No se hablará de Ciro el Grande o el imperio persa, ni de Pakal o las ciudades mayas, ni de Trajano o la autoridad romana, ni de Alejandro Magno o las polis griegas, ni de Aníbal o la osadía cartaginesa, ni de Liu Bang o la supremacía china, ni de Seti I o el egipto legendario; en unos cuantos miles de años se hablará de príncipes disfrazados. Casi siempre hemos vivido con tiranos consentidos, alabados, admirados y mimados, divinizados y colosales pero ante todo déspotas gobernando; son dibujados como dioses justos, igualitarios y necesarios. ¿Demasiado grandes para que caigan y demasiado frágiles para dejarlos caer? ¿Bárbaros tomando Roma? ¿Imposible? No hay religión más implorada que aquella profesada al dinero. Ya quedó reflejado en el diplomático imperio veneciano: primero somos mercaderes y luego cristianos. Aceptados sistemáticamente por desconocimiento, estupidez o codicia están muy lejos de ser necesarios. Reinan sobre lo que no tiene dueño. Siguen senderos que no son ni conducen al triunfo. Eligen vasallos que son señores. Niegan evidencias y producen mentiras. Frustrados, fracasados y agravados por todo ello siguen siendo tolerados. Son presentados como vencedores cuando en esas guerras solo caben vencidos. Tiranos porque ejercen un poder virtual sobre mentes virtuales en mundos virtuales con leyes virtuales. Tan desconectados de la realidad que se creen sus propias maquinaciones. Pero siguen siendo reyezuelos tolerados. Súbditos que creen falacias y niegan evidencias son su combustible. Siervos que jalean, matan y disfrutan para evitar vivir. Tan fracasados, frustrados y virtuales como sus señores; tan poderosos que son subestimados y humillados. Poco ha cambiado el esclavo: en vez de construir ostentosos mausoleos ahora construye hediondos vertederos. No hace falta viajar en el tiempo e inventar máquinas para justificar su esclavitud porque ya somos esclavos, el futuro no nos necesita. Estúpidos y acabados pero ante todo conformistas. Reducidos a sentir orgullo por trapos colgados de mástiles, a sentir decepción por un balón y un arquero, a sentir pasión por un videojuego o a sentir melancolía por un trasto lleno de polvo. No piensan sino que cacarean consignas pegadizas; no caminan sino que se transportan a toda velocidad; no disfrutan sino que viven ajetreados; no hablan o cantan sino que emiten ruido; no son sabios sino cultos y no fabrican sino que consumen. Pasan su vida siguiendo tendencias, noticias, modas y chismorreos para estar demasiado ocupados y evadir la ¿soledad? Solo estás si tu única preocupación es la nueva moto, ordenador, móvil, muñeca hinchable o mAnzana que acabas de comprar. Solo estás si tu único tema de conversación envuelve a gente mediocre que protagoniza noticias mediocres. Solo estás si dejaste de aprender a leer a los 11 años o nunca lo intentaste. Solo estás si necesitas ir a la oficina para sentirte pleno. Solo estás si antes prefieres llevar un remiendo en tu conciencia que en tu camisa. Nunca estarás solo mientras reflexiones sublimes evocadas por mentes desconocidas arropen tus sueños y maten tus miedos. Su soledad es tan amplia que se creen salvadores cuando son verdugos. Revisten sus acciones de caridad, generosidad, piedad, benevolencia o altruismo. Contribuir con una ONG es motivo de admiración y orgullo; futbolistas que pasan dos días rodeados de niños negros en poblados africanos solo muestran su grandísima facilidad para joder el mundo. Tiene que ser difícil explicar a un huérfano que fuiste tú quién mató a sus padres, visitar tumbas vacías de reos ejecutados o hablar con madres inexpresivas de dolor inexplicable. Más fácil es adoptar chinitos, donar mínimas cantidades de dinero y dejarse ver por barrios marginales de moradores desalojados; la caridad que conocen tan solo les permite seguir medrando, no quieren ayudar sino sentirse privilegiados. Tan solo se sienten afortunados cuando su mediocridad aumenta por una suma de dinero regalada. No comprenden lo prescindibles y divinos que son. Prescindibles porque no somos más importantes que un ácaro: nada ocurrirá cuando te pudras a tres palmos de profundidad. Divinos porque vivimos rodeados del sonido del viento, de puestas de sol irreproducibles o de seres vivos espléndidos. Muchos han intentado estar en tu posición y no lo han logrado. Pero nadie se acuerda del canto de un ruiseñor, del vuelo de una mosca, de la inteligencia de una araña, de la precisión de un halcón, de la belleza de un helecho o del olor de un gladiolo. Somos príncipes disfrazados de dinero, inmortalidad, éxito o lujo. Eres príncipe de tu única propiedad: tu destino. Acéptalo, agradécelo y transfórmalo por el simple hecho de disfrutarlo. Siente orgullo, decepción, pasión o melancolía mientras caminas pero no tengas miedo en levantarte. No importa si llegas al destino porque el éxito no está en la meta sino en el sendero. No necesitas comprobar si tu hipótesis se convierte en axioma para vivir mientras postulas. La grandeza no se encuentra en la comprobación sino en el pensamiento. Diviértete pensando sin la obsesión de llegar a buen puerto. En unos pocos años no se hablará de tiranos sino de príncipes disfrazados, pero mientras sigas suplicando por tu trono legítimo serás peor que un tirano: serás su siervo.