Una electromecánico de El Puerto de Santa María denuncia a lavozdelsur.es los episodios de discriminación machista que ha sufrido en los astilleros gaditanos y las condiciones laborales del sector.
No quiere salir ante la cámara. No tiene miedo, es inteligente. Saray sabe que los compañeros que luchan al frente son despedidos y no vuelven a ser contratados en los astilleros gaditanos. Es más, debido a la última huelga general del pasado 13 de junio, dos de los principales cabecillas han sufrido represalias y están ahora en el paro. “Ya no los quieren en ningún sitio”, incide. Aun así ella no se quiere callar. No muestra su rostro, pero sí aporta su voz y su concatenación de experiencias de precariedad laboral y de discriminación machista, al ser electromecánico en un sector copado por el género masculino.
En la actualidad Saray es ama de casa porque está desempleada. “Por desgracia no se puede tener estabilidad, y menos siendo mujer en este mundo”, dice. Ha trabajado en Oetiker (El Puerto), que cerró en 2009; en una fábrica de Guadalcacín; y en Gadir Solar (Puerto Real), que cerró a causa de un ERE. “Siempre he trabajado como peón, pero ejerciendo como algo más y nunca declarado, evidentemente”. Desde que entró a trabajar en el sector, solo ha sufrido atropellos, discriminación y trampas. “He llegado a estar en una empresa seis años, pero el contrato máximo ha sido de dos semanas”, denuncia.
Si bien la Federación de Empresarios del Metal de la provincia de Cádiz (Femca) tachó a los trabajadores de cómplices de una posible infracción al no denunciar que no se esté respetando el convenio del metal, ante la pasada movilización vivida en Puerto Real, Saray asegura que ha llegado a denunciar a dos de las empresas en las que ha trabajado ya que ambas no cumplían con el convenio. “Pero como entra en una especie de vacío legal, lo han dejado en que sí, que yo tengo el derecho pero que no me lo van a pagar porque sería la única persona de toda la fábrica a la que se lo hubiera concedido”, señala.
Confiesa que no se siente representada por los sindicatos mayoritarios (CCOO y UGT): “Hoy las personas realmente sindicalistas no están metidos en los sindicatos, se tienen que buscar plataformas, mareas, coordinadoras…”. “Siempre me he visto sola, y los compañeros son los que menos me han ayudado. Aquí es donde más machismo he visto, donde más injusticias he visto…”, continua la joven portuense, al tiempo en que narra varios episodios de violencia machista en el sector del metal. “Recuerdo que cinco jefes diferentes de la misma empresa, en cinco entrevistas para el mismo puesto, me preguntaron una y otra vez si pensaba quedarme embarazada”, relata Saray. Ella siempre respondía que no, hasta que un día, harta de la misma pregunta, respondió: “Realmente te voy a decir la verdad, mi marido es estéril, si quieres te cuento el motivo, pero estamos todavía con los papeles, cuando tenga el informe te lo traigo”.
Cuenta que entonces le hicieron un contrato como indefinida y que al mes, se quedo embarazada. “No fue queriendo, pero es lo que hay”, ríe. “Estuve trabajando hasta la última semana del embarazo y cumplí turnos que no debería, porque hacia jornadas nocturnas, turnos de 15 días seguidos…”, explica ella sola, como si estuviera obligada a justificarse por parir a un bebé. “He tenido compañeros que se han dado de baja más veces que yo durante el embarazo”, termina.
“Tenía que haber tres mujeres en la plantilla para que pusieran un cuarto de baño para nosotras”
Las mujeres como Saray no solo se enfrentan a una presión laboral, de tener que demostrar su valía a diario en la empresa, sino que también tienen que mostrar que van a seguir dando el callo después de ser madre. Esa presión, esas altas expectativas y carga de responsabilidad la sufrió también en otra empresa: “Me dijeron que iban a probar conmigo y que si yo valía, entrarían más mujeres”. No solo tuvo que demostrar que valía igual o más que sus compañeros, sino que además, durante tres meses, tenía que trasladarse de planta hasta las oficinas para poder ir al servicio. “Tenía que haber tres mujeres en la plantilla para que pusieran un cuarto de baño para nosotras, no podíamos ir al mismo servicio que el de hombres”.
Son experiencias del siglo XXI aunque “para cualquier persona parezca irrisorio”. “O por ejemplo, aguantar a mis compañeros cuando me pusieron como jefe de equipo. Claro, llega una chica nueva que no había estado en planta, y llega como jefe de todos, imagínate las vivencias que se pueden dar cuando te suben de categoría…”, comparte. Saray reivindica el sector del metal como un espacio de igualdad entre hombres y mujeres ante el cliché de que el metal es un “mundo de hombres”. “No es un mundo de hombres, por favor, yo vivo de aquí y todas las mujeres de los trabajadores viven preocupadas, a la espera de que sus maridos lleguen”, concluye.
Fuente: La Voz del Sur