
Cipriano Mera nació el 4 de noviembre de 1897 en el madrileño barrio de  Tetuán de las Victorias. Como en cualquier familia obrera, su infancia fue dura.  No pudo asistir a la escuela, lo que le obligó desde pequeño a buscarse la vida  y a contribuir económicamente en una casa muy humilde. A los 16 años Mera tomó  la determinación de hacerse albañil, y para que sus derechos no fueran  pisoteados, su padre lo afilió a la Sociedad de Albañiles "El Trabajo" de la  UGT. Desde entonces Mera está inmerso en cuestiones sociales y luchas obreras.  Pero pronto comprueba que lo que defiende la UGT y lo que él defiende no es lo  mismo, por lo que el sindicalismo socialista se le queda estrecho. Cipriano Mera  ansía una transformación revolucionaria que el reformismo no le daba. 
La  huelga revolucionaria de agosto de 1917 le impulsa definitivamente al campo del  anarquismo. Ya en 1919 vemos que Cipriano Mera, junto a otros militantes  destacados como Feliciano Benito, Teodoro Mora o Mauro Bajatierra, impulsan la  CNT de Madrid y más particularmente el sindicato de la construcción. 
Una  cuestión que siempre aparecerá vinculada a la historia del anarquismo (aunque  los detractores del mismo quieran hacer ver lo contrario) es el ansia de  conocimiento y el impulso de la cultura. Con veinte años Mera aprende a leer y  escribir en clases nocturnas y a través de los ateneos libertarios, que ya por  esas fechas sobrepasaban en Madrid la treintena. Ese afán de conocimiento le  hace interesarse por el teatro en obras tan heterogéneas como El alcalde de  Zalamea de Pedro Calderón de la Barca o Juan José de Joaquín Dicenta. Los grupos  libertario mas jóvenes impulsaron mucho este arte y Mera tomo interés por él.  
Pasada la dictadura de Primo de Rivera y con la proclamación en abril de  1931 de la II República, el movimiento libertario alcanza su máxima plenitud.  Mera se ha insertado en la generación de militantes más brillante de la historia  del anarquismo español. En su vida coinciden Salvador Seguí (asesinado en 1923  por pistoleros patronales), Ángel Pestaña, Francisco Ascaso, Buenaventura  Durruti, Juan García Oliver, Federica Montseny, Eleuterio Quintanilla, Diego  Abad de Santillán, Juan Peiró, Felipe Alaiz, Elías García, Isaac Puente, Higinio  Noja, Valeriano Orobón Fernández, Progreso Fernández, etc. 
Mera vive de  cerca todos los procesos revolucionarios impulsados en el período republicano.  Sigue muy atento a lo que son las reivincaciones obreras de su sector, la  construcción. En una ocasión, por querer trabajar, fue detenido y se le aplicó  la "Ley de vagos y maleantes". No deja de ser paradójico que a quien busca  trabajo para sobrevivir se le acuse de vago por quien no trabaja. 
Poco antes  de la sublevación militar de julio de 1936, el sector de la construcción en  Madrid vive unos momento tensos. En junio estalla una huelga general y se  constituye un comité de huelga de CNT-UGT. Para este comité, del que Mera forma  parte, la única solución es la acción directa para poder solucionar los  conflictos laborales del sector. Por el contrario el gobierno y la patronal  creen que la solución esta en el Jurado Mixto. El Ministerio de la Gobernación  encarcela a Cipriano Mera y es en la cárcel donde le sorprende el golpe militar.  
Un día después de la militarada es puesto en libertad y acude al sindicato  (antes que a su casa) para comprobar cuál es el estado de la situación. La  mayores preocupaciones son la recogida de armas y el momento de la sublevación  en Madrid. 
