miércoles, 10 de mayo de 2017

USA: Case Farms la más infame de las empresas norteamericanas


Case Farms no es un nombre muy conocido. Esta empresa produce casi mil millones de libras de pollo para clientes como Kentucky Fried Chicken, Popeye’s y Taco Bell. Boar’s Head vende el pollo de Case Farms como fiambre en los supermercados norteamericanos. Desde 2011, el gobierno estadounidense ha comprado una cantidad de pollo de Case Farms por un valor de casi 17 millones de dólares, en su mayoría para el programa federal de almuerzos escolares.

Las fábricas de Case Farms se encuentran entre los lugares de trabajo más peligrosos en América. Solo en 2015, inspectores federales de seguridad en el lugar de trabajo impusieron casi dos millones de dólares en multas a Case Farms, y en los últimos siete años la empresa ha sido amonestada por 240 infracciones. La Occupational Health and Safety Administration (Administración de Seguridad y Salud Laboral) ha llamado a Case Farms "un lugar de trabajo escandalosamente peligroso".

Case Farms ha construido su negocio mediante el reclutamiento de algunos de los inmigrantes más vulnerables del mundo, gente que aguanta condiciones duras y a veces ilícitas que pocos estadounidenses tolerarían. Cuando estos trabajadores han luchado por sueldos más altos y mejores condiciones, la empresa ha utilizado su estatus migratorio para deshacerse de trabajadores activistas, o evita pagar costos de bajas laborales, y suprime la disidencia. 
Hace treinta años, el Congreso aprobó una ley de inmigración exigiendo multas y hasta penas de cárcel para empresarios que contrataran a trabajadores no autorizados, pero los patronos han podido evitar sus responsabilidades gracias a castigos triviales y a una exigencia del cumplimiento débil. Bajo el mandato del Presidente Obama, la agencia de Vigilancia de Inmigración y Aduanas se comprometió a no investigar a trabajadores durante disputas laborales. Los defensores de inmigrantes están preocupados de que el Presidente Trump, cuya administración ha convertido a los inmigrantes no-autorizados en un objetivo, vaya a desmantelar aquellos acuerdos, alentando a los empresarios a que sencillamente llamen al ICE en cuanto los obreros se quejen.

Mientras el presidente suscita el temor hacia los inmigrantes y refugiados latinos, pasa por alto el papel que las empresas, especialmente las industrias de aves de corral y envasado de carne, han jugado en traer estos inmigrantes al medio-oeste y sudeste de Estados Unidos. La llegada de estos nuevos residentes a ciudades pequeñas, mayoritariamente blancas y afectadas por el declive industrial, ha fomentado, a su vez, las ansiedades económicas y étnicas que trajeron a Trump a la presidencia.


Case Farms, “las peores fábricas de pollo para crueldad hacia animales” 
  
las fábricas Case Farms están refrigeradas y mantenidas a 45 grados para evitar el crecimiento de bacterias. El ruido de las maquinas tapa todo sonido menos los gritos de las aves. Miles de pollos crudos se deslizan zumbando en ganchos, cayendo en vertederos, mecánicamente troceados en muslos y patas. Un ave puede pasar de estar cacareando a convertirse en una pieza de pollo para freír en menos de tres horas y encontrarse en tu cubo de bocaditos de pollo o en tu burrito para el almuerzo al día siguiente.

El procesamiento de las aves empieza en los gallineros de granjeros contratados. Durante la noche, cuando los pollos duermen, equipos de cazadores de pollos los acorralan, agarrando cuatro en cada mano y enjaulándolos mientras los pollos picotean y arañan y defecan. Trabajadores del ramo,  afirman que cobran alrededor de 2.25 dólares por cada 1,000 pollos. Dos equipos de nueve cazadores pueden atrapar alrededor de 75,000 pollos por noche.

