martes, 12 de junio de 2018

La tiranía de la inmediatez, la imagen y la palabra



Sobre las detenciones producidas por reconocimientos en base a vídeos subidos a internet

“La Policía Nacional ha detenido a los cuatro responsables que originaron los disturbios de Lavapiés el pasado 15 y 16 de marzo, tras la muerte del mantero Mame Mbaye por un paro cardíaco. Algunos videos, filmados durante los altercados y colgados en diversas redes sociales, han facilitado la investigación. Los arrestados son ciudadanos senegaleses con antecedentes por tráfico de drogas”.


Con estas palabras comienza una noticia del ABC del pasado 11 de mayo que relata la detención de cuatro senegaleses imputados por supuestamente participar en los disturbios de Lavapiés de marzo (recordamos que relatamos lo ocurrido aquí).

Podríamos hablar sobre varias cuestiones que se abordan en este artículo, como el hecho de que se pasan por el forro la presunción de inocencia de los detenidos, la innecesaria criminalización que se hace asociándoles con unos antecedentes por tráfico de drogas que nada tienen que ver con los desórdenes, o la exoneración de cualquiera que pudiera tener responsabilidad en la muerte de Mbaye, a pesar de que varias personas atribuyeron ese paro cardiaco a la persecución que sufrió mientras trabajaba la manta. Pero esta vez hemos decidido pararnos a hablar del hecho de que las detenciones se produjeron gracias a los vídeos colgados y difundidos en redes sociales.

No se trata de la primera que pasa. Ni la última tampoco. El 29 de mayo, sin ir más lejos, se realizaron registros judiciales en tres viviendas de Madrid para buscar pruebas de la participación de algunas personas en las manifestaciones de la contracumbre del G20 del pasado verano en Hamburgo. Según la prensa, se les había identificado gracias a distintos vídeos de Youtube, incluidos algunos subidos por páginas de contrainformación internacionales.

A propósito de una situación parecida, hace seis años publicamos en este medio un texto titulado “La tiranía de la imagen”, en el que argumentábamos que “no hay lógica alguna en identificar el que una convocatoria sea abierta con el que deba ser grabada compulsivamente. ¿Cuántas fotos y cuántos vídeos son necesarios para contar cómo fue la movilización?, ¿cuál es su utilidad real? Es más: ¿adónde nos conducen este tipo de dinámicas?, ¿caminamos hacia un modelo de protesta en el que todos acudamos con nuestro dispositivo y nos grabemos los unos a los otros con una sonrisa de estupidez en la cara? Lo que en todo caso queda claro es que mientras se hacen fotos, se graba y se tuitea gratuitamente, ni se habla, ni se piensa, ni se comparte. Y por lo tanto, el espacio común se disuelve de nuevo en esa miríada de imágenes que van y vienen, que causan simpatía, pero poco más… que en definitiva, no mueven a la acción, al cambio, al compromiso para con los otros y la determinación de construir herramientas con las que afrontar lo existente.

Ya hemos insistido en la necesidad de pensar el sentido real de los megas y megas de información que se almacenan en la red una vez ha pasado el evento que sea. Pero, ¿qué es lo que queda detrás? En ocasiones puede haber unas cuantas fotos que ayuden a reflejar el sentido general de la protesta (y que si están hechas con cierta reflexión jamás serán incriminatorias de nada) y otras que recojan las actuaciones de la policía (y que sirvan para denunciar sus prácticas y evidenciar su a la población cuáles son sus quehaceres reales). El resto suele ser una masa informe e ingente que no ayuda nada a la comunicación entre iguales, pero que brinda una información muy preciada a los maderos y periodistas [a este respecto vemos necesario realizar un breve inciso y llamar la atención sobre dos fenómenos cada vez más frecuentes: 1) el cómo en los telediarios y periódicos se utilizan imágenes y vídeos de la red; 2) la escena bizarra en la que medios de contrainformación, manifestantes, periodistas y la propia policía graban una situación de cierta tensión dentro de una protesta… si todos hacen lo mismo, ¿no habrá algo que sea preocupantemente común?]”.

En los tiempos que corren parece que no hemos aprendido nada y manifestantes, periodistas, tuiteras, medios de contrainformación y agentes de policía siguen grabando todo lo que sucede, sin importar las consecuencias para terceras personas.

Pero no sólo debemos cuidar el uso que hagamos de las imágenes, sino también el de las palabras. La tiranía de la inmediatez premia al primero en publicar una información, ya sea en forma de retuits, o de tomarse en consideración su opinión, lo que nos aboca perpetuamente a una carrera por dar la primicia de una noticia, que suele encontrarse huérfana de reflexión y de visión estrategia. ¿Cuántas veces hemos visto publicado en redes posts como “Detenido un compañero de nuestro colectivo”, o “detenida una vecina del barrio que intentaba parar un desahucio”? Quizás su estrategia de defensa pase por no reconocer la pertenencia a un determinado colectivo, o por declarar ante un juez que no buscaba parar un desahucio, sino que simplemente pasaba por allí. Si no se sabe la información que se busca difundir por parte de las afectadas, decidir por ellas se convierte en una actividad arriesgada.

No pasa nada por no difundir algo en directo si puede afectar a alguien. Una reflexión un poco más pausada unas horas o días tarde puede ser más productiva que una primicia. Y no debemos olvidar que “las luchas que nos hacen fuertes no siempre albergan esa épica que buscan las cámaras (otras veces sí, que quede claro), pero será la solidaridad cotidiana y solo ella (expresada a través de asambleas, grupos de trabajo, conflictos laborales, etc.), con su habitual ausencia de glamour la que nos permita hacer frente a esta pesadilla”.