En esos primeros momentos a Mera le preocupa también la posición  que se puede tomar respecto a la revolución. Por ello imprime una ética  revolucionaria de la que se debería tomar nota: "que al hacer el pueblo la  revolución no se podía consentir la misma acción que se asemejara a hechos  comunes, vulgares, propios de individuos sin conciencia dedicados a apropiarse o  deshonrar valores que serían necesarios para la defensa de la revolución que  empezaba. Añadimos que tampoco era hacer la revolución el matar sin más ni más a  nadie, aunque se tratase de un marqués". 
Una vez aplastada la sublevación en  Madrid, Mera parte para Guadalajara, donde la sublevación está a punto de  estallar. Pasa por Alcalá de Henares, que gracias a sus fuerzas y a las de  Ildefonso Puigdendolas queda en zona leal. Aplastada la sublevación en  Guadalajara una vez más la ética revolucionaria hace de Mera en un hombre  grande. Se encuentra allí con José Escobar, un carcelero que le había infligido  los peores castigos en prisión. Éste creía que le iba a asesinar, cosa que no  hizo. Mera afirma: "Esos gestos eran característicos de anarquistas". Una  lección de honestidad y de firmeza en momento difíciles. 
Quizá no sea este  el momento de detenerse en los pormenores de las batallas en las que Mera  participó. Pero sí citaremos algunos detalles que hicieron de Mera un personaje  controvertido. Desde el inicio de la contienda civil Mera vio que los militares  tenían una seria parsimonia y que muchos militantes revolucionarios no tomaban  en serio la lucha. Por ello hacía falta que se disciplinara la lucha para poder  vencer al fascismo. En las luchas en Cuenca, Mera impulsa la creación de  consejos formados por las fuerzas de izquierda que estén preparadas para ello.  Por ello había que establecer una fuerte formación ideológica impulsada por los  militantes más capaces y abnegados. 
Su concepto de la autodisciplina se ve  perfectamente en los combates que emprendieron en Buitrago de Lozoya. Allí Mera  reflexionó así: "Nuestra disciplina ha de ser correspondiente con nuestra  convicción en las ideas, y por las ideas no se puede venir a luchar unas horas  para hacer más tarde lo que uno quiera". Esta reflexión venía a propósito, pues  Mera estaba comprobando que muchos miembros de las organizaciones  revolucionarias estaban cayendo en una indisciplina y una falta del sentido de  la responsabilidad que haría perder la guerra a pasos agigantados.  
Igualmente esa realidad dura hace que muchos amigos de Mera caigan en la  lucha. Es el caso de José Pan y Rafael Casado, compañeros suyos desde primera  hora en la CNT y en el caso de Pan de su grupo de la FAI. Igualmente en las  luchan en Ávila cae uno de sus mejores amigos y compañeros, Teodoro Mora. Desde  hacía un tiempo Mora y Mera tenían este mismo pensamiento: "Teníamos en frente a  un ejercito organizado, al que si queríamos vencer habríamos de oponer otro  ejercito mejor organizado aún; en la guerra había que proceder como en la  guerra". También le lleva a esta conclusión que la incompetencia militar provoca  la perdida de plazas importantes en la lucha como la de Ávila. 
Pero la  guerra también tuvo de esos avatares en los que más que una tragedia parece una  comedia, si hablamos en términos teatrales. Tras la perdida de Ávila las tropas  de Mera pasan a Cuenca. Allí toman un pueblo haciéndose pasar por fascistas. Una  vez que quedó constituida una junta derechista e hicieron una lista de los  elementos izquierdistas, las tropas de Mera los disolvieron, aunque fueron  benevolentes con esa junta. 
