Fragmentos de la historia
¿Por qué fragmentos? La historia que nos cuentan, la historia que nos concibe como una sucesión de acontecimientos, como una narrativa lineal progresiva y que se nos presenta como verdad, y por tanto como hecho de conocimiento, no es una historia aséptica, es la historia de los vencedores, la historia de la sumisión, de la explotación, la de la derrota de los de abajo, la de la exclusión, es la historia que nos narra el poder, tiempo homogéneo, vacío. Sin embargo, para acercarnos algo a la verdad, para conocer, es necesario mirar también desde los márgenes de esa historia que no fue pero que pudo ser, fragmentos del pasado de la continuidad de la historia, ruptura de lo lineal homogéneo. Fragmentos que es necesario atrapar porque en ellos nos jugamos el presente, porque la imagen del pasado pasa velozmente.
Y si miramos en el margen ¿quién ha mostrado ese contrapunto a la historia del poder, quién ha presentado batalla para mantener alejado al poder? La respuesta a este interrogante aun siendo obvia no deja de ser necesaria, el anarquismo.
Estos son los fragmentos (memoria individual o colectiva) de la historia que queremos contar en esta sección, y que a la vez nos cuentan a nosotros mismos mostrando también esos momentos en que fuimos partícipes de ese tiempo homogéneo y lineal para ponerlos al servicio del presente, y así no olvidar que, como indicamos en la introducción del glosario, aunque el anarquismo no presenta pope o comité central que venga a imprimir la etiqueta de lo es anarquista, si es cierto que presenta un corpus y, que dentro de su diversidad, lo definen.
Comenzamos estos Fragmentos de la Historia con la segunda parte de un artículo de Abel Paz aparecido en 1979 en el nº 4 de la revista Historia Libertaria. Este artículo fue escrito a propósito de la publicación de las memorias de García Oliver titulada El eco de los pasos. En esta segunda parte Diego Camacho enjuicia las opiniones de Juan García Oliver ante el controvertido Pleno regional de Locales y Comarcales del 23 de julio de 1936 en Barcelona, en donde se acuerda la participación de la CNT en el gobierno de la Generalidad de Catalunya.
Contra la burocracia y el “liderismo natural”
[…] Voy a lo más importante: 22 de julio de 1936, la otra idea clave de las memorias de Juan. ¿Por qué no se ha tomado la molestia de leer a Vernon Richards y a Peirats cuando trata de este tema? Hace cuarenta y tres años de aquello y al tratarlo hoy conviene hacerlo desde la perspectiva histórica de hoy, fijándose en el renacer del anarcosindicalismo en España. Lo que importa es el futuro.
De cierta manera lo que ocurrió en aquel pleno (yo diría más bien una reunión de militantes, representándose a sí mismos) era fatal que ocurriera, porque el mal venía de lejos. La C.N.T. y la F.A.I. se debatían en una ambigüedad tanto en el concepto que se tenía de la revolución como de la idea burocrática-líder. En la práctica, se tenía de la organización un concepto bolchevique (¿qué era la “responsabilidad militante”? ¿qué “la organización lo ha determinado”? ¿qué fuerza carismática se daba al concepto de “organización”?). Se creía que no existía burocracia ni liderismo porque no disponíamos de un “aparato sindical retribuido”). Y no era así. Sin líderes “aplaudidos” y “honorables” teníamos los “naturales” que se ganaban la confianza de las masas con sus encierros de cárceles, por sus palizas en Jefatura y por batirse a tiro limpio en la calle. El culto a la acción era fácil cultivo al “liderismo natural”.
Se intentó salir de esa ambigüedad –sobre el concepto de la revolución– en dos polémicas públicas. Una fue cuando Pierre Besnard publicó su libro en España con relación al papel de los sindicatos en la revolución (1933). Y por las mismas fechas, cuando a raíz del “comunismo libertario en Sallent” se entabló debate público sobre comunismo libertario y revolución (Solidaridad Obrera y Estudios). Entre los contendientes sobresalieron dos, Isaac Puente y Federico Urales. Este último quizá porque conociera mejor a Proudhon concebía la revolución de una manera muy amplia en la que intervenía la destrucción del urbanismo capitalista, su ciencia y su economía. Se pronunciaba por una autogestión practicable solamente en unidades pequeñas de producción, por pequeñas ciudades o poblados que él denominaba “municipios libres”, pero mixtos, es decir, agrícolas-industriales. Los grandes sindicatos y sus mastodónticas federaciones de industria dejaban de existir por la descentralización sostenida en el pacto solidario federal. En el desarrollo de la teoría de Urales había algo muy importante y era que la revolución significaba la muerte del viejo sistema incluida la C.N.T. y la F.A.I. como organización. No se decía expresamente, pero quedaba deducido del concepto: productor-consumidor. El productor tiene su campo de acción económica en el lugar de trabajo y como consumidor administrativo-político en el municipio. Siendo la asamblea soberana tanto en el tajo como en el municipio no quedaba sitio para lo que estaba separado de la vida cotidiana.
