miércoles, 7 de noviembre de 2007

Lectura recomendada mes de Noviembre: Transiciones


Cuando, en 1976, decidí afiliarme a la CNT, me acerqué a la calle Olmo con los dos compañeros que me avalaban. Había una multitudinaria asamblea y el ambiente era bastante agitado. Llevaba un par de años organizado en el Ateneo Libertario de Villaverde y salíamos a reunión, manifestación o huelga diaria, así que no me sorprendió el ambiente entre ilusionado y tenso de los/as presentes. Por otro lado, estábamos llegando por miles –casi todos/as jóvenes como yo– a una CNT recientemente reconstruida, lo que convertía en un hecho igualmente cotidiano mi incorporación. Sin embargo, ese mismo día, ya tuve que vivir un detalle que me resultó sorprendente y preocupante: alguien me preguntó, sin tapujos, a qué tendencia iba a adherirme. Acostumbrado a participar en todas las luchas callejeras de barrio, de fábrica o de defensa de los sectores marginados (presos, mujeres, homosexuales, etc.), con todo aquel que apareciera por allí, recibí la propuesta con evidente desagrado y dije que mi adhesión era con la CNT.Ese era el momento político que se vivía en 1976: agitación permanente, ilusión por salir de un tiempo gris y represivo, expectación por saber qué había más allá del cadáver de una dictadura que se había eternizado y una energía desbordante que nos daba la juventud y la pasión por conseguir un cambio que veíamos posible y necesario. Las ideas, sin embargo, eran bastante difusas. Sabíamos que el anarquismo tenía como base principal la libertad. Que practicaba la solidaridad y la autogestión. Que se organizaba en grupos o sindicatos libremente federados... Suficiente.
La realidad, en cambio, era mucho más compleja. La CNT se había ido reconstruyendo desde varias y diferentes zonas, ambientes y sensibilidades, tanto de dentro como del exilio, y se iban añadiendo otras a veces complementarias y otras divergentes.
Y esa complejidad es la que Pablo Carmona nos desvela en este trabajo –tesina– sobre la CNT entre los años 1976 y 1981. En el proceso de reconstrucción de la Confederación Nacional del Trabajo, desde los contactos con la CNT del exilio, grupos como Solidaridad, los Grupos Obreros Autónomos o el Movimiento
Obrero Autónomo, convergiendo con otras experiencias anarcosindicalistas o con tendencias asamblearias dentro de CC. OO., fueron convocando reuniones y asambleas que concluirían con el relanzamiento de la Confederación. Empezando por Madrid y Barcelona, en menos de un año estaba en marcha en todo el país, de nuevo, la histórica CNT, tantas veces prohibida, tantas veces reprimida y hasta dada por desaparecida.
Esa complejidad que permitía convivir, con grandes dificultades, a las diferentes tendencias que llegaban o se iban desarrollando con rapidez (anarcosindicalistas, autónomos, consejistas, anarquistas, y hasta marxistas, trostkistas o cristianos), sumadas a las propias de la diferencia generacional entre los miles de jóvenes que llegábamos en tropel, sin el menor conocimiento (ni interés) sobre sindicalismo y los viejos cenetistas que reaparecían, es la que pone sobre el papel el autor. Los que llegábamos preocupados/as por cuestiones sociales o marginales, por la ecología o el antimilitarismo, y con veinte años, nos encontramos sin una generación intermedia que sirviera de colchón con «los abuelos». Diferentes preocupaciones, diferentes lenguajes y diferentes formas de ver las prioridades y las formas de la organización, sin olvidar la velocidad vertiginosa de los acontecimientos y el rapidísimo crecimiento de la CNT y el resto de las organizaciones libertarias, no ayudaban a serenar y templar un necesario debate sobre la mejor estrategia y el camino hacia el V Congreso confederal, el primero tras cuarenta años de dictadura, el primero tras largos exilios y dolorosas rupturas, el primero tras la reconstrucción interior, que resultó realmente difícil, complicado y traumático como el propio Congreso. Pero también ese camino resultó lleno de satisfacciones y enorme ilusión, como la propia actividad militante, participando en la recuperación de ideas y organizaciones históricas, en un momento de cambio trascendente, viendo y viviendo el interés que despertaban, hasta llenar plazas y parques, con acontecimientos como los de San Sebastián de los Reyes o Montjuich. Las frecuentes luchas, en las que la CNT participaba, como las de Induyco, Roca o gasolineras nos llenaban tanto como las actividades culturales cuyo cenit fueron la Jornadas Libertarias de Barcelona, con el centro principal en el Parque Güell y medio millón de participantes.
