerzas que lo defienden, si bien en distintos puntos se baten con heroísmo, en otros no hacen nada para detener al enemigo. Y así se explica la constante progresión de este y principalmente en la Ciudad Universitaria, Cerro de los Angeles, Carabanchel Alto y Bajo.
El Ministro de la Guerra, se excusa. Dice que queda Durruti facultado para atender, de acuerdo con el Estado Mayor, la Defensa de Madrid, la cual debe ser hecha con las posibilidades existentes teniendo en cuenta que el Gobierno, por su parte, dará las facilidades necesarias y pondrá en manos de los defensores de la Capital, todos los medios que tenga a su alcance. Anuncia la llegada de más fuerzas internacionales y, también, aviación y algunos tanques los cuales serán inmediatamente que lleguen puestos en juego para poder oponer una resistencia más eficaz al enemigo.
Mientras tanto, las fuerzas de Durruti, están a punto de llegar a Madrid. Se les espera por todos. Reina gran entusiasmo popular. ¡ Es la salvación de Madrid ! dicen.
Y con esta esperanza, se combate y se muere en las trincheras como no había ocurrido hasta aquél entonces.
Se busca alojamiento para las fuerzas, que han de llegar y se determina queden instaladas en unos amplios locales, de la calle de Granada. Y llega el 13 de Noviembre de 1936.
A últimas horas de la tarde, aparecen en la Capital de España, los milicianos de Durruti, que son aclamados. Se trasladan a la calle de Granada, con la intención de que pasen allí la noche y puedan ser atendidos y alimentados debidamente, ya que llegan fatigadísimos de un pesado viaje.
Pero los cálculos fallaron. Pocos momentos después de haberse colocado las fuerzas en los locales de la calle de Granada, se sabe que el enemigo ha conseguido ocupar la mayor parte de los edificios de la Ciudad Universitaria y que avanza sin encontrar casi resistencia, hacia la Cárcel Modelo y Plaza de la Moncloa. En la noche anterior habían sido retirados los presos fascistas de la Cárcel, ya que los sublevados, sin tener para nada en cuenta que los detenidos allí son los suyos, desde hace horas bombardean el edificio constantemente.
Miaja llamó a Durruti y le da cuenta de la situación. Le pide que las fuerzas que han llegado, con todo y reconocer su estado de cansancio, partan inmediatamente al frente pues de no oponerse una barrera al enemigo, este habrá entrado en la Moncloa antes de hacerse de día y penetrando por la calle de Giner de los Ríos, se colocaría en las mismas entrañas de Madrid. Dice Durruti que esto es imposible. El ha visto a sus hombres. Conoce el agotamiento de los mismos. Y manifiesta que la entrada inmediata en fuego de sus hombres, puede dar resultados funestos.
Miaja comprende todo esto. Pero está Seguro que los únicos que pueden salvar Madrid. Y Madrid se "salvó" el 14 de Noviembre y no el día 7 como por todas partes se ha dicho-son los milicianos, que han venido de Aragón. El comandante Rojo, coincide con él. Piden ambos a Durruti, que con su autoridad moral consiga convencer a sus milicianos y que aquella misma madrugada entren en línea.
Durruti ni contesta. Sale precipitadamente del Ministerio de la Guerra lugar donde residía el Estado Mayor- y se dirige rápidamente a la Calle de Granada.,
Reune a sus hombres. Les expone la necesidad de salvar Madrid. Les dice lo que se espera de ellos: "Comprendo lo que representa para vosotros Salir ahora mismo a luchar-dice Durruti- pero es necesario hacerlo. Y a la cabeza vuestra iré yo -añade- a luchar con vosotros, contra el invasor.
Sin discusiones y sin dilaciones, vibran todos. Se preparan. Contentos y decididos, recojen las armas y el equipaje. Inician su formación en el amplio patio de la casa-cuartel. Durruti los revista. Y con ellos, en el silencio de la noche, sale Durruti hacia el combate. Hacia el lugar de la muerte. A la Plaza de la Moncloa.
A medida que las fuerzas se aproximan al frente, se perciben más claramente las explosiones de los cañones y el fragor del combate. En diferentes lugares de la ciudad, se lucha encarnizadamente.
Los internacionales. han ocupado la parte izquierda de la Ciudad Universitaria y se extienden por el interior de la Casa de Campo, hacia la Puerta de Hierro, en dirección a Aravaca. Solo falta que los hombres de Durruti lleguen a tiempo de taponar el boquete existente, que se extiende desde el Parque del Oeste, hacia la Estación del Norte y que representa una constante amenaza, para la Seguridad de la capital.
Llegan los milicianos a los parapetos. Parapetos improvisados. Adoquines levantados de las calles, que no son trincheras sino simples barricadas. Se está haciendo la guerra en Madrid, de la misma forma que se habían hecho huelgas en Barcelona. Es una verdadera pena.
