sábado, 26 de enero de 2019

La Sociedad del Porvenir. El Comunismo Anárquico (II)


 
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El Estado
 
Se trata de algo más que del Gobierno de una nación. No importa el apellido con que se le designe. Sea monarquía o república, sea dictadura democracia, el Estado es una compleja Institución enraizada en la vida deuna nación, que tiene puesta la garra sobre todas las actividades humanas,a fin de hacer creer que nada puede hacerse sin su mediación. 
 
Tiene una Constitución en la que todos los derechos ciudadanos están condicionados y al arbitrio del que manda. Unos Códigos que tienen una pena para cada clase de extralimitación individual, que castiga todo cuanto puede mermar las atribuciones del Poder. Una magistratura encargada de administrar esa farsa de Justicia. Unas cárceles para encerrar en ellas a los queosen obrar por cuenta propia, o rebelarse contra lo estatuido. Una policía, unos cuerpos armados, pistoleros y fusileros a sueldo que, como los verdugos, matan y maltratan cuando se lo ordenan. Y por último, un ejército
que labora por la paz preparándose para la guerra, y que es escuela de embrutecimiento para todos los ciudadanos útiles.
 
El ciudadano ha de evitar hacer todo lo que el Estado prohiba, y cumplir todo lo que el Estado manda. En esto consiste el orden. No hay actividad que no esté catalogada y cuadriculada. Todos sus derechos están escritos con esta coletilla «salvo en el caso que la autoridad lo considere...», lo que equivale no a afirmar y garantir un derecho, sino a negarlo.
 
El individuo es esclavo de este armazón. Dentro de él queda sin iniciativa, sin libertad, sin voz y sin razón. El Estado le ampara cuando quiere resignarse a pasar hambre, y cuando quiera explotar legalmente agente necesitada.

Para cebarle en el juego y acomodarlo a su tiranía, le ofrece de vez en cuando, la Ilusión de elegir a los gobernantes, a los árbitros de esta Institución. Todo ciudadano puede hacerse rico, si le toca la lotería.
 
Todos pueden ser poderosos, si logran ser elegidos para el mando. En esto consiste la  democracia. Durante muchos años, los descontentos y desheredados pusieron su ilusión en mejorar de condición cambiandode Gobierno. Aun hay quien la pone en la conquista del Estado, en lo que no se diferencian los comunistas estatales de los fascistas. Un súbdito de Mussolini, vive tan encadenado como un súbdito de Stalin. La doctrina viene a ser la misma: Mussolini, ofrece la máxima rigidez del
Estado para encadenar al proletariado matando sus rebeldías. Lenin, usa de la misma dictadura en contra del Capitalismo, pero el proletariado, resulta encadenado también. Lo que triunfa en los dos casos es el Estado.
 
Lo que se ahoga, en los dos casos también, es la libertad individual. La solución para el proletariado, esclavo del Estado y explotado por el Capital, está en la dirección anarquista: en la supresión del Estado.
Tan sólo en esta dirección puede emanciparse y libertarse. Porque la maldad del Estado no depende de los individuos que lo rigen, ni la maldad del dinero de los hombres que lo poseen. En el Poder, todos los hombres son igualmente odiosos y despóticos En la posesión de las riquezas, todos son voraces e insaciables, todos olvidan los sufrimientos del hambriento. Como el alcohol, son un veneno para el hombre, al que no dan ninguna virtud, ni confieren ninguna excelencia, pero, en cambio le, sorben el seso, haciéndole perder su sencillez y su dignidad de humano.
 
Lo que une a los hombres, es aquello que tienen de común. 
 
La comunidad de vivienda, de alimentos y de cariños es el origen de la unión familiar. La comunidad de residencia y de intereses une entre sí a los vecinos de un pueblo, y a los que profesan un mismo oficio. La comunidad de patria une a los habitantes de un mismo territorio, a los que hablan un mismo idioma o tienen una misma vinculación al clima. Por el contrario, lo que separa a los hombres, es la propiedad particular, el tuyo y el mío.
 
Entre hermanos, la posesión de un objeto o el reparto del patrimonio. Entre vecinos, las propiedades rivales. Entre nacionales, la distinta costumbre, o el distinto clima. Y la desunión es tanto mayor, y el odio tanto más vivo, cuanto más acusado sea el desnivel, y más injusto el reparto de una cosa. La propiedad privada de los bienes naturales o de los creados por el hombre es, por lo tanto, una causa profunda de animadversión, y de guerra a muerte, cuando alcanza las proporciones de desigualdad irritante que hoy lamentamos. 
 
Otro tanto pasa con el reparto de Poder, acumulado en exceso en unos, con quebranto de los que se quedaron indefensos. Y otro tanto también con el reparto del saber, concentrado en unos, en los que tienen un título académico, con mengua y a costa de los que no pudieron recibir nada.
 
