El Estado quiere controlar cada vez más nuestras vidas, dejándonos claro que la calle no es de tod@s, es de ell@s, y por tanto hay que obedecer y asumir sus malditas normas...
Ni la monarquía más absolutista ni la dictadura más autoritaria controlaban tanto a lxs ciudadanxs como las actuales democracias. Estas últimas, bajo la fachada de la libertad de expresión, la tolerancia, la supuesta justicia igual para todxs etc. invierten millones y millones de euros en técnicas de control social: la ley, el urbanismo, los medios de comunicación de masas, la publicidad, etc. Hace poco se aprobó una reforma que castiga con 750 euros de multa dormir o cocinar en la calle, mendigar en la puerta de un centro comercial, hacer malabares o tocar la guitarra sin permiso… sancionándose también jugar al fútbol en la calle y por supuesto protestar (en este caso la multa puede llegar a los 600000 euros)… esto es una muestra de cómo el Estado quiere controlar cada vez más nuestras vidas, dejándonos claro que la calle no es de todxs, es de ellxs, y por tanto hay que obedecer y asumir sus malditas normas. Por si alguien decide cuestionar este hecho, en cada esquina habrá una cámara de videovigilancia, cada pocos minutos pasará un coche de policía por la calle, en cada barrio encontraremos una o dos comisarías etc. Nuestra intención en este texto es tratar por encima las formas de control a las que estamos sometidxs, para que todo/a el/la que se anime a leerlo tome conciencia de ello y pueda estar atento/a a estos continuos ataques.
La gentrificación es una de las técnicas que están cobrando gran importancia, y es que mediante este método se está consiguiendo desplazar a la clase obrera a los barrios dormitorio que se encuentran en la periferia de las ciudades, convirtiendo el centro en una zona de ocio y vivienda para la burguesía; de este modo, la vida del trabajador queda reducida a desplazarse del trabajo a casa y de casa al trabajo entre semana, y pasar los días de fiesta con su familia en un centro comercial estratégicamente situado cerca de su vivienda.
En el metro, además de las numerosas cámaras, cada vez son más frecuentes las pantallas tanto en el interior de los vagones como en los andenes. Estas no dejan de manipular el pensamiento de todxs lxs que las escuchan, ya sea “informando” sobre acontecimientos políticos (siempre desde el punto de vista del gobierno de turno), culturales, etc. o bombardeando publicidad. Ante esta intolerable situación la actitud de lxs pasajerxs es la siguiente: pasividad e indiferencia. ¿Por qué? ¿Acaso no les molesta que les traten como a ganado, que les intenten manipular descaradamente? Parece ser que no. Esto es fruto de un elaborado mecanismo que el Estado y el capital ponen en marcha desde que nacemos hasta que nos morimos. Nuestra familia convertirá el autoritarismo en algo normal con ayuda de la escuela, que también nos irá inculcando valores como la competitividad y el individualismo mediante las calificaciones, los premios y castigos etc, preparándonos para ser una pieza más en el mercado laboral; los medios de comunicación harán que aceptemos el patriarcado, el trabajo asalariado, los cánones estéticos, la desigualdad social, etc. como algo natural y la religión hará que no cuestionemos las jerarquías y pongamos la otra mejilla (y otras instituciones que no mencionamos). El resultado de todo esto es la aceptación de la moral burguesa por parte de lxs trabajadorxs, que seducidos por la fantasía del consumismo pierden completamente la conciencia de clase. Esto se traduce en individualismo. Las relaciones sociales y personales se convierten en relaciones vacías, basadas en el consumo de ocio dirigido (discotecas, botellones, regalar objetos innecesarios en fechas señaladas, etc.) y no en el apoyo mutuo y la complicidad. La indiferencia ante las desgracias de los demás (provocadas por el capitalismo) es exagerada… como mucho se convierte en caridad, “tranquilizando” la conciencia mediante donaciones a ONGs pero sin cuestionarse la raíz de los problemas.
Nos llama la atención cómo el mundo se parece cada vez más a la distopía de Orwel:
Cámaras por todas partes que se instalan con la excusa de protegernos pero en realidad sirven para vigilarnos y mantener la paz social, acogidas con gran aprecio por la mayoría de las personas, fruto de la gran labor llevada a cabo por los medios de
comunicación, que nos regalan miedo para vendernos seguridad, haciendo que nos temamos unxs a otrxs; pantallas en la mayoría de autobuses y trenes que no paran de hablar… nos gustaría destacar lo que ocurría este verano en los autobuses interurbanos: estas pantallas emitían un publirreportaje que exhibía unas casas “anti-crisis” rectangulares prefabricadas por Ikea, de color blanco y pocos metros cuadrados, perfectas para llevártelas a tu nuevo barrio-suburbio (un objeto más que el capitalismo nos “facilita” amablemente); otro aspecto que recuerda a 1984 es la visión que transmiten los medios de comunicación acerca de los países de Oriente Próximo, que se ven reducidos a una franja de conflicto que constantemente está en guerra con la zona occidental por uno u otro motivo (supuestas armas de destrucción masiva, fanatismo religioso, guerra contra el terrorismo… cualquier cosa sirve para que la clase dirigente se llene los bolsillos con el negocio de la guerra y el petróleo), o mantienen una guerra entre ellos (Israel contra Palestina, Estados Árabes…), sucede algo parecido a la continua guerra entre Oceanía y Eurasia o Asia Central de la novela. Las “revoluciones” alienadas también juegan un papel importante para mantener el actual orden (desorden) de las cosas, ya que son fundamentales sindicatos como CCOO, UGT, CGT, el Sindicato de Estudiantes, etc. para mantener la paz social e invisibilizar el conflicto, dando a los militantes una falsa sensación de lucha que a la hora de la verdad solo es un paripé, pues todos estos sindicatos son cómplices del sistema y lo reproducen en su interior mediante el delegacionismo, la verticalidad, el trabajo asalariado, las subvenciones, los comités de empresa o consejos escolares, etc. tampoco está de más mencionar aquí (hablando de revoluciones alienadas) el ciudadanismo de movimientos como el 15-M, cuyas reivindicaciones son reformistas y no van a la raíz del problema, además de criminalizar las luchas de muchxs compañerxs predicando la no-violencia, ya que parecen haber olvidado que ni el ejército más numeroso y mejor armado podría con un pueblo revolucionario. Otro detalle que el mundo comparte con 1984 es el “minuto de odio”, en este caso producido por la derrota de tal o cual equipo de fútbol, la expulsión de algún personaje de un reality show, la elección de otra ciudad como sede de los JJOO o casos similares. Todo esto se consigue gracias a las telepantallas que nosotrxs mismos compramos y colocamos en nuestro salón convirtiéndonos en cómplices de esta sociedad del espectáculo, telepantallas que han conseguido fabricar personas que nacen, trabajan, consumen y mueren.
La calle es de ellxs, el sitio en el que vivimos es de ellxs y nuestra vida también es suya! La diferencia con la novela “1984” es mínima.
Nos han hecho creer que de cara a cualquier intento de rebelión perderemos todo aquello que nunca ha sido nuestro… No tenemos nada que perder, tenemos todo por ganar!! Acabemos con la sociedad del espectáculo y recuperemos nuestras vidas!!
¡¡ORGANICÉMONOS PARA LUCHAR CONTRA EL ESTADO Y EL CAPITAL!!
¡¡CONSTRUYAMOS LA ANARQUÍA!!
GRUPO CORVUS. FEDERACIÓN IBÉRICA DE JUVENTUDES LIBERTARIAS