En la fábrica, los pollos son arrojados en un vertedor que lleva a la zona de “los colgados vivos”, una sala bañada en luz negra, que mantiene tranquilas a las aves. Cada dos segundos, los empleados agarran un pollo y lo cuelgan patas arriba en grilletes. Con una almohadilla de plástico, se les frota la pechuga dandoles una sensación tranquilizadora. El animal avanza hacia el "aturdidor". Está muy tranquilo. Un golpe eléctrico deja a las aves inconscientes antes de entrar en la "sala de matar", donde una cuchilla las degüella mientras pasan. La sala se parece al set de una película de horror; la sangre salpica por todos lados y formando charcos en el suelo. Un trabajador, conocido como "el matador de apoyo", se ubica en el centro de la sala, golpeando a los pollos con su cuchillo y cortándoles el cuello si están todavía vivos.

Los pollos decapitados se envían a la sala de "desplumaje", un recinto sofocante con olor a granja. Aquí las aves muertas son escaldadas en agua caliente antes de que unos dedos mecánicos les arranquen las plumas. En 2014, un grupo de protección de los animales dijo que Case Farms tenía "las peores fábricas de aves para crueldad hacia animales" después de determinar que dos de las fábricas de la empresa tenían más quebrantamientos de las regulaciones federales de tratamiento humanitario que cualquier otra fábrica de pollos en el país. Los inspectores documentaron que docenas de aves fueron escaldadas vivas o quedaron congeladas en sus jaulas.

En el siguiente paso, los pollos entran en el "departamento de destripamiento", donde empiezan a parecer menos como animales y más como carne. Un cable extendido que contiene solo patas de pollos llama la atención. Los suelos están resbaladizos con agua y sangre, y un canal de aguas desechables, que los trabajadores llaman "el rio", fluye velozmente a través de la fábrica. Garras mecánicas extraen las entrañas de las aves, y una fila de ganchos se llevan el "paquete de tripas, hígados, mollejas, y corazones, con los intestinos colgados como espaguetis fláccidos.

En la parte refrigerada de la fábrica, hay una mesa larga conocida como la línea de "deshuesar". Después de ser enfriados y aserrados por la mitad con una sierra mecánica, los pollos, menos patas y muslos, terminan aquí. En este punto, los trabajadores entran en acción. Dos trabajadores agarran los pollos y los ponen sobre conos de hierro como si fueran gorras de invierno con orejeras. Entonces, los pollos son trasladados a puestos donde docenas de cortadores, vestidos con delantales y redecillas y armados con cuchillos, trabajan hombro con hombro, cada uno ejecutando una serie de tajadas rápidas-rebanando alas, quitando pechugas, y extrayendo la carne rosada.
 
Las fábricas de Case Farms procesan alrededor de 35 a 45 aves por minuto. En 2015, en esta industria, cortadores de carne, aves y pescado, repitiendo mociones similares más de 15.000 veces al día, sufrieron el síndrome de "túnel carpiano" en una media que era casi 20 veces más alta que trabajadores en otras industrias. La combinación de velocidad, cuchillos afilados, y espacios confinados es peligrosa: desde 2010, más de 750 trabajadores en el área de procesamiento han sufrido amputaciones. Case Farms dice que permite descansos para usar el baño en intervalos razonables, pero trabajadores en factorías de Carolina del Norte afirmaron que tenían que esperar tanto tiempo que algunos usan pañales. Una mujer fue disciplinada por la empresa por dejar la línea de trabajo para ir al baño, a pesar de que estaba embarazada de 7 meses.

Case Farms fundada en 1986, cuando Tom Shelton, ya un establecido ejecutivo de la industria de aves, compró una empresa familiar llamada Case Egg & Poultry, cuya fábrica estaba en Winesburg, Ohio. Era una época de cambio: nuevos productos del mercado como nuggets, dedos de pollo y alitas –acompañados por una preocupación creciente por los efectos sobre la salud de la carne roja– habían hecho del pollo un alimento básico en la dieta de los estadounidenses. Con más mujeres trabajando, las familias ya no tenían tiempo para trocear pollos enteros. Para responder a la demanda creciente, las fábricas de aves tendrían que automatizarse más, y también necesitarían mucha mano de obra.
 
Case Farms maximizó la velocidad de las líneas de procesamiento, comprando empresas familiares adicionales e implementando modernas practicas industriales. Hoy, las cuatro fábricas de la empresa -Morganton y Dudley, en Carolina del Norte, y Canton y Winesburg, en Ohio- emplean más de 3.000 personas.

