En Argentina, 315 empresas han sido recuperadas por sus trabajadores a través de cooperativas autogestionadas. El pasado 26 de noviembre la Cámara de diputados argentino aprobó la expropiación definitiva del Hotel Bauen a sus trabajadores.
Durante los días fatídicos de la famosa crisis del corralito argentino, a finales de diciembre de 2001, estalla un fenómeno que venía produciéndose desde los años 90 con el neoliberalismo: las empresas y fábricas recuperadas a manos de sus trabajadores.
¿A quién le corresponde la propiedad de una empresa en quiebra? ¿A un patrón, quien, sin dar ninguna explicación, abandona repentinamente su negocio y a sus empleados para eludir sus deudas, o a sus trabajadores, quienes, motivados por mantener su empleo, se hacen cargo conjuntamente del negocio siendo capaces de transformar un espacio para toda la sociedad?
En realidad, ésa es la cuestión de fondo que se discute entre la sociedad y las instituciones políticas y jurídicas en Argentina. Durante la crisis financiera de 2001 se produce un cambio social en la forma de entender el trabajo por parte de un conjunto de personas asalariadas que nunca se habían planteado organizarse entre ellas para asumir el control de una empresa. El debate se concentra en el conflicto entre el derecho a la propiedad y el derecho al trabajo, un pulso que se intensifica entre legalidad y legitimidad, donde siempre se impone la lógica de la solidaridad interpersonal y la resistencia social.
Ocurre entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001. Un clima de desesperación asola todo el país. Imágenes de saqueos en los supermercados inundan los televisores. En los bancos se prohíbe sacar los ahorros. Una revuelta entre la gente y la policía deja 39 muertos mientras caen cinco presidentes en tan solo dos semanas. Las empresas y las fábricas dejan de producir y cierran sus puertas dejando a miles de trabajadores sin empleo.
Sin embargo, en medio del desorden, aparecen nuevos movimientos sociales que rechazan el maquiavélico modelo económico que los había llevado a la ruina. Entre asambleas barriales, piqueteros y clubes de intercambio, emerge el movimiento de trabajadores de empresas recuperadas que, bajo la consigna: ocupar, resistir, producir -originario canto de sirena del Movimiento Sin Tierra de Brasil-, ocupan las empresas declaradas en quiebra con la intención de reabrirlas en forma de cooperativas autogestionadas.
Un presente con antecedentes
El movimiento de empresas recuperadas no sólo puede entenderse con los días negros de la crisis financiera de 2001 y 2002. Fue durante la dictadura militar (1976-1983) donde se inicia el programa económico que establece las bases del modelo neoliberal. En este periodo empieza un proceso de desindustrialización en el que se consigue fulminar cualquier forma de organización obrera.
En los años 90, con el gobierno de Carlos Menem, el proceso de desindustrialización se acentúa y Argentina entra de lleno en el neoliberalismo. Las pequeñas y medianas empresas deben enfrentarse a las desfavorables condiciones económicas para la producción. En la mayoría de los casos están tan endeudadas con el Estado y con los propios trabajadores que el patrón abandona el negocio. En este punto, muchos trabajadores desocupados toman medidas de resistencia caracterizadas por su radicalidad, una radicalidad no menos extrema que la propia ofensiva gubernamental. En esta profunda crisis nace el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER). Durante el 2003 se recuperan 128 empresas en Argentina; en 2010 aumenta a 205. Actualmente, se calcula que existen unas 315 empresas recuperadas que cuentan con 13.000 trabajadores.
El cambio legislativo que facilitaría las cooperativizaciones
Uno de los primeros problemas que se enfrenta el movimiento de empresas recuperadas por sus trabajadores es encontrar un marco legal que les garantice el proceso de recuperación y puesta en marcha de la cooperativa. Precisamente la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionadas (FACTA), formada por 60 cooperativas de trabajo, se encarga de realizar una tarea de asesoramiento.
A día de hoy, la lucha continúa en el ámbito jurídico a la espera de una posible aprobación de la Ley de Expropiación Nacional impulsada por el propio movimiento. La propuesta, que actualmente se encuentra en la cámara de diputados de la nación, estipula que la propiedad se declare de utilidad pública y pueda ser expropiada a favor del Estado, que podría ceder el negocio a las cooperativas. El proyecto de ley autorizaría al gobierno a transferir los bienes expropiados y la entrega de la propiedad a la cooperativa durante el tiempo que se mantenga la actividad productiva.
¡El BAUEN es de todos!
Hace doce años que los trabajadores y trabajadoras del BAUEN reabrieron las puertas de uno de los hoteles más emblemáticos de Buenos Aires. Hoy día se han convertido en un icono del movimiento de empresas y fábricas recuperadas y un ejemplo de autogestión como alternativa al cierre sistemático de los puestos de trabajo. “La autogestión nace como una respuesta a la necesidad de conservar nuestro puesto de trabajo, pero con el tiempo se ha convertido en un valor añadido”, explica María Delvalle, socia histórica del BAUEN.
El hotel, ubicado a la céntrica Avenida Callao, se declaró en quiebra el mes de diciembre de 2001 dejando cerca de 100 trabajadores en la calle. Fue un momento muy difícil, pero gracias a la experiencia de otras recuperaciones y el apoyo de las redes de solidaridad, el 21 de marzo de 2003, un total de 20 extrabajadores decidieron ocupar el hotel y devolverlo a la vida. En la actualidad el BAUEN cuenta con una plantilla de 130 personas.
