El sindicalismo ha entrado en una fase de decadencia y de pérdida de credibilidad muy grave. En respuesta a esta crisis, ciertos sectores militantes se han propuesto llevar las luchas que actualmente se desarrollan al exterior de las empresas.
Hasta hoy, muchos habían apostado por el posibilismo, los comités de empresa y las elecciones sindicales. Para justificar su actual estrategia, que califican de transversal, afirman que el mundo del trabajo ha dejado de ser el lugar central de la transformación social. Esta orientación no implica por su parte balance o crítica del sindicalismo reformista.
En este escrito, expondremos las causas de la crisis del sindicalismo institucional y de su abandono de cualquier proyecto finalista de emancipación. Plantearemos también la importancia del anarcosindicalismo en el mundo laboral, a pesar de los obstáculos que representan para nosotros el paro y los nuevos métodos empresariales de control de la clase obrera.
El declive del sindicalismo reformista y “alternativo”
El sindicalismo reformista se inscribe en la tradición socialdemócrata que acepta el sistema capitalista de libre mercado y de competición generalizada. Para los partidos socialdemócratas y los sindicatos reformistas, los “inconvenientes” de la explotación capitalista deben ser compensados por un desarrollo del Estado del bienestar y de la participación de los “representantes” obreros en la gestión de las empresas y de otros estamentos. Pero, en contra de las expectativas, el pacto social –concretado en España por los acuerdos de la Moncloa en 1978 y sus avatares– no redujo las desigualdades, si no todo lo contrario. Hoy, con la agravación de la crisis y sus consecuencias sociales, el trabajo y los recursos de subsistencia se vuelven inalcanzables para una parte cada vez más importante de la población. Al contrario de sus afirmaciones programáticas, los sindicatos reformistas no han conseguido frenar este proceso. Su estrategia de colaboración de clase no ha hecho más que debilitar la causa de los trabajadores.
En España, los sindicatos reformistas han aceptado tantos compromisos que cada día pierden más credibilidad, si aún les queda alguna. Este fenómeno se produce igualmente en otros países donde, a pesar de aparentar más combatividad, los sindicatos pierden afiliación desde hace mucho tiempo.
Los sociólogos Luc Boltanski y Eve Chiapello, en su libro Le Nouvel esprit du capitalisme, intentan responder a esta pregunta: ¿Por qué los sindicatos franceses, cuyos medios y prerrogativas aumentaron mucho entre 1968 y 1982, vieron al mismo tiempo una erosión importante de su afiliación? La tesis de estos autores es interesante porque expone tres problemáticas : el proceso de reestructuración del tejido económico, el nuevo management y las prácticas sindicales mayoritarias.
Paro, precariedad, represión
Desde siempre, el paro y la temporalidad han sido armas arrojadizas contra el movimiento obrero. El cierre de los grandes centros obreros como la siderurgia, los astilleros y las minas, en los cuales existía una tradición de lucha, ha debilitado la solidaridad obrera. La reestructuración del tejido industrial ha hecho saltar en pedazos las grandes empresas. Con la subcontratación, la proporción de pequeñas y medianas empresas y de trabajadores autónomos es cada vez más importante.
La presencia en un mismo tajo de trabajadores que pertenecen a diversas contratas agudiza la atomización de la clase trabajadora.
El nuevo management
Desde los 80 del siglo pasado, se instaura en muchas empresas una individualización de los salarios. Los trabajadores son evaluados una o dos veces al año, durante una entrevista con su jefe. Estos métodos ponen a muchos trabajadores en dificultad. Tienen que juzgar su conducta o la de sus compañeros y determinar su productividad. Esta prueba dificulta la acción colectiva frente a los empresarios. Las primas obtenidas en función de los objetivos individuales o de equipo aumentan la competición y la división en la plantilla. La organización de “grupos de expresión de los trabajadores”, “círculos de cualidad” y otros instrumentos de “relaciones humanas” ha permitido un mejor control de los trabajadores por parte de la patronal, que así está informada de sus problemas y reivindicaciones. De este modo, la patronal puede anticipar el descontento y obstaculizar la acción de resistencia de los trabajadores.
El nuevo management desorienta a muchos trabajadores y rompe la solidaridad. Algunos son contrarios a estos métodos y consideran que no es el papel de los obreros organizar su explotación, autoevaluarse o evaluar a sus compañeros y compañeras. Otros interiorizan la lógica empresarial y se implican para mejorar la productividad, pensando así salvar sus puestos de trabajo. El nuevo management amplifica el soporte de la colaboración de clase de los comités de empresa.
Para contrarrestar la influencia del movimiento obrero revolucionario que planteaba la expropiación de las empresas y la gestión colectiva de los medios de producción en beneficio de todos, ya en los años 1920-30, en algunos países, como Suecia, por ejemplo, los empresarios tomaron la iniciativa de “implicar” a los sindicatos en su gestión empresarial. Esta estrategia favorecía los intereses de la burguesía y de la burocracia de Estado y consolidó la “paz social”.
También en los países como la Unión Soviética que desarrollaron un capitalismo de Estado, dirigido por el partido único, los sindicatos se convirtieron en correa de transmisión del poder.
Los mismos instrumentos de control de la clase obrera fueron impuestos en España por las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco. En el primer caso, con la complicidad de la UGT socialista.