Ante determinadas conductas de algunos  anarcosindicalistas como Germinal de Souza, que cobraba dinero por la libertad  de los sospechosos, Mera y su amigo Valle elaboraron listas de afectos y  desafectos a la causa: "Me parece bien que se vaya haciendo una selección de las  personas aptas para ocupar cargos; deben ofrecer garantías. Hay que acabar con  las ligerezas y los favoritismos, pues si bien importa nombrar gente capaz, no  es menos importante tener en cuenta su moralidad. Para nosotros esto debe ser  capital". ¿Quién hoy pondría en duda estas sabias palabras de Mera? Es  precisamente en los momentos difíciles donde la capacidad y la moralidad deben  ser ejemplo. Mera estaba preocupado por la imagen que la CNT y la FAI pudieran  ofrecer, más teniendo en cuenta que en la mayoría de las ocasiones los desmanes  cometidos nada tenían que ver con las organizaciones del movimiento libertario.  Pero la idea de algunos era crear esa leyenda negra alrededor de las  organizaciones más dinámicas del movimiento obrero y revolucionario español. Por  ello el buen hacer de la CNT y su defensa del patrimonio cultural (en más de una  ocasión se impidió la quema de iglesias, no por ser templos religiosos sino por  haber obras de arte en el interior) fue tergiversado o ridiculizado. 
En  cualquier guerra y acontecimiento histórico hay que distinguir entre cuestiones  estratégicas y cuestiones morales. Puede que Madrid estrategicamente no fuera la  plaza mas importante, pero moralmente sí que lo era por todo lo que a su  alrededor atesoraba. Así Mera y otros mostraron su indignación cuando el  gobierno huyó de Madrid hacia Valencia el 6 de noviembre de 1936. Según Mera, el  gobierno tenía que estar en la defensa de la capital de España. Mientras el  gobierno huía, Mera se aprestaba a defender Madrid frente al fascismo. 
Los  hombres de la CNT y la FAI que partieron hacia Madrid lo hacían llenos de  entusiasmo, deseosos de entrar en esa lucha heroica que fue la defensa del  Puente de San Fernando y la llegada al Cerro de Garabitas. Pero las fuerzas de  Mera iban disminuyendo. De los 1.000 hombres que salieron de Cuenca tan sólo le  quedaba 400. Mera intentaba dar aire a los suyos con recomposiciones, y con la  llegada de la columna de Durruti los ánimos van en aumento. ¿Qué es la fuerza  militar fascista ante el entusiasmo revolucionario? Aun así las pérdidas estaban  siendo muchas y la lucha se estaba cobrando lo mejor de las organizaciones  obreras. Mera le propone a Durruti unificar sus columnas bajo el mando del  anarquista leonés. Pero esto no se puede llevar a cabo pues Durruti cae frente  al Hospital Clínico en la Ciudad Universitaria, horas después de haber estado  con Mera. Es el propio Cipriano Mera el que se desplaza a Valencia para  comunicárselo a Federica Montseny, Juan García Oliver y al nuevo secretario de  la CNT Mariano Rodríguez Vázquez. La perdida de Durruti provoca una profunda  consternación en el movimiento libertario, pero Mera, pese al dolor, dice que su  ejemplo es el que puede servir para llegar a la victoria. Y es Cipriano Mera  quien acude en representación de los combatientes del Centro a su entierro en  Barcelona. 
La defensa de Madrid fue dura, pero los fascistas no llegaron en  esa ocasión a lograr su objetivo. Aun así el precio fue alto y Mera, contrario a  su pensar, tiene que aceptar la militarización de las milicias: "Triste es  reconocerlo cuando se ha defendido un ideal toda la vida, pero si realmente nos  proponemos ganar la guerra, hemos de aceptar la formación de un ejército con la  consiguiente disciplina. (…) Me horrorizaba vestirme de militar, pero no veía  otra salida y me dije: mi conducta será en lo sucesivo el testimonio de mi  honradez, así como lo fue de otra forma y en otra circunstancia en el pasado".  Fue sin duda la decisión más controvertida en la vida de Cipriano Mera, y donde  sus detractores más se ensañan contra su figura. Mera aceptó la militarización  para ponerse al servicio de la República, pues consideró que mejor era eso que  caer en las garras del fascismo. Que fuera o no un error no está en nuestra mano  valorarlo, pues la guerra fue compleja. Nuestra mejor posición es respetar la  decisión adoptada, pues en ese momento los compañeros así lo determinaron. Y  esta aceptación es algo que a Mera le diferencia de la militarización de los  comunistas. La historiografía en su mayoría ha dejado constancia de que el  partido que mas luchó por la militarización fue el PCE (Partido Comunista de  España) y por lo tanto el que mejor perspectiva de la guerra tenía. Cuando Mera  acepta la militarización lo hace para defender la República, mientras que los  comunistas luchaban por una militarización que estuviera controlada por su  partido y por Moscú. Es la gran diferencia entre uno y otro. El PCE tomó como  emblema el Quinto Regimiento, del que Mera no era partidario. De hecho los  encontronazos entre los militares procedentes de las milicias confederales y los  que venían de las filas comunistas fueron sucesivos hasta el final de guerra,  siempre instigados por un PCE que quería tomar el control de la situación y  manejar la guerra a su antojo. Los anarquistas siempre se opusieron. 
