El 29 de diciembre de 1904 se publicaba en el periódico anarquista "Tierra y Libertad", en su portada, un artículo de Alfredo Calderón en el que, bajo el título de "La Mujer", se trazaba un negro panorama de la situación de la mujer en la España del cambio de siglo, criticando a la más rancia burguesía católica y a la más progresista burguesía liberal por el abandono que padecía la mujer, la mitad de la población como recordaba su autor, adormecida por la religión y alejada de las preocupaciones de los legisladores. Ofrecía Alfredo Calderón como mejor prueba de la poca consideración de la mujer, la muerte repetida - violencia doméstica - de tantas víctimas femeninas, inmoladas por esos nuevos galanes despechados.
Sorprende la actualidad del artículo, más de cien años después, y la profundidad de su análisis, lejos de las vulgaridades morbosas y de los esquemas simplistas de la prensa de hoy en día. Es por eso por lo que lo reproducimos:
La he visto en el Norte, encorvada sobre el surco, labrando el suelo con ansias y afanes de bestia. La he visto en el Mediodía celada, reclusa, esclava de los prejuicios sociales, objeto para su dueño de lujo y sensualidad. En el taller se la oprime y se la seduce. En la fábrica se la explota y apenas se le paga. Se aprovecha su miseria para deshonrarla, y se la menosprecia después. Engañarla vilmente es para el hombre gran victoria de la que se ufana. Más razonable, más dulce, más sumisa, soporta en las clases inferiores de la sociedad toda la pesadumbre de la vida: al padre holgazán, al marido borracho, al hijo díscolo e ingrato. La señorita de nuestra triste burguesía aguarda resignada al varón que ha de asegurar su porvenir librándola de la indigencia. La dama del gran mundo reina en una corte de convención, sobre un trono de talco, ajena a todo lo que eleva y ennoblece la existencia, rodeada de una atmósfera malsana de elegante frivolidad.
¡Y decís que la habéis emancipado! ¡Y aseguráis que el Mesías ha venido también para ella! No, la hora de su emancipación no ha llegado todavía; su Mesías aún está por venir. Vosotros, hombres de fe, ¿que habéis hecho, sino persuadirla de lo irremediable de su servidumbre, hacerla adorar sus cadenas, nutrir sus almas con las creencias destinadas a eternizar su cautiverio? Vosotros, revolucionarios, ocupados en hacer y deshacer constituciones, ¿cómo no habéis pensado en que toda libertad será un fantasma mientras viva en la esclavitud la mitad del género humano?
¡Y luego las matan! Ya se ve, ¡las quieren mucho! En este país ultracatólico y protohidalgo, el asesinato de la mujer se va erigiendo ya en costumbre. Tener novio es, para una mujer del pueblo, peligro mortal. No puede una mujer defender su honor contra las brutales exigencias de un macho imperioso o rechazar las asiduidades de un importuno o cansarse de los galanteos de un imbécil sin gravísimo riesgo de muerte. Para los galanes que ahora se estilan, la dama de sus preferencias está obligada a soportarlos o morir. A esta especie de crímenes pasionales se les llama homicidios por amor… ¡Por amor! ¡Singular amor es ese que no procura el bien del objeto amado sino que le destruye o aniquila! ¡Amor sin generosidad, sin grandeza, sin sacrificio; que no sabe sufrir, ni inmolarse, ni perdonar; pasión de fiera, apetito de bestia, mezcla impura de concupiscencia y soberbia!
Matar es nuestro lema. Matamos por Dios, matamos por el orden, matamos por cariño. ¡Qué especie de raza es esta raza nuestra en la que la religión se hace fanatismo, la política corrupción y hasta el amor, el santo, el divino amor, padre de la vida, se convierte en asesinato!
A. Calderón