lunes, 30 de junio de 2008

Guerras de la memoria


La Historia, como bien sabemos, no se limita a una mera recopilación de hechos. El espíritu de una época, sus tensiones, logros y fracasos no caben en la simple crónica de sucesivos datos, así como tampoco cabe la comprensión de por qué unas fuerzas sociales chocan violentamente en un momento dado, tras décadas de formación en torno a intereses contrapuestos. En efecto, la interpretación de un tiempo, aunque incómoda y hasta inquietante a veces, supone un ejercicio complejo, muy complejo, pero necesario para la inteligencia histórica.
Será en vano añadir que toda esta complejidad aumenta exponencialmente cuando se trata de estudiar épocas de intensa conflictividad (aunque, ¿cuál no lo es?), máxime si su herencia sigue siendo materia de polémica en la actualidad. Como no podía ser de otro modo, ocurre así con el proceso revolucionario que comenzó en julio de 1936 en Barcelona, una vez derrotados en las calles por el pueblo los militares facciosos.
El recuerdo de aquellos días de julio y de los meses que les siguieron asusta todavía hoy a muchos; aquella posibilidad, si bien derrotada a sangre y fuego, sigue planteando una fractura que sobrevuela los falaces discursos de la actual socialdemocracia y de la ultimísima versión de los nacionalismos peninsulares, de todos ellos. Porque no son sólo los grajos del hispano fascismo (la COPE, Libertad Digital, El Mundo...) los que cargan contra aquella experiencia de genuino poder popular; de unos años a esta parte, viene orquestándose otro frente de voces que, desde el bando de los «demócratas» (?), quiere pergueñar una imagen idílica de la República –obviando, lógicamente, su complejidad ideológica y sus profundas contradicciones– para legitimar el presente Estado, tan poco amigo de las libertades públicas, la participación ciudadana y la justicia social. Al parecer, esa operación, falaz y mentirosa, de la social-democracia y de los nacionalistas requiere la eliminación de la huella libertaria o, cuando no puede evitarse su presencia, su reducción a las patrullas de control y los paseos por la carretera de la Rabassada. La democratización de la Sanidad, el esfuerzo de la educación racionalista o los logros de las colectivizaciones de fábricas y tierras pesan poco en la balanza de tanto memorialista mamporrero: Miquel Mir, Gabriel Cardona, Ucelay da Cal...
Debemos suponer, pues, que esta especie de «higiene» historiográfica, mentirosa y falaz, es la única manera institucional de recuperar la memoria histórica en estos tiempos de Ordenanzas Cívicas, Reformas Laborales y Ley de Partidos. En definitiva, sólo es posible traer a colación una pasado aséptico y sin espoleta, sin sombra de nada que evoque una transformación radical (y ¡viable!) de la sociedad.
Será tarea de las organizaciones que nos reclamamos herederas del anarquismo y del anarcosindicalismo impedir que ese pasado de lucha y de construcción se vea arrumbado, que se nos escamotee a tod@s una parte fundamental de los que fuimos y nos negamos a dejar de ser. Nuestro común patrimonio es la aventura de aquell@s que decidieron ser dueñ@s de su vida y protagonistas de la Historia.

Solidaridad Obrera, Editorial