sábado, 11 de octubre de 2008

La República independiente del cliente aséptico


La República Independiente de tu casa es aquel lugar idóneo para unos individuos que prefieren ser consumidores a ser ciudadanos. Porque siendo ciudadanos hay que construir y debatir lo colectivo, pero siendo clientes de IKEA tan sólo hay que elegir el color de la silla MALMÜ de madera de teca polinesia certificada. ¡Y luego queda tan bonita en el salón de tonos ocres!

Y encima, dice IKEA que "VIVA LA BATA". Parece que funciona la técnica de utilizar en el discurso publicitario los símbolos y códigos de protesta tradicionales de la izquierda, se trata de nuevo de reconducir la insatisfacción o la rebeldía hacia el consumo.

Pero poco tiene que ver IKEA con valores solidarios ni revolucionarios, más bien al contrario. Bajo su impecable imagen corporativa amarilla y azul, se esconden las verdaderas características de su marca: destrucción del medio ambiente, explotación laboral, fomento del consumismo y del individualismo.

Destrucción del medio ambiente.

Resulta curioso ver cómo esta multinacional consigue mantener una imagen de respeto por el medio ambiente, a pesar de que es un ejemplo perfecto de deslocalización de la producción con todos los costes energéticos y, por tanto, ambientales que esto lleva asociado. El origen de la madera de los muebles expuestos en Ikea sigue siendo, en su mayor parte, de procedencia dudosa y, con toda probabilidad, talada sin ningún control en los bosques de Rusia o China. Sólo en el 2005 se calcula que esta madera de naturaleza incierta alcanzaba los 640.000 metros cúbicos.

IKEA que sitúa sus tiendas a las afueras de las ciudades, lo que obliga a un determinado modelo de transporte, el coche, que es uno de los principales agentes causantes del cambio climático (de las más de dos toneladas, 2.808.424, exactamente, de CO2 que Ikea libera anualmente, el 56% es imputable a los compradores).

Otra característica clave de esta empresa es que vende productos de muy corta duración, con una obsolescencia programada que hace que ninguno de sus productos esté diseñado para durar más de dos temporadas. A este hecho hay que añadirle, además, que con su publicidad nos convencen de que se trata de muebles de temporada (se pasan de moda), lo que hace que haya que redecorar (por lo tanto tirar, generar residuos, volver a producir, comprar) cada poco tiempo.

Explotación laboral, tanto en los países productores del Tercer Mundo como en los trabajadores del Primero. Después de que varios reportajes televisivos mostraran a niños trabajando para subcontratistas de Ikea en India, Vietnam, Filipinas o Pakistán (donde incluso se les encadenaba a las máquinas), la empresa de la familia Kamprad creó un código de conducta que en la práctica no es más que papel mojado, pues los trabajadores de los 1.300 subcontratistas que proporcionan sus productos a Ikea tienen prohibido el derecho a la sindicación (algunos incluso nunca han oído hablar de ello) y trabajan una media de quince horas al día (de las ocho de la mañana a las once de la noche) sin contar las horas extra y el horario nocturno, frecuente cuando se acelera el plazo de entrega de los pedidos.

Muchos de los obreros que viven lejos de la fábrica duermen directamente en sus puestos de trabajo para no perder tiempo en desplazamientos, que les sería descontado del sueldo. Por si fuera poco, son los trabajadores, y no la empresa, quienes corren con los gastos en seguridad médica, descontados de sus 36€ mensuales de salario. Si lo hacen es, entre otras cosas, porque ponerse enfermo en una factoría de Bangla Desh o India significa uno o dos días sin sueldo. El grueso de las auditorias a estos subcontratistas lo realiza el Compliance and Monitoring Group de Ikea.

En Europa Ikea ha destacado fomentando el trabajo precario entre jóvenes y estudiantes, o rompiendo huelgas (en Bélgica ofreció a los un bono de compra en una tienda de electrodomésticos a los trabajadores que permanecieran en su puesto de trabajo el día de la huelga), pero tiene su peor antecedente en una circular interna de la compañía en Francia firmada por el director de marketing, que aconsejaba no contratar a trabajadores negros porque "tienen menos posibilidades, y aquí de lo que se trata es de avanzar rápido." Según un sindicalista citado por el diario L’Humanité, el director de un Ikea parisino declaró a la prensa en 1997 que querían reforzar "su imagen nórdica" y que por esa razón no iban a poner "personas de origen extranjero en contacto con la clientela." Se pidió a Ikea que desmintiera estas acusaciones, pero los responsables de la compañía no lo hicieron .

Fomento del consumismo y del individualismo.

En una sociedad en la que apenas hay tiempo para otra cosa que no sea trabajar y ver la tele, la insatisfacción y la infelicidad de muchas personas se hace cada día más evidente. Los publicistas de Ikea han decidido aprovechar este hecho, ideando unas campañas publicitarias que consiguen tirar de los sentimientos de los consumidores/as, reconduciendo esa insatisfacción vital hacia una única dirección: el consumo.

De este modo la multinacional Ikea va expandiendo su mensaje (ya son veintinueve los países del mundo en los que tiene tiendas), que cala a la perfección en unos cerebros que buscan soluciones fáciles ante problemas complejos.

Y aunque resulta evidente que ante el escenario actual de crisis ambiental y social son los procesos colectivos los que crean las alternativas sostenibles, IKEA nos anima a proclamar que nuestra casa es una república independiente, y nos anima a solucionar los problemas o insatisfacciones cambiando de muebles.

Con estas estrategias publicitarias la empresa multinacional sueca, que se creó hace seis décadas, consigue vender mucho más que muebles, vende un estilo de vida, una forma de ver el mundo y una forma de actuar que son profundamente insostenibles, social y ambientalmente.