Hablan en un francés perfecto y un castellano vacilante. La primera lengua la aprendieron por obligación, para integrarse en el país en el que vivían, y la segunda, por cariño, para no olvidar las raíces de sus padres. Entre las 300 piezas de la exposición sobre el exilio español de 1939 que acoge hasta el próximo 31 de enero La Arquería de Nuevos Ministerios (Madrid), hay retratos y testimonios de exiliados y sus descendientes realizados por el artista Pierre Gonnord para representar al medio millón de españoles que tuvieron que abandonarlo todo para huir de Franco... nosotros destacamos estas pequeñas historias
Lina Arconada
De España, Lina Arconada, de 93 años, recuerda acudir de pequeña con su madre, militante de la CNT, a los mítines del anarquista Durruti. Huyó a Francia con su familia al ganar Franco la Guerra Civil y ya no volvió hasta 1983, para encontrarse con una prima. “Seguramente ahora estén todos muertos. Es posible que tenga familia cerca de Valencia, de donde era mi madre, o en Valladolid, de donde era mi padre. No lo sé. El tiempo, la historia, separó a los seres queridos”. Gonnord la retrató en su casa francesa junto a una silla vacía, la de su marido, Salvador, también fallecido.
Su padre fue enviado al campo de concentración de Argeles y ella, su hermana de cinco años y su madre, embarazada de ocho meses, a un pequeño pueblo llamado Marcillac-la Croisille. Como tantos niños del exilio, tuvo que hacerse adulta antes de tiempo, aprender otro idioma, trabajar en lo que hubiera. Primero fue limpiando casas, cuidando niños. Y finalmente, en el París ocupado por los alemanes, de camarera en un restaurante de postín al que se sentaba a comer cada día “la plana mayor” de los nazis. En medio del horror de su segunda guerra, encontró en el teatro el amor -allí conoció a Salvador- y una vocación.
Porque junto a la imagen del restaurante en el que tuvo que servir comida a nazis, la exposición muestra un bellísimo retrato suyo en blanco y negro correspondiente a la época en la que participaba en obras de teatro en castellano y catalán con otros exiliados. "Yo quería ser actriz".
Aurora Tejerina
Laurentino Tejerina Marcos era leonés y anarquista. No se resignó tras la victoria franquista y pasó a la resistencia clandestina. Durante años vivió en el monte. Luego, escondido en el sótano de su casa. “Allí murió, en 1942, de desesperación”, relata su hija Aurora Tejerina en la exposición. Le enterraron allí mismo, hasta que tres años más tarde, en 1945, detuvieron a su hijo, que confesó lo ocurrido bajo tortura. “Los policías obligaron a desenterrar el cuerpo, pero el párroco se negó a enterrarlo en el cementerio por hereje así que terminó en una sacristía semiderruida”, recuerda. Su madre había salido en 1939 desde Asturias en el último barco con exiliados rumbo a Francia. “No nos abandonó, pero tuvo que huir. Nos quedamos los cuatro hermanos en casa de nuestros tíos. Yo fui a Francia en 1950, con 22 años, y ahí nos reencontramos. Unas vidas destrozadas”.
A sus 91 años aún recuerda cómo los padres le decían a sus hijas: “¡No juegues con Aurora que es roja, mora y judía!”. Pese al dolor, nunca renunció a sus ideales, que transmitió a su propia familia, como explica su hija, Rosina Arroyo Tejerina. "Ella me entregó todos sus ideales. Hablaba siempre de mi abuelo, del que estaba muy orgullosa, y hasta el año pasado, que enfermó, hemos ido juntas a muchísimas manifestaciones.
Soy feminista, como ella, y se lo he transmitido a mi hijo y ahora a mi nieto”. Rosina, de 72 años, lamenta que en España no todos conozcan ejemplos como el de su abuelo porque sus familias callaron por miedo.
Jesús Pino
“Mi padre no me hablaba de la guerra, pero seguía militando en la CNT, por casa venían muchos exiliados y yo oía cosas que fui entendiendo con los años”, recuerda Ramón Pino, que ahora tiene 72. Por ejemplo, hablaban mucho de Franco, pero nunca le llamaban por su nombre. “Le decían ‘el verdugo’ o ‘ el asesino”. Fue oyendo a otros cómo Ramón se enteró de que su padre había resultado herido en la batalla del Ebro luchado contra Franco. Tras huir a Francia, Jesús Pino fue recluido en un campo de concentración del que lo rescataron para enviarlo a un campo de trabajo donde ayudó a construir una presa. Al salir conoció a su mujer, otra exiliada española hija de militantes de la CNT.
Su idea era volver a España, hasta que vieron que "el verdugo" iba a aguantar más de lo que pensaban en un principio. “Cuando se dieron cuenta de que iba para largo, pidieron la nacionalidad francesa, y una vez que la tuvieron, viajamos a España para que yo conociera a mi abuela. Era 1956 y me sorprendió muchísimo la pobreza. Recuerdo que iba por la calle comiendo un bocadillo en Barcelona y un niño me pidió un poco de pan. Eso no me había pasado nunca en Francia”, relata Ramón. “Mi abuelo nunca volvió. Decía que solo regresaría cuando muriera Franco, pero él falleció dos años antes que el dictador.
Yo estoy jubilado pero sigo militando en la Federación Anarquista Francesa. El espíritu libertario nos viene de familia”.