jueves, 5 de enero de 2012

Anarquismo ilustrado: nuestros carteles


Autor: Anónimo.
Edita: CNT-AIT. Comité Nacional. Oficina de Información y Prensa.
Año: 1936-1937.

Los años de la Revolución española (1936-39), así como los precedentes y, sobre todo, los posteriores a la derrota del gobierno republicano burgués, se caracterizaron por el empleo de prácticas represivas, la mayoría de las veces muy sangrientas.

Sobre este aspecto, resultan fundamentales tres consideraciones preliminares para comprender mejor los acontecimientos.

Por encima de todo, el autoritarismo del franquismo no fue una novedad en el panorama político español: se calcula que entre 1875 y 1936 hubo períodos en los que se suprimieron o se anularon, en parte o completamente, las libertades políticas.

Volviendo al franquismo, decir que el estado de guerra no se abolió hasta 1948, con todas sus consecuencias.

Es cierto que en la zona antifascista, sobre todo al comienzo de las hostilidades, se cometieron actos violentos e innegables y que es preciso tener en cuenta en el análisis de estos acontecimientos, que fueron enormemente amplificados en su alcance por el franquismo, sobre todo cuando se incluye la fuerza del catolicismo como elemento básico y legitimador del régimen.

La violencia, casi instintiva, ejercida en la zona antifascista, respondía a una reacción de amplias capas de la población, y es prohibida casi inmediatamente por las autoridades, al menos en el plano formal; al contrario, la represión fascista, con su violencia sistemática, fue planificada deliberadamente. No fue en absoluto una consecuencia “inevitable para reconstruir España", sino que fue apreciada por el régimen como condición “necesaria”, queriendo afirmar de modo inequívoco la propia victoria, política, militar, y también psicológica: El mismo Franco, despiadado con la violencia cometida durante la guerra colonial de Marruecos, más de una vez recordó cómo en aquella situación el recurso a prácticas feroces fue necesario para infundir al enemigo un temor paralizante.

En la Guerra Civil y en el período sucesivo a las conquistas de los franquistas, la violencia representó un instrumento para erradicar el apoyo social de que gozaba la causa antifascista. La guerra, de por sí, ya fue extremadamente sangrienta, con alrededor de 800.000 muertos y un número todavía mayor de heridos; el período posterior no fue menos dramático.

Después de 1939, la violencia fue tan inmediata y brutal que no se pudo llevar la cuenta de los asesinados: se aplicó la autodenominada “Justicia de Franco”, es decir, ejecuciones sumarias en masa que nunca fueron contabilizadas oficialmente. Por otra parte, los mismos familiares de los ajusticiados prefirieron no denunciar la muerte del propio pariente para evitar caer también víctimas de la represión.

Algunos estudiosos han tratado de contabilizar el número de muertos causados por la represión franquista después de 1939: las cifras, como era previsible, han resultado ser muy discordantes. Si algunos testimonios, sobre todo los pertenecientes al bando franquista, tienden a minimizar, “reduciendo” a alrededor de 25.000 los muertos, otros estudios, mencionan cifras muy superiores, en torno a los 200.000. Entre las investigaciones más fiables, figura la de la base de datos referidos al número de muertes violentas reseñadas por el Instituto Nacional de Estadística tras el comienzo de las hostilidades, calculando en alrededor de 105.000 el número de muertos causados por la represión posterior a 1939.

Entre ellos, los anarquistas, corriente mayoritaria de los antifranquistas españoles, fueron una parte considerable de esta matanza, tanto que Eliseo Bayo calculó que al menos el 80 por 100 de los que atravesaron los Pirineos para combatir al régimen, fueron eliminados.

Con respecto a los libertarios, en efecto, hay que subrayar que el régimen los consideró siempre como el enemigo público más temido, por toda una serie de motivos.

La primera de estas razones hay que buscarla en la fuerte implantación de las ideas libertarias en la población ( la CNT, ya en 1919 podía contar con alrededor de 500.000 afiliados, número que creció después de julio de 1936), que eran difíciles de extirpar, sobre todo en las zonas urbanas industrializadas: como en todas las ideologías totalitarias, no era tolerable la permanencia de “bolsas” adversas al régimen.

Por otro lado, es necesario subrayar la total oposición del anarquismo respecto a la concepción ideológica que caracterizaba al régimen, tendente a exaltar la “hispanidad”, esa teoría desarrollada en España en los años 20 retomando estudios de la segunda mitad del siglo XIX, que celebraba una reconstrucción ficticia de un pasado idealizado (con los valores de la pureza racial, el catolicismo colonizador y la grandeza imperial como ejes), que veía en el pueblo español al pueblo elegido por Dios para la misión civilizadora de la humanidad, que se encontraba alterada por “gérmenes disolventes” surgidos desde la época de la Ilustración.

En consecuencia, los hombres y mujeres que, como los anarquistas, no solo no compartían la ideología tradicional, sino que eran de hecho la más atrevida negación, con sus ideas antimilitaristas, racionalistas y de emancipación social, eran considerados como peligrosísimos “gérmenes” infectados, a eliminar drásticamente y sin contemplaciones si se quería obtener el objetivo de “depurar” al pueblo español.

