sábado, 8 de agosto de 2009

Consumismo extremo

Acabo de regresar de vacaciones de Inglaterra y, como siempre, me lo he pasado bien, aunque cada vez me corroa más el consumismo extremo, frívolo e insensible que se vive y se practica allí. Se va de compras aunque se tiene ya todo lo que se necesita: zapatos, ropa, bolsas, maquillaje, paraguas... no importa tener cuatro o cinco paraguas si hay dinero para comprar éstos y más. Tener veinte jerséis, decenas de pares de vaqueros, quince vestidos e incontables pares de zapatos es... ¿ normal ?

No es solamente el consumismo ciego de ropa y accesorios lo que asusta. Las compras de alimentos son igualmente llamativas. Sin pasar por alto la enorme cuantía de dulces y snacks que se consumen, da qué pensar el coste y modelo de su suministro. Cuando se importa una lechuga «iceberg» de los EEUU a Inglaterra, por cada caloría de lechuga se emplean 127 en su transporte. La relación es de 97 calorías de energía por caloría de espárrago importada de Chile y de 66 calorías por caloría de zanahoria importada de África del Sur. Y choca lo ridículo que es -máxime viendo los planes de «consumo sustentable» que ha redactado el Gobierno inglés, entre otros- ver cómo se importan más de 100 millones de litros de leche cada año a Inglaterra a la vez que dicho país exporta cada año más de 250 millones de litros. Muchos de los alimentos importados, como las cebollas de Méjico o Nueva Zelanda, las patatas de Sicilia... se pueden producir -de hecho se producían- de forma local. Producirlas de nueva en Inglaterra -y de forma sustentable- supondría reducir en más de 600 veces los gases de efecto invernadero generados por el actual sistema de distribución y transporte.

Luego están los coches. No fui a Londres, donde realmente se nota, pero aún así hay una altísima concentración de coches 4x4, coches de alta gama y deportivos. Igual o más asusta ver cómo se usa un 4x4 para ir unos cientos de metros a comprar un periódico o para recoger la descendencia del colegio. No hay nada como consumir energía sin pensar en las consecuencias.

Está claro que esta enfermedad no es exclusiva de Inglaterra. Lo que pasa es que Inglaterra llama la atención por el grado de consumismo que hay, aún mayor que el de aquí. Menos mal que no fui a Estados Unidos, ya que es más de lo mismo pero aún más a lo bruto. Para producir alimentos en los Estados Unidos se usa un promedio de 33 veces más de energía comercial que en la producción tradicional de Méjico.

Aquí tampoco nos salvamos. Yo, de momento, cómo aquellas personas que fueron conmigo, acabo de consumir cuantiosas cantidades de energía al ir de vacaciones en avión. Casi no importa lo que hagamos en cuanto a ahorro energético -lo típico, como apagar luces en casa, lavar la ropa en agua fría o bajar a trabajar en bici en vez de en coche- ya que nuestro viaje de ida y vuelta a Inglaterra en avión quedará grabado como ejemplo de consumismo extremo y contará en contra nuestra durante unos cuantos años.

HELEN GROOME, GEÓGRAFA