Mateo Morral nació en Sabadell provincia de Barcelona en el 1880. Era hijo de un empresario textil. Fue un estudiante muy brillante, dotado para el aprendizaje de idiomas: conocía perfectamente el francés y el inglés a los dieciséis años. Al finalizar sus estudios secundarios, y como mucho de los estudiantes burgueses de un cierto nivel económico en la época, se fue a Alemania, donde aprendió rápidamente el alemán y se licenció en ingeniería mecánica, aunque también se impregnó del pensamiento de Nietzsche y del ideario anarquista, especialmente de la corriente neomalthusiana. A su vuelta en 1902, reactivó primero el maltrecho negocio familiar y luego viajó como representante comercial por toda España, pero las ideas libertarias ya habían calado hondo en él y se enfrentó con la familia, al mismo tiempo que enseñaba los obreros de la fábrica de su propio padre, quien lo apartó de la empresa y de la familia al poco tiempo. Como consecuencia de las riñas con su padre, este le dio diez mil pesetas para que se estableciera por su cuenta, pero Mateo, fiel a sus ideales, marchó a Barcelona, donde desempeñó el cargo de secretario de la Cooperativa anarquista barcelonesa, y al poco tiempo entró a trabajar como traductor y encargado de la biblioteca de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia.
Mateo Morral Roca era un anarquista de acción, partidario de la denominada propaganda por el hecho, es decir, el uso de la violencia terrorista como medio propagador de las ideas libertarias e instrumento de lucha contra el sistema capitalista.
Los atentados anarquistas buscaban la conmoción general de la sociedad, la concienciación de las masas y, ante todo, la denuncia de las graves desigualdades sociales. Cualquier acontecimiento social en el que participaran las autoridades o las clases dirigentes, la aristocracia y el clero, eran ocasiones propicias para revelar la realidad social del proletariado y difundir las ideas anarquistas. Los enlaces reales o las ceremonias religiosas eran buenas situaciones para ejecutar estos fines.
El 31 de mayo de 1906 Alfonso XIII contraía matrimonio con Victoria E. de Batterberg. Cuando la comitiva real se disponía a salir de la calle Mayor, desde el número 88, un hombre arroja un artefacto explosivo en un ramo de flores. La pareja real resulta ilesa pero la explosión provoca una masacre alrededor de la carroza.
El autor, Mateo Morral, consiguió huir de la pensión desde donde lanzó la bomba y donde dió sus verdaderos datos. Se dirigió a la redacción del Diario El Motín, donde preguntó por el director quien con ayuda de unos amigos consiguió sacarlo de Madrid.
Durante el proceso no pudo demostrarse relación alguna anterior entre ellos, solo que el periodista escribió en su periódico “que llegaba a considerar de más baja condición moral al delator que al asesino.”
Así llegó Mateo hasta Torrejón de Ardoz donde se detuvo hambriento en una posada. Los venteros asombrados por el aspecto que presentaba y por su mano vendada, datos que los periódicos facilitaban, avisaron a la Guardia Civil. No tardaron en presentarse tres agentes. Al pedirle uno de ellos que le acompañara, no opuso resistencia, pero al alejarse de la venta sacó un arma disparando contra el guardia y a continuación a sí mismo en el pecho.
No se consiguió vincular ningún sindicato ni organización anarquista con Morral, a pesar del gran número de detenidos y del grosor del sumario. La fiscalía intentó, por todos los medios, involucrar al pedagogo catalán Francisco Ferrer y Guardia, creador de la Escuela Moderna en la que Morral había sido bibliotecario. Este, libertario emblemático de fama internacional (Man Ray exportó a EE.UU. su proyecto pedagógico), sería cabeza de turco y, si en esta ocasión consiguió desligarse, fue fusilado tres años después, acusado de incitación a la Semana Trágica, cosa que nunca se probó, provocando protestas en toda Europa, lo que hizo caer el gobierno de Maura.
El atentado en sí, sus consecuencias, y el final de Mateo Morral provocaron una gran conmoción en la opinión pública, pero especialmente entre los intelectuales y escritores modernistas, pues el libertario catalán, en su breve estancia en Madrid, acudió con frecuencia a las tertulias modernistas, hasta tal punto que, según cuenta Ramón Gómez de la Serna, la víspera del atentado estuvo presente en la horchatería de Candelas en la calle de Alcalá.
