miércoles, 9 de octubre de 2013

Mc Donald´s no es cosa de niñ@s


Si preguntamos a los norteamericanos cómo Mc Donald´s los ha modelado o construido su consciencia pondrán miradas de incomprensión. ¿Qué significa argumentar que el poder implica la capacidad para atribuir significados a diversos rangos de nuestra vida? 

Como otras empresas internacionales gigantes de finales del siglo XX, Mc Donalds ha utilizado los medios para invadir las esferas más privadas de nuestra vida cotidiana. Nuestras identificaciones nacionales, deseos y necesidades humanas se han convertido en mercancías con fines comerciales. Este uso de los medios concede a los productores un nivel de acceso a la consciencia humana nunca imaginado antes por el dictador más poderoso. 

El nombre- Mc Donald´s- es agradable a los niños, con su evocación del viejo McDonald y su granja i-a-i-aa-o. La seguridad de Mc Donald´s proporciona asilo, si no refugio utópico, del mundo contemporáneo, poco amistoso para los niños, de abuso infantil, hogares rotos y secuestro de niños. De ahí que quieran celebrar sus cumpleaños en Mc Donald´s. Han descubierto un mercado infantil enorme. Como si este nivel de colonización cultural no fuera suficiente, Mc Donald´s junto con diversas compañías ha escogido las escuelas públicas como un nuevo lugar para la comercialización y el consumo infantil .

Mc Donald´s ha desarrollado un núcleo de anuncios infantiles llamados “fragmentos de la vida”. Los publicistas, que no incluyen adultos en los anuncios, representan un grupo de pre adolescentes entablando conversaciones “ auténticas” en torno a una mesa de Mc Donald´s cubierta con hamburguesas, patatas fritas y batidos. Utilizando vocabulario infantil para describir juguetes en diversas promociones de Mc Donald´s, los niños hablan entre sí de las dificultades de la infancia. En muchos anuncios hacen objeto de sus bromas a los adultos y comparten algunas que éstos no captan. Por sutil que pueda parecer Mc Donald´s intenta llevar parte del poder la cultura subversiva infantil a sus productos sin que nadie, excepto los niños, lo sepa. 

Desde el punto de vista cotidiano, Mc Donald`s no alienta comidas familiares largas, placenteras e interactivas. Los asientos y las mesas están diseñados para ser incómodos hasta el punto de que los clientes coman rápidamente y se marchen. 

La lección para los niños está clara: la política no importa. La naturaleza benigna de la producción capitalista, con su ausencia de conflictos serios de todo tipo es una tapadera para una realidad mucho más salvaje. Los operadores de la tienda hablan de la fe en Mc Donald´s como si fuera una religión. No hay sitio para la crítica o la disensión en Mc Donaldlandia. No se pueden sindicar a los trabajadores. 

Mc DONALD´S ACUSADA EN CHINA DE EMPLEAR A MENORES.

La empresa estadounidense utiliza en China el trabajo de menores de 14 años. McDonald´s fabrica juguetes de peluche por medio de la compañía City Toys, con destino sobre todo al mercado japonés, con mano de obra infantil a los que paga unos 25 céntimos de euro por hora.
Los menores duermen en una nave en camas sin colchón y carecen del dinero necesario para adquirir el permiso de residencia en la región. Muchos de ellos trabajan bajo una identidad falsa. 

¿Nos decidiremos ahora a boicotear a estos carceleros de la infancia o seguiremos justificando, desde la incredulidad o la indiferencia, la “bondad” de esta civilización consumista?

LOS JUGUETES QUE MC DONALD´S REGALA EN SUS PROMOCIONES SON ELABORADOS EN CHINA POR ADOLESCENTES ENTRE 12 Y 17 AÑOS 

Trabajan entre 14 y 18 horas. Tienen 15 minutos para comer y cuatro horas para dormir en cuchitriles situados en las mismas fábricas. Al anochecer, las trabajadoras son registradas para comprobar que no han robado nada. Con sus puertas de metal y sus barrotes en las ventanas, estos talleres parecen más un cuartel militar. Así es como los chinos son competitivos.
Montar, empaquetar, montar, empaquetar, montar, empaquetar,... Las 600 jóvenes trabajan como robots, sin levantar la mirada, darse un respiro o hablar entre ellas. Todas han llegado del campo tratando de salir de la pobreza y aquí están, montando y empaquetando muñecos de plástico, entre 14 y 18 horas al día, 15 minutos para comer, permisos reducidos para ir al servicio y cuatro horas para soñar que en realidad no están durmiendo en los cuchitriles situados en la última planta de la fábrica. 

Una ruidosa sirena les devuelve a la realidad y anuncia el nuevo día mucho antes de que amanezca. Las empleadas saltan de la cama, se ponen las batas y forman en línea antes de correr escaleras abajo hacia sus puestos. La gigantesca nave está situada en las afueras de Shenzhen, la ciudad más moderna del sur de China, rodeada de otros almacenes parecidos, más o menos grandes, algunos con más de 5.000 empleadas. 

En China se las conoce como dagongmei o chicas trabajadoras. Jóvenes y adolescentes dispuestas a producir, producir y producir sin descanso por un sueldo de 15.000 pesetas al mes del que los jefes descuentan la comida y lo que llaman «gastos de alojamiento». Las cientos de miles de factorías de mano de obra barata repartidas por todo el país son la otra cara de ese made in China que ha invadido las tiendas de todo el mundo, desde los artículos de las tiendas de Todo a 100 a las lavadoras o la ropa de marca. Y para las dagongmei, estas fábricas son su casa, su familia, su celda. 

En ellas los supervisores se encargan de que no descansen y de que la producción nunca disminuya. Cada trabajadora es registrada al finalizar la jornada para comprobar que no se ha llevado ninguna unidad de los juguetes, llaveros, gorras o cualquier otra cosa que estén fabricando dentro del sinfín de productos elaborados a precio de saldo. Si quebrantan las reglas internas o no rinden al nivel esperado, un sistema de penalizaciones permite a los jefes reducir el sueldo o los ocho días de vacaciones que se conceden al año. «Hay que vigilarlas; si no, se relajan», dice entre risas el patrón de esta fábrica de Shenzhen que fabrica diminutos juguetes de plástico. 

Miles de empresas estadounidenses y europeas -entre ellas medio centenar de españolas- subcontratan fábricas chinas similares a esta para llevar sus productos a Occidente al mejor precio. «Si no fuera así, no sería rentable y nos iríamos a otro país», reconoce un empresario estadounidense que mantiene cerca de 40 talleres en el delta del río de la Perla, donde trabajan seis millones de dagongmei.