miércoles, 22 de abril de 2015

Nota sobre la supresión general de los partidos políticos


Entre la obra de la filósofa francesa Simone Weil, figura que poco a poco va ocupando el lugar merecido por su contribución al pensamiento libre y por su ejemplar vida, que le llevó a trabajar de obrera y jornalera entre otras actividades, queremos destacar en esta ocasión un breve y luminoso ensayo titulado Nota sobre la supresión general de los partidos políticos.

El nombre del ensayo asustará a muchos, más en tiempos de feroz corrección política e inquisición intelectual, pero la judía no practicante de familia laica y cercana al cristianismo y a la civilización del Languedoc, así como al sindicalismo revolucionario -con quienes colaboró en sus medios, como la olvidada revista Revolución Proletaria- buscadora de la verdad y la justicia, consideró necesario demostrar que los partidos políticos y, no digamos ya el Partido Único, eran máquinas incompatibles con el bien común, la verdad y la justicia.

Para Simone esos eran los tres valores que debían organizar y regir la vida pública, siendo las máquinas partidistas organizaciones que los negaban al estar basados en la mentira, la propaganda, las pasiones colectivas, la expansión del poder. Todo partido, para ella, era en el fondo totalitario, aunque aceptara la pluralidad de siglas, pues para influir en la vida pública necesitaba expandir su poder, y esta expansión nunca tiene límites, todo grado de poder se considera pequeño para lograr el mayor peso en la vida de un país.

Los partidos necesitan, por otra parte, que sus miembros se sometan a su autoridad, adopten sus puntos de vista. En este sentido destruyen el pensamiento autónomo, la búsqueda de la luz interior.

Son máquinas trituradoras del alma humana, pues llevan a la gente a adoptar puntos de vista determinados, a expresarse como socialista, conservador, monárquico, comunista...cuando lo natural es que una persona pueda compartir un punto de vista de unos y otros de otro. Para ella eso no es pensar.

Los partidos favorecen, por otra parte, que se tomen posiciones a favor o en contra de algo, no que se reflexione. Son, por tanto, un veneno, una droga que emponzoña no sólo a las personas que forman parte de ellos, sino a la sociedad que está fuera pero que, imbuida de su fanatismo se divide en manadas facciosas, enfrentadas unas contra otras, lo que indudablemente beneficia al Poder, que juega con el odio y el enfrentamiento entre el pueblo.

Se produce, y eso es fácilmente observable, una mutación en las gentes atraídas por sus banderas, que parecen ver en una u otras siglas una reencarnación de sus padres, de sus amigos-justificando en ellos cosas que denuncian en los rivales- cuando no son más que juguetes arrastrados por el virus de las pasiones colectivas, negadoras del razonamiento y la justicia. Y a los oponentes en demonios sedientos de sangre.

Simone Weil sostenía que una democracia era buena, por tanto, si se basaba en los tres pilares antes mencionados: verdad, justicia y servicio al bien público, sino no. Los partidos, para ella, debían ser por tanto suprimidos como fuente de mal social e individual, pues la llamada democracia de partidos no estaba sometida al bien.

Su ideal, difícil y elevado, era una democracia donde los representantes ciudadanos no se escogerán por la etiqueta, sino por lo que piensen sobre diversos aspectos, produciéndose una asociacion y disociación por juego de afinidades. Siguiendo a Rousseau entendía que la idea de voluntad general de éste era positiva por cuanto entendía que cuando las opiniones eran comparadas entre sí, se coincidiría por el lado justo y razonable, anulando el lado de las injusticias y los errores, razonamiento por el cual pensaba que tal consenso indicaba la verdad. Esto lo destruían los partidos, basados en impulsar las pasiones colectivas, lo que provoca división en diversas bandas criminales, según sus palabras.

Por nuestra parte coincidimos en la visión crítica de la autora respecto a los partidos políticos, no obstante creemos que la prohibición y persecución de los estupefacientes- o sea los partidos- tendría como consecuencia una mayor fortaleza y una mayor atracción hacia éstos, como todo lo prohibido.

Pensamos, por tanto, que al camino para su progresiva desaparición está en desarrollar una democracia que, como la que tenía Simone en mente, no los necesitara y demostrara su superioridad, no persiguiéndoles sino evitando con diversos mecanismo que alguno de ellos tomaran el poder, hasta que se disolvieran como fantasmas en la luz del día, sin necesidad de ninguna represión.

Para eso, por supuesto, sería necesario un sistema educativo totalmente diferente, basado en el fomento de las reflexiones autónomas,de la atención, no del posicionarse, como hemos dicho antes, a favor o en contra, o de enseñar como meros papagayos que repiten las lecciones de los libros de texto.

Sin eso, siempre seremos siervos.