En La Horchatería de Candelas en la calle de Alcalá se reunían por aquel entonces los escritores y artistas modernistas del momento: Azorín, Ricardo Baroja, Valle-Inclán, Pío Baroja. De entre todos ellos, Pío Baroja es el que más recuerdos nos ha dejado sobre el libertario catalán y sus andanzas por Madrid. De hecho, el atentado de la calle Mayor y la posterior huida de Morral le inspiraron al escritor una novela, La dama errante (1908), de ahí que los recuerdos barojianos acerca de este hombre de acción sean muchos. Décadas después, en sus memorias redactadas en la postguerra, recordaba así a Mateo Morral y su paso por el local de la calle de Alcalá:
”El año 1906 fue el atentado de Mateo Morral en la calle Mayor contra los reyes. Este atentado nos produjo una impresión extraordinaria. Creo que también la produjo en Madrid y en España. Todo el mundo se preguntó qué objeto podía tener aquello. Por lo que nos dijeron, Mateo Morral, el autor del atentado, solía ir a la cervecería de la calle de Alcalá donde nos reuníamos por entonces varios escritores. Parece que le acompañaban Francisco Iribarne, un tal Ibarra, ex empleado del tranvía y luego tabernero, y un polaco Dutrem Semovich, viajante o corredor de un producto farmacéutico llamado la Lecitina Billón. Ibarra estuvo preso después del crimen. El polaco e Ibarra recuerdo que tuvieron una noche un gran altercado con el pintor Leandro Oroz, que dijo que los anarquistas dejaban de serlo en cuanto tenían cinco duros en el bolsillo.”
(Pío Baroja, Desde la última vuelta del camino, Biblioteca Nueva, Madrid, 1949, pág. 790)
Por su formación intelectual, sus inquietudes ideológicas y artísticas, no es de extrañar su presencia en el ambiente cultural madrileño de 1906 y su interés por las tertulias intelectuales de los cafés. Algunos de los escritores modernistas compartieron mesa y tertulia con Mateo Morral, de ahí el gran impacto que en todos ellos causó el atentado, su autoría y la curiosidad por comprobar y reconocer quién era el anarquista catalán capaz de semejante acción. Esa es la causa por la que los hermanos Baroja y el propio Valle-Inclán acuden a ver el cadáver de Mateo Morral a la cripta del Hospital del Buen Suceso. Baroja, en el prólogo a La dama errante (1908), proporciona detalles más concretos:
“Yo no creo que hablé nunca con Morral (sic). El hombre era oscuro y silencioso; formaba parte del corro de oyentes que, todavía hace años, tenían las mesas de los cafés donde charlaban los literatos. (...). Después de cometido el atentado y encontrado a Morral muerto cerca de Torrejón de Ardoz, quise ir al hospital del Buen Suceso a ver su cadáver; pero no me dejaron pasar.En cambio, mi hermano Ricardo pasó e hizo un dibujo y luego un aguafuerte del anarquista en la cripta del Buen Suceso.Mi hermano se había acercado al médico militar que estaba de guardia a solicitar el paso, y le vio leyendo una novela mía, también de anarquistas, Aurora Roja. Hablaron los dos con este motivo, y el médico le acompañó a ver a Mateo Morral muerto.”
Años más tarde, en 1924, Valle-Inclán, en el prólogo a la novela de Ricardo Baroja, El pedigree, hace constar su presencia aquel día en la cripta del Buen Suceso:
“ ¡Grotescas horas españolas en que todo suena a moneda fullera! Todos los valores tienen hoja - la Historia, la Política, las Armas, las Academias -.Nunca había sido tan mercantilista la que entonces comenzó a llamarse Gran Prensa - G.P.- . ¡Maleante sugestión tiene el anagrama!. En aquellas ramplonas postrimerías, trabé conocimiento con Ricardo Baroja. Treinta años hace que somos amigos. Juntos y fraternos, conversando todas las noches en el rincón de un café, hemos pasado de jóvenes a viejos. Juntos y diletantes asistimos al barnizaje de las exposiciones y a los teatros, a las revueltas populares y a las verbenas: Par a par, hemos sido mirones en bodas reales y fusilamientos. Mateo Morral, pasajero hacia su fin, estuvo en nuestra tertulia la última noche. Le conocimos juntos, y juntos fuimos a verle muerto. Ricardo Baroja hizo entonces una bella aguafuerte: Yo guardo la primera prueba. Ajenos a la vida española, sin una sola atadura por donde recibir provecho, hemos visto con una mirada de buen humor treinta años de Historia.”
