jueves, 13 de marzo de 2008

Antimilitarismo Anarquista


Los anarquistas son eminentemente activos en el sentido antimilitarista. El antimilitarismo constituye para el anarquismo un elemento esencial de su concepción antiestatal. Pero se conexiona también con su interpretación metódica y táctica de la revolución social y de la nueva creación de la sociedad.

Los anarquistas ven en la actual forma social de organización de la violencia, cuya expresión sistemática es el Estado. Este sólo puede existir mediante el militarismo, que, por su parte, representa la violencia metódicamente organizada. El militarismo tiene dos puntos de apoyo principal: la autoesclavización espiritual y sumisión obediente del individuo a la autoridad, como la producción de útiles -armas, municiones, cuarteles, provisiones de boca y de su uso de los soldados, sin lo cual el militarismo no puede funcionar- por la clase obrera. Por ese trabajo para el militarismo, el militarismo se mantiene.

Por eso reconocemos los anarquistas aquí una conexión indisoluble entre las condiciones de existencia del militarismo, del Estado y del Capitalismo. Los tres se funden en el mismo principio de la violencia.

Si se consigue desterrar ese principio, imposibilitarlo en sus manifestaciones, entonces el problema de la liberación social esta resuelto. El Capitalismo y el Estado se derrumban como un castillo de naipes en cuanto dejan de tener a su disposición la mecánica organizada de la violencia.

Los métodos para superar la instauración de la violencia por el militarismo, es decir, para destruir el fundamento más poderoso de todo el sistema actual de la violencia, los anarquistas lo ven sólo en la oposición a toda violencia: en el método de la no-violencia.

Esto último no significa de ningún modo sumisión, subyugación, dejar hacer a la autoridad, al capitalismo. Por no-violencia los anarquistas conciben: no empleo de la violencia militar de las armas; al contrario, destrucción de todas las posibilidades del empleo de las armas, aniquilamiento y sabotaje de toda la producción indispensable para el uso de las armas, negativa a prestar servicios y a obedecer las disciplinas militares.

Nada es para los anarquistas más sagrado, más intangible que la vida humana. No se sienten nunca con derecho a suprimir violentamente ese maravilloso misterio del Universo. Repudian profundamente, desde el punto de vista de la ética anarquista, la pena de muerte: violencia, asesinato, ajusticiamiento, que sólo pueden ser realizados mediante las armas, y de los cuales se sirve el Estado.

El antimilitarismo no sólo es para los anarquistas un método táctico, sino un elemento esencial de su concepción, que en su aplicación práctica se convierte en la negativa absoluta de todos los fundamentos del poder dominante, su destrucción y abolición. El antimilitarismo es, pues, acción individual de los anarquistas y revolución social del anarquismo.

Toda defensa nacional lleva a la destrucción de vidas humanas, y como para los anarquistas las vidas humanas tienen más importancia que la fortificación de las fronteras de algún trozo de tierra por el Estado, niegan el derecho de obligar al individuo, bajo un pretexto u otro, a la acción militar. Los anarquistas no hacen excepción alguna ni siquiera ante el "Estado proletario".

Los anarquistas son, por eso, los únicos antimilitaristas reales y enérgicos. Saben que la paz es una imposibilidad y el militarismo una eterna maldición que pasará sobre los pueblos mientras persista el Estado. Si se quiere la paz, hay que suprimir su perturbador, el organizador de la guerra, el Estado. El antimilitarismo consecuente y absoluto es la única acción política de la gente, que lo acerca a su fin emancipador. Los anarquistas son por eso antimilitaristas consecuentes. No quieren transformar el militarismo, ni suplantarlo por la milicia, la guardia roja o el ejército revolucionario, sino que quieren abolirlo en lo absoluto, lo mismo que al Estado.

En la revuelta del individuo espiritualmente libre y de todo grupo humano consecuentemente anarquista -por pequeño que sea- contra las prescripciones legales actuales, está el primer impulso hacia lo nuevo. El anarquista lo sabe; por eso ejercita diariamente su rebelión personal. No se somete a ninguna ley acogida usualmente por la costumbre, la tradición o la moral, e impuesta, porque sea declarada sagrada, por el Estado o la iglesia o la opinión pública. El anarquista obedece a los dictados de su razón, a las reflexiones de sus principios.