martes, 4 de mayo de 2010

Anarquismo ilustrado: Nuestros carteles


Autor: bauset. Edita: Columna de Hierro Año: 1936.

La Columna de Hierro enseñó dignidad a los presos que liberó de San Miguel de los Reyes. Colaboró con los campesinos de los pueblos en los que se desplegó, mostrándoles la manera de ser libres: las primeras experiencias de comunismo libertario tuvieron lugar al calor del combate de los milicianos. Más que ninguna otra, la Columna de Hierro actuó a la vez como milicia de guerra y como organización revolucionaria: levantó actas de sus asambleas, publicó un diario, pegó carteles, distribuyó manifiestos y lanzó comunicados, porque necesitaba explicar sus acciones en la retaguardia y justificar sus movimientos y sus decisiones ante los trabajadores y los campesinos. Una organización tal predica con el ejemplo y deja constancia de él. Esa fue su principal particularidad, que Burnett Bolloten rescató en su libro “El Gran Camuflaje”. Los historiadores se han portado muy mal con él por la sencilla razón de que jamás han contemplado la guerra civil como una revolución fallida, la última de las revoluciones sostenida por ideales emancipatorios, y han tratado de presentarla como un levantamiento militar y clerical contra un poder democrático legítimamente constituido. Obrando así, los historiadores tomaban partido por la República y oscurecían adrede el enfrentamiento feroz entre clases que subyacía debajo del manto político republicano. La acción independiente y revolucionaria de toda una clase histórica, el proletariado, fue ninguneada, y con ella sus mejores logros sociales y sus figuras más señeras. Incluso el dolor y sufrimiento de las víctimas fue obviado, de hecho, las fosas comunes se han abierto casi cuarenta años después de muerto Franco. La Columna de Hierro no quiso militarizarse y en consecuencia el Gobierno no le facilitó municiones. El Gobierno le negaba artillería, cobertura aérea y fusiles, incluso rehusaba pagar los haberes de los milicianos. Las presiones de algunos combatientes para volver a la retaguardia complicaban las cosas y un centenar se fue por su cuenta en el momento en que se reactivaba el frente de Teruel. El Comité de Guerra los consideró desertores, pero Pellicer, su comandante, no quiso tomar otra medida que la de expulsarles públicamente. No pensaba que era propio de anarquistas y anarcosindicalistas perseguir a excompañeros. Hizo un viaje relámpago a Bruselas para comprar armas. El Comité de la Columna, con Pellicer al frente, reaccionó contra la militarización convocando un pleno de columnas confederales y libertarias, pero comprobó que solamente sostenía su posición la 4ª Agrupación de la Columna Durruti y la Columna Tierra y Libertad. Los demás se habían plegado a las circustancias para salvar lo más que podía salvarse. La Organización planteó finalmente el consabido chantaje: o atemperarse o desaparecer. En una tempestuosa reunión tenida con los máximos responsables de la Organización a finales de enero, Pellicer exigió que la decisión fuera tomada en asamblea, para lo cual solicitaba el relevo de la Columna. Se salió con la suya: el 13 de marzo la Columna de Hierro, sustituida por otras fuerzas confederales, bajaba a Valencia y aceptaba en magna asamblea convertirse en brigada del Ejército Popular.