Durante el mes de julio de 2014, coincidiendo con la celebración de los once años de trabajo autogestionado, la cooperativa recibió la última de las múltiples ordenes de desalojo. Nuevamente sus socios siguieron movilizándose en todo el territorio con el grito que se ha convertido en la seña de identidad de su resistencia: “lucha, cultura y trabajo”. Como asegura Marcelo Ruarte, socio de la cooperativa, “el Bauen es de todos”.
El hotel construido en 1978 representa la herencia de una historia oscura que tiene su origen durante la dictadura argentina. Marcelo Iurcovich, presidente de la empresa Bauen S.A. se benefició de un crédito entregado en mano por el dictador Jorge Rafael Videla que nunca fue devuelto al Estado y que, finalmente, ha jugado a favor de los hoy trabajadores del nuevo hotel Bauen.
El pasado jueves 26 de noviembre el Congreso de diputados argentino entregó a la cooperativa de trabajadores la propiedad del hotel. El bloque de diputados Kirchneristas con la abstención de la mayoría de parlamentarios conservadores, que no se presentaron a la resolución, aprobó la expropiación de la empresa recuperada y transfirió todas sus competencias a los 130 trabajadores que forman la cooperativa.
La Casona, la recuperación en la actualidad
Son la una del mediodía y en el restaurante La Casona no cabe ni un alfiler. Es un lugar de tránsito para turistas y trabajadores de la zona. A tres calles del monumento del Obelisco, centro de Buenos Aires, nadie se imaginaría que este establecimiento debería cerrar por falta de solvencia económica. Desde el mes de julio del año pasado, este restaurante se ha convertido en una cooperativa, una muestra más de la consolidación de este movimiento. Anyelen Anorada, actual responsable de la administración, explica que, gracias al apoyo y asesoramiento que han recibido de otras empresas recuperadas, el proceso ha sido mucho más rápido de lo que esperaban. Ahora queda pendiente llegar a un acuerdo con el propietario del terreno.
Todo empezó cuando, sin previo aviso, la propietaria dejó de pagar las propinas y algunas mensualidades. Después, despidió varios empleados sin justificación, y finalmente se llevó mobiliario del restaurante. El padre de Anyelen, que hacía muchos años que trabajaba en La Casona, también fue despedido; entonces se dirigieron a la cooperativa Los Chanchitos, donde les informaron de la posibilidad de recuperar la empresa. “Los compañeros que aún trabajaban nos pedían que nos apresurásemos ante la quiebra inminente”. El día de la ocupación todo sucedió pacíficamente. “El abogado de la propietaria nos entregó las llaves y desde ese día funcionamos con la responsabilidad de decidir no por el beneficio individual, sino por el colectivo”, relata la cooperativista.
Chilavert, una imprenta de puertas abiertas
“La cooperativa no solo es de los trabajadores, también es de la gente del barrio, es una cooperativa de puertas abiertas”, nos cuenta un trabajador. La imprenta Chilavert llamada antes de la recuperación Gaglianone, ubicada en la misma calle Chilavert, en Buenos Aires, en cuyo interior del edificio hay un boquete de 25 centímetros a más de dos metros de altura, tapado ahora con ladrillos, que permitió a los trabajadores de la imprenta trabajar secretamente durante la ocupación mientras estaba sitiado por la Policía, era una empresa con 76 años de existencia en la que tan solo entraban a trabajar ocho trabajadores a lo largo del día. Hoy está abierta a toda la comunidad y en ella circulan alrededor de unas 90 personas entre los trabajadores de la imprenta, el bachillerato nocturno, el centro cultural y el centro de documentación de empresas recuperadas asociado a la Universidad de Buenos Aires.
Plácido Peñarrieta, actual presidente de la cooperativa, explica como la imprenta se ha convertido en un lugar común para la comunidad: “Cuando conseguimos recuperar Chilavert en realidad no conocíamos a la gente que había estado ahí apoyándonos. Por eso decidimos que la imprenta también tenía que ofrecer un servicio para el barrio. Con el permiso del Ministerio de Educación de la Nación decidimos entre todos comenzar a gestionar un bachillerato para todos aquellos que aún no habían terminado la secundaria. Ahora nosotros trabajamos de día y ellos estudian de noche”.
“A finales de los años 90 había una persona desocupada en cada familia y muchas fábricas cerradas. Después de meses sin pagarnos y de llevarse prácticamente toda la maquinaria, en abril de 2002 decidimos ocupar para evitar que se llevasen la máquina principal. Muchos vecinos del barrio, otros trabajadores del movimiento de empresas recuperadas, de los sindicatos y el gremio vinieron a ayudarnos. Más de 300 personas nos acompañaron para impedir el desalojo”, explica Peñarrieta.
Diez meses más tarde la cooperativa consiguió la posesión legítima de la fábrica, en noviembre de 2004 la expropiación definitiva del edificio a manos del Estado, y en 2012 las indemnizaciones por los impagos. Actualmente, los 15 trabajadores están a la espera de la cesión oficial del edificio.
“La autogestión nace como respuesta a la necesidad de conservar el empleo, pero luego se convierte en un valor añadido, ya que todos los socios de la cooperativa tienen el mismo poder de decisión, y eso comporta más responsabilidad”, concluye Peñarrieta. Chilavert es un ejemplo de como ese modelo de trabajo es sostenible, rentable y generador de nuevos puestos de trabajo. “Nosotros pasamos de la acción a la ideología, fuimos aprendiendo a medida que actuábamos”.
Fuente: Por Clara Romaguera y Arpad Pou. Termitas y Elefantes