jueves, 9 de agosto de 2018

El abismo del carbón



Entre los vecinos de la zona de Torre del Bierzo, en León, cunde el desánimo. “Esto se está muriendo” es el comentario más habitual entre unas poblaciones mineras conscientes de que, o la situación da un giro brusco en los próximos años, o sus perspectivas de futuro seguirán el mismo camino que sus minas: la desaparición.

Es mediodía y el sol pega con fuerza en el paisaje montañoso que rodea la antigua mina de Torre del Bierzo (León). En otros tiempos, los sonidos de este paraje natural compartieron protagonismo con los de la maquinaria, las sirenas y las voces de centenares de trabajadores. Pero hoy solo se escucha silencio. Un silencio solo roto tímidamente por los pasos de Saturnino, vecino y minero retirado, cuya actividad —recoger castañas— parece más una excusa para pasear por un lugar al cual entregó gran parte de su vida.

“Me da pena ver esto muerto. La de sudor que habré derramado aquí. Recuerdo a tantos compañeros... Ahora vienen los chavales, rompen las cosas...”, lamenta el octogenario mientras deambula por los fantasmagóricos restos de la mina. Materiales de uso minero dañados, maquinaria abandonada y centenares de antiguos documentos por los suelos forman el lúgubre paisaje, abandonado a su suerte de un día para el otro.

A unos pocos kilómetros de allí suena la sirena y del ascensor aparece el último turno de trabajo que emerge de las profundidades del Pozo Emilio del Valle, en la localidad de Santa Lucía de Gordón. El grupo de mineros sale animado y, al apreciar una presencia extraña, reacciona con amabilidad y cierta ironía. “Qué bien ver a la prensa por aquí. Normalmente solo vienen cuando nos peleamos con la policía”, reflexiona uno de ellos, que no tarda en aclarar que su dolor nace de la sensación de abandono que reina entre los trabajadores del carbón: tanto por las autoridades que siguen dejando morir el sector como por el resto de la sociedad, que también les ve como una parte del problema.

De hecho, esta cuadrilla ya no está allí para extraer carbón sino para terminar de desmontar las máquinas y las infraestructuras del pozo que todavía puedan ser vendidas como chatarra.

Son dos estampas de una realidad que se extiende por el resto de áreas mineras de León y del resto de la península, y que reflejan a la perfección la decadencia de una industria abocada a la desaparición. Los motivos son claros: finalmente los gobiernos cambiaron su tendencia y acordaron dejar de lado la extracción y uso del carbón como fuente de energía debido a su elevado índice de contaminación.
Si bien es verdad que todavía sobreviven algunos planes regionales para intentar rescatar alguna parte del sector minero (como el proyecto REMIX, en el que se embarcó la Junta de Castilla y León), la realidad avanza hacia el desuso del carbón y apunta hacia otro tipo de energías renovables y sostenibles con el medio ambiente.
 
 
 En España dicha realidad es doblemente dura para los mineros al no poder competir en precio con el carbón importado: aunque suene extraño, sigue resultando más rentable económicamente comprarlo y transportarlo desde otro país que utilizar el producto local debido al precio de la mano de obra o la propia calidad del material. En 2015 las compañías eléctricas compraron 20 millones de toneladas de carbón internacional y solo tres de las minas españolas.

No es sencillo encontrar cifras exactas y actualizadas sobre esta problemática, pero basta con analizar varios datos de los últimos años para reflejar la caída en picado de un sector que dio trabajo a decenas de miles de personas. Según las estimaciones de los sindicatos, en los últimos cuatro años el número de trabajadores de la minería descendió en torno al 50%, de unos 6.000 mineros a alrededor de 3.000. Apenas tres millares en un sector que en su punto álgido llegó a emplear a más de 100.000 personas.

El verdadero drama al que se enfrentan estas regiones, que llevan décadas viviendo del carbón, es precisamente el de la pérdida del elemento alrededor del cual han sustentado casi de forma exclusiva sus comunidades. Para muchas de ellas, la minería se convirtió en algo más que un oficio: una forma de vida que se hace presente en las tradiciones y costumbres de estas sociedades. Claros ejemplos de ello son tanto el himno de Santa Bárbara, patrona de los mineros, como la afamada procesión que le rinde culto en Fabero a finales de año.

La salida del carbón requiere de una organización y planificación que contrasta con las erráticas políticas mineras llevadas a cabo en los últimos años. Es tangible el fracaso del Programa de la Minería del Carbón 2013-2018. Las corruptelas políticas y empresariales impidieron que millones de euros en ayudas llegaran a su destino y el plan se terminó habiendo avanzado poco o nada: ni economías alternativas en las cuencas mineras, ni avances hacia energías menos contaminantes, ni transición de los antiguos empleados mineros hacia nuevas actividades.

Las promesas de los gobernantes para el futuro inmediato siguen siendo las mismas. “Creo que el carbón tiene poco futuro […], hay que articular alternativas que puedan ser atractivas”, declaró la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, nada más asumir su cartera en el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez.

Entre los vecinos de estas zonas cunde el desánimo. “Esto se está muriendo” es el comentario más habitual entre unas poblaciones mineras conscientes de que, o la situación da un giro brusco en los próximos años, o sus perspectivas de futuro seguirán el mismo camino que sus minas: la desaparición.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/miner...