(Ramón del Valle-Inclán, Varia. Artículos, Cuentos, Poesía y Teatro. Edición de Joaquín del Valle-Inclán, Col. Austral, Espasa Calpe, Madrid, 1998, págs. 450-51). También Valle-Inclán escribió un poema Rosa de Llamas (1918), cuyo principal motivo fue también Mateo Morral.
Rosa de Llamas
Claras lejanías...Dunas escampadas... La luz y la sombra gladiando en el monte. Tragedia divina de rojas espadas Y alados mancebos, sobre el horizonte. El camino blanco, el herrén barroso La sombra lejana de uno que camina, Y en medio del yermo, el perro rabioso, Terrible el gañido de su sed canina ..¡No muerdan los canes de la duna ascética La sombra sombría del que va sin bienes, El alma en combate, la expresión frenética, Y el ramo de venas saltante en las sienes!... En mi senda estabas, mendigo escotero. Con tu torbellino de acciones y ciencias: Las rojas blasfemias por pan justiciero, Y las utopías de nuevas conciencias. ¡Tú fuiste en mi vida una llamarada Por tu negro verbo de Mateo Morral! ¡Por su dolor negro! ¡Por su alma enconada, Que estalló en las ruedas del Carro Real!...
MATEO MORRAL ROCA (1880-1906)
El autor del atentado contra el rey Alfonso XIII en Madrid, en mayo de 1906, desmonta todos los tópicos que se han dicho sobre el anarquismo, que no son pocos.
Sabadellense, hijo de un industrial del textil, alto, moreno y elegantemente vestido, es enviado por sus padres a Francia y Alemania para elevar su nivel cultural, es decir ser educado para poder dirigir un día el negocio familiar. Pero cuando regresa del extranjero, donde entre otras cosas ha realizado estudios de ingeniería textil, se dedica ya como patrón de la fábrica a enseñar a sus obreros lo que es la solidaridad, la organización obrera y sistemas de lucha como la huelga. Los obreros le escuchan atónitos no acertando a entender que el dueño les hable de estas cosas.
Mateo Morral se había inclinado ya hacia el ideal anarquista, por ese motivo abandona las comodidades y la vida fácil para dedicarse en cuerpo y alma a la causa revolucionaria. Captado por Ferrer i Guardia, lo vemos en 1905 como bibliotecario y encargado de la librería en la Escuela Moderna de la calle Bailén. Su vida transcurre ahora entre libros, lee todo lo que cae en sus manos y cada vez está más convencido del cambio que se avecina en la sociedad futura.
Traduce el folleto de Robin Generación voluntaria y se entusiasma con las obras de Ibsen. Junto con su amigo Albano Rosell, pedagogo, fundan la agrupación Ibsen con la idea de difundir su obra. Su idea de transformación de la sociedad le lleva a realizar algún acto que suponga cambios más rápidos. En mayo de 1906 se traslada a Madrid y atenta contra el rey lanzando una bomba que ocasionó la muerte de 24 personas. Atormentado por esas víctimas logra escapar pero cuando iba a ser detenido, en San Fernando de Henares, se suicida.
Debido a la relación que mantuvo con Ferrer i Guardia se acusó a este último de estar involucrado en el atentado, lo que significó la excusa perfecta para cerrar definitivamente la Escuela Moderna. Morral en su imaginario intentó que la sociedad cambiara al ritmo que él pensaba que debía tener, y tal como otros muchos anarquistas pensaban, lo intentó contra quien representaba el poder y la represión.