Mera  toma el mando de la XIV División que tenía las brigadas 10, 70 y 77. El jefe de  Estado Mayor fue su inseparable durante toda la guerra Antonio Verardini, y su  primo José es el jefe de transportes. Todos bajo el mando del general Miaja,  jefe del Ejército del Centro. 
Para los que le critican por esto, hay que  decir que Mera siempre fue responsable. Defendió la revolución hasta el final y  criticó duramente la represión que los comunistas llevaron a cabo contra las  obras revolucionarias de los anarquistas, al igual que cuando emprendieron  detenciones contra miembros de la CNT (como fue el caso de Verardini) o del POUM  (Partido Obrero de Unificación Marxista). Luchó también para que los militares  no intervinieran en actos políticos públicos. Esa tarea la tenían que  desarrollar partidos y sindicatos, no militares. Al final hubo un decreto en esa  línea y Mera fue duramente criticado por los comunistas, que eran muy dados a  esos fastos públicos: "Estamos obligados a cortar sin miramientos esta clase de  acción política. Todos los que estamos aquí sabemos perfectamente que tenemos  prohibido efectuar dentro del Ejército cualquier clase de propaganda política.  Si una organización determinada intenta saltarse a la torera este principio lo  impediré. Que nadie lo dude. Nuestro deber consiste en trabajar lo mejor  posible, sin regatear esfuerzos, para intentar ganar la guerra. No estamos aquí  para facilitar la preponderancia de ninguna organización". Por último, Mera dejó  bien claro que aceptaba el mando militar sólo de manera coyuntural: "me hice la  promesa de no dejarme arrastrar por la vanidad y continuar siendo lo que antes  del 18 de julio: militante de la CNT y albañil de profesión". Y esta última  frase fue profética, pues tras las penalidad sufridas tanto en la guerra como en  el exilio y la cárcel, Mera volvió a coger la paleta de albañil sin ningún  reparo. 
Una vez militarizados, es llamado para la defensa de Guadalajara. El  Cuerpo de Tropas Voluntarias (CTV) de los fascistas italianos concibió un plan  de ataque para romper las líneas republicanas en Guadalajara, tomar Alcalá de  Henares y llegar triunfantes a Madrid. Pero Cipriano Mera demostró sus dotes  organizativas y sobre todo su instinto para la lucha. El CTV fue derrotado, se  libera Brihuega (donde las matanzas días antes habían sido escalofriantes) y  Guadalajara permanece en zona republicana. Para Mera no fue estrictamente una  batalla, pero su planteamiento de la misma es capital para que el CTV no  lograrara sus objetivos. La desbandada italiana, junto a la toma de Teruel, será  una de las grandes victorias del antifascismo internacional. El cuartel de Mera  queda definitivamente asentado en Guadalajara, si bien no lo hace en la capital  para que no sufra más bombardeos. 
Poco después es llamado a Brunete, donde  no sólo los comunistas de Líster le quieren engañar, sino que es objeto de un  atentado de dudosa procedencia. Líster quería hacer ver a Mera que Brunete  estaba en zona republicana. Pero Mera se percata de que está en manos de los  sublevados. El plan de Líster era hacer creer que la pérdida de Brunete había  sido por culpa de la 14 División de Mera. Aunque se emprendió una ofensiva sobre  Brunete, no se consiguió que pasara a manos republicanas. 