Durruti coloca a los hombres, nerviosos y anhelantes que desean entrar en combate. Quieren ver a los moros, que son la pesadilla de todos los combatientes. Los más bravos, han sido dotados de fusil ruso ametrallador, de plato con los que aún no han disparado un solo tiro pero que, en los breves minutos que los han tenido en sus manos, han aprendido ya a manejar. Los acarician, como el niño acaricia su nuevo juguete. Esperan la hora de emplearlos. Y esta llega al fin.
Los tanques enemigos. han cruzado ya el Manzanares. Van progresando hacia adelante. Y los hombres de la Columna Durruti, sabiamente colocados entre los coquetones hotelitos que se esparcen alrededor del Parque del Oeste y sus inmediaciones, esperan el momento de atacarlos.
Grupos de milicianos, se adelantan y lanzan bombas de mano sobre los tanques de la muerte. Estos, uno tras. otro, retiemblan y se inclinan hacia adelante, hacia atrás, hacia sus costados, rotas sus cremalleras por las bombas. La infantería enemiga, que sigue a los tanques, vacila y no se atreve a avanzar al ver la metralla que cae sobre estos. Hacen un alto en el camino, e inician la retirada. Es entonces, cuando los milicianos disparan sin cesar contra el enemigo. Los fusiles ametralladores vomitan la- muerte. Las filas enemigas, son diezmadas continuamente. Los soldados al servicio del fascismo, reaccionan y hacen frente. Pero no les vale de nada. Los milicianos, disparan incansablemente. El olor de la pólvora anuda sus gargantas. Les ahoga y emborracha. Y saltan de los parapetos, persiguiendo el enemigo, al cual obligan a refugiarse en su punto de partida . La Ciudad Universitaria.
Existen allí unas explanadas, que los milicianos de Durruti, ciegos de coraje y decididos a exterminar a todos los enemigos, intentan salvar. Pero no pueden conseguirlo, porque el fuego de ametralladora enemigo, les barre completamente. Y no hubo más remedio que volver a los parapetos.
Y así, con el acto de heroísmo de unos hombres, que antes de entrar en lucha, estaban cansados y agotados. se salvó Madrid en la mañana del día 14 de Noviembre de 1936.
¡ Las fuerzas de Durruti, se han cubierto de gloria ! -Es -la exclamación que se oye por todo Madrid. Ya todo el pueblo conoce- lo ocurrido. Los internacionales -que se han batido también excelentemente- admiran y elogian a los hombres llegados de Aragón. El entusiasmo popular, traspasa los limites de la- capital de España y se . traslada a todos los frentes de : lucha.
Los sublevados, por su parte, están coléricos. Las órdenes decisivas, que habían recibido de sus mandos para apoderarse de, Madrid, les fallan todas por uno u otro motivo. Se han enterado de la forma que combaten los milicianos. Han visto el valor de, la Columna Durruti. Y preparan nuevas ofensivas, más fuertes aún si cabe, que las llevadas a la práctica hasta aquél entonces.
Ya no confían tanto en la infantería mora. Preparan, más bien las armas pesadas. Los cañones. La aviación. Los tanques. Y las casas de Madrid, tiemblan ante la lluvia de metralla que cae sobre ellas.
Intentan nuevamente la toma de Madrid. Persisten en su ataque por la Plaza de la Moncloa. Y se puede ver como donde no existían mas que simples parapetos, los milicianos de Durruti, habían construido, en pocas horas, como por arte de magia, verdaderas trincheras y excelentes parapetos, e incluso, refugios contra la aviación. Conocen el empeño del enemigo, para conseguir la toma de Madrid. Por ello, saben que la lucha no ha terminado con el triunfo obtenido en su primera batalla. Esperan, decididos y vigilantes, a los invasores, para hacerles morder nuevamente el polvo de la derrota.
Los combates, se suceden nuevamente. Combates que se prolongan noche y día, sin descanso, durante varios días. Pero el enemigo, no consigue sus propósitos. No puede avanzar ni un solo paso, ante la tenacidad de las milicianos republicanos. Ya Madrid, está. definitivamente salvado. Lo ha salvado Durruti. Lo han salvado sus hombres. Y lo han salvado, también, los internacionales y con ellos todos el heróico pueblo madrileño, que ha renacido con el apoyo y el sacrificio de los que han acudido en su defensa.
Va combatiéndose sin interrupción. Y llegamos así hasta el día 19 de Noviembre de 1936, fecha de triste memoria. Hecho el recuento de las. bajas, se calcula en más del 60 % las sufridas por el personal de la Columna Durruti, en su mayoría, por muerte. Y en las filas de los Internacionales las bajas también fueron numerosísimas.
Madrid, está intranquilo aquel día. Se nota la preocupación en todos, los rostros. Algo anormal ocurre. Lo que no había conseguido el enemigo, con sus constantes ataques lo logra un hecho que, por su significación, conmueve a todo el mundo. Se dice que ha sido gravemente herido uno de los hombres más representativos del frente. Y no se concreta su nombre. Pero se procura que entre los combatientes de la Columna Durruti, no trascienda la noticia. Eso hace suponer a todo el mundo, que el herido es el propio jefe de la Columna, Buenaventura Durruti.
Hay otros heridos también. Manzana, el técnico militar de la Columna. Miguel Yoldi, Liberto Ros y otros destacados elementos de la Columna Durruti también están heridos.
