Quienes todavía niegan el genocidio de los judíos ya tienen nuevas evidencias de la masacre
«Lo terrible fue lo sistemático, el frío perfeccionismo, la puesta en práctica tan profesional». Son palabras de Wladyslaw Bartoszewski, un polaco de 86 años que sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Uno de los pocos afortunados que pueden contarlo, que se convertiría en ministro de Exteriores y que estos días ha tomado la palabra en Alemania con motivo del descubrimiento de casi una treintena de planos originales del campo en el que perecieron o fueron asesinados más de un millón de personas, en su mayoría judíos. Son documentos originales de 1941 y 1942, en papel sepia, que llevan el sello del comandante de las SS Rudolf Höss, que estuvo al frente del campo modélico de la «solución final» durante más de cuatro años. Planos sobre la ampliación de Auschwitz que nunca se habían expuesto en Alemania.
Tan solo el museo que hay en el campo de concentración del sur de Polonia y los archivos de Moscú albergan más de un centenar de planos, confiscados por el ejército ruso en 1945 cuando entraron en Auschwitz y liberaron a los supervivientes. Los planos que había en la central de las SS en Berlín fueron destruidos o desaparecieron en los bombardeos, o así se creía, hasta que un anticuario dio el año pasado con 29 de ellos archivados sin orden ni sistema (pero al menos protegidos de la luz) en una vivienda berlinesa. Los adquirió el tabloide Bild, que ahora expone una modesta selección en la capital alemana. «Creemos que estuvieron en manos de instituciones germano-orientales», explica el historiador Rolf Georg Reuth a La Voz, ya que la Stasi (policía secreta de la extinta Alemania comunista) «utilizaba estos documentos en la caza de nazis».
El caso es que no podían ser más explícitos, ya que datan de los dos años (1941 y 1942) en que el jefe de las SS Heinrich Himmler, que visitó personalmente en dos ocasiones el principal orgullo de la maquinaria asesina del Tercer Reich, ordenó su construcción y ampliación. «Estos planos apuntan a que la decisión del exterminio masivo se tomó muy pronto», explica Reuth, autor de una biografía traducida al español de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich. Un plano de 1941 muestra un habitáculo de 10 por 11 metros que dice «Gaskammer» (cámara de gas). «Las enormes dimensiones, 122 metros cuadrados, demuestran que aquí no se desinfectaba solo la ropa de los presos con gas ciclón B. En otros campos estas cámaras eran mucho más pequeñas. Para entonces, y con la entrada de Estados Unidos en la guerra, ya no había escrúpulos de ningún tipo», prosigue Reuth. Höss, al que habían traído de Sachsenhausen, el campo de concentración que estaba a las puertas de Berlín, para levantar Auschwitz, «era un ser primitivo, que tenía su casa a 200 metros de los hornos», agrega el historiador.
Los planos, cuya autenticidad han confirmado expertos de los Archivos Estatales Alemanes, llevan la firma del «preso número 127», un católico polaco, que fue evacuado en 1945 y acabó en Venezuela. No ser judío y sus habilidades como dibujante le permitieron, pese a ser un «parásito» o «bacilo» (según la terminología nazi) sobrevivir al campo de Oswiecim (los alemanes lo rebautizaron Auschwitz cuando se anexionaron Polonia), donde se apropiaron de una serie de cuarteles polacos. La baja densidad de población y las vías ferroviarias hicieron de Oswiecim el lugar idóneo para que Himmler diera la orden de levantar un campo de concentración a 50 kilómetros de Cracovia. Los barracones en los que vivían miles de personas con cocinas mínimas, como puede verse en uno de los planos, dan una idea de que «no iban a sobrevivir largo tiempo», explica Reuth, remontándose al año 1941, cuando ya había casi 100.000 presos en los tres campos, Auschwitz y las dos ampliaciones, Birkenau y Monowitz.
«El trabajo os hará libres»
No obstante, seguían llegando trenes con judíos de toda Europa hasta la puerta sobre la que se lee «El trabajo os hará libres», a tal ritmo que no bastaba con la «selección natural». A finales de 1941 comienza a utilizarse el ácido cianhídrico para acabar con los que no servían para trabajos forzados. Los comandos especiales llevaban sus cadáveres hasta los hornos crematorios, que aparecen también en los planos.
En 1944 el exterminio masivo encuentra su punto culminante con médicos como Joseph Mengele en una de las rampas de entrada seleccionando a las víctimas de sus experimentos y condenando a otros a la muerte inmediata. Llegaron a «liquidar» diariamente hasta a 8.000 personas, fieles a la máxima que Hitler había pronunciado en 1919, una cita con la que arranca esta exposición: «El último objetivo ha de ser la erradicación irreversible de los judíos». Auschwitz, con capacidad primero para 10.000 presos, se convirtió en la fábrica de la muerte para más de un millón de personas. Cerca de 400.000 fueron registradas, la mitad de ellas murieron, entre 800.000 y 900.000 judíos traídos de toda Europa fueron asesinados inmediatamente. Perecieron también 74.000 polacos no judíos y 25.000 gitanos durante los cuatro años y medio que duró la barbarie de Auschwitz, directamente ejecutada por 7.000 hombres de las SS.