La paz social, la convivencia pacífica y espontánea a la que aspira el hombre, no puede lograrse más que haciendo lo más común posible el disfrute de la riqueza, del Poder y del Saber. Para que este disfrute sea común, es menester que nadie lo posea con quebranto o mengua de otro, sino que todos tengan acceso a la parte que precisen o gusten de aprovechar.
 
A esto se dirige el Comunismo, el que llamamos libertario o anarquista, para diferenciarlo del socialista o estatal, que en Rusia no ha puesto en común ni el Capital, ni el Poder, ni el Saber, tres cosas de las que el Estado bolchevique ha hecho monopolio, dejando para el obrero la obligación de trabajar, pagar y alimentar a los parásitos.
 
La fraternidad humana sólo puede basarse sobre la comunidad de intereses y la común posesión de los bienes naturales, y el común soportar de la carga del trabajo.

 
 
Las aspiraciones del hombre
 
El hombre lleva en sí mismo apetencias insaciables de bienestar, de libertad y de Conocer. Es el impulso que lleva a un incesante progreso, y el que le mueve a las más esforzadas acciones.
Bienestar, que estriba en la posibilidad de satisfacer las necesidades de su organismo, librándose de la carga del trabajo, y de las incomodidades de la vida.
 
Libertad de disponer de sí mismo, en el margen, que la Naturaleza le deja libre, sin encontrar una valla o un capricho de sus semejantes.

Hambre de conocimiento, de penetrar los misterios de la Naturaleza y las conquistas de la Ciencia. 
 
Estas tres aspiraciones le son negadas al proletariado, y por este orden, constituyen el incentivo de su eman cipación. Primero, el derecho a vivir, a llenar las necesidades más perentorias. Luego el de disponer de su vida, de su iniciativa, y poder ordenar, sin presiones de nadie, sus propios asuntos. Por último completar estas conquistas con el Saber. Para todos los individuos, el orden de preferencia no es el mismo, sino que varía de unos a otros, de acuerdo con su carácter o con su modo de ser. Desde el que, a cambio de comer sacrifica su libertad estando a gusto en el cuartel o en la cárcel o al servicio del Estado, hasta el que prefiere la libertad ante todo, renunciando a las comodidades y al bienestar.
 
Cultivando las tres, así como el sentimiento de la propia dignidad, que no es otra cosa que el sobreestimarse a sí mismo, es como se acentúa la rebeldía del individuo, y como se le incita a insurgirse contra el Estado y contra la sociedad capitalista que en él se apoya.
 
Resumiendo
 
Aumentar el máximum, cuanto de común debe haber entre los hombres es, lo que constituye el COMUNISMO. Es empequeñecerlo, por no decir prostituirlo, querer reducirlo a un pesebre, como ha hecho el bolchevismo. Es un falso camino el de la conquista del Estado, porque representa su negación, y porque en definitiva es el Estado el conquistador, el que pervierte a los hombres bien intencionados, con la seducción del mando, una cosa que emborracha como el alcohol. El poder ha de ser común, para que cada uno pueda amparar en él su propia libertad. El COMUNISMO, para poder llamarse tal, ha de apellidarse ANARQUISTA. Así lo entendieron también los que al implantarlo en Rusia, afirmaron que iban hacia la Anarquía, y disculparon la Dictadura como provisional, cosa que siempre tuvieron cuidado de decir todos los tiranos.
 
Esbozo de una sociedad comunista-libertaria
 
Esta se asienta sobre el individuo guardando celosamente su independencia. Tiene todos los derechos, porque ninguna Constitución, ni ningún código se los garantiza. Se asociará con los demás, porque el hombre es por naturaleza un ser sociable y porque encontrará ventajas en la vida colectiva. 
 
Aisladamente ningún individuo puede producir cuanto necesita, ni bastarse a sí propio. Robinson lo fue a la fuerza. El hombre quiere libertarse del trabajo, que siempre se ha hecho gravitar sobre el esclavo. El esclavo moderno debe ser la máquina. El trabajo en común es menos desagradable, más llevadero que el trabajo aislado; se acepta mejor, porque nadie se libra de él; produce más porque se completan las aptitudes y se neutralizan las deficiencias.
 
El hombre se asocia libremente, porque lo hace por estimulo propio, con quienes tiene a bien hacerlo: para producir lo necesario; para deliberar sobre asuntos que son comunes; para desplegar actividades
educativas, o culturales; para desarrollar empresas de iniciativa de cualquier orden.


Cuantas más cosas, tengan o disfruten en común, tanta mayor será la unión entre los individuos. Por tener la misma residencia, las mismas tierras y riquezas naturales, y por compartir necesidades idén-ticas, se asociarán los hombres con la intimidad que da la diaria convivencia, en cada localidad, constituyendo el municipio o la Comuna libre, que tiene su expresión colectiva en la Asamblea, en la reunión general, en la que todos tienen la misma voz y las mismas prerrogativas, donde se exponen las opiniones y se sopesan los pareceres. Es ésta una institución espontánea, y arraigada, común a todos los pueblos, a pesar del desfiguramiento impuesto en ella por la política y por la intromisión del Estado. Así como dentro de la Comuna, cada individuo conserva su independencia y su autonomía para ordenar a su antojo, lo que a él exclusivamente le compete, la localidad se federa con otras, conforme a la misma exigencia vital, y a la misma necesidad sentida, sin necesidad de ninguna coacción que lo imponga, y conserva también, porque ningún poder extraño lo compromete su autonomía y su independencia local. Así se constituyen las provincias o las confederaciones comarcales y regionales, impuestas en primer lugar por imperativos económicos: para la producción de los artículos de primera necesidad y para la distribución de los mismos.

La asociación local neutraliza las desigualdades humanas, compensando al perezoso con el activo, al fuerte con el débil, y al comilón con el sobrio, haciendo posible la generalización de un tipo de bienestar medio dentro de cada localidad. La federación de las localidades repara con el aporte abundante de unas localidades, la escasez o penuria de otras, generalizando en la nación un tipo medio de bienestar, sin las desigualdades impuestas por el terreno o por el clima.
 
Otro poderoso impulso asociativo es la identidad de trabajo, la comunidad de oficio y de preocupaciones profesionales, que es lo que hoy constituye los Sindicatos. Dentro de las ciudades de nutrida población, la asociación local estará formada por agrupaciones menores de industria, ramo u oficio, que serán importantes en la ordenación colectiva de la economía.
 
Para que asocie el hombre, y para que se entienda entre sí, y para que labore de modo concertado en un bienestar general, del que el individuo ha de participar ventajosamente no es menester la presión de una autoridad; ni la sanción de un Código. Como no es preciso un Código Internacional, para que todas las naciones cooperaran al salvamento de la expedición de Nobile, perdida en el Polo Norte, ni es preciso que una ley lo imponga para que un ser se arroje al agua exponiendo su vida, para salvar a otro ser al que ni siquiera conoce.
 
La sociedad humana es posible, porque el hombre es un animal sociable. El Estado no es más que una verruga sobrepuesta que se puede amputar sin que ocurra ningún cataclismo, y produciendo un alivio inimaginable a la sociedad que la padece. Si el hombre es accesible a la persuasión, no hay porqué imponerle la violencia. La violencia sólo es precisa cuando la razón no cuenta, y cuando como ahora, es menester que unos se conformen a trabajar para que otros disfruten y unos renuncien a todo, para que otros no carezcan de nada.
 
Las leyes -lo reconocen ya hasta los que las gozan-, no hacen costumbres. Es al revés, son las costumbres las que por el reconocimiento tácito cobran fuerza de leyes. Pasa con esto, lo que con la salud del hombre. Hoy, ante un ejemplar de labriego que vive sano a los ochenta años, sin haber necesitado del médico, nadie pretenderá que la Medicina es la garantía de la salud, pero en cuanto con el paso de los años, y a juzgar por el camino que llevamos, la Sanidad se haya inmiscuido en todos nuestros actos, se llegará a decir que los hombres viven sanos gracias a los cuidados solícitos de los médicos.
 
Una sociedad espontáneamente formada, a partir del individuo libre y dispuesto a defender a tiros su independencia de cualquier acechanza autoritaria, pero dispuesto, también, y en esto no hay contradicción, a posponerla ante la conveniencia colectiva. No hay contradicción, como no la hay entre los instintos más arraigados en el hombre, entre el egoísmo que es el instinto de conservación del individuo, y el altruismoque es el instinto de conservación de la especie. Es precisamente el egoísmo el que nos hace ser sociables, cuando se ve amparado en la colectividad, y el altruismo el que ahora nos hace insurgirnos contra la sociedad capitalista.
 
Propasarme a decir cómo será la nueva sociedad sería alardear de una imaginación novelesca que no tengo, o trazar un cauce a la libre organización de la vida, cosa que no puedo pretender como anarquista,respetuoso con la espontaneidad y la libre iniciativa. Como se dice del niño, por los pedagogos respetuosos con su personalidad, la sociedad anárquica será lo que deba ser si cuidamos de evitar que se malogre.
 
España, que parece ser la nación más preparada para comenzar a vivir el Comunismo libertario, se dispone, a predicar con el ejemplo.

La Sociedad del Porvenir. El Comunismo Anárquico.
Isaac Puente
Ediciones «Amor y Voluntad», Barcelona, 1933