Esto hace aumentar el rumor. Y finalmente se sabe la noticia: Durruti está herido. Muere Durruti. Muere el salvador de Madrid, en el momento que más falta hacía para continuar defendiéndolo y para poner todo su vigoroso esfuerzo, en defensa de toda España. Era el día 20 de Noviembre de 1936.
La noticia, corre Por toda España. Hombres y mujeres, lloran desconsoladamente. No hay forma-humana de consolar a todo el pueblo antifascista español. La muerte de -Durruti, fue sentida por todos. Sin haberlo pedido- se convirtió Durruti en el ídolo del pueblo. Y, más que ídolo, era la propia alma del pueblo español... Fue esta una de las más duras pruebas, en el transcurso de la guerra.
La muerte de Durruti traspasa, incluso, los umbrales de lo suyos. Los propios fascistas reconocen que, con la muerte de este gran hombre, han ocasionado una pérdida irreparable a las filas de los republicanos. Su radio lo dice públicamente, dedicando incluso elogiosos recuerdos al héroe, al que dan el nombre de "general rojo". Madrid se ha salvado. ¡ Pero a qué precio!
La sangre derramada defendiendo la capital de España, no sido estéril. Los hombres que, anhelantes han llegado a Madrid procedentes de Cataluña y del extranjero, han sucumbido en su inmensa mayoría, pero la capital de España, continúa en manos de los republicanos.
Mientras tanto, en Cataluña existe una preocupación enorme. Pasados los momentos de dolor, al conocerse la muerte de -Durruti, se hace necesario encontrarle un substituto. Alguien que sea capaz de seguir la obra del gran desaparecido y que, al propio tiempo, inspire confianza a los combatientes catalanes. Se habla primeramente de García Oliver. Pero éste, no puede ocupar el lugar del caído.
En la Consejería de Defensa, se estima que soy el más indicado para ocupar la vacante. Y, en Figueras, donde me encontraba inspeccionando la defensa de las costas de Cataluña, recibo una llamada telefónica, en la que se me da la terrible noticia de la muerte de Durruti y la inesperada, también, de que he sido designado para substituirle. Y con ella, la orden de que deje inmediatamente todos los trabajos que realizo, en suspenso y me presente en Barcelona, para salir sin pérdida de tiempo, hacia Madrid.
Comunico estas noticias a¡ comandante Ramos, de Carabineros que es jefe de las Fuerzas de la Costa y que se encuentra a mi lado. Y se promueve- como en todas partes al conocerse la noticia- una escena verdaderamente conmovedora. Esta noticia, cae allí y produce un efecto mayor que él que produce un bombardeo de la aviación.
Serenados los ánimos, todos piensan en la misión que deben cumplir. En Barcelona, por el propio Consejero de Defensa, se me entrega un nombramiento oficial que dice textualmente: "Por el presente escrito, se nombra jefe de todas las fuerzas catalanas que operan en el frente de Madrid, al compañero Ricardo Sanz, el cual se hará cargo del mando de dichas fuerzas, en el plazo más breve posible, por exigirlo así las actuales circunstancias. Dado en Barcelona a 20 de Noviembre de 1936. El Consejero de Defensa de la Generalidad de Cataluña. Sandino (firmado)."
A la mañana siguiente, estaba ya en Madrid. La muerte de Durruti, había logrado desmoralizar un tanto a sus fuerzas, hasta entonces habían luchado con gran arrojo y heroísmo.
En medio de aquél ambiente enrarecido y confuso, me hice cargo del mando del resto de los hombres que habían salido de Aragón con Durruti, con el premeditado propósito de salvar Madrid, aunque tuvieran que morir todos. Pero este propósito, estaba ahora algo cambiado. Pesaba sobre ellos el terrible hecho de la muerte de Durruti. Y pedían, en su inmensa mayoría, volver a Aragón, donde la guerra no exigía, en aquellos momentos, tan grandes sacrificios a unos hombres que voluntariamente combatían por la. causa de la República.
No obstante esta situación confusa , auxiliado con el apoyo de Federica Montseny y de otros buenos amigos, que se encontraban en Madrid y se habían hecho la promesa de no abandonarlo, hasta que estuviera completamente salvado, se logro que solo un número reducidísimo de combatientes, regresara a Aragón y la mayoría permanecieron en Madrid, dispuesto a defenderlo por encima de todas las cosas.
Días más tarde, la Consejería de Defensa atendiendo mi petición, organizó una nueva expedición de fuerzas. Y así la Columna Durruti de. Madrid, volvió a estar nutrida y en condiciones de ocupar su sitio de honor en el frente, lo que hizo inmediatamente, relevando a una de las Columnas internacionales, que ocupaban las posiciones existentes desde la Casa de Campo hasta las inmediaciones de Aravaca.
Allí, en los famosos combates de Aravaca y de la Casa de campo, los hombres de Durruti, los milicianos de Cataluña continuaron ofrendando su vida para conseguir sus deseos: Que el enemigo no avanzara un solo paso en Madrid.