Mera conoce a  todos los políticos de la época. Indalecio Prieto, líder moderado del PSOE,  queda impresionado por las habilidades de Mera. Poco después el anarquista  madrileño es ascendido a jefe del IV Cuerpo de Ejército. Sus avales eran la  victoria en Guadalajara y el propio general Miaja, que veía en Mera un baluarte  de defensa del centro de España. El cuartel general del IV Cuerpo de Ejército se  establece en Alcohete (Guadalajara) y tiene un destacado papel en maniobras de  distracción al enemigo fascista para que se pudiera llevar a efecto la toma de  Teruel. 
El año 1939 fue crucial para el desenlace definitivo de la guerra.  Caída Cataluña en febrero de ese año, prácticamente los efectivos más  importantes de la República estaban perdidos, tanto humanos como materiales.  Cipriano Mera es consciente de ello. Se produce otro hito importante en la vida  de Mera, su apoyo a la Junta Nacional de Defensa que promueve Segismundo Casado,  jefe del Ejército del Centro en sustitución de Miaja. El gobierno de Negrín  había quedado prácticamente desarticulado, era un títere el manos de los  comunistas. Todos los intentos de hablar con Negrín son inútiles, pues hace  promesas que él mismo sabe que no va a poder cumplir. En marzo de 1939 queda  constituido el Consejo y, como previó Mera, vino parejo a una sublevación  comunista, que finalmente se pudo frenar. Las unidades de reserva que el IV  Cuerpo de Mera tenía son movilizadas para aplacar el golpe instrumentado por el  PCE. Aun con todo algunas actitudes de Casado no son bien recibidas por Mera.  
Llegados a finales de marzo se ordena al IV Cuerpo de Ejército que comience  el repliegue y promueva el exilio. El terrible final de la derrota de la guerra  se aproximaba. Mera es el último que abandona su puesto. Parte hacia Levante  para poder tomar un avión que le lleve a Orán. La despedida de su familia es de  lo más dolorosa. Comienza una nueva etapa en la vida de Mera. Deja los galones  de militar para no cogerlos más, demostrando que su decisión fue coyuntural.  Ahora toca otro tipo de lucha. 
Por el contrario de lo que pudiera parecer,  al llegar a Mataganem son desarmados y detenidos. El trato que los exiliados  españoles recibieron de las autoridades francesas fue vejatorio, más teniendo en  cuenta que numerosos campos de concentración se extendieron por su territorio y  que el posterior régimen de Vichy del mariscal Petain colaboró con los nazis  mandando a miles de españoles a los campos de exterminio. Mera no corrió esa  suerte pero sus penalidades no acabaron. 
Una vez detenidos una de las tareas  que emprendieron fue la reorganización de la CNT y de la FAI en esos campos de  concentración y en el presidio. Las relaciones con republicanos y socialistas  fueron fluidas. No se puede decir lo mismo de los comunistas que incluso en esas  circunstancias intentaban imponer sus definiciones y conseguían tratos de favor  con las autoridades carcelarias. A Mera no le perdonaban que hubiese apoyado a  Casado en la Junta Nacional de Defensa. Mera siempre supo defenderse y estuvo a  la altura de las circunstancias. 
Desde los primeros momentos, Mera mantuvo  correspondencia con miembros de la CNT y también de otras organizaciones. Las  más fluidas fueron con Mariano Rodríguez Vázquez, quedando interrumpidas por la  trágica muerte de este último. Una máxima de Mera fue que debían de actuar ahora  para la defensa de los refugiados y luchar por la reorganización de las  asociaciones a las que pertenecían. Las cuestiones de la guerra y los fallos que  se pudieran cometer en la contienda es algo que se debería analizar una vez que  la dictadura de Franco cayera y se discutiera entre españoles en España.  Igualmente combatió las teorías reformistas que insistían en hacer de la CNT un  partido político al uso y vivió con tristeza cómo destacados compañeros como  Vivancos, Jover o Doménech estaban en esa línea de actuación. 