En los años 1960-70, recobró actualidad el concepto de autogestión que definía un modo de producción colectivo. Para algunos, esto significaba desarrollar cooperativas. Para otros era, como a principios del siglo XX, apropiarse de los medios de producción y prescindir de los patronos. La respuesta del Estado y de la burguesía fue la creación de instituciones que daban la ilusión de una democratización progresiva de la producción. Los sindicatos reformistas pudieron así presentar su colaboración como una etapa hacia el socialismo en el seno de las empresas. Después de la conquista de la socialdemócracia por el Estado gracias al electoralismo y al parlamentarismo, prosigue la conquista de los sindicatos gracias a la golosina de la cogestión.
La voluntad del Estado y de la patronal de debilitar al sindicalismo de clase se combina a los efectos perversos de la práctica sindical reformista.
Mientras que los más “radicales” de los reformistas defendían que participando en los comités iban a vaciarles de su contenido, ocurrió todo lo contrario. El sindicalismo se vació de su contenido social para convertirse en un mecanismo burocrático más.
Se ha proclamado que participar en las elecciones sindicales otorga mayor legitimidad a las organizaciones sindicales. Pero sabemos, desde hace años, que no es así. Los delegados sindicales acumulan los escaños y las horas libres. Se convierten en “sindicalistas” a tiempo completo con escasos contactos con los trabajadores carentes de legitimidad. Sin embargo, estos “sindicalistas” se aferran a los cargos y a los recursos materiales de los cuales dependen.
Perspectivas para el anarcosindicalismo
Los anarcosindicalistas no hemos caído en la colaboración de clase. Deberíamos estar en mejores condiciones que los sindicatos “del régimen”. Es cierto que sufrimos la represión patronal, estamos sometidos al paro masivo que dificulta, por ahora, nuestra intervención. Sin embargo, disponemos de ventajas: hemos defendido, contra viento y marea, nuestras ideas, mientras que desde hace tiempo el liberalismo, el marxismo y algunos “libertarios” habían definitivamente condenado las ideologías en pro del “fin de la historia”, del materialismo histórico o de la ciencia.
Hemos mantenido en pie lugares de encuentro e intercambio dentro y fuera de las empresas donde se encuentran juntos trabajadores, estudiantes y parados. Hemos desarrollado lazos de apoyo con colectivos que luchan en otros campos más o menos alejados del mundo laboral: ocupas, luchas de barrios, mujeres... Hemos favorecido redes de producción y de distribución autogestionadas. Pero, sobre todo, ejercemos la solidaridad obrera rompiendo el corporativismo que divide a los trabajadores en diversos sectores de actividad, tanto a nivel local, como a nivel nacional y internacional. Mientras que los supuestos sindicalistas ocupan puestos en los comités, montan cursillos subvencionados, nosotros estamos en la calle con nuestros compañeros y compañeras, fijos o eventuales, comprometidos en los conflictos laborales.
Al contrario que los que defienden que los trabajadores tienen en su mayoría una conciencia tradeunionista y que sólo luchan para obtener o conservar ventajas corporativas, luchamos tanto para conseguir nuestras reivindicaciones, como por nuestra dignidad, la de nuestros compañeros y la del conjunto de la clase trabajadora.
Aunque el mundo laboral sea complejo y se haya transformado, sigue siendo el terreno principal de la lucha anticapitalista. Le haríamos un gran favor a la patronal si nos limitáramos a las protestas en la calle, a la ocupación de las plazas, a la lucha contra los desahucios o a un retorno al campo. Estas luchas deben articularse y reforzarse mutuamente. Nuestro lema “hoy por ti, mañana por mí” sigue siendo de actualidad. La indignación y la protesta son inútiles si no se ejercen gracias a una correlación de fuerzas que permita obtener la victoria o al menos resultados substanciales.
Conclusión
La cultura política y social que se intenta imponer a los trabajadores es la de la identificación con los intereses de la burguesía. El discurso dominante es que si hay paro y falta de trabajo, es porque el capital no tiene las condiciones adecuadas para explotar mejor los medios de producción. Se afirma que si la patronal no crea empleo, no habrá salvación. Pero podemos observar que la ideología liberal, en su apuesta por el desarrollo de una clase media cada vez más prospera, accesible a todo hijo de vecino gracias a la democratización de los estudios superiores y al consumo, ha fallado estrepitosamente. El objetivo de la burguesía ha sido la de dividir a los explotados en una masa informe, atemorizada y sin valores.
El sindicalismo “a secas” empeora aún más el panorama. Su representación institucional y política, mantiene firme su rumbo en la negociación con el Estado y la patronal. Aceptando las concesiones que los dominantes le exigen, traicionando así los intereses más elementales de los explotados.
Las medidas de austeridad y recortes, las reformas laborales... se inscriben en esta lógica. Este eterno discurso que afirma que después de una fase de crisis vendrá un ciclo de prosperidad y que los sacrificios habrán valido la pena, ya no es creíble. La civilización liberal ha entrado en crisis. No seremos nosotros quienes pronostiquemos su fase terminal, pues muchos profetas anunciaron el fin del capitalismo, y éste renació de sus cenizas.
Sin ir más lejos por ahora en la demostración, reiteramos que la clase trabajadora debe iniciar su camino de forma independiente, sin participar ni en las elecciones políticas ni sindicales. Debemos afirmar nuestros propios valores de clase: solidaridad, apoyo mutuo, internacionalismo. Hay que defender nuestro proyecto social antiautoritario; reforzar nuestras organizaciones, cuyo rumbo transcurre fuera de las instituciones burguesas (Estado, parlamento, comités de empresa...).
La experiencia de la clase trabajadora demuestra que el Estado y burguesía nunca han retrocedido sin una verdadera correlación fuerzas. Estas son las tareas que nos esperan en el momento presente.
Artículo extraído de la Revista Adarga nº 1