martes, 27 de octubre de 2015

¿Cuándo empieza a corromper el poder?



¿Cuándo empieza a corromper el poder? Breves apuntes sobre corrupción, abusos y poder. 

En estos últimos años, hemos podido asistir al descubrimiento e incluso enjuiciamiento de distintos casos de corrupción que afectan todas las instituciones del Poder: partidos políticos, policías, jueces, banqueros, empresarios… Esta avalancha de “descubrimiento” de casos de corrupción se contextualiza en una época de “crisis” que mejor podría ser definida como reajuste de las condiciones de explotación. Tanto la propia crisis como la corrupción de las instancias del Poder provocaron un descreimiento más o menos masivo por parte de la clase trabajadora y dominada respecto de las instituciones del Sistema.

Esto nos ha permitido ver también como los medios de comunicación al servicio del Poder o los propios políticos se constituían como adalides de la “limpieza democrática”, hablándonos de recuperar la justicia y el buen hacer “en la función pública”. También hemos asistido al nacimiento partidos políticos que señalan a la corrupción como raíz de todos los males o como síntoma de una enfermedad más general. Al final, comprobamos cómo desde las propias instituciones del Poder o desde aquellxs que quieren tomarlas, se nos ofrece un discurso cuyo análisis se limita a mostrarnos la corrupción como el mayor de todos los problemas, el cual es atajable mediante instrumentos del propio Sistema en el que se ha generado dicha corrupción. Como anarquistas, entendemos que es una clara maniobra de lavado de cara del Sistema, y entendemos que es necesario apuntar brevemente ciertas reflexiones, ahora que todo el mundo, incluso lxs políticxs, empresarixs, jueces… nos hablan constantemente de lo necesario que es acabar con la corrupción. 

Ejercer el poder corrompe. 

Una famosa afirmación nos dice: Ejercer el poder corrompe, someterse al poder degrada. Lxs anarquistas entendemos que es una afirmación axiomática. El poder genera en aquel que lo ejerce corrupción, es decir, abuso, aprovechamiento de las herramientas que su status le ofrece en beneficio propio, arbitrariedad, desigualdad, ocultamiento, chanchullos, tejemanejes…; y ello no ocurre fruto de intervención cuasi-religiosa, sino que tiene lugar por la propia naturaleza que requiere el Poder para existir y mantenerse. Cuando hablamos de Poder nos estamos refiriendo a una situación material en la cual una minoría detenta la fuerza y los recursos básicos y esenciales frente, y sobre, una mayoría desposeída tanto de la fuerza política como de los recursos básicos; otra cuestión aparte es en base a qué argumentos se produce dicha relación de dominación (democráticos, religiosos, imperialistas, etc). Por lo tanto, quien detenta el Poder necesita asegurarlo y expandirlo; para ello requiere de multitud de medios e instituciones. No sólo es el propio Poder quien genera las leyes que dominarán la vida social e individual, sino que se darán situaciones en las que ni al propio Poder le baste con sus propias leyes para seguir afianzando y aumentando sus beneficios y privilegios. Por lo tanto, evidentemente el poder corrompe, siempre lo hará, puesto que es intrínseco a él mismo la necesidad de expandirse y crecer ya que si no, a la larga, acabaría cayendo. No debe extrañarnos que un policía torture al detenidx en comisaría o en el furgón, que un juez haga caso omiso de pruebas evidentes, que un político coloque a sus familiares o “amigxs” en posiciones de favor, que un banquero estafe a quien poco o nada tiene. No importarán las leyes que se impongan, las medidas reglamentarias que se implanten o las reformas constitucionales que se celebren; puesto que en esos mismos movimientos reside el germen del problema: el principio de autoridad, la lógica del Poder.


Pero, ¿cuándo y por qué? 

Pero, entonces, si el poder corrompe, ¿cuándo comienza a hacerlo? ¿En qué momento unx ve su sueño de servir al pueblo truncado por “las tentaciones del poder”? Es decir, todxs nos hablan de corrupción, incluso quienes nos despiden, nos torturan y nos empobrecen, todxs se escandalizan ante tal monstruo y supuestamente buscan la manera de eliminarlo. Sin embargo la respuesta es la siguiente: el poder mismo es la corrupción, no es tanto el posible momento temporal en el que el poderoso abusará de sus funciones, sino su propia posición de Poder, ahí reside la verdadera corrupción humana, moral y material. No hay justificación que legitime que unxs estén por encima del resto, que las sociedades se organicen verticalmente, que unxs gestionen y organicen la vida de lxs demás a su antojo. No hay justificación que legitime en modo alguno que cierta caterva de profesionales, intelectuales, académicxs y especialistas cuenten con herramientas e instituciones para legislar nuestras vidas y robar nuestro tiempo y nuestra fuerza de trabajo. Jamás podrá existir argumento que dé legitimidad a la existencia de estructuras que conlleven delegar lo que a unx mismx le incumbe en manos de otrx. Es el Poder mismo la corrupción ya que en sí mismo es injusto. El Poder conlleva siempre que quien lo detenta ostente un status quo de superioridad que deberá y querrá afianzar y extender, lo que genera unos intereses diferentes a los de aquellxs que no cuentan con dicho status; por lo tanto, el Poder a su vez genera miseria y desigualdad respecto a todxs aquellxs que conforman la clase desposeída, atrofiando además todas sus capacidades y potencialidades vitales y humanas, ya que sus vidas quedan delegadas en manos de otrxs. El problema no es el policía torturador, el banquero estafador, el político evasor, el juez prevaricador, el empresario acosador, el carcelero agresor. El problema es el/la policía, el/la banquero, el/la político, el/la juez, el/la empresario/a, el/la carcelero/a, y toda institución de poder y dominación. El problema es el propio Sistema, fuente en sí mismo de las penurias y desgracias que padecemos. No le reconocemos ningún tipo de legitimidad al empresario simpático que trata de cumplir todas las medidas laborales ni al político que evita toda tentación de abusar de su posición de autoridad. Es su propia Autoridad el abuso, lo que no consentimos ni consentiremos jamás, contra lo que pelearemos siempre. Este es el análisis que no harán jamás los mass media que tanto hablan de corrupción ni la nueva hornada de partidos políticos que tanto denuncian “los abusos en la función pública”, ya que es este análisis el que supone su propia condena, la demostración de la necesidad que tenemos de hacerlos desaparecer a todxs, al “honesto” y al “corrupto”, si es que queremos alcanzar un mundo nuevo de libertad, justicia y bienestar. Todos los casos judiciales abiertos por corrupción, las noticias en portada y las medidas legislativas “anticorrupción” sólo pretender ser un lavado de cara de las instituciones del Sistema, cantos de sirena que nos hagan olvidar dónde reside verdaderamente la raíz del problema: que nuestras vidas están en manos ajenas. Pero no caeremos ni nos dejaremos camelar; avanzaremos siempre en la lucha contra todo tipo de Autoridad, sin importarnos si ésta se muestra con sonrisas y buenas maneras, o enseñando los dientes y abusando explícitamente.

Artículo extraído de "Contragolpes" nº 6, órgano de expresión de las Juventudes Libertarias de Madrid