Aunque tuvo  contactos con el SERE (Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles) no  era de su agrado porque estaba en manos de Juan Negrín y muy controlado por los  comunistas. Su actividad se volcó en colaborar con la JARE (Junta de Ayuda a los  Refugiados Españoles) que estaba en manos de Indalecio Prieto y donde los  anarquistas tenían más influencia. 
Mera estuvo en Camp Morand, de donde se  fugó y alcanzó Casablanca (no sin pasar más de una peripecia). Allí fue ayudado  por anarquistas españoles y portugueses. Y es en Casablanca donde conoce a la  JARE con la que tendrá también algún encontronazo. Se le ayuda a regularizar su  situación y trabaja primero como encofrador y luego como albañil (vuelve a coger  la paleta de albañil como dijo en la guerra). 
La situación para los  refugiados se puso difícil por la hostilidad de las autoridades francesas  presionadas por los nazis. Cipriano Mera es detenido y juzgado, con una orden de  extradición a España. Todos los intentos por salvarlo fueron inútiles y  definitivamente fue entregado a las autoridades franquistas. 
Llegado a  España, entra en contacto con algunos anarquista (muchos miembros de la  Juventudes Libertarias). Pasa por las cárceles de Linares, Carabanchel y  Porlier, todas abarrotadas de presos antifranquistas. Se le forma un Consejo de  Guerra donde se le acusa de pillajes y asesinatos indiscriminados. Para Mera era  normal que las autoridades del franquismo, vacías de escrúpulos y que habían  llevado el crimen como bandera, actuaran esta manera. Se le condena a muerte.  Era el año 1941. Antes le había dicho a su hijo: "Más o menos como a mí, sin  ningún cargo justificado, han estado fusilando hasta ahora por carros y no hay  motivo para esperar el menor cambio de proceder. Será una injusticia más y  tendrás que tomar constancia de ella y sobreponerte al dolor. Deberás ayudar a  tu madre y mirar el futuro sin odio, porque éste no conduce a ninguna parte. Tu  padre, que es, como sabes, victima del odio por haber consagrado su existencia  al establecimiento de la fraternidad universal, te recomienda por y sobre todo  no odies a tus semejantes". 
Mera nunca pidió el indulto, porque no quería  nada de sus verdugos. Se le conmutó la pena de muerte por cadena perpetua. En la  cárcel, algunos falangistas presos quisieron conocer a Mera, pero éste les cortó  en seco diciendo que entre falangistas y libertarios había un río de sangre. Por  lo tanto nada de uniones contra natura. 
Mera fue puesto en libertad. Estuvo  en algunas reuniones conspirativas, algunas del propio ejército, de las que Mera  desconfió. En 1947 la CNT le hace el encargo de pasar a Francia e intentar  acercar posturas entre la CNT del interior y la del exterior. Se instaló en  Francia y vivió de su trabajo, primero en Toulouse y luego en París, junto a su  compañera. Trabajó en el oficio de albañil hasta los 72 años. Nunca quiso ayuda  por haber sido militar. Vivió humildemente y nunca perdió contacto de su  militancia sindical y anarquista. Asistió al importante congreso de Limoges de  1963. 
Su casa fue un desfile de historiadores y periodistas. Se creó una  aureola de héroe sobre Mera, que él mismo se encargó de desmitificar. Ya muy  anciano, en la primavera de 1975, es llevado a un hospital por dolencias  pulmonares. En la madrugada del 24 al 25 de octubre de 1975 fallece en París. Su  entierro fue una manifestación de la que los medios de comunicación poco  dijeron. 
Así acababa la vida de un luchador anarquista. Tan sólo unos días  no pudo ver el fin del verdugo de España, la muerte de Franco. Quizá hubiese  sido una pequeña satisfacción para alguien que con tanto empeño luchó por la  libertad.