Sobre la teoría de Urales prevaleció en el Congreso de Zaragoza (1936) la teoría de Isaac Puente y con ello continuó la ambigüedad del papel que debía de jugar la C.N.T. y la F.A.I. en la revolución. No quedaba claro, pero, si esas organizaciones debían prevalecer después de la revolución, nos encontrábamos con el partido bolchevique, aunque fuese el partido de los anarquistas. Tampoco para nosotros estaba claro el papel de los anarquistas en la revolución. Con ese embrollo se afrontaron los hechos del 22 de julio de 1936.
El día 22 de julio de 1936 en el pleno de marras lo que se trató no fue el problema de la revolución sino el problema del poderío: o “instauramos un poder revolucionario” (“el ir a por el todo”) o mantenemos el frente antifascista por la “colaboración democrática”. En el primer caso –y mientras no se explique lo que significaba “el ir a por el todo”– era un poder bolchevique (“la dictadura anarquista” fórmula que empleaba García Oliver para definir aquella situación), en el segundo era una solución intermedia que cargaba ya el peso de la balanza a favor de Luis Companys, es decir, de la burguesía. En cualquiera de los dos casos, la revolución con mayúsculas estaba ya pérdida. Yendo a por “el todo”, deseo de García Oliver lo único que hubiese ganado es que en Barcelona (y no sabemos por cuánto tiempo) hubiéramos tenido un Trotski que se hubiese llamado Juan García Oliver. Pero la revolución, no.
¿Cómo se tenía que haber comportado el anarquismo en aquellos momentos? Nada más que en anarquista. La vía estaba clara. ¿Quién la marcaba? Los trabajadores en la calle. ¿Cómo aparecieron los primeros organismos de la revolución? Al contacto de la revolución: los antiguos comités de defensa de la C.N.T. y de la F.A.I. se habían transformado en Comités Revolucionarios de Barrio o Pueblo, rebasándose en tanto que representativos de sus antiguas organizaciones para insertarse en una proyección popular. ¿Quién garantizaba desde el punto de vista armado la vivienda urbana? El pueblo en armas que también había rebasado la concepción C.N.T.-F.A.I. porque todo el mundo se sentía dentro de ellas al proclamarlas a gritos. ¿Quién garantizaba el abastecimiento de la capital? El Sindicato de Alimentación, quien también al atender a todo el mundo se superaba como sindicato de la C.N.T. ¿Las ocupaciones de fábricas, transportes, comunicaciones, etc. quién las tenía en sus manos? La clase obrera que no era la C.N.T. aunque la C.N.T. o sus militantes fueran los animadores, pero no como vanguardia, sino por el hecho principal y capital de que el sesenta por ciento de la clase obrera de Barcelona pertenecía la C.N.T. La revolución estaba en la calle y era ella misma quien debía decidir su suerte. El papel de los anarquistas era el que estaban jugando todos en la calle, menos los “notables” que debatían en el pleno del 22 de julio de 1936, qué era lo que se debía hacer.
¡Cuánto mejor hubiera sido que los “notables” hubieran cubierto su papel en sus barriadas, en sus sindicatos, en los comités revolucionarios, dejando que aquel río revolucionario encontrara sus cauces por sí mismo! Es seguro que por la tradición federalista que se tenía en Barcelona, de la propia revolución hubieran surgido (como surgieron en la Comuna de París en 1871) los organismos naturales con los que se hubieran rebasado a los partidos políticos y a la propia C.N.T.-F.A.I. como organizaciones, para ganar éstas en profundidad de pensamiento orientador y animador de la Revolución. Cada etapa de lucha requiere su organización. Frente al poder burgués, la organización anarcosindicalista tiene su función, pero en la revolución, abatida la burguesía y triunfante el pueblo en armas no puede haber más organización que los que la revolución se produzca a sí misma.
El resto, las columnas para Aragón, salido igual el mismo 24 de julio. Y todo hubiera marchado igual porque quien lo hacía marchar era la revolución en marcha…
Saquemos, pues, de la revolución española, la lección del peligro burocrático. Prevengámonos contra el “liderismo natural” y fortifiquémonos en la idea de que la revolución, siendo y debiendo ser global, no puede ser monopolio de una organización, aunque se llame anarquista. No caigamos más en el concepto bolchevique que antaño se tuvo de la C.N.T.-F.A.I. y así evitaremos aquel lamentable 22 de julio de 1936…
Extraído de la revista de pensamiento y crítica anarquista Adarga, nº1