Manuel Monleón Burgos (Valencia, 1904 - Mislata, 1976) fue uno de los más importantes cartelistas y fotomontadores de la guerra civil española. Se interesó por el naturalismo, el anarquismo y el esperanto, y fue uno de los primeros grafistas valencianos en emplear la técnica del fotomontaje como arma ideológica y propagandística. Por esa razón, y por la agresividad de sus carteles, pasó varios años recluido en los campos de concentración y cárceles franquistas. Por su condición de combatiente antifascista, su ideología y su carácter reservado permaneció durante la dictadura franquista silenciado, apartado en un voluntario exilio interior, fuera de la esfera mediática de los medios de comunicación y del ámbito universitario y académico. Sería a partir de la restauración de la democracia cuando su nombre comenzó a ser conocido y su actividad artística divulgada en revistas culturales y artísticas minoritarias, entre ellas, Triunfo, donde en sus comienzos trabajó como director artístico e ilustrador. De pronto investigadores, historiadores y críticos de arte, atraídos por su singular personalidad, le dedicaron libros, ensayos y artículos, que permitieron ahondar en su amplia producción artística en la que tocó casi todos los géneros. Una exposición conmemorativa del centenario de su nacimiento en febrero de 2004 en la sala de la Biblioteca Valenciana de la Generalidad Valenciana, en el edificio restaurado del Monasterio de San Miguel de los Reyes, permitió al visitante conocer la obra de uno de los dibujantes, fotomontadores y cartelistas españoles más relevantes de la guerra civil. Todavía hoy aproximarse a su obra sea una de las tareas más difíciles que se pueda proponer a un historiador o un estudioso, a los que una tradición crítica dominada comúnmente por consideraciones de índole política cierra paso para encarar un juicio sereno y objetivo sobre este gran y polisémico artista valenciano. “Fue un español más –destacaba una editorial de la revista Triunfo- víctima como tantos otros de unas circunstancias políticas, que además empleó sus energías más en la ayuda a los demás que en la promoción de su propia persona. Aún así, deja a su muerte una considerable obra artística muy representativa del tiempo (o también de los diversos tiempos) que le han tocado vivir”. Para conocer las claves de su actividad como cartelista, fotomontador e lustrador en las que consiguió un enorme prestigio, convendrá bucear en sus orígenes, en sus primeros pasos, en las personas que le influyeron y en los acontecimientos históricos que le marcaron y dejaron su impronta ideológica. Nació en Valencia en 1904, en el seno de una familia de labradores muy humilde de la Serranía que se habían establecido en la ciudad. Pasó necesidades en su infancia, por lo que se crió raquítico y enfermizo. Después de aprender en la Escuela Pública la primera enseñanza se colocó como aprendiz en el taller de abanicos del prestigioso Mariano Pérez, pintor de abanicos y miniaturista. A la influencia de su patrón se debió sin duda el fondo que informó toda su vocación futura, reflejo del entusiasmo que se le despertó con el arte. Con el tiempo se independizó de su maestro y protector y se dedicó de lleno a la pintura de miniaturas, destacándose inmediatamente en esta modalidad. En 1929 expuso una colección de miniaturas en la Sala Braulio, siendo muy agasajado por el público y la crítica de arte local. Al año siguiente volvió a exponer en una sala de arte de la barcelonesa Vía Layetana, donde vendió toda la obra y obtuvo comentarios elogiosos en la prensa local. Desde sus años de aprendizaje en el taller de abanicos, Manuel Monleón tuvo una profunda preocupación social y política, preocupación vivísima en la Valencia de su tiempo. Se interesó rápidamente por el naturismo, el anarquismo y, sobre todo, por el esperanto. Su ideología -muy cercana al anarquismo- se caracterizaba por una denuncia de los abusos de la sociedad capitalista y por la inspiración vehemente a una sociedad sin clases que estuviese fundamentada en las reglas democráticas y afirmada, sobre todo, en los progresos científicos y humanísticos, que habían de traer la salvación del mundo, creencia que muchos compartían. Monleón, que en su infancia había padecido raquitismo, afrontó la vieja idea helénica de que el dominio del cuerpo contribuía a formar el espíritu. Emprendió la tarea de la educación física de su cuerpo a través de espartanas reglas y ejercicio continuo en el gimnasio. Destacó en la practica de la gimnasia con aparatos y siempre estuvo agradecido a la higiénica modestia de esa disciplina atlética por haber modelado su cuerpo y su mente. Al mismo tiempo, adoptó en el cuidado de su cuerpo las reglas naturistas que propugnaban los anarquistas basadas en una alimentación sana y una vida en contacto con la naturaleza. Fue junto a José Renau, uno de los primeros grafistas en emplear la técnica del fotomontaje como arma ideológica y propagandística. La vanguardia política de entonces era, también, vanguardia artística. Y Monleón, como Renau, o el genial alemán John Heartfield, empleaban el arma de su arte frente a los incipientes arrebatos fascistas de las dictaduras totalitarias. Su popularidad fue inmensa. Se debía, sobre todo, a sus portadas, a sus carteles, a sus conferencias y, más aún, a sus polémicas. Al estallar la guerra civil, Manuel Monleón se adhirió a la causa popular y trabajó en la realización de carteles propagandísticos en el taller de Artes Plásticas de la Alianza de Intelectuales y como ilustrador del periódico Verdad, que dirigía el escritor y dramaturgo Max Aub. Allí publicó retratos de políticos y militares destacados. Pero en lo que realmente alcanzó una enorme popularidad fue en sus fotomontajes y en sus carteles bélicos, tal vez los más agresivos realizados en el bando republicano en la guerra civil por la expresividad, el simbolismo y la fuerza de sus mensajes, casi siempre contra el fascismo amenazador. Sus carteles eran singulares porque abarcaban una iconografía basada en una estética “bestiaria” poco convencional, y cuyo mensaje final era advertir de la amenaza de los invasores fascistas, principal tesis que utilizaba el gobierno republicano de cara a la propaganda exterior. Se hallaban influenciados por la gráfica soviética de la revolución de Octubre y la alemana de agit-prop, pues no en vano trabajó y colaboró con José Renau en divulgar y promocionar la obra de John Heartfield. Algunos de ellos, recuperaban e, incluso, trascendían, la imagen ingeniosa e imaginativa de Heartfield. Entre sus carteles más conocidos se encontraban los titulados “¡Compañeros! Alistaos en la Columna Iberia”, realizado por encargo de la CNT-FAI y , en el que una barrera erguida de espinas detenía el viscoso gusano del fascismo mientras el puño del proletariado iba a destrozarlo. Fue uno de los cartelistas más destacados del subgénero que algunos críticos de arte denominaron “bestiario”, es decir, la presentación del fascismo como una bestia. En el cartel titulado “CNT.Comité Nacional AIT”, se presentaba al enemigo fascista en forma de serpiente, personificación del diablo desde el Génesis y símbolo constante en la iconografía mariana. Este cartel es el que reproducimos como la segunda entrega de nuestro blog. Autor: Monleón. Título: "CNT. Comité Nacional. AIT. Fascismo".100 x 68.5 Editor: Confederación Nacional del Trabajo, AIT. Comité Nacional, Oficina de Información y Propaganda (1936-1938).