Fuera, las cosas ocurrían con la misma rapidez. A un movimiento potente, entusiasta y heterogéneo, acelerado y animado por el final de la dictadura, siguió un desencanto no menos importante (cuando se vio que los cambios que se podían entrever no se notaban tanto en la vida cotidiana, que la revolución social se intuía lejos y que para lo que venía no hacía falta tanto desgaste de energía), y que también afectó a los ambientes anarquistas y anarcosindicalistas.
Por otro lado, los servicios del poder no iban a estar quietos ante el ascenso imparable de las organizaciones anarquistas y anarcosindicalistas. Las detenciones de decenas de miembros de la FAI y, sobre todo, el incendio del Scala, pretendían criminalizar un movimiento del que ya el ministro del Interior, Martín Villa, había dicho que temía más que a ETA.
Pero no sería desde fuera desde donde se podía hacer más daño a la CNT. Tantas divergencias internas, los intentos de algunos para cambiar cuestiones básicas en el anarco-sindicato (particularmente su visión respecto a las elecciones sindicales y los comités de empresa) y, sobre todo, la incapacidad de determinados personajes para asumir el resultado del Congreso celebrado en la Casa de Campo en diciembre de 1979, abrieron las puertas a una escisión (con una segunda parte en 1984), que supuso el abandono de miles de compañeros/as, no tanto a esas escisiones que darían lugar a la CGT, como a su casa, cansados y aburridos de las luchas intestinas.
Todo esto está en el libro que ahora publica la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Trabajando duro en sus archivos, ha ido hurgando Pablo Carmona en la reciente historia de la CNT. La segunda mitad de los años setenta supuso el resurgir de una organización que había reunido a dos millones de trabajadores y trabajadoras a finales de los años treinta y que, después de una guerra cruel y asesina provocada por el golpe de Estado militar y la represión interminable y salvaje de los fascistas, consiguió reunir nuevamente a más de doscientos mil afiliados/as en un tiempo récord.
Tenemos bastantes trabajos sobre el movimiento obrero anarquista hasta los años cuarenta, pero pocos de esta etapa trascendental y que explican los acontecimientos y el devenir posteriores, incluyendo lo que nos está tocando vivir ya en estos primeros años del siglo XXI. Este trabajo, quizás más desapasionado que el de Juan Gómez Casas, por salir más de los archivos y entrevistas que de las propias vivencias, es uno de los pocos acercamientos a la historia libertaria de la Transición. Como dice el propio autor, «historiar lo libertario es cubrir un tremendo espacio dejado en el estudio de la sociedad española de los años setenta, pero también significa acercarse a todo el sustrato social asesinado por la Historia Oficial: sindicalismo radical, marginación social, torturas carcelarias, reconversión industrial, proyectos feministas y las opciones libertarias, autónomas y antiautoritarias fueron barridas de un modo de hacer historia que aparece complaciente con su pasado y esquivo ante el doloroso trabajo que conlleva la crítica de su presente».
Queremos agradecer, por tanto, el esfuerzo por sacar a la luz una etapa cercana e importante de las luchas participadas por tantos hombres y mujeres desde una CNT siempre revolucionaria y anarcosindicalista, a pesar de los permanentes intentos por acabar con ella, unas veces con la represión directa y otras tratando de integrarla en el sistema.
Pascual González