jueves, 9 de agosto de 2007

Un mundo nuevo en nuestros corazones



A lo largo de la historia y desde la adquisición de la conciencia, se ha podido observar que los seres humanos hemos buscado incansablemente un mundo mejor en el que no existieran todos aquellos problemas que nos han atormentado y que nosotros mismos, como dueños de nuestro propio destino, hemos creado. La desigualdad, el miedo, el sufrimiento, la maldad o la opresión, desgracias que surgieron de las actividades y la mente de las personas que más adelante las sufrieron en sus propias carnes o que condenaron a padecerlas a otras muchas, han dejado volar nuestra imaginación en virtud de acabar con ellas. Estos pensamientos, y la confianza en su veracidad, nos han dado la fuerza suficiente para luchar por conseguirlas, incluso dejando la vida en el intento.
En este sentido se puede decir que una característica unitaria de todas estas alternativas es el hecho de que, en la cabeza de todas aquellas personas, cualquier sistema propuesto, si fuera apoyado por todos los individuos que lo integran, sería un sistema perfecto. De esta forma algunos de esos pensamientos, como pueden ser la religión, el capitalismo o el anarquismo, serían tan válidos unos como otros siempre que todos aceptáramos sus principios y asumiéramos nuestro papel en dicha sociedad. Por ejemplo, una sociedad cristiana funcionaría perfectamente si todos sus integrantes basaran su existencia en la sumisión a un dios, en la jerarquización, en el castigo al incumplimiento de sus leyes divinas y sobre todo en la esperanza de ver recompensada su sumisión con una vida eterna en el cielo; o una sociedad clasista se podría considerar como exitosa si en ella se conviviera a partir de la aceptación de que cada persona pertenece a una clase social de la que no puede renegar y a la que van asociadas una serie de características que se deben afrontar y sufrir.
En el tema de los principios, tanto unas ideologías como otras, ya no sólo políticas sino también sociales y morales, se podrían designar como similares, en el sentido de que todas se basan en la necesidad de la globalización de unos pensamientos para convertirlas en útiles y en que todas se basan en concepciones humanas (distintas entre sí, pero siempre humanas y sociales). Los medios aceptados por todas estas alternativas de vida son muy dispares y pueden ir desde la imposición fascista o la inhibición religiosa hasta la solidaridad y apoyo mutuo anarquistas. Y es en este apartado en el que podemos hablar de la excepcionalidad de la concepción libertaria, que en el caso de las bases es equivalente al resto de movimientos, pero que en el modo de alcanzar sus fines se aleja de la tónica general, el pensamiento único. El caso ácrata niega la imposición y se asienta en un pensamiento libre, creador, innovador y constructivo, capaz de avanzar en conjunto y en beneficio de la sociedad, gracias a las aportaciones de cada individuo, generadas desde la libertad y la razón.
Es por ello por lo que, mientras que el resto de filosofías aceptan una base teórica que deben asumir y tratan de avanzar a partir de ella, nuestro pensamiento nos permite cuestionar, modificar y decidir libremente nuestra propia concepción, haciéndola evolucionar a lo largo de su historia, tal y como han hecho hasta ahora nuestros compañeros.
Otra de las características que convierten al anarquismo en una excepción es la verdadera coherencia que existe entre sus medios y sus fines, relación que demuestra realmente la capacidad de un movimiento de ser llevado a la práctica. Casi la totalidad del resto de teorías han caído o acabarán cayendo en el error de que sus medios destruyan sus fines, en el error de ponerse la zancadilla a sí mismos. Parece evidente dicha afirmación en otras corrientes como el fascismo, cuyo fin es el progreso y el beneficio de un grupo de individuos de un color, un estado y una clase social concreta y que acaba atándoles junto al resto de individuos a unos medios que les impiden avanzar, condenándoles a vivir sumisos, callados y obedientes a una voluntad individual (dictador) o a una mayoritaria (democracia actual ); o en la religión, que mediante la aceptación de una moral ultraconservadora e impuesta hace siglos, que obliga a la creencia en una divinidad superior y a la total inhibición de cualquier conducta contraria a dicha moral, trate de encontrar un mundo celestial en el que sólo los verdaderos creyentes vivirán en libertad eternamente. ¿Es la imposición y la sumisión el mejor modo de encontrar el progreso y la libertad real? Desde nuestro punto de vista supone toda una contradicción.
Esta excepcionalidad libertaria no nos hace "inmunes" a caer en el mismo error que el resto de teorías, sólo nos aleja de cometerlo, pero, como ya hemos dicho, nuestro movimiento avanza gracias a las aportaciones de todos, por lo que la responsabilidad de progresar coherente y libremente hacia un mundo mejor recae en nuestras manos y en nuestros corazones.