Winesburg, la sede de la primera fábrica de Case Farms es una comunidad pequeña en el corazón de la región de los Amish. La fábrica había contratado en su mayoría mujeres jóvenes de las comunidad Amish y Menonitas. Pero al expanderse, la empresa dejó de admitir los festivos de los Amish entre otros conflictos con esta comunidad, y empezó a contratar personal fuera de la misma. Los trabajadores Amish se fueron de Case Farms y, casi enseguida, la compañía tuvo problemas para encontrar gente dispuesta a trabajar bajo tan malas condiciones por poco más que el sueldo mínimo. Se dirigieron primero hacia los residentes de ciudades cercanas del “Cinturón de Oxido”, zonas que habían caído en tiempos duros después del colapso de las industrias de acero y goma. El ritmo de reemplazos fue alto. Entre 25 y 30 de sus 500 empleados se marchaban cada semana.


Case Farms la "más miserable y abominable"
 
Buscando a la desesperada trabajadores a finales de los 80 y al principio de los 90, Case Farms recorrió todo el país para contratar trabajadores latinos. Muchos de los recién llegados encontraron que las condiciones eran intolerables. En una ocasión, la empresa contrató docenas de trabajadores agrícolas migrantes de ciudades fronterizas en Texas, ofreciéndoles billetes de autobús para ir a Ohio y viviendas una vez allí. Cuando los trabajadores llegaron, encontraron una situación que un juez federal calificó más tarde de “miserable y abominable”. Los empleados fueron apiñados en grupos de 200 personas en casas pequeñas. Aunque era pleno invierno, las casas no tenían calefacción, muebles ni mantas. Tenían que hacer funcionar el retrete con nieve derretida. Dormían en el suelo, donde las cucarachas corrían encima de ellos. Al alba, iban a la fábrica en una camioneta desvencijada cuyos asientos eran tablones de madera apoyados en bloques de cemento. Los humos del tubo de escape se filtraban dentro de la camioneta a través de agujeros en el suelo. Los trabajadores agrícolas de Texas renunciaron, pero para entonces Case Farms había encontrado una nueva solución a sus problemas laborales.


Case Farms recluta a los migrantes y refugiados guatemaltecos

Una noche de primavera de 1989, un gerente de recursos humanos de Case Farms, Norman Beecher, se puso al volante de una gran camioneta, y se dirigió al sur. Había recibido información acerca de una iglesia católica en Florida, que estaba ayudando a refugiados de la guerra civil guatemalteca. Miles de indígenas maya habían estado viviendo en Indiantown después de huir de una campaña de violencia cometida por las fuerzas armadas guatemaltecas. Más de 200.000 personas, la mayoría de etnia maya, fueron asesinadas o forzosamente desaparecidas en el conflicto.

A través de los años, los Estados Unidos había apoyado a los dictadores del país con dinero, armas, inteligencia, y entrenamiento. En medio de la peor época de violencia, el Presidente Reagan, después de reunirse con el General Efraín Ríos Montt, dijo a la prensa que él creía que al régimen "le estaban acusado injustamente". La Administración veía a los refugiados guatemaltecos como migrantes económicos y simpatizantes comunistas que amenazaban a la seguridad nacional. Solo un puñado de ellos recibieron asilo político. Los miles de mayas que lograron llegar a Florida tenían opciones limitadas.

Esos primeros guatemaltecos trabajaron tan duro que los supervisores insistían en que trajera más.   

Case Farms,  no quería mexicanos. Según responsables de la empresa "Los mexicanos vuelven a casa por navidad. Les perderemos durante seis semanas. Y en el negocio de las aves, no puedes permitirte eso. Sencillamente no puedes hacerlo. Pero los guatemaltecos no pueden volvera casa. Están aquí como refugiados políticos. Si vuelven a casa, les pegan un tiro". Así se aprobó la contratación de los inmigrantes, y cuando las plantillas de la fábricas se completaban y la producción se hubo doblado, Case Farms "estaba encantada de la vida".

Case farms reprime, abusa y explota a sus trabajadores
 

En esa época, los trabajadores de Case Farm empezaron a quejarse de que sus guantes amarillos de latex se rompían fácilmente, empapando sus manos con jugo de pollo frio. Fue solo después de que trozos de goma empezaron a aparecer en paquetes de pollo cuando Case Farms compró guantes más caros y de mejor calidad. Hizo que sus empleados, que ganaban entre siete y ocho dólares la hora, absorbieran el gasto adicional cobrándoles 50 centavos por cada par de guantes si usaban más de tres pares por turno.

La mañana que esta norma entró en vigor, en octubre de 2006, hubo quejas en los vestuarios de la fábrica. Mientras los trabajadores empezaron a cortar pollos, la línea paró repentinamente. Una mujer gritó que si se mantenían unidos podían forzar a la empresa a cambiar la normativa. Cuando los empleados se negaron a volver al trabajo, los gerentes llamaron a la policía, y los oficiales instaron a los trabajadores a salir de las instalaciones.

Más de 250 trabajadores se fueron de la fábrica, juntándose en una iglesia católica cercana. En contacto con un reportero de un periódico local. la portavoz de los obreros dijo, "De forma rutinaria, se les dice a los trabajadores de Case Farms que ignoren las indicaciones de los doctores acerca de las limitaciones en el trabajo cuando han sufrido lesiones en el empleo". OSHA descubrió más tarde que Case Farms forzaba frecuentemente a los empleados a esperar meses para ver a un médico, se saltaban las restricciones, y despedía a trabajadores lesionados que no podían hacer sus trabajos.

En 1993, alrededor de 100 trabajadores de Case Farms se negaron a trabajar como acto de protesta contra los sueldos bajos, la falta de descansos para ir al baño, y los descuentos del sueldo de los costos de delantales y guantes. En respuesta, Case Farms hizo que la policía detuviera a 52 de ellos por allanamiento de propiedad privada. En 1995, más de 200 trabajadores salieron en masa de la fábrica y, después de una huelga de cuatro días, votaron a favor de formar un sindicato. Tres semanas más tarde, Case Farms pidió documentos de identidad a más de 100 empleados cuyos permisos de trabajo se habían vencido o estaban a punto de vencer. La mayoría fueron despedidos. Case Farms se negó a negociar con el sindicato durante tres años, haciendo apelaciones legales de los resultados de la elección sindical hasta la misma Corte Suprema de Estados Unidos. Después de perder el caso, la empresa redujo la semana laboral a cuatro días en un intento de presionar a los empleados. Finalmente, el sindicato se retiró de la fábrica.

Case Farms siguió el mismo guion en 2007, cuando los trabajadores de la fábrica de Winesburg se quejaron de los tiempos acelerados de la línea de producción y un procedimiento que exigía que cortaran tres alas a la vez, poniéndolas una encima de la otra y pasándolas a través de una sierra rotatoria. De vez en cuando, las alas se rompían, y los huesos se enganchaban en los guantes de los trabajadores, arrastrando sus dedos a través de la sierra.

En julio de 2008, más de 150 trabajadores convocaron una huelga. Por nueve meses, durante los tiempos más duros de la recesión económica, hicieron piquetes en un campo de maíz al otro lado de la calle enfrente de la fábrica. En el invierno, se abrigaban con trajes acolchados de esquí y protestaban desde un cobertizo hecho de madera contrachapada y atados de paja. Cuando los trabajadores hicieron otra acción laboral en 2010, un gerente dijo a un empleado que iba a eliminar a los líderes de la huelga "uno por uno". Poco tiempo después, a quién la empresa determinó cómo responsable de las protestas, fue despedido por insubordinación después de que una disputa con un gerente en la zona de trabajo de la fábrica causó que algunos de los obreros se pusieran a dar golpes ruidosos con sus cuchillos y  empezaran a gritar "¡huelga!". Al final se determinó que el representante obrero había sido ilegalmente despedido por su actividad sindical y se ordenó por la autoridad competente que fuese reincorporado. Sin embargo, después de que este empleado volviese al trabajo, el sindicato recibió una carta que decía que la empresa se había dado cuenta de que nueve empleados podrían no estar autorizados para trabajar legalmente en los Estados Unidos. Siete de ellos estaban en el comité organizativo del sindicato. Todos fueron despedidos.