Y no nos olvidemos del postre. Fruta, gelatina, tartas, cookies de varios sabores. O quizás un helado. ¿Un mágnum blanco o unas bolas de vainilla y pralines de Baski Robbins? Todo esto (o parecido) en el desayuno, la comida, la cena y la recena. Y uno, mientras espera en la cola, no puede sino preguntarse... ¿De dónde viene todo esto? ¿Quién sostiene semejante esfuerzo logístico en esta base y en todas las que pueblan Irak? Y no menos importante... ¿Quién se ha cruzado todo Irak desafiando los ataques de la insurgencia con un camión lleno de helado para que nos lo podamos zampar de postre?
La respuesta a esas preguntas (y a otras muchas), son tres letras: KBR. Las iniciales del principal proveedor de servicios del Pentágono (y antigua filial hasta el año pasado de Halliburton) está por todas partes en las bases norteamericanas en Irak. Están en los comedores, pero también en los gimnasios, en los centros de recreo, en las salas de Internet, en los teléfonos para llamar a casa, en la lavandería y en la peluquería, en las terminales de pasajeros para ir de una base a otra, y hasta en los retretes. Gestionan todo lo que no tiene que ver con la seguridad o con combatir. La doctrina de la externalización de los servicios que propugnan los Ejércitos modernos llevada a su grado sumo. Pero con un solo proveedor.
Imagínense el negocio. Tomemos por caso la comida. Junten los 160.000 soldados que están desplegados en Irak. Súmenles los 180.000 contratistas civiles y trabajadores de las bases, añádeles los traductores y otro personal iraquí, e incluso algún periodista despistado que pasaba por allí. Tirando por lo bajo digamos que tenemos una comunidad de unas 350.000 personas a las que hay que dar cuatro comidas al día. Añadámosle todos los demás servicios. Vamos, es como tener el monopolio de la economía de La Rioja.
Alguno podrá decir que KBR también tiene que invertir mucho dinero en costes, materias primas y en mano de obra. En las dos primeras puede ser. No en la tercera. La enorme mayoría de sus 50.000 trabajadores viene del tercer mundo. Son una legión de paquistaníes, nepalíes, malasios, bengalíes y filipinos los que sostienen el esfuerzo de guerra norteamericano limpiando las letrinas y cocinando.
En Warhorse estos obreros de la guerra cobran 1 euro la hora trabajando en la cocina para Tamimi, una empresa saudí a la que KBR subcontrata la cocina. No todos están tan mal pagados, pero la paga media de estos currantes en todo Irak es de unos 15 euros al día por jornadas de trabajo de 12 horas los siete días de la semana.
Tampoco KBR se gasta demasiado en los conductores de los convoyes que traen los suministros. Son en su mayoría turcos que cobran una ínfima parte de lo que cobraría cualquier occidental por aventurarse en Irak con un camión cisterna que podría volar por los aires al primer balazo de la insurgencia. He visto esos camiones en la base Normandy. Me acerqué para comprobar sus matrículas turcas y entonces me llevé una sorpresa. Al principio, de lejos, pensé que les habían colocado un blindaje. Pero no. Lo conductores habían recubierto la cabina con palés de madera. Como si eso fuera a detener las balas, las granadas o las esquirlas de las bombas.
Y la seguridad no es distinta. Al contrario de lo que se piensa, la mayor parte de los contratistas de seguridad no son mercenarios salidos de las fuerzas especiales y con el gatillo fácil. Esos son sólo una minoría privilegiada que cobra sus servicios de guardaespaldas o escolta a precio de oro. La mayoría de los guardias de seguridad privados en Irak son peruanos, chilenos o congoleños, que cobran menos de 800 euros al mes por cuidar de la seguridad en las bases.
En Warhorse vienen de Ruanda y son parte de un contingente de unos 1.500 hombres empleados por la firma norteamericana SOC-SMG. Esta compañía, que tiene base en Nevada y fue creada por dos antiguos Seals, ha cobrado en los dos últimos años unos 30 millones de dólares en contratos de seguridad en Irak. Cada ugandés que trabaja en Irak gana menos de 3 euros la hora. El resto se lo llevan sus coordinadores que, esos sí, son norteamericanos y ganan un dineral.
En el espacio de negocio que dejan los monstruos de la seguridad y las megacorporaciones como KBR habitan otras empresas que buscan su nicho de negocio. Como Grean Beans, una cadena de cafeterías que tiene una sucursal en Warhorse. Un letrero anuncia con orgullo en el establecimiento todas las bases norteamericanas en las que trabajan y 'sirven a nuestras tropas'. Lo de 'servir' es un decir. Aquí los soldados tienen que pagar cada café que se toman con el dinero de su bolsillo. Grean Beans ha sido una de las empresas norteamericanas de más rápido crecimiento tras el 11-S.
En la barra, me atiende un joven con pinta de paquistaní. Pido un café expreso y una magdalena y una cookie de chocolate. Cuesta el 20% de lo que un soldado raso gana combatiendo todo un día en Irak.