Otra razón de esta aversión del régimen hacia el anarquismo fue sin duda que representó el movimiento de masas que más fuertemente resistió al poder franquista, incluso de forma armada, organizando acciones contra el propio Franco y prolongando la guerrilla, sobre todo la de tipo “urbano”, hasta finales de los años 50 y principios de los 60, cuando fueron asesinados los últimos guerrilleros Quico Sabaté y J. Luis Facerías.

Por el contrario, el resto de organizaciones políticas, que nunca se propusieron como objetivo concreto eliminar a Franco, tras el fracaso de la operación guerrillera en el Valle de Arán en 1944, habían renunciado a realizar acciones de guerrilla organizada. De hecho, para salvar a sus propios militantes, practicaron incluso el “entrismo” en las diferentes organizaciones sindicales verticales franquistas, esperando de esa forma minar el régimen desde dentro. Por otro lado, se vio favorecido por su parte el recurso a la acción diplomática internacional, en perenne espera de una intervención resolutoria de las potencias democráticas y de la ONU, que nunca llegó de la forma esperada.

Sólo partiendo de estas consideraciones podremos comprender la sanguinaria represión que el régimen desató desde 1936 en las zonas “liberadas” por los nacionales, y por todas partes a partir de 1939, rechazando toda tentativa de acuerdo preventivo y cualquier forma de indulgencia. España se convierte en un enorme cementerio a cielo abierto y los libertarios sufren una desmedida represión, que no logró impedir iniciativas absolutamente significativas en cuanto a la propia organización, no sólo en el exilio sino también en España.

En la CNT, en el período entre 1931-53 fueron 19 los Comités Nacionales clandestinos sucesivamente reconstruidos y operativos en España, todos a su vez desmantelados por el regimen: en caso de ser descubiertos, los militantes capturados, si no eran agarrotados o fusilados, eran condenados a larguísimas penas de prisión. Hay que tener en cuenta que en algunos períodos, los afiliados a la CNT se contaban por millares, nada de unos cuantos individuos, y pudieron editar clandestinamente varios periódicos, tanto locales como de ámbito nacional, que en algunos casos –como el del periódico "CNT" en el período 1945/46- llegaron a una tirada de 12.000 ejemplares.

En cuanto al empleo de prácticas represivas por parte del régimen, es posible subdividir el arco temporal 1939-1951 en tres períodos históricos distintos:

1939-43: Fin de la guerra y el exterminio deliberado y planificado del régimen hacia los vencidos. En los primeros meses, se aplicó la autodenominada “Justicia de Franco”. Se procedía a depurar la zona sin que fuera necesario ningún tipo de proceso: simplemente se fusilaba sobre el terreno a los sospechosos o a grupos, para dar ejemplo a toda la comunidad, los muertos eran abandonados en las calles, para que todos pudieran verlos. La represión era total, la justicia siempre sumaria, incluso cuando aparentemente era “normalizada” a través de los Consejos de Guerra.

1943-47: Los intentos por parte del régimen de “abandonar” la imagen fascista por el temor a que, el desplome del Eje les arrastrara en su caída: España buscó legitimarse como nación católica y anticomunista, y justificó en función de estos planteamientos cualquier decisión y colaboración política posterior a 1939. Entre ellas: la intervención de Italia y Alemania durante la Guerra Civil; la adopción de instrumentos legislativos, como el Fuero del Trabajo, calcado de la Carta del Lavoro de la Italia fascista; el recrudecimiento de la discriminación contra los judíos; el uso del saludo a la romana; el pacto de “no beligerancia” firmado con Hitler y Mussolini...

1947-51: La normalización progresiva del régimen, paralela a la evolución de la situación internacional, será siempre favorable a Franco en su faceta anticomunista, aspecto que comportará el fin de la esperanza de sus opositores sobre la posibilidad de un efectivo cambio político. Se asiste a la eliminación definitiva de la disensión, al menos en sus formas orientadas a la experiencia revolucionaria. Las huelgas de la primavera de 1951 han sido de hecho definidas como “la última batalla de la generación que perdió la guerra”, aunque para algunos en estas manifestaciones se puede apreciar ya una protesta social “diferente”, conducida, aparte de por personas diferentes, sobre la base de otros objetivos respecto a los de las generaciones de las luchas de 1936.

Como escribió Abel Paz:

... Militar en las viejas organizaciones políticas y sindicales tradicionales suponía para las nuevas generaciones asumir la historia de su derrota y la responsabilidad de su militancia ante un Estado policiaco amenazante siempre con las duras penas de cárcel cuando no con los fusilamientos. Este nuevo movimiento obrero sin historia se lanzaba a la lucha buscando su identidad. Exactamente no sabía realmente por qué se batía, sino contra qué se batía.

Buscando en lo posible no caer en retóricas vanas, podemos concluir que recordar a aquellos millares de hombres y mujeres que pagaron con la vida la fidelidad a sus ideales, y cuyos padecimientos han sido olvidados demasiado a menudo en su verdadera esencia, en España como en otras partes, es la tarea más importante que espera a cualquier estudioso, en virtud de la cual no se debe ser indulgente ante cualquier tentativa más o menos veladamente revisionista de reescribir la Historia.