lunes, 30 de noviembre de 2020

Lucropatía: La enfermedad que nos matará


Vivimos en la agitación constante, en un vertiginoso ir y venir sin saber de dónde partimos ni hacia dónde vamos. Ni siquiera la actual situación ha conseguido modificar en lo esencial esta situación (entre otras cosas por esto nunca vamos a salir mejor de nada tal y como algunos auguraban allá por el mes de marzo) Es más, se ha generado un estado tal de angustia ante las dificultades para seguir sobreviviendo en esta jungla que la agitación se ha transformado en un cóctel de resignación nerviosa y miedo. Porque, a pesar de todo, se mantiene la esperanza de la salvación individual. A lo sumo, de la salvación de los nuestros. Seguimos manteniendo un esquema mental de ganancia; un marco de referencia donde los puntos cardinales son la obtención del beneficio (del tipo que sea y a costa de quien sea) y su consecuente falta de interés, de amor para con el otro.

Vivimos en la sociedad de la ganancia y del interés, en la que todo gira en torno a la posibilidad de obtener un diferencial positivo de cada acción realizada. Esto es algo bastante obvio en la esfera económica puesto que está en la base del propio capitalismo. Este faro que ilumina todo el funcionamiento del sistema económico está íntimamente alimentado con el concepto de propiedad, puesto que para obtener una ganancia, un beneficio hay que poseer algo con lo que poder interactuar.

Lo lamentable es que esta forma de pensar la tenemos metida hasta el tuétano. La hemos aceptado y asimilado como si fuera algo natural. De este modo, ya no es posible (o casi, eso espero) concebir ninguna idea o propuesta fuera de ese marco mental. Por el contrario todo lo que aquí cabe es factible, deseable por nosotros. Así nos va.

Damos por bueno todo lo que ayuda a mantener en pie la posibilidad de seguir viviendo bajo esa premisa. El miedo a que, en algún momento, se disuelva la opción de obtener una ganancia (aunque sea en un plazo de tiempo más o menos largo) nos atenaza. Nos hace obedecer incluso en momentos en que esa obediencia nos condena a ser los eternos perdedores.

Porque seamos claros. Hay una enfermedad que está matando a miles de personas por todo el mundo. Desgraciadamente, nada nuevo bajo el sol. Pero bajo ningún concepto es más grave ni más mortal que muchísimas otras cuestiones (enfermedades o no) que matan a millones de personas cada año por todo el globo. Jamás se han tomado medidas tan drásticas ni tan severas contra ninguna de ellas.

Esto va más allá, mucho más allá, de la preocupación por la salud. No hay que ser muy avispado para ver que el control social, el sometimiento de la población va muy por delante de la salud.

Tal vez el hecho de que nos enfrentamos al final de una era (lo que no quiere decir que lo que está por venir sea mejor, de hecho, todo apunta a lo contrario) con la crisis climática; el agotamiento del modelo extractivo; la economía virtual sustentada en castillos de naipes y el absoluto desprecio por cualquier forma de vida, incluida la humana, hacen que la lucropatía (obsesión por la ganancia) imperante entre aquellos que tienen verdadero poder de decisión ponga en marcha todos los recursos de los que disponen para asegurar su parte del pastel.

El paradigma del beneficio se impone de nuevo. La acumulación de la riqueza en manos de unos pocos se acelera mientras se encargan de repartir las culpas del desastre sobre las personas. Individuos cada vez más aislados, más débiles pero que, a pesar de todo, mantienen la esperanza de volver a ser ganadores algún día y asumen su parte en este macabro juego.

Penden las cifras de enfermos y muertos sobre nuestras cabezas. Es una losa demasiado pesada como para no agacharla. Obedecer por miedo a perder (la vida, el trabajo, la familia, amigos…). Obedecer por no tener alternativas. Obedecer con la esperanza del algún día mandar.

Fuente: https://quebrantandoelsilencio.blog...