Renovarse o morir, afirma el dicho popular, para indicar que lo que no cambia acaba desapareciendo o quedando reducido a un estado vegetativo. Sin pretender, ni mucho menos, menospreciar la sabiduría popular, lo cierto es que si recurrimos al refranero encontramos argumentos en pro y en contra de prácticamente cualquier cosa, lo que ya, en principio, puede hacernos desconfiar de cualquier dicho o refrán.
Por lo que se refiere al Movimiento Libertario, parece ser que en los últimos tiempos se habla cada vez más insistentemente de la necesidad de no encerrarnos en nuestra torre de marfil, de abrirnos a los demás y de colaborar con otras organizaciones alternativas, libertarias o anarquistas. Incluso hay quienes -además de los que se declaran partidarios del llamado municipalismo libertario- ponen como ejemplo el sistema cantonal suizo, con sus frecuentes referéndums; sin embargo, si la Banca es el corazón del sistema capitalista nadie dudará, seguramente, que Suiza es el corazón de la Banca Mundial. Además, por supuesto, mantiene todo el aparato estatal como cualquier otro país (aunque se denomine Confederación Helvética), y en algunos de sus cantones se adoptan -en esos referéndums- acuerdos claramente sexistas o xenófobos.
Otros hablan de Neoanarquismo, como si el anarquismo hubiera cambiado o debiera cambiar su esencia. En lo fundamental, las cosas no han variado desde el siglo XIX, en el que puede situarse el origen de lo que suele llamarse anarquismo moderno, por lo que nada habría que cambiar. Si el anarquismo no ha triunfado aún, a pesar de tantos años de lucha y propaganda, no se ha debido a que sus planteamientos sean incorrectos, sino a que la fuerza y la represión ejercidas contra él han sido muy fuertes. Si no ha desaparecido la división de la sociedad en clases, si no han desaparecido, por lo tanto, el Estado y la Autoridad bajo todas sus formas, si no ha desaparecido la explotación del hombre por el hombre, las ideas libertarias, el anarquismo, siguen teniendo toda su vigencia y no hay nada que cambiar. Lo que hay que hacer es lograr que desaparezca todo lo que acabamos de decir que no ha desaparecido, y los medios necesarios para ello siguen siendo los mismos.
Por otro lado, si bien es cierto que el anarquismo es una filosofía que, como tal, está sometida a perpetua discusión, también es verdad que existen unos principios inmutables, tanto en el anarquismo como en el anarcosindicalismo, sin los cuales perderían su identidad, quedarían desnaturalizados, y todo anarquista o anarcosindicalista debe aprestarse a la defensa de esos principios inmutables. En esa defensa debemos ser intransigentes, sin contemporizar y sin complejos. Tenemos que tener claro que somos una minoría, es cierto, pero una minoría consciente; minoría, además, no tan pequeña, sin duda, si sabemos escarbar en el fondo del ser humano y sacar lo mejor que hay dentro de él. Todo ser vivo nació para ser libre, y sólo los dogmas religiosos o políticos impiden que ese instinto de libertad sea imparable, pues se hace creer a la gente que ya es libre, aún estando esclavizada. De esa perversión del lenguaje nace, o deriva, la perversión moral de creerse libres quienes no lo son.
A lo largo de nuestro ciclo vital los libertarios llevamos con nosotros un equipaje formado por las ideas más libres e igualitarias -y, por ende, más justas- que han sido concebidas hasta el momento; y aunque más allá del ideal hay siempre ideal, pues el límite es absurdo e imposible, como escribiera Ricardo Mella, somos, sin duda -y a pesar de todos los errores que podamos cometer- la vanguardia ética de la humanidad (valga la expresión), los que tiramos del carro buscando una meta que no es otra que el paraíso real en la Tierra y no el ficticio de las religiones en un supuesto cielo. Ese paraíso real es necesario, y perfectamente posible si se quiere que lo sea.
En último extremo, el asunto se reduce finalmente al problema de siempre: la identidad entre medios y fines. Parece evidente que según qué medios utilicemos llegaremos a uno u otro fin, algo que ya vio claro hace cosa de siglo y medio Bakunin, cuando dijo que los medios predeterminan el fin, hasta tal punto que puede decirse que los propios medios son ya el fin. También dijo Bakunin que la urgencia por destruir es ya una urgencia creadora, cosa que es cierta, evidentemente; pero, sin embargo, esa urgencia no puede llevarnos al engaño de creer que por usar unos medios aparentemente más eficaces o más rápidos vamos a alcanzar primero nuestros objetivos. Todo lo contrario: si nos desviamos del camino correcto, al abandonar los principios básicos y, por lo tanto, los medios más idóneos, habremos condenado el ideal anarquista a la inoperancia y no a una renovación para no morir, sino a la muerte precisamente a causa de esa misma renovación.
El tema de los medios y los fines puede enlazarse perfectamente con el de reformismo o revolución, y parece increíble que pueda haber quienes crean que utilizando unos medios reformistas puede llegarse algún día a la revolución social emancipadora que se supone que el anarquismo preconiza. Y de ello, ya hay alguna experiencia histórica en los medios libertarios.
En la última época, movimientos como el 15-M o Democracia Real Ya (sobre todo el primero) encandilaron a muchos compañeros libertarios, que se sumaron de buena fe a las asambleas propiciadas por esos movimientos. No reprochamos a los compañeros que lo hicieran, pues en principio es siempre positivo que la gente se reúna y debata en las plazas públicas, al tiempo que es un foro que puede servir de caja de resonancia para el propio mensaje libertario. Sin embargo, otros muchos creíamos -y parece que el tiempo nos ha dado la razón- que movimientos de ese tipo, en una situación de ignorancia político-social y de falta de conciencia casi generalizadas, son el caldo de cultivo ideal para todo tipo de populismos y manipulaciones políticas; y ello sin mencionar la evidentísima heterogeneidad de los asistentes a las asambleas. Sin ir más lejos -y ello se venía venir desde hace tiempo- tanto sectores del 15-M como de Democracia Real Ya parece que están prestos a entrar en el juego democrático-burgués, integrándose así plenamente en el sistema, cosa nada rara cuando algunas de sus reivindicaciones eran tan reformistas y archimoderadas como la modificación de la Ley Electoral.
La propaganda y la acción anarquistas deben ser siempre -y más aún en estos momentos de confusión, de auténtico pandemónium ideológico- claras y directas, para que no quepa duda de cuáles son nuestras propuestas, y los medios que consideramos imprescindibles para llegar a nuestra finalidad, que no es otra que la revolución social que implante el Comunismo Libertario como camino -mediante el perfeccionamiento ético de los seres humanos- para la Anarquía Integral. En aquellos momentos concretos en los que por razones tácticas convenga caminar juntos a otras organizaciones o corrientes de pensamiento puede hacerse, por supuesto, siempre y cuando nuestros principios los respetemos escrupulosamente. Pero, en cualquier caso, lo que no podemos hacer nunca es confundirnos de tal manera con otros grupos en auténticas sopas de letras, cuando ello sólo sirva para que nuestra postura quede completamente diluida perdiendo nuestra identidad. Que este camino sea más largo no lo creemos. Nunca ha sido fácil el camino hacia la anarquía, pero tenemos que tener claro cual es ese camino, porque sino no es que sea difícil recorrerle, sino